Joaquín Bernadó y Bartomeu (1935–VVVV): El Torero Catalán que Dejaba huella en el Arte de Cúchares

Orígenes y primeros pasos en el toreo

Contexto social y familiar

Joaquín Bernadó y Bartomeu nació el 16 de agosto de 1935 en Santa Coloma de Gramanet, un municipio industrial en la provincia de Barcelona, en una época de grandes convulsiones políticas y sociales. España atravesaba los primeros años de la posguerra civil, un periodo difícil marcado por la austeridad y el aislamiento internacional. A pesar de la situación económica y política, la pasión por el toreo se mantenía viva en muchas regiones de España, incluida Cataluña, que albergaba una rica tradición taurina.

A pesar de las tensiones políticas que existían entre el mundo taurino y la ideología republicana, en Santa Coloma, una ciudad conocida por su cercanía a Barcelona, la cultura taurina estaba bien arraigada en muchas familias. Fue en este entorno donde Joaquín comenzó a forjar su interés por el mundo de la tauromaquia. Su familia, aunque no vinculada directamente a la profesión, mostró un gran apoyo a su pasión, algo fundamental en los primeros años de cualquier torero.

Primeras inclinaciones taurinas

Desde muy joven, Joaquín mostró una clara inclinación hacia el mundo taurino, algo que no fue sorpresa para quienes lo conocían. A los 15 años, aún adolescente, tuvo su primer contacto con el toreo en un festejo menor en Manresa, el 25 de mayo de 1950. Este primer encuentro con el ruedo no fue solo una simple participación, sino que marcó el inicio de su carrera. Aunque su vocación por el toreo era evidente, inicialmente se dedicó a estudios de Comercio, una carrera que, aunque sería una opción práctica, pronto abandonaría por completo ante la creciente pasión que sentía por los toros.

La transición de Joaquín Bernadó del mundo académico a los ruedos fue rápida y decisiva. En lugar de continuar en su formación profesional, optó por entrenarse de manera autodidacta y se dedicó a probar suerte en las novilladas. En ese momento, se convirtió en uno de los jóvenes más prometedores de la región, participando en numerosas novilladas sin picadores. A pesar de las duras condiciones de estos festejos, donde el riesgo y el desgaste físico eran inminentes, Joaquín creció como torero, aprendiendo y puliendo sus maneras en cada plaza.

La transición al toreo profesional

Su primer gran avance ocurrió en 1953, cuando hizo su debut en una novillada picada en Ledesma, Salamanca, el 15 de mayo de ese año. Aunque aún estaba lejos de ser un nombre reconocido, sus habilidades fueron evidentes para los aficionados y profesionales del toreo. Después de ese primer paso en el toreo profesional, Joaquín Bernadó comenzó a ganar notoriedad en las plazas de Cataluña y en otros lugares de España, incluyendo Madrid, Valencia y Barcelona.

Una de las actuaciones más notables de ese periodo ocurrió en 1954, cuando se presentó en el coso madrileño de Vista Alegre. En este festejo, Bernadó mostró por primera vez su clase y habilidad, lo que le valió una gran acogida entre la crítica taurina. Los días 9 y 16 de mayo de ese mismo año, se repitió la experiencia en Carabanchel, logrando muy buenas impresiones por parte del público y de los profesionales, quienes destacaron su estilo serio y su capacidad para conectar con el público.

Este periodo de novillero fue fundamental para el crecimiento de Joaquín Bernadó, quien no tardó en hacerse un hueco entre los nombres más importantes de la tauromaquia. En 1955, ya estaba cosechando éxitos destacados en plazas de primer nivel, como la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y la plaza Monumental de Las Ventas en Madrid. Su dedicación y éxito le permitieron continuar con su ascendente carrera como novillero y le abrieron las puertas de una alternativa inminente.

Consolidación de su carrera y el paso a matador

La consolidación como novillero

Durante la temporada de 1955, Joaquín Bernadó ya era una de las grandes revelaciones del toreo juvenil. Su estilo calmado y su elegancia natural le valieron el reconocimiento en varias de las plazas más prestigiosas del país. En ese año, se presentó en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, uno de los cosos más difíciles y prestigiosos de la tauromaquia española, el 15 de mayo de 1955, un evento que marcó un hito en su carrera como novillero. La plaza sevillana fue testigo de un joven que no solo dominaba la técnica, sino que poseía una sensibilidad especial para lidiar con los toros, lo que le permitió conectar profundamente con el público.

Poco después de este gran triunfo, Bernadó volvió a las grandes ligas del toreo al enfrentarse a una de las plazas más importantes del mundo: Las Ventas de Madrid. El 23 de junio de 1955, se presentó en la primera plaza del mundo junto a dos grandes novilleros, Miguel «Montenegro» y Jaime Ostos, donde, nuevamente, su toreo sobrio y elegante cautivó a la crítica. Fue una muestra de su clase, que no solo residía en la destreza técnica, sino también en la compostura y la serenidad con que afrontaba cada pase. El éxito en Las Ventas consolidó a Bernadó como una de las promesas más brillantes del toreo.

A finales de la temporada de 1955, Joaquín Bernadó ya había realizado 63 actuaciones, lo que reflejaba su creciente popularidad y su afán por demostrar su valía en el ruedo. Su capacidad para obtener triunfos en plazas de gran renombre y su sólido desempeño en cada faena lo catapultaron a los primeros lugares del escalafón de novilleros, donde continuó cosechando éxitos y ganándose un nombre que pronto sería conocido en toda España.

Alternativa y confirmación

La carrera de Joaquín Bernadó dio un gran paso el 4 de marzo de 1956, cuando, a los 20 años, recibió su alternativa como matador de toros en Castellón de la Plana. En un cartel que incluía al reconocido Antonio Mejías Jiménez, «Antonio Bienvenida», como padrino y a Julio Aparicio como testigo, Joaquín dio el paso definitivo hacia la matadoría. La res que le correspondió en esa tarde fue de la ganadería de Manuel Arranz, un toro llamado «Carolo», que pasaría a ser parte de la historia de su carrera.

La alternativa fue el punto de partida para su consolidación como figura del toreo. Tres meses después, el 10 de junio de 1956, Joaquín se presentó en la Plaza de Las Ventas para confirmar su doctorado taurino. En esta ocasión, su padrino fue Mario Carrión, un destacado torero sevillano, mientras que como testigo estuvo el mexicano José Huerta Rivera, «Joselito Huerta». Durante este evento, Bernadó tuvo la oportunidad de lidiar un toro de la ganadería de El Pizarral, dejando claro su control sobre la situación y su capacidad para manejar las exigencias de una plaza como Las Ventas, que siempre ponía a prueba a los matadores más experimentados.

La temporada de 1956 fue excelente para Joaquín, quien, además de confirmar su alternativa, realizó una destacada actuación en su paso por varias plazas de España. Su rendimiento lo posicionó como una de las grandes figuras del momento, consolidándose como matador de toros con una impresionante habilidad para lidiar con las reses y un dominio sobresaliente del arte del toreo.

Éxitos y desafíos

Aunque los primeros años de Joaquín Bernadó como matador fueron un éxito rotundo, su carrera no estuvo exenta de desafíos. En 1957, sufrió una grave cornada en el coso de Córdoba, lo que lo apartó de los ruedos temporalmente, pero demostró una gran resiliencia al recuperarse rápidamente y continuar con su carrera. A pesar de los riesgos y la violencia inherente al toreo, Joaquín nunca perdió la calma, lo que hizo de él un torero admirado tanto por su temple como por su destreza técnica.

A lo largo de su carrera, Bernadó nunca se obsesionó con el número de corridas o con encabezar el escalafón superior. Prefirió mantenerse en un promedio constante de actuaciones, alrededor de 25 a 30 corridas por temporada, lo que le permitió mantener un nivel alto y sostenido de calidad. Sin embargo, esta actitud no le impidió alcanzar grandes logros en el ruedo, como el obtenido en Sevilla en 1961, cuando cortó una oreja a un toro de la famosa ganadería de Miura, un éxito que reafirmó su reputación.

Durante los años 60, Joaquín cruzó por primera vez el Atlántico para llevar su toreo a tierras mexicanas. En México, un país con una rica tradición taurina, supo adaptar su estilo a las características de los toros mexicanos, lo que le permitió seguir destacándose en su disciplina. Con el paso de los años, Joaquín se convirtió en una figura central de la tauromaquia, tanto en España como en América, donde sus faenas fueron siempre aclamadas.

Últimos años, retiro y legado

Declive de la carrera y retiro

Como es común en la vida de muchos toreros, los últimos años de la carrera de Joaquín Bernadó estuvieron marcados por altibajos. A medida que envejecía, sus éxitos fueron más difíciles de alcanzar, y los percances con el estoque empezaron a ser un factor determinante en su desempeño. A pesar de su impresionante técnica y su elegancia, Bernadó nunca pudo resolver de manera efectiva el manejo de la espada, lo que lo privó en varias ocasiones de cosechar los trofeos que su faena merecía.

El 24 de septiembre de 1983, en la Plaza de Barcelona, Joaquín Bernadó celebró su despedida de los ruedos, un evento que marcó el final de su carrera como torero activo. Aquella tarde, se anunció en solitario para lidiar un encierro y cortar su coleta tras 33 años de carrera. La plaza barcelonesa, su tierra natal, fue el escenario perfecto para su último adiós a la tauromaquia, donde ya se había ganado el cariño y el respeto del público durante décadas. Sin embargo, su retiro no fue definitivo, ya que la pasión por el toreo nunca desapareció por completo.

La vuelta a los ruedos y su legado

Aunque se retiró del toreo activo en 1983, Joaquín no pudo mantenerse alejado del mundo taurino durante mucho tiempo. En 1987, con más de 50 años de edad, decidió reaparecer en la plaza de Barcelona, donde volvió a vestirse de luces para torear junto a Lucio Sandín y Manolo Cascales. Aunque esta reaparición no estuvo acompañada de grandes triunfos, su regreso a los ruedos fue un símbolo de su amor por el toreo y su deseo de seguir conectado con la tradición.

Durante los siguientes años, Bernadó siguió alternando con toreros jóvenes, aunque ya su nivel no era el mismo de antaño. En 1990, después de varios intentos por recuperar su mejor forma, Joaquín dejó finalmente los ruedos de manera definitiva tras un fallido festejo en el ciclo isidril de Madrid. Sin embargo, su legado como torero seguía intacto.

En lugar de abandonar completamente la tauromaquia, Joaquín decidió trasladar su conocimiento a las nuevas generaciones de toreros. Se unió a la Escuela de Tauromaquia del Ayuntamiento de Madrid como profesor, donde pudo transmitir su sabiduría y experiencia a los jóvenes aspirantes. Su labor docente fue crucial para muchos toreros que lo consideraron una figura clave en su formación. De este modo, aunque ya no se encontraba lidiando en las plazas, Joaquín Bernadó continuó influyendo en el mundo taurino, esta vez desde una perspectiva pedagógica.

Valoración de su estilo y legado

Joaquín Bernadó es recordado como un torero elegante, con una técnica depurada y una gran serenidad en el ruedo. Su estilo fue siempre clásico y sobrio, en un momento en que el toreo comenzaba a experimentar influencias más extremas y populistas. En un contexto en el que muchos toreros optaban por el espectáculo y la espectacularidad, Bernadó destacó por su capacidad de llevar a cabo faenas serenas, reposadas y llenas de temple. El historiador de la tauromaquia Carlos Abella destacó su capacidad para veronique, su gusto por torear a pies juntos y su notable sentido del temple. No obstante, también se reconocen sus deficiencias con el estoque, que le impidieron conquistar los trofeos que su toreo a veces merecía. A pesar de esto, su personalidad y su arte le aseguraron un lugar privilegiado en la historia del toreo.

La crítica taurina, como la de José María de Cossío, destaca su estilo limpio y cuidado, pero también señala sus repetidos fallos con el descabello. Este aspecto, aunque no empaña su carrera, sí le privó de alcanzar mayores cotas de éxito. Sin embargo, el torero de Santa Coloma nunca se obsesionó por ser el número uno en cantidad de festejos, y prefirió mantener una carrera constante y meditada, alejada de los excesos que a veces caracterizan a otros diestros.

Aunque nunca alcanzó el estatus de gran figura internacional del toreo, Joaquín Bernadó dejó un legado duradero. Fue un torero con personalidad, un hombre que, a través de su arte y su labor como maestro, contribuyó al desarrollo y la conservación de la tauromaquia en un periodo de importantes cambios. Su influencia se dejó sentir tanto en el ruedo como en la formación de nuevos toreros.

Residencia y vida personal

Tras su retiro definitivo de los ruedos, Joaquín se trasladó a vivir en el pequeño pueblo madrileño de Canencia, donde residió junto a su familia. Esta tranquilidad de la vida rural contrastaba con la vida bulliciosa de las plazas taurinas, pero no le impidió seguir vinculado al mundo taurino. Años antes de su retiro, había contraído matrimonio con una hija del gran torero de estirpe gitana Ignacio Rafael García Escudero, «Rafael Albaicín», lo que consolidó su conexión con el mundo de los toros.

Durante su vida en Canencia, Bernadó vivió con la serenidad de quien sabe que su contribución al mundo taurino fue significativa. A pesar de haberse alejado del ruedo, su nombre seguía resonando entre aquellos que apreciaban el toreo clásico y la tradición que él representaba.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Joaquín Bernadó y Bartomeu (1935–VVVV): El Torero Catalán que Dejaba huella en el Arte de Cúchares". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/bernado-y-bartomeu-joaquin [consulta: 29 de septiembre de 2025].