Artaud, Antonin (1896-1948).


Poeta, dramaturgo, narrador, ensayista, actor y director teatral francés, nacido en Marsella el 4 de septiembre de 1896 y fallecido en Ivry-Sur-Seine (en el departamento de Val-de-Marne) el 8 de marzo de 1948. Autor de una extensa y variada producción literaria que participa de los mejores logros de la Vanguardia (como la improvisación propugnada por los surrealistas) y se adentra en una honda y alucinada peripecia interior para indagar en la angustia y el desconcierto del ser humano, está considerado como una de las figuras cimeras de las Letras francesas de la primera mitad del siglo XX. A pesar de ello, su obra, traspasada en todo momento por el dolor, la ansiedad, la desmesura y el desgarro, ha provocado dos reacciones opuestas entre la crítica contemporánea: la admiración de quienes valoran sus hallazgos formales y temáticos como los del último poeta maldito, y el recelo de quienes ven en su fragilidad mental -patente en sus constantes crisis esquizofrénicas- y en el abuso de las substancias utilizadas en su tratamiento -era adicto al opio- el origen de su visión angustiosa, violenta y contradictoria del ser humano y del mundo que le rodea.

Vida

Nacido en el seno de una familia acomodada -era hijo de un armador marsellés-, cursó sus primeros estudios en su ciudad natal, donde pronto dio muestras de una precoz inclinación hacia el cultivo de la creación literaria. En 1910, cuando sólo contaba catorce años de edad, fundó una revista cultural en la que dio a conocer sus primeras composiciones poéticas, publicadas bajo el pseudónimo de Louis de Attides. Cinco años después, el agravamiento de las virulentas crisis nerviosas que venía padeciendo desde su infancia forzaron su internamiento en La Rougière, un sanatorio mental cercano a Marsella, primero de los numerosos centros de salud en los que se vio obligado a pasar mucho tiempo a lo largo de toda su vida.

En el transcurso de la Primera Guerra Mundial, cumplidos ya los veinte años de edad (1916), Antonin Artaud fue movilizado y destinado a un regimiento destacado en Digne, donde sólo permaneció durante nueve meses, pues su debilidad psíquica aconsejó su pronta desmovilización. Inició luego una penosa peregrinación por diferentes nosocomios en los que intentaba reponerse de sus agudas y reiteradas crisis nerviosas, tanto en su país natal (Saint-Dizier, Lafoux-les-Bains y Divonne-les-Bains) como en Suiza (Neufchâtel); y, pasajeramente recuperado, a comienzos de los años veinte empezó a desplegar una intensa actividad literaria y teatral, que en 1921 le llevó a integrarse en el colectivo dramático «Art et Action», donde coincidió con otras grandes figuras de la escena francesa, como el actor, director y teórico del teatro Charles Dullin (1885-1949) y el joven actor y futuro gran director Jean-Louis Barrault (1910-1994), quien a lo largo de toda su brillante carrera se proclamó discípulo de Artaud y su «teatro de la crueldad». Pronto brilló por su interpretación de diferentes papeles en obras de tan diversa naturaleza genérica y temática como El avaro (1668), de Molière (1622-1673); Moriana et Galoan, de Arnaux; El señor Pygmalion, de Jacinto Graus; y, entre otras, La vida es sueño (ca. 1635), de Calderón de la Barca (1600-1681); aunque, sin lugar a dudas, su mayor éxito en su faceta de actor lo obtuvo, años después, en el ámbito del cine, por su sobresaliente interpretación del personaje del monje Massieu en la película La passion de Jeanne d’Arc (La pasión de Juana de Arco, 1927-1928), dirigida por el cineasta danés Carl Theodor Dreyer (1889-1968).

Al tiempo que desplegaba esa intensa actividad teatral, Antonin Artaud recobró esa afición a la poesía que ya había cultivado en su adolescencia y compuso los poemas que dieron lugar a su primer volumen de versos, publicado bajo el título de Tric-trac du Ciel (París: Simon, 1923). Instalado en París desde 1920, se integró plenamente en los foros artísticos e intelectuales de la capital gala y, en 1923, pasó a formar parte de la célebre compañía teatral dirigida por Georges Pitoëff (1884-1939), uno de los geniales innovadores de la escena europea de entreguerras. El gran monstruo teatral de origen ruso -aunque nacionalizado francés- descubrió enseguida las magníficas aptitudes de Artaud para la interpretación, y le encomendó que encarnase sobre las tablas el papel protagonista de El que recibe las bofetadas, de Andréiev (1871-1919), cuyo estreno supuso uno de los mayores éxitos dramáticos de la temporada.

Al año siguiente, la activa participación de Artaud en los círculos literarios parisinos propició su adhesión entusiasta a los postulados estéticos del Surrealismo, corriente a cuyo enriquecimiento contribuyó de forma notable con sus habituales publicaciones en la revista La Révolution Surréaliste, con la que colaboró hasta comienzos de 1927. Pero en mayo de dicho año manifestó públicamente su desacuerdo con la línea político-ideológica asumida por la mayor parte de los surrealistas, y no sólo se distanció de ellos, sino que llegó a dar a la imprenta un manifiesto en el que arremetía agriamente contra quienes, en su opinión, estaban traicionando el ideario original del Surrealismo (À la grande nuit ou Le bluff surréaliste, 1927).

Los últimos años de la década de los veinte y los primeros de la siguiente registraron una febril actividad teatral de Antonin Artaud, tanto en su faceta de actor como en su calidad de autor dramático. En colaboración con el poeta y dramaturgo Roger Vitrac (1899-1952), fundó en 1926 el teatro «Alfred Jarry», inaugurado al año siguiente con una serie de representaciones entre las que figuraba su primera pieza teatral, Le ventre brûle ou La mère folle (El vientre quemado o La madre loca, 1927), una obra que era fruto de su asombrosa capacidad para la improvisación. Durante dos temporadas, Artaud y sus compañeros de aventura escénica llevaron a las tablas de esta sala obras de Paul Claudel (1868-1955), Máximo Gorki (1868-1936), August Strindberg (1849-1912) y del propio Roger Vitrac, en sucesivas representaciones que, al tiempo que corroboraban las buenas dotes interpretativas del marsellés, enriquecieron substancialmente sus conocimientos acerca de la literatura dramática, a la que aportó durante aquel período otras piezas originales como La Coquille et le Clerygman (1927) y La Révolte du Boucher (1930). Y simultáneamente, seguía desempeñando papeles en diversas producciones cinematográficas como Mater dolorosa, Napoleón, Le juif errant, Ver dun, vision d’histoire, L’argent y la ya citada La passion de Jeanne d’Arc.

Pero no todo fueron éxitos en esta brillante etapa de su biografía, ya que su intento de representar en París el teatro de Alfred Jarry (1873-1907) derivó en un estrepitoso fracaso. Poco después, empecinado en difundir nuevas concepciones del hecho dramático, fundó el «Théâtre du Cruauté» («Teatro de la Crueldad»), colectivo con el que puso en escena su obra Les Cenci (estrenada en el teatro «Folies-Wagran» 6 de mayo de 1935), que apenas duró dos semanas en cartelera, debido al escaso interés que las novedosas ideas teatrales de Artaud despertaban en la crítica y el público. Desalentado por este nuevo fracaso, abandonó a partir de entonces cualquier labor relacionada con el Arte de Talía, y su nombre sólo volvió a circular con fuerza en los mentideros dramáticos parisinos cuando, al cabo de tres años, aparecieron recopilados en un volumen –Le théâtre et son double (El teatro y su doble, 1938)- aquellos artículos suyos en los que formulaba sus tesis innovadoras acerca del «teatro de la crueldad».

El desánimo que le produjo la mala acogida de su poética dramática le aconsejó un radical cambio de aires, por lo que en 1936 viajó hasta el continente americano en busca de esa condición humana primigenia que parecía haberse disipado en Europa por obra y gracia de la cultura occidental. Su intención primera era la de investigar los ritos solares de la tribu de los Tarahumaras, radicada en un enclave aislado del México profundo; pero llegó a identificarse de tal modo con dichos rituales ancestrales que acabó tomando parte activa en ellos y acumulando valiosas experiencias que le sirvieron para redactar, ya de nuevo en Francia, un libro-reportaje titulado D’un voyage au pays des Tarahumaras (Un viaje al país de los Tarahumaras, 1937), en el que dejaba patente su admiración hacia la cultura de esos indígenas aficionados al consumo del peyote (una planta cactácea de poderosos efectos alucinógenos).

Como era de esperar, su familiaridad con dicha substancia volvió a minar su ya de por sí quebradiza salud mental, lo que no fue óbice para que emprendiera un nuevo viaje -esta vez, a Irlanda- del que regresó en penosas condiciones psíquicas. Tras un patético peregrinaje por diferentes manicomios y centros de salud mental (el hospital de Soutteville-les-Rouen y los nosocomios parisinos de Sainte-Anne y Ville-Evrad), su amigo el escritor y cineasta Robert Desnos (1900-1945) consiguió que le ingresaran en el sanatorio que, a la sazón, dirigía en Rodez el prestigioso doctor Ferdière, donde Antonin Artaud experimentó una notable mejoría que le permitió volver a escribir poemas y textos teatrales, así como entregarse a otras muchas actividades creativas e intelectuales, como la pintura, la traducción, la adaptación de textos teatrales y la redacción de interesantes apuntes en los que dejaba constancia de la evolución de su estado psicológico. Además, durante su estancia en Rodez bajo la tutela del doctor Ferdière escribió muchos de los textos que configuraron su libro titulado Pour le pauvre Popocateptl, la charité essevé-pé.

En 1946, un grupo de amigos procedentes de los círculos artísticos e intelectuales que Artaud había frecuentado en París -en el que figuraban los escritores André Gide (1869-1951) y Jean Paulhan (1884-1968)- se presentó ante el doctor Ferdière para rogarle que «pusiera en libertad» al escritor marsellés y le permitiera volver a sumergirse en los entresijos del bullicio parisino. Alentado por su aparente curación y su retorno a la capital gala, Artaud se entregó con renovado afán a la escritura de poemas, ensayos y piezas teatrales, y llegó incluso a preparar la emisión de un programa radiofónico, «Pour en finir avec le jugement de Dieu», que nunca llegó a surcar las ondas, pues fue rigurosamente prohibido por las autoridades francesas. Pero al tiempo que recuperaba este entusiasmo por la escritura «en libertad» -es decir, fuera de la vigilancia psiquiátrica-, volvió a caer en su adicción a las substancias estupefacientes, que provocaron que su cadáver fuera hallado, en la madrugada del día 4 de marzo de 1948, al pie de la cama de una miserable dependencia del Asilo de Ivry (aunque algunos buenos amigos del malogrado autor marsellés difundieron la piadosa noticia de que había fallecido víctima del cáncer). Sus restos mortales recibieron sepultura en el cementerio civil de dicha localidad el día 8 de marzo, en el transcurso de una sobria y humilde ceremonia desprovista de cualquier acto religioso.

Obra

Ya bien entrada la segunda mitad del siglo XX, el escándalo y la confusión que seguían rodeando la figura y la obra de Antonin Artaud contribuyeron a generar numerosas polémicas en torno a su personalidad y a la validez y autenticidad de su legado literario, polémicas en las que no sólo intervinieron los lectores y la crítica especializada, sino también los facultativos que le habían tratado, los abundantes amigos y conocidos que habían compartido algunas de sus peripecias, y las decenas de actores, periodistas, escritores y artistas plásticos que habían frecuentado su trato en el París de entreguerras. A pesar de su ruptura radical con los surrealistas, André Breton (1896-1966), uno de los «popes» de este movimiento, declaró que el penoso y notorio desequilibrio mental de Artaud no restaba un ápice de calidad y lucidez a su espléndida producción literaria, a la que valoraba como un clamor procedente de las más hondas y ocultas «cavernas del ser«; pero otros escritores y estudiosos del hecho literario consideraban que la obra del escritor marsellés no era más que el delirio de un esquizofrénico intensificado, en su desgarro doloroso y desesperado, por los perniciosos efectos de las substancias opiáceas.

Teatro

La influencia de algunas manifestaciones de las culturas exóticas -entre ellas, la del teatro balinés, que deslumbró a Artaud en el transcurso de la Exposición Colonial celebrada en París en 1931-, sentó los fundamentos de su poética dramática, cifrada en el virulento marbete de «teatro de la crueldad», y basada en el repudio de la tradición escénica occidental y la búsqueda de fórmulas innovadoras que provocaran un impacto directo y violento en el espectador. Artaud, tras haber indagado en los ritos primitivos y en los exorcismos mágicos, postuló la necesidad de crear un lenguaje escénico nuevo que, por encima de los valores comunicativos específicos de la palabra, fuera capaz de establecer un misterioso puente entre el autor y el público, trastocando la lógica y liberando el inconsciente. De ahí que su «teatro de la crueldad» estuviera plagado de gritos horrísonos, chillidos repulsivos, gestos físicos de extrema violencia e, incluso, representaciones de actos fisiológicos de dudoso gusto; pero también de un elevado y mágico lirismo que, en su plasmación convulsa de los más variados registros corporales, abrió el camino a otras manifestaciones dramáticas posteriores como las del colectivo norteamericano Living Theatre (de Julian Beck) o las del cineasta y director teatral británico Peter Brook, sin olvidar otras influencias notables en diferentes modalidades artísticas que dieron paso al denominado Body Art (o «Arte del Cuerpo»).

Al margen de Le ventre brûle ou La mère folle (El vientre quemado o La madre loca, 1927), La Coquille et le Clerygman (1927), La Révolte du Boucher (1930) y Les Cenci (1935) -ya citadas en parágrafos anteriores-, la producción teatral de Antonin Artaud comprende otros títulos como Le Jet de sang (publicada en su libro L’Omblic des Limbes, 1925), La Pierre philosophale (1949), Les dix-huits secondes (1949) y Le théâtre el les dieux (1966).

Otros géneros

La misma ansiedad y desesperación patentes en el teatro de Antonin Artaud afloran en sus versos, coincidencia que el propio autor marsellés subrayó no sólo como una seña de identidad de su estilo, sino también -y puede afirmarse que principalmente- como un rasgo inherente a su inquieta y atribulada personalidad: «Ese desparramamiento de mis poemas, esos vicios de forma, esa flexión constante de mi pensamiento, es preciso atribuirlos no a una falta de ejercicio, de posesión del instrumento que manejo, de ‘desarrollo intelectual’, sino a un hundimiento central del alma, a una especie de erosión, esencial y a la vez fugaz, del pensamiento […]». Dicha erosión doliente y desgarrada -junto a otros rastros evidentes de la presencia de lo corporal, compartidos con su «teatro de la crueldad»- puede apreciarse fácilmente en los versos que a continuación se copian, extraídos de su extenso poema «Aquel tiempo, cuando el hombre…»: «¿Que fue de Baudelaire, / qué fueron Edgar Poe, Nietzsche, Gérard de Nerval? / Cuerpos / que comieron, / digirieron, / durmieron, / roncaron una vez cada noche, / defecaron / de 25 a 30.000 veces, / y ante 30 o 40.000 comidas, / 40 mil sueños, / 40 mil ronquidos, / 40 (mil) bocas ácidas y amargas al despertar / tienen que presentar cada uno 50 poemas. / […] / Somos 50 poemas, / el resto no somos nosotros, sino la nada que nos envuelve, / primero se ríe de nosotros, / y luego vive de nosotros, / y esta nada no es nada, / no es algo, / sólo algunos. / Digo algunos hombres. / Animales sin voluntad y sin pensamiento propio, / es decir, sin dolor propio, / y que para vivir no han encontrado otro medio / que falsificar la humanidad. / Y del árbol del cuerpo, / pero voluntad dura que éramos, / han hecho este alambique de mierda, / este tonel de destilación fecal, / causa de peste, / y de todas las enfermedades, / y de esta debilidad híbrida, / tara congénita, / que caracteriza al hombre nato […]».

Resulta ya innecesario advertir que este lirismo agitado, nervioso y procazmente fisiológico reaparece en los restantes géneros literarios que cultivó Artaud, como queda bien claro en su novela Héliogabale ou L’anarchiste couronné (Heliogábalo o El anarquista coronado, 1934), en su ensayo Van Gogh, le suicidé de la societé (Van Gogh, el suicidado por la sociedad, 1947) y en las recopilaciones de su abundante correspondencia, publicadas bajo los títulos de Correspondance avec Jacques Rivière (Correspondencia con Jacques Rivière, 1924) y Lettres de Rodez (Cartas desde Rodez, 1946).

Otras obras de Artaud no citadas anteriormente son Le Pèse-Nerfs (1925), L’Art et la Mort (1929), Le Théâtre Alfred Jarry et l’Hostilité Publique (1930) -escrita en colaboración con Roger Vitrac-, Les nouvelles révélations de l’Être (1937), «Histoire entre la Groume et Dieu» -incluida en Xylophonie contre la Grande Presse et son Petit Public (1946), donde también aparece «Apoème», de Henri Pichette, «Le visage humane» -incluida en Portraits et dessins (1947), Artaud le Momo (1947), «La Culture Indienne» -en Ci-gît (1948)-, Lettre contre la Cabbale (1949), «Coleridge le Traître» -en Supplément aux Lettres de Rodez (1949)- y Théâtre de Séraphin (1950). Entre sus traducciones al francés, cabe recordar Le Moine (1931), de Monk Lewis (1775-1818); Crime passionel (1932), de Ludwig Lewisohn; y Le Chevalier Mate-Tapis (1948), de Lewis Carroll (1832-1898).

Bibliografía

  • ABELLÁN, Joan. Artaud i el teatre (Barcelona: L’Avenç, 1987).

  • AIBAR GUERRA, Ana [tr.]. Artaud (Valencia: Ed. Pre-Textos, 1977).

  • ARMAND-LAROCHE, Jean-Louis. Antonin Artaud et son double (París: Fanlac, 1964).

  • BRUNETON, André. Naufrage prophétique d’Antonin Artaud (París: Henri Lefebvre, 1961).

  • SONTAG, Susan. Aproximación a Artaud (Barcelona: Ed. Lumen, 1976) [tr. de Francisco Parcerisas].