Al-Qasim ibn Hammud, Califa de Córdoba (959-1036).


Octavo califa cordobés de al-Andalus (1018-1021; 1023) y gobernador de Sevilla nacido hacia 959 y muerto en Málaga en junio de 1036. Fue hermano del anterior califa, Ali Ibn Hammud (1016-1018), murió asesinado en Málaga, cuando sufría presidio por orden de su sobrino. Pertenecía a la dinastía norteafricana de los idrisí, fundadora de la ciudad de Fez (Marruecos), cuyos orígenes se remontan al propio Mahoma. Su reinado estuvo condicionado por la desconfianza del pueblo cordobés ante un monarca de origen extranjero y por la continua fitna (guerra civil) que sostuvo, por el trono de Córodba, en primer lugar con su sobrino, Yahya ibn Alí ibn Hammud, y posteriormente con un pretendiente omeya, Abd al-Rahman V.

Vida

Cuando su hermano Ali Ibn Hammud fue asesinado, la noche del 21 al 22 de marzo de 1018, los beréberes se apresuraron a informar a al-Qasim, a la sazón gobernador de Sevilla, y le instaron a marchar a Córdoba. Al-Qasim entró rápidamente en la ciudad y asumió el título o laqab de al-Mamum (‘el que inspira confianza’). La primera medida que tomó el nuevo califa fue castigar a los culpables de la muerte de su hermano. Pronto se encontró con serias dificultades para gobernar, debido por una parte a la dependencia que tenía de los beréberes y, por otra, a que el pretendiente omeya al trono, Abd al-Rahman IV al-Murtada, cada vez tenía más partidarios y había logrado reunir un respetable ejército compuesto de todos los elementos hostiles a la dinastía hammudí: amiríes, simpatizantes omeyas y mercenarios cristianos. Pero, gracias al tremendo error de cálculo del pretendiente al atacar Granada y a la valerosa defensa de la ciudad por parte de su general Zawi ben Ziri, que acabó costando la vida al omeya, al-Qasim ben Hammud se encontró con el camino libre para reinar con algo de tranquilidad en al-Andalus.

A pesar de no ser una califa querido por los cordobeses, como tampoco lo había sido su hermano, durante los tres años seguidos que logró mantenerse en el poder, la capital recobró una calma que no había tenido desde los comienzos del reinado de Hisham II, allá por 976. El nuevo califa poseía las suficientes dotes políticas y la moderación necesaria para gozar, sin pretenderlo, de una cierta popularidad y respeto entre sus nuevos súbditos. Al hacerse cargo del poder, al-Qasim decretó una amplia amnistía general y abolió una reciente disposición por la que se obligaba a los comerciantes y ricos aristócratas a pagar el equipo y el mantenimiento de un soldado. Asimismo, en un intento por despegarse en la medida de los posibles de la perniciosa dependencia de los beréberes, al-Qasim reclutó importantes contingentes de mercenarios negros norteafricanos, a los que empleó como guardias de corps. Según los rumores, al-Qasim era partidario de la tendencia sií.

En cuanto a sus relaciones con el resto de los poderes musulmanes peninsulares, al-Qasim demostró tener una percepción suficientemente realista de su posición en al-Andalus, que era bastante frágil sin no se avenía a pactar con los numerosos reyezuelos que habían surgido a medida que la desintegración califal se hacía más evidente. Al-Qasim recibió la visita de Jayran de Almería, al que confirmó en sus posesiones; lo mismo hizo con otro poderoso jefe, el amirí Zuhayr, al que concedió en feudo las comarcas de Jaén, Baeza y Calatrava. También firmó un pacto defensivo con el tuchibí zaragozano Abu al-Mutarrif al-Tuchibi, lo que le aseguraba una relativa seguridad en la Marca Superior.

Pero el régimen pacífico y liberal que imprimió al-Qasim se fracturó cuando sus dos sobrinos, Yahya e Idris, se alzaron en armas contra él alegando sus derechos al trono por ser hijos del asesinado Ali Ibn Hammud. Yahya, el más fuerte de ambos, recibió por parte de los beréberes de Córdoba la promesa de ayudarle a derribar a su tío como represalia por haber sido postergados a un segundo lugar tras la llegada de los mercenarios negros. Sin pensárselo dos veces, Yahya desembarcó en Málaga, proveniente de Ceuta, y se dirigió a Almería, donde Jayran, siempre dispuesto a traicionar a su señor de turno, le estaba esperando con una gran ejército para marchar sobre Córdoba. Al-Qasim, al enterarse de las proporciones que había tomado la sublevación, abandonó Córdoba para refugiarse en Sevilla. El 13 de agosto de 1021, Yahya ben Ali ben Hammud fue instalado por los beréberes en el Alcázar y proclamado califa, tomando el título o laqab de al-Mutalli bi-llah (‘el elevado por Alá’).

Confirmado por los sevillanos con el título de «príncipe de los creyentes» (amir al-umara), al-Qasim sólo tuvo que esperar un año y medio para que su sobrino abandonase el califato ante las revueltas continuas en las que se sumió la capital andalusí. En febrero de 1023, la poca habilidad política de Yahya hizo insostenible su situación, así que tomó la decisión de huir y ponerse a salvo en Málaga. Al-Qasim pudo retornar sin dificultad a Córdoba y recuperar el califato, aunque esta vez fue sólo por unos pocos meses. Los cordobeses, hartos de las continuas insolencias y desmanes por parte de los beréberes, a los que el viejo califa ya no podía contener, resolvieron contestar con la misma violencia. A principios del mes de agosto estalló una grave sublevación que se extendió por toda la ciudad, seguida de continuos enfrentamientos durante varios días, que acabó con una auténtica masacre de la población civil indefensa. Al-Qasim, en su intento de aplacar la insurrección, ordenó cerrar las puertas de la ciudad para impedir la entrada de víveres de toda clase y reducir por hambre a los habitantes insurrectos, pero éstos lograron forzar las salidas de la ciudad. Al-Qasim, solo y decepcionado por el cariz que habían tomados los acontecimientos, abandonó por propia iniciativa Córdoba y se dirigió a Sevilla de nuevo, pero sus antiguos aliados, dirigidos por el cadí Ibn Abbad, le denegaron la entrada. Finalmente, al-Qasim consiguió refugiarse en Jerez, cuya ciudad fue sitiada por su sobrino Yahya. Una vez que fue hecho prisionero, fue conducido a Málaga, donde se le encerró en un calabozo junto con el resto de sus familiares directos. Al cabo de unos años, al-Qasim apareció muerto en su celda, seguramente asesinado.

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Carlos Herráiz García.