José Fernando de Abascal y Sousa, Marqués de la Concordia: el virrey ilustrado que defendió el poder español en América

José Fernando de Abascal y Sousa, Marqués de la Concordia, fue una figura clave en el panorama político y militar del virreinato del Perú en el siglo XIX. Su vida, marcada por el servicio militar y el compromiso con la Corona española, lo posiciona como uno de los virreyes más influyentes y controversiales de la historia de Hispanoamérica. Nacido en Oviedo en 1743 y fallecido en Madrid en 1821, su legado se caracteriza por una férrea defensa del dominio español en América durante los momentos más turbulentos del inicio de los movimientos independentistas.

Orígenes y contexto histórico

José Fernando de Abascal inició su carrera en un contexto marcado por la expansión y consolidación del poder imperial español en América. Su ingreso como cadete en el regimiento de Mallorca en 1762 marcó el inicio de una vida dedicada al servicio militar. Posteriormente, amplió su formación en la Academia Militar de Barcelona, lo que le permitió escalar posiciones en el ejército con rapidez.

Durante su juventud, participó en importantes campañas militares como la expedición de Argel en 1775, y acompañó a Pedro Cevallos en la toma de Santa Catalina y la Colonia del Sacramento, en el contexto de los conflictos entre España y Portugal en el área del Río de la Plata. Estas experiencias le otorgaron un profundo conocimiento del terreno americano y lo prepararon para desempeñar funciones de mayor envergadura en el futuro.

Su llegada a América en tres ocasiones distintas demuestra la conexión estrecha que mantuvo con el continente, donde, además de campañas militares, desarrolló labores administrativas y de planificación militar y económica. Este bagaje le permitiría más adelante ejercer un gobierno de corte ilustrado y autoritario en el virreinato más estratégico de Sudamérica.

Logros y contribuciones de un virrey ilustrado

El nombramiento de Abascal como virrey del Perú en noviembre de 1804 marcó el punto culminante de su carrera. A pesar de haber sido designado previamente como virrey del Río de la Plata, fue redirigido a Lima, donde asumiría el mando del virreinato el 20 de agosto de 1806. Desde su llegada, Abascal mostró un carácter reformista, inspirado por los principios de la Ilustración, pero también un férreo defensor del absolutismo y del poder real.

Entre sus logros más destacados se encuentran:

  • La creación del Colegio de Abogados de Lima en 1808, que fortaleció la institucionalización del Derecho en el virreinato.

  • La promoción de la medicina científica, con la fundación del Colegio de San Fernando, apoyado por el protomédico Hipólito Unanue, lo cual representó un hito en la enseñanza médica en América.

  • La aprobación de un Panteón general, en sustitución de la costumbre de enterrar cadáveres en las iglesias, medida que obtuvo el respaldo de la Junta Central el 6 de junio de 1809.

Estas acciones reflejan su deseo de modernizar las estructuras sociales y sanitarias del virreinato, en consonancia con los valores ilustrados europeos, sin renunciar a su lealtad absoluta al rey y al orden monárquico tradicional.

Momentos clave de su gobierno en el Perú

La etapa de gobierno de Abascal coincidió con uno de los periodos más convulsos de la historia española y americana: la invasión napoleónica de la Península Ibérica y el estallido de los movimientos independentistas.

Frente a los sucesos de 1808, Abascal se mantuvo firme en el reconocimiento de Fernando VII, rechazando tanto la abdicación de Carlos IV como la imposición de Napoleón y José I Bonaparte al trono español. Su célebre Proclama al pueblo peruano fue un llamado a la unidad y fidelidad entre españoles peninsulares y americanos, apelando a la gloria compartida de la nación y su imperio.

En 1810, además, emitió un Manifiesto contra las instrucciones del Emperador francés destinadas a fomentar la subversión en América, denunciando la injerencia napoleónica y reforzando su imagen como paladín del orden monárquico.

Durante la Guerra de la Independencia, su administración logró enviar grandes cantidades de dinero a la metrópoli, recurriendo a múltiples mecanismos de financiación, como donativos voluntarios, contribuciones forzosas y empréstitos. Este esfuerzo financiero contribuyó al sostenimiento de la resistencia contra los invasores franceses y consolidó su imagen como servidor incansable de la Corona.

Militarmente, Abascal fue clave en la contención del avance independentista en Sudamérica. Reforzó la presencia española en Quito, el Alto Perú, Chile e incluso Buenos Aires, lo que lo convirtió en uno de los principales defensores del poder imperial en América. Su autoridad fue respaldada con el ascenso a teniente general en 1809 y la Gran Cruz de Carlos III en 1811.

Reacciones y oposición a su mandato

Pese a su dedicación, el estilo autoritario y centralista de Abascal generó críticas y resistencias. Su rechazo a toda expresión de opinión libre lo hizo objeto de denuncias en las Cortes españolas, especialmente por parte de representantes americanos como Mariano Rivero, diputado suplente por Arequipa, quien lo atacó en 1813.

La prensa de la época también se hizo eco del conflicto ideológico que generaba su gobierno. Mientras que «El Tribuno del Pueblo» criticaba su administración, otros medios como «El defensor de la verdad» salían en su defensa, exponiendo la polarización que existía en torno a su figura. Incluso se publicaron agradecimientos en su nombre, como en el número 755 del periódico «Redactor», en el que se valoraba la defensa de su legado.

A pesar de las controversias, el reconocimiento institucional continuó: en 1815 recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica, y un año más tarde fue sustituido en el virreinato por Joaquín de la Pezuela, aunque fue ascendido a capitán general y nombrado consejero del Consejo y Cámara de Guerra, cerrando así una carrera marcada por el compromiso y la lealtad al trono español.

Relevancia actual del legado de Abascal y Sousa

La figura de José Fernando de Abascal sigue siendo motivo de análisis en la historiografía contemporánea, especialmente por su papel en el periodo crucial en que el Imperio español comenzó a desmoronarse en América. Su gobierno se sitúa en un punto de inflexión: fue uno de los últimos virreyes que intentó, con éxito relativo, mantener el control imperial en Sudamérica frente al auge de los movimientos independentistas.

Abascal simboliza el perfil del virrey ilustrado, defensor de reformas educativas y sanitarias, pero a la vez, el representante intransigente del absolutismo borbónico. Su legado combina modernización institucional con represión política, y esto lo convierte en una figura ambivalente en la historia del Perú y del proceso de independencia hispanoamericana.

Su impacto perdura no solo por sus reformas tangibles, como la creación de colegios y el impulso a la medicina, sino también por su papel simbólico como último bastión del poder virreinal, lo que permite comprender mejor las tensiones entre modernización y tradición que marcaron el fin del dominio español en el continente.

Un legado marcado por la gloria y la controversia

La vida de José Fernando de Abascal y Sousa representa la cúspide del poder virreinal en América y su inevitable declive. Con una trayectoria militar impecable y una vocación administrativa de corte ilustrado, su paso por el virreinato del Perú dejó una huella profunda tanto en las instituciones coloniales como en la lucha por la independencia.

Fue un personaje incansable, como lo describieron en su época, que dedicó su vida a preservar la integridad del imperio español, enfrentándose a enemigos externos como las tropas napoleónicas e internos como los incipientes movimientos emancipadores. Sin embargo, su inflexibilidad política y su rechazo al cambio estructural lo distanciaron de los nuevos vientos de libertad que comenzaban a soplar en América.

El Marqués de la Concordia, fiel a su título, buscó mantener la unidad entre peninsulares y criollos, pero el curso de la historia lo arrastró irremediablemente hacia el ocaso del orden colonial. Aun así, su figura perdura como símbolo del último gran esfuerzo del Imperio español por conservar sus dominios en el Nuevo Mundo.