Carlos II de Anjou (1254–1309): El Rey Cojo que Buscó la Paz en Medio del Conflicto Mediterráneo
Orígenes y contexto dinástico
La Casa de Anjou y la influencia capeta
Carlos II de Anjou nació en 1254 en el seno de una de las ramas más poderosas de la realeza europea medieval: la dinastía de Anjou, vinculada directamente a la Casa Capeta de Francia. Era hijo del ambicioso Carlos I de Anjou, conde de Anjou y Provenza, quien había logrado establecerse como rey de Nápoles y Sicilia gracias al apoyo papal y a su talento militar. Su madre, Beatriz de Provenza, era una rica heredera del sur de Francia, lo que aseguraba una considerable base territorial y económica a la casa angevina.
La herencia carolingia y capeta impregnaba tanto el linaje como la proyección internacional de esta familia. Carlos II era nieto del monarca francés Luis VIII, y su linaje lo situaba en el corazón del complejo ajedrez político europeo del siglo XIII. Esta ascendencia real influiría notablemente en su destino, marcando su posición como heredero de un trono que se extendía más allá del sur de Italia y que se proyectaba hacia el Mediterráneo central y oriental.
Nacimiento y ascendencia real
Aunque existen pocos registros específicos sobre su infancia, se deduce que Carlos II fue criado en un ambiente cortesano, recibiendo una educación esmerada acorde con su posición. La temprana muerte de su hermano Luis en 1248 lo convirtió en heredero de su padre, consolidando su destino como futuro monarca. Desde joven se le preparó no solo para gobernar, sino también para ejercer funciones diplomáticas y cortesanas, aunque las circunstancias físicas –según algunas fuentes, una minusvalía congénita– influyeron para que no desarrollara el mismo carácter belicoso de su padre.
Formación y juventud del heredero
Educación en un entorno cortesano
Criado entre Provenza y la corte napolitana, Carlos fue instruido en política, derecho, teología y letras, elementos clave para un príncipe medieval. Aunque no se destacó en el campo de batalla, su carácter afable y sus habilidades administrativas lo convirtieron en un colaborador esencial de su padre desde temprana edad. En un entorno donde la diplomacia y la autoridad dinástica eran cruciales, Carlos demostró gran capacidad para mediar, gestionar y representar los intereses angevinos ante otras cortes europeas.
Primeros títulos y el compromiso con María de Hungría
En 1269, tras la decisiva victoria de su padre contra Conradino, último representante de los Hohenstaufen, Carlos fue nombrado duque de Salerno y armado caballero. Ese mismo año se comprometió con María de Hungría, una princesa de sangre real que reforzaba los vínculos de la casa de Anjou con Europa Central. Su boda se celebró en 1270, cuando Carlos tenía solo 16 años. El matrimonio fue prolífico: la pareja tuvo trece hijos, incluidos personajes clave como Roberto I de Anjou, futuro rey de Nápoles, y Blanca de Nápoles, esposa de Jaime II de Aragón, cuyas uniones matrimoniales servirían como instrumentos diplomáticos de primer orden.
Ascenso en la corte napolitana
Duque de Salerno y vicario general
La progresiva implicación de Carlos II en los asuntos del reino comenzó a concretarse a partir de 1271, cuando fue nombrado vicario general en ausencia de su padre, que se encontraba en Roma. Durante estos primeros encargos, que se repitieron en 1272 y entre 1276 y 1277, el joven duque comenzó a asumir un papel esencial en la administración del reino. En estos años se consolidó como hombre de confianza del monarca, actuando como mediador entre facciones internas y asumiendo tareas de gestión territorial.
Pese a su juventud y su limitación física, Carlos fue considerado un hombre reflexivo y sagaz, capaz de tomar decisiones acertadas en tiempos difíciles. La debilidad del control angevino sobre Sicilia y el sur de Italia obligaba a ejercer un liderazgo firme y negociador, cualidades que Carlos empezó a desarrollar de forma temprana.
Las Visperas Sicilianas y la misión en Francia
En 1282, estalló uno de los episodios más dramáticos de la historia del reino: las Vísperas Sicilianas, una rebelión masiva contra el dominio angevino en Sicilia, alentada por el partido proaragonés. En ese momento, Carlos se encontraba en Provenza, pero rápidamente viajó a Francia para solicitar el respaldo del rey Felipe III, primo suyo. La misión diplomática tuvo éxito parcial: Carlos regresó a Nápoles acompañado de un contingente militar financiado por la corona francesa, lo que reforzó la posición napolitana frente a las fuerzas aragonesas.
Este episodio marcó el inicio de una prolongada serie de conflictos con la Corona de Aragón por el control de Sicilia, enfrentamientos que definirían gran parte del reinado de Carlos y que lo obligarían a combinar la diplomacia con la estrategia militar y dinástica.
Cautiverio y consolidación del poder
En 1284, durante una campaña naval para reforzar las posiciones angevinas en Sicilia, Carlos fue capturado por el célebre almirante aragonés Roger de Lauría tras una batalla en las aguas del Mediterráneo. Conducido inicialmente al castillo de Mattagnfone, Carlos fue luego trasladado a Palermo, donde fue sometido a juicio por los rebeldes sicilianos y condenado a muerte. Sin embargo, su ejecución fue evitada gracias a la intervención de la reina Constanza, esposa de Pedro III de Aragón, lo que revela la complejidad diplomática y familiar de la política mediterránea del momento.
Cautiverio en Barcelona y regencia del reino
Desde Palermo fue enviado a Barcelona, donde permaneció cautivo durante cuatro años, entre 1284 y 1288. Durante ese tiempo, la regencia del reino de Nápoles fue asumida por Gerardo de Parma y Roberto de Artois, quienes continuaron las hostilidades contra Aragón en nombre de Carlos. A pesar del cautiverio, Carlos mantenía contacto epistolar con los representantes del reino y con los pontífices, lo que le permitió mantener cierta influencia en las decisiones estratégicas.
Coronación como rey en 1285
La muerte de Carlos I de Anjou en 1285 precipitó el ascenso de Carlos al trono, aunque de forma simbólica, ya que seguía preso en tierras catalanas. No sería hasta 1288, tras la firma del Tratado de Canfranc, cuando fue liberado, aunque tuvo que entregar como rehén a su hijo Roberto de Anjou para garantizar el cumplimiento de los términos del acuerdo. Este complejo intercambio marcó el inicio efectivo de su reinado, caracterizado desde entonces por la voluntad de restablecer la paz y consolidar el reino de Nápoles, en contraposición al estilo expansionista de su padre.
Política exterior y conflictos con Sicilia
Tratado de Canfranc y liberación
La firma del Tratado de Canfranc en 1288 marcó un punto de inflexión en el reinado de Carlos II de Anjou. Aunque dicho acuerdo contemplaba ciertas concesiones a los sicilianos y la cesión temporal de su hijo Roberto como rehén, permitió a Carlos recuperar la libertad y retomar personalmente las riendas del gobierno napolitano. Una vez restituido en su trono, se centró en estabilizar su autoridad, reorganizar el aparato gubernamental y establecer una política exterior que evitara la prolongación indefinida de los conflictos con la Corona de Aragón.
Intentos de pacificación con Aragón
Uno de los principales desafíos del reinado de Carlos II fue resolver el conflicto con Aragón por el control de Sicilia, que aún se encontraba bajo dominio de fuerzas hostiles a los angevinos. En 1290, Carlos cedió el condado de Anjou a su yerno Carlos de Valois, casado con su hija Margarita, con la esperanza de reforzar la alianza con Francia. Al año siguiente, en 1291, firmó el Tratado de Bignoles con el rey aragonés Alfonso III el Liberal, una tentativa de paz que, sin embargo, resultó efímera.
La llegada al trono de Jaime II el Justo reactivó las hostilidades. Aunque en un principio se vislumbró una solución pacífica mediante acuerdos matrimoniales y cesiones territoriales, la resistencia de los sicilianos a aceptar nuevamente el dominio angevino hizo que el conflicto volviera a estallar.
Reanudación de las hostilidades y solución de compromiso
En 1295, tras años de enfrentamientos intermitentes, se alcanzó una solución de compromiso entre Carlos II y Jaime II. Este último renunció a sus derechos sobre Sicilia, y en compensación Carlos concertó el matrimonio de su hija Blanca de Anjou con el monarca aragonés, una estrategia que debía sellar la paz entre ambas casas reales. Sin embargo, el pueblo siciliano, receloso del dominio angevino, ofreció la corona a Federico de Aragón, hermano de Jaime, lo que provocó la continuación del conflicto.
Finalmente, tras una década más de guerra, Carlos II aceptó la independencia de Sicilia bajo el mando de Federico en 1302. Como gesto de buena voluntad, casó a su hija Leonor con el nuevo rey siciliano, cerrando así uno de los capítulos más prolongados y sangrientos de su reinado con un acto de reconciliación dinástica.
Matrimonios dinásticos y diplomacia
Estrategias matrimoniales en el Mediterráneo
La habilidad diplomática de Carlos II se evidenció particularmente en su uso estratégico de los matrimonios dinásticos. Al casar a sus hijas con miembros de la realeza aragonesa, mallorquina y siciliana, logró establecer alianzas clave en el Mediterráneo occidental. Estas uniones no solo buscaban afianzar la paz, sino también posicionar a la Casa de Anjou como árbitro de poder entre los diferentes reinos peninsulares e insulares.
Estas políticas matrimoniales permitieron tejer una red de vínculos dinásticos que contribuyeron a la estabilidad relativa del reino de Nápoles en los últimos años del siglo XIII, convirtiendo al monarca napolitano en un intermediario respetado entre potencias rivales.
Blanca de Anjou y Leonor como piezas diplomáticas
Blanca de Anjou, esposa de Jaime II de Aragón, representó el intento de Carlos II de sellar la paz con la poderosa Corona de Aragón, mientras que su hermana Leonor, unida en matrimonio con Federico II de Sicilia, sirvió como puente diplomático para legitimar la renuncia angevina a Sicilia. Estas uniones demuestran cómo Carlos supo combinar la política exterior con la tradición feudal, empleando el poder simbólico del parentesco para alcanzar acuerdos duraderos.
Ambas hijas desempeñaron un papel activo en la corte de sus esposos, y su influencia contribuyó a mantener relaciones diplomáticas más estables entre los diferentes reinos del Mediterráneo.
Gobierno interior y reformas administrativas
Reorganización fiscal y control del reino
A diferencia de su padre, Carlos II no fue un monarca guerrero sino un gobernante reformista, que durante sus años de poder se dedicó a reorganizar la administración del Reino de Nápoles. Su reinado supuso un esfuerzo por recuperar la confianza de los súbditos, afectada por décadas de guerras. En este sentido, su política fiscal buscó aliviar la presión tributaria, establecer mejores mecanismos de recaudación y fortalecer el poder real frente a la nobleza feudal.
Carlos introdujo reformas en el aparato judicial, fomentó la transparencia en los procesos de gobierno y se preocupó por consolidar el control central en detrimento de los poderes locales. Esta política le granjeó el apoyo del Papado, que veía en el monarca un aliado fiable frente a la fragmentación del poder feudal en Italia.
Relaciones con el Papado y tensiones en Italia
Durante toda su vida, Carlos II mantuvo una estrecha relación con la Santa Sede, que le permitió no solo justificar su poder en el sur de Italia, sino también proyectar su influencia sobre otras regiones como los Balcanes y el norte de Italia. Su alianza con los papas fue clave para mantener la legitimidad de su reinado y para neutralizar a los enemigos internos y externos.
No obstante, también enfrentó desafíos territoriales, como los roces con Felipe de Saboya por el control del Piamonte, que fueron solucionados mediante la mediación pontificia. A pesar de estos contratiempos, Carlos II logró mantener una posición diplomática estable y respetada, en parte gracias a su talante moderado y a su disposición al diálogo.
Últimos años y legado
Una política pacifista en la vejez
En los últimos años de su reinado, Carlos II de Anjou adoptó una política claramente pacifista, centrada en preservar el equilibrio territorial y consolidar el gobierno interior. Renunció a cualquier proyecto expansionista y priorizó la reconstrucción del aparato estatal, el fortalecimiento de las alianzas familiares y el bienestar de sus súbditos.
Este viraje hacia la moderación fue bien recibido tanto por la nobleza local como por el pueblo, agotado por las continuas guerras del pasado. Su gobierno adquirió entonces un tono paternalista y estabilizador, reforzado por el respaldo papal y el uso estratégico de los vínculos familiares.
Muerte, sucesión y memoria histórica
Carlos II falleció en Nápoles el 5 de mayo de 1309, a los 55 años de edad. Su muerte marcó el fin de una era de tensiones dinásticas y el inicio de un periodo de consolidación bajo el reinado de su hijo Roberto I de Anjou, quien heredó un trono relativamente estable y un reino pacificado.
En la memoria de sus contemporáneos, Carlos II fue recordado como un rey justo y conciliador, más dado al arte de gobernar que al de guerrear. Su apodo, «el Cojo», que podría haber sido motivo de burla en otra época, se convirtió en símbolo de un monarca que, pese a sus limitaciones físicas, logró mantener la cohesión de su reino, frenar la expansión de sus enemigos y ejercer una influencia diplomática notable en el Mediterráneo medieval.
Su figura, lejos del heroísmo militar, se impone como la de un rey pragmático y moderado, que prefirió el camino de la paz a la gloria efímera de la conquista. Un legado silencioso pero firme, que aseguró la continuidad de la Casa de Anjou en el Reino de Nápoles por varias generaciones.
MCN Biografías, 2025. "Carlos II de Anjou (1254–1309): El Rey Cojo que Buscó la Paz en Medio del Conflicto Mediterráneo". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/carlos-ii-rey-de-napoles [consulta: 17 de octubre de 2025].