Al-Qasim ibn Hammud (959–1036): El último califa idrisí que intentó salvar Córdoba del colapso
Orígenes y genealogía idrisí
Antecedentes familiares y dinásticos
Al-Qasim ibn Hammud nació hacia el año 959, en el seno de la dinastía Hammudí, rama de los idrísidas, una estirpe de origen norteafricano que aseguraba descender directamente del profeta Mahoma. Esta afirmación no solo confería prestigio religioso, sino también legitimidad política en una época en que la autoridad se articulaba en torno al linaje. La dinastía idrisí, originaria de Marruecos, fundó la ciudad de Fez y extendió su influencia religiosa y cultural por buena parte del Magreb.
Aunque sus raíces eran profundamente islámicas, los Hammudí llegaron a al-Andalus como parte del creciente influjo norteafricano que caracterizó el ocaso del califato omeya de Córdoba, ya fracturado por luchas internas. Este contexto fragmentado fue el escenario en el que al-Qasim se formó, primero como gobernador y luego como pretendiente al califato.
Vínculos con Mahoma y la fundación de Fez
El prestigio de su familia no era trivial. Los idrisíes se remontaban a Idris I, bisnieto de Hasan ibn Ali, nieto del Profeta. Su legitimidad religiosa, por tanto, representaba una alternativa a los omeyas andalusíes, a quienes muchos consideraban usurpadores por no descender directamente de Mahoma. Este linaje sií, aunque minoritario en al-Andalus, atrajo apoyos entre ciertos sectores descontentos con el dominio suní omeya.
Contexto histórico del Califato de Córdoba en crisis
El ascenso de al-Qasim se produjo en un momento de descomposición política y crisis institucional del Califato de Córdoba. Tras el fin del mandato de Hisham II y el colapso de la autoridad centralizada, al-Andalus se vio envuelta en un ciclo de guerras civiles conocido como la fitna. Los omeyas perdían el control mientras los grupos beréberes y nuevos actores como los hammudíes buscaban establecer su propia hegemonía.
Formación y primeros cargos en al-Andalus
Gobernador de Sevilla: poder y estrategia inicial
Antes de acceder al trono califal, al-Qasim ejerció como gobernador de Sevilla, una posición clave por su riqueza y posición estratégica. Desde esta ciudad, consolidó su base de poder mediante alianzas con los beréberes, grupo fundamental en la política militar andalusí tras su entrada masiva durante el siglo X.
Su mandato en Sevilla fue eficaz y pragmático. Le permitió tejer relaciones que serían fundamentales para su ascenso posterior, al tiempo que mantenía la estabilidad en un territorio que, de por sí, era proclive a la autonomía.
Alianza con los beréberes y primeras tensiones políticas
El apoyo de los contingentes beréberes fue decisivo para su carrera política, pero también supuso una dependencia peligrosa. Estos grupos, muchas veces mal integrados en la estructura del poder cordobés, actuaban más como actores independientes que como leales súbditos. Al-Qasim supo maniobrar con ellos, pero su influencia generaría fricciones con otras élites locales, especialmente en Córdoba.
Ascenso al poder: el primer califato (1018-1021)
Asesinato de Ali Ibn Hammud y reacción inmediata
El asesinato de su hermano, el califa Ali ibn Hammud, en marzo de 1018, precipitó el ascenso de al-Qasim. Informado de los hechos, partió de Sevilla y entró rápidamente en Córdoba, donde fue proclamado califa con el título de al-Mamun, que significa «el digno de confianza». Su acceso fue respaldado principalmente por los beréberes, deseosos de mantener a la dinastía hammudí en el poder frente a los intentos restauradores de los omeyas.
Asunción del título al-Mamun y medidas iniciales
Al asumir el califato, al-Qasim se presentó como un dirigente moderado y reformista. Una de sus primeras medidas fue castigar a los implicados en el asesinato de su hermano, lo que le granjeó respeto entre sus partidarios. Posteriormente, decretó una amnistía general con la intención de pacificar el clima social y político.
Otra de sus decisiones más aplaudidas fue la derogación de una disposición que obligaba a los comerciantes y aristócratas a costear el mantenimiento de soldados, una carga fiscal impopular que había erosionado la estabilidad económica de la capital.
Conflicto con Abd al-Rahman IV y consolidación
Uno de sus principales desafíos fue el pretendiente omeya Abd al-Rahman IV al-Murtada, quien consiguió formar un ejército con diversos sectores hostiles a la dinastía hammudí: amiríes, omeyas nostálgicos y mercenarios cristianos. Sin embargo, una maniobra fallida de Abd al-Rahman IV, que atacó Granada sin éxito, terminó costándole la vida y permitió a al-Qasim consolidar su poder.
Esta victoria estratégica otorgó al califa un período breve de relativa calma, en el que pudo ejercer su autoridad con más libertad y sin presiones militares inmediatas.
Política interna y militar durante su primer mandato
Durante su primer mandato, al-Qasim adoptó una política conciliadora y económicamente sensata. La amnistía permitió reintegrar a opositores y rebajar tensiones sectarias. La eliminación de cargas fiscales injustas le otorgó cierta popularidad, sobre todo entre las clases mercantiles de Córdoba.
Estas decisiones reflejan su intención de reconstruir la confianza pública, un objetivo ambicioso en un califato profundamente erosionado por las guerras internas.
Composición del ejército: beréberes vs. mercenarios negros
Consciente de su peligrosa dependencia de los beréberes, al-Qasim intentó diversificar su aparato militar. Reforzó su guardia personal con mercenarios negros norteafricanos, confiables y sin vínculos con las facciones locales. Esta medida fue interpretada como un gesto de independencia, pero provocó resentimiento entre los beréberes, que se sintieron desplazados del centro del poder.
La tensión derivada de este cambio militar sería uno de los factores que alimentarían la futura rebelión de sus sobrinos.
Percepción popular: entre el recelo y la aceptación
Aunque al-Qasim no fue un califa particularmente carismático, su gobierno se caracterizó por una relativa estabilidad y orden institucional. Córdoba, que llevaba décadas en estado de convulsión, disfrutó de una tregua en los conflictos bajo su mandato. El respeto que inspiraba provenía más de su sensatez política que de una devoción popular auténtica, marcada aún por el apego a los omeyas.
Su origen extranjero, su orientación posiblemente sií y su alianza con tropas africanas generaban suspicacia entre los andalusíes, pero su habilidad para mantener la paz le granjeó una aceptación funcional, aunque no entusiasta.
Relaciones exteriores y diplomacia regional
Pactos con Jayran de Almería y Zuhayr
Durante su primer mandato, al-Qasim ibn Hammud entendió que el poder en al-Andalus ya no podía sostenerse únicamente desde Córdoba. Consciente de la fragmentación del antiguo califato, apostó por una diplomacia activa con los líderes locales. Entre sus primeras alianzas destaca el reconocimiento de Jayran, señor de Almería, como gobernante legítimo de su territorio. Esta decisión no solo fue pragmática, sino también una forma de garantizar la neutralidad de un poder militar importante en el sureste peninsular.
Del mismo modo, pactó con Zuhayr, jefe amirí y uno de los actores clave en el Alto Guadalquivir. Al-Qasim le concedió en feudo las regiones de Jaén, Baeza y Calatrava, asegurando una zona estratégica entre Córdoba y el Levante. Estos movimientos demuestran su capacidad para equilibrar el poder sin recurrir al enfrentamiento directo, ofreciendo concesiones a cambio de estabilidad.
Alianzas estratégicas con Zaragoza: el pacto con Abu al-Mutarrif
En la Marca Superior, el califa firmó un pacto defensivo con Abu al-Mutarrif al-Tuchibi, señor de Zaragoza. Esta alianza reforzó sus posiciones en el norte andalusí, alejando el peligro de una intervención de los tuchibíes a favor de otros pretendientes. Además, proyectaba a al-Qasim como un interlocutor válido para otros poderes musulmanes peninsulares, que veían en él una figura menos sectaria que los omeyas y más abierta al reparto de poder territorial.
Rebeliones familiares y caída del primer mandato
Levantamiento de Yahya ibn Ali: causas y apoyos
A pesar de su diplomacia exterior y sus reformas internas, la crisis del califato no se detuvo. Los hijos de su difunto hermano Ali, especialmente Yahya ibn Ali ibn Hammud, reclamaron sus derechos al trono como herederos directos. Este argumento tenía cierto peso en la lógica sucesoria de la época, y Yahya supo aprovechar el descontento de los beréberes, que se habían visto relegados tras la llegada de los mercenarios negros.
Con ayuda de Jayran —quien no dudó en traicionar a su antiguo aliado—, Yahya desembarcó en Málaga y se trasladó a Almería, donde reunió un importante ejército. En agosto de 1021, los beréberes de Córdoba, hartos de su marginación, lo proclamaron califa con el título de al-Mutalli bi-llah, derrocando a su tío.
Toma de Córdoba por los rebeldes y exilio de al-Qasim
Ante el avance de su sobrino y la traición de sus antiguos aliados, al-Qasim abandonó Córdoba y buscó refugio en Sevilla. Aunque aún contaba con cierta legitimidad, carecía del respaldo militar necesario para oponerse a Yahya. Así comenzó su primer exilio, un tiempo de espera y maniobra política desde el sur, observando cómo su sobrino se enfrentaba a las mismas dificultades que él había afrontado al gobernar.
Segundo califato efímero (1023) y última caída
Huida de Yahya y restauración de al-Qasim
El gobierno de Yahya fue breve e inestable. Su falta de habilidad política, la incapacidad para controlar a los distintos grupos armados y la creciente oposición en la capital precipitaron su huida en febrero de 1023. Al-Qasim, aún vivo políticamente, aprovechó la ocasión para retornar a Córdoba y ser restaurado como califa. Esta segunda entronización fue pacífica y prácticamente sin oposición, pero su mandato esta vez duraría apenas unos meses.
Insurrección cordobesa y fracaso del control
La situación en la ciudad se deterioró rápidamente. La población cordobesa, harta de las exacciones y desmanes de los beréberes —a los que al-Qasim ya no podía controlar—, se levantó en una grave sublevación popular. Durante días, las calles de Córdoba se vieron sumidas en el caos, con enfrentamientos constantes y una brutal represión por parte de los partidarios del califa.
Intentando sofocar la revuelta, al-Qasim cometió un grave error estratégico: ordenó cerrar las puertas de la ciudad para impedir la entrada de alimentos, con la esperanza de rendir por hambre a los insurrectos. La población, desesperada, logró abrir las salidas y retomar el control de zonas clave. Viendo su autoridad completamente socavada, el califa decidió abandonar Córdoba por segunda vez.
Rechazo en Sevilla y captura en Jerez
En su camino hacia el sur, al-Qasim se dirigió nuevamente a Sevilla, su antiguo bastión. Pero la situación había cambiado. El poder local, ahora dominado por el cadí Ibn Abbad, le denegó la entrada, temiendo represalias o inestabilidad. Sin refugio, el ex-califa se dirigió a Jerez, donde aún conservaba cierto apoyo. Sin embargo, su sobrino Yahya, decidido a eliminar toda resistencia, sitió la ciudad y lo capturó.
Cautiverio y muerte en Málaga
Prisión familiar y decadencia final
Tras su captura, al-Qasim fue encarcelado en Málaga junto a sus familiares más cercanos. Allí pasó sus últimos años en condiciones precarias, alejado del poder y de toda influencia política. La prisión, más que un simple castigo, simbolizaba el ocaso definitivo de su ambición y de la frágil dinastía hammudí.
Durante este tiempo, la figura de al-Qasim fue borrada paulatinamente del discurso político dominante, reemplazada por nuevos señores de taifas que buscaban legitimidad propia.
Teorías sobre su asesinato y legado inmediato
En 1036, al-Qasim fue hallado muerto en su celda, presumiblemente asesinado por orden de su sobrino o de otros rivales. Su muerte marcó el fin definitivo de su presencia en la escena política de al-Andalus, aunque la memoria de sus esfuerzos por mantener un califato funcional subsistió en ciertos círculos como ejemplo de dignidad en tiempos de decadencia.
Su fallecimiento cerró un capítulo de lucha entre facciones, linajes y poderes tribales que evidenciaban la imposibilidad de restaurar el viejo orden califal.
El papel de al-Qasim en la descomposición del Califato
Balance de sus dos reinados
A pesar de sus limitaciones, al-Qasim ibn Hammud fue una figura significativa en los últimos años del Califato de Córdoba. Su capacidad para negociar, pactar y mantener cierta estabilidad durante su primer mandato contrastó con la brutalidad y el caos que dominaron su entorno. En sus dos breves reinados intentó aplicar una política conciliadora que, sin embargo, no logró consolidarse frente al empuje de intereses tribales y señoriales.
Influencia en la aparición de los reinos de taifas
El fracaso de su segundo mandato y su caída definitiva fueron síntomas del colapso total del califato. Su figura, como la de otros califas efímeros de esa época, sirvió para mostrar la ineficacia del sistema centralizado frente al surgimiento inevitable de los reinos de taifas, estructuras locales más adaptadas al nuevo contexto.
Los pactos que estableció con líderes regionales como Jayran, Zuhayr o Abu al-Mutarrif anticipaban esta evolución hacia un modelo territorializado del poder político islámico en la península.
Una figura entre el orden perdido y el caos venidero
En última instancia, al-Qasim ibn Hammud fue un gobernante trágico: demasiado sensato para sobrevivir en un mundo de ambiciones desmedidas, y demasiado dependiente de fuerzas ajenas para imponer su proyecto de estabilidad. Su muerte no fue solo el fin de un hombre, sino también la señal definitiva de que el Califato de Córdoba había muerto, y con él, la idea de una al-Andalus unificada bajo un solo trono.
MCN Biografías, 2025. "Al-Qasim ibn Hammud (959–1036): El último califa idrisí que intentó salvar Córdoba del colapso". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/al-qasim-ibn-hammud-califa-de-cordoba [consulta: 18 de octubre de 2025].