Manuel Granero Valls (1902–1922): El Prometedor Torero Valenciano que Cayó en un Trágico Final
Manuel Granero Valls (1902–1922): El Prometedor Torero Valenciano que Cayó en un Trágico Final
Primeros Años y Formación del Arte Taurino
Manuel Granero Valls nació en Valencia el 4 de abril de 1902, en una familia que, aunque no ligada directamente a la tauromaquia, vio en su hijo una temprana inclinación por las artes. Su sensibilidad artística, claramente destacada desde joven, lo llevó inicialmente hacia la música, con una destacada destreza en el violín. No obstante, su verdadera vocación se manifestó en la arena, en la que comenzó a dar sus primeros pasos como aprendiz de torero. En su adolescencia, Granero se unió a otros jóvenes novilleros, entre ellos Manuel Jiménez Moreno («Chicuelo»), Juan Luis de la Rosa Garquen y Eladio Amorós Cervigón, quienes compartían con él la pasión por la tauromaquia. A pesar de su corta edad, su destreza en el ruedo pronto llamó la atención, mostrando una seguridad y capacidad para lidiar con cualquier res, algo sorprendente en un novillero tan joven.
A lo largo de los años 1918 y 1919, Granero se fogueó en diversas plazas menores de España, donde, junto a otros jóvenes talentos, tuvo la oportunidad de probarse ante astados menos peligrosos, pero igualmente difíciles de dominar. Estas experiencias fueron fundamentales para afianzar su técnica y carácter. Su valentía y su destreza le permitieron destacar entre sus compañeros de promoción, y en 1920 ya se consideraba a Granero como uno de los novilleros más prometedores de su generación. Durante ese año, debutó en plazas de gran prestigio como Barcelona y Zaragoza, donde dejó una marca profunda en la afición.
El 28 de septiembre de 1920, Manuel Granero alcanzó un hito importante en su carrera: la alternativa en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. En ese histórico día, Rafael Gómez Ortega («El Gallo»), uno de los toreros más prestigiosos de la época, le cedió los trastos para que Granero lidiara su primer toro como matador. Ese momento marcó el inicio de una prometedora carrera en la que, en poco tiempo, Granero se posicionó como uno de los más firmes candidatos a suceder a José Gómez Ortega («Joselito»), quien había fallecido trágicamente en 1920. La crítica especializada, así como los aficionados, veían en el joven torero una figura que no solo cumplía con las expectativas, sino que las superaba con creces. De hecho, muchos de ellos lo consideraban el único capaz de recoger el legado del gran Joselito.
La progresión de Granero fue meteórica, y en 1921, con apenas 19 años, se consolidó como un matador de gran renombre. Su toreo fue especialmente elogiado por su técnica, temple y originalidad. Algunos especialistas, como el periodista «Don Luis», escribieron sobre él destacando su inusitada capacidad para enfrentarse a cualquier toro, a la vez que rescataba el toreo clásico con un estilo propio que lo hacía sobresalir.
Triunfos y Reconocimiento en 1921
La temporada de 1921 fue la de su consolidación. A lo largo de esa campaña, Granero toreó en los escenarios más importantes de España, incluyendo su ciudad natal, Valencia, y otras plazas de renombre como Barcelona y Madrid. En su ciudad natal, en marzo de 1921, hizo el paseíllo junto a su inseparable compañero, Manuel Jiménez Moreno («Chicuelo»), dejando una profunda huella en la afición local. Un día después, en Barcelona, continuó con su racha triunfal, deslumbrando a los espectadores con su arte y valentía.
Uno de los momentos más destacados de su carrera tuvo lugar el 22 de abril de 1921, cuando confirmó su alternativa en Madrid, la capital del toreo, con Manuel Jiménez Moreno como padrino. Ese día, la plaza se llenó para ver al joven torero enfrentarse a un toro de González Gallardo. La faena que Granero realizó en Madrid fue aplaudida por la crítica y la afición. Con apenas 19 años, el valenciano ya demostraba un dominio total sobre el toro, realizando movimientos que lo colocaban entre los toreros más prometedores de la historia del toreo español. Su estilo se caracterizó por una gran valentía y precisión, y su particular forma de interpretar el toreo le permitió imprimirle un sello personal que lo diferenciaba de otros matadores.
La temporada continuó con más triunfos, especialmente en Madrid, donde Granero recogió varias orejas en diferentes corridas. Durante la misma campaña, toreó un total de 94 corridas, lo que dejó una impresión duradera tanto en los aficionados como en la crítica. La comparación con Joselito era inevitable, y muchos empezaron a ver en Granero a su sucesor natural, alguien que podría ocupar el espacio dejado por el trágico diestro sevillano. La crítica era unánime: Manuel Granero estaba destinado a ser uno de los más grandes de su época. De hecho, el escritor y estudioso de la tauromaquia Daniel Tapia escribió sobre él destacando su meteórica carrera y cómo su primer año de alternativa fue comparable al inicio de Joselito en la escena taurina.
Granero era un joven torero cuya evolución y logros apuntaban hacia un futuro brillante. Con su toreo serio, técnico y valiente, se convirtió en una de las figuras más buscadas por los empresarios taurinos, lo que le permitió torear en algunas de las plazas más importantes de España durante la temporada de 1921. En este contexto, se esperaba que 1922 fuera otro año de triunfos y consagración, con el joven Granero en la cúspide de su carrera.
El Comienzo del 1922 y la Trágica Tarde de Madrid
El año 1922 comenzó de forma prometedora para Manuel Granero, quien continuó con su actividad incansable, toreando en plazas como Valencia, Barcelona y Sevilla. En su ciudad natal, Granero volvió a ser ovacionado por su valentía y por su forma de interpretar la lidia con una maestría que parecía no conocer límites. Sin embargo, el destino tenía preparado otro capítulo trágico para el joven matador.
El 7 de mayo de 1922, Granero se presentó en la plaza de la Carretera de Aragón, en Madrid, junto a Marcial Lalanda del Pino y Juan Luis de la Rosa Garquen. La corrida, que prometía ser una de las más importantes de la temporada, terminó convirtiéndose en una de las jornadas más trágicas de la historia del toreo. Granero, que había lidiado con destreza su primer toro, mostró una vez más su valentía y habilidad en la faena. Sin embargo, al enfrentarse al quinto toro de la tarde, un astado manso llamado Pocapena, las cosas tomaron un giro fatal.
Pocapena, un toro cárdeno y de gran tamaño, mostró signos de mansedumbre desde el comienzo de la lidia. A pesar de ello, Granero decidió enfrentarse a él en la querencia de las tablas, donde el toro había buscado refugio. El torero valenciano, confiado en su temple y dominio, lo citó de cerca, lo que resultó en una de las cogidas más espantosas en la historia del toreo. En un momento de desesperación, el toro embistió con tal ferocidad que levantó a Granero en el aire y lo arrojó contra el suelo, donde continuó atacándolo con fuerza. Aunque fue auxiliado rápidamente, el daño ya estaba hecho. Granero sufrió una cornada mortal en el ojo derecho, que acabó con su vida en minutos.
Las crónicas de la época describen la tragedia con horror y conmoción. El joven torero, que apenas contaba con 20 años, murió en el acto, dejando a la afición y al mundo taurino en estado de shock. La brutalidad de la cogida y la falta de intervención inmediata de sus compañeros, especialmente Marcial Lalanda, fueron ampliamente criticadas. Aunque algunos recuerdan que Lalanda intentó intervenir con un capote, muchos afirman que su tardanza y falta de reacción fueron factores determinantes en la fatalidad del suceso. Esto desató una ola de críticas hacia el matador, quien fue señalado como responsable de no haber actuado con rapidez para salvar la vida de Granero.
La Muerte de Granero y la Reacción de la Afición
El trágico fallecimiento de Manuel Granero el 7 de mayo de 1922 dejó una huella imborrable en el mundo taurino. Su muerte, a manos de un toro manso y defectuoso como Pocapena, levantó un torrente de emociones entre la afición, los colegas de profesión y los medios de comunicación, que rápidamente se encargaron de difundir la noticia. Los ecos de la tragedia no tardaron en llegar a cada rincón de España, y el país entero se sumió en una profunda pena, pues Granero representaba lo mejor de la juventud taurina y parecía destinado a ocupar el lugar de uno de los más grandes, José Gómez Ortega («Joselito»), quien también había muerto trágicamente en 1920 a causa de una cornada mortal.
La magnitud de la tragedia fue tal que las crónicas de la época no pudieron evitar la sensación de destino fatal que sobrevolaba sobre las figuras taurinas más prominentes de la época. De hecho, muchos hicieron paralelismos entre la muerte de Granero y la de Joselito. Ambos toreros representaban una nueva generación de matadores que se levantaban como herederos de la tradición del toreo, pero también como renovadores que impulsaban el arte en el ruedo hacia nuevos horizontes. La rápida progresión de Granero, sus impresionantes triunfos en su corta carrera y su valentía al enfrentarse a reses de gran poder evocaban una imagen similar a la de Joselito, el «Rey de los Toreros».
Tras la fatal cogida de Granero, la opinión pública se volcó en condenar la lentitud con la que algunos de los presentes reaccionaron ante el incidente. Marcial Lalanda del Pino, otro de los matadores que se encontraba en la plaza en ese momento, fue objeto de duras críticas debido a que su intervención para auxiliar a Granero fue tardía. Aunque posteriormente se supo que fue él quien finalmente intentó intervenir y lanzó un capote sobre el toro para apartarlo de su compañero, el hecho de que este gesto se realizara demasiado tarde marcó a la opinión pública. Durante mucho tiempo, la afición madrileña y valenciana le reprochó a Lalanda su falta de rapidez y decisión en el momento crucial. Algunos incluso llegaron a cuestionar su valentía y lo acusaron de miedo o falta de experiencia. A pesar de que hubo quienes defendieron su actuación, señalando que el momento fue confuso y lleno de pánico, las críticas hacia su reacción no desaparecieron con el paso de los años.
El debate sobre la responsabilidad de los toreros presentes en la plaza, especialmente de Lalanda, siguió siendo un tema candente en las conversaciones taurinas durante semanas y meses después de la muerte de Granero. Sin embargo, la mayoría de los aficionados coincidió en que la verdadera tragedia no solo fue la muerte de un joven torero con un futuro brillante, sino la evidente falta de recursos de la plaza en el momento de la cogida. En un acto de pura desesperación, Granero había quedado a merced del toro, y la intervención de sus compañeros y la asistencia de otros profesionales parecía demasiado lenta. Este tipo de situaciones resalta las inclemencias del destino y los riesgos inherentes a la profesión taurina, donde, a pesar de las medidas de seguridad, siempre existe una línea delgada entre la vida y la muerte.
Por otro lado, la noticia de su muerte también afectó profundamente a las personalidades del mundo taurino, quienes rápidamente comenzaron a recordar a Granero no solo como un torero de gran valía, sino como un joven con una energía y un talento indiscutibles. Entre los más destacados, el periodista y crítico taurino José María de Cossío, quien había seguido su carrera de cerca, elogió tanto su habilidad como su valentía en el ruedo. Cossío destacó que Granero no solo había sido un torero impresionante en cuanto a técnica y estilo, sino que su capacidad para interpretar el toreo le había otorgado una posición destacada dentro de los matadores de su tiempo. Para Cossío, Granero representaba una de las mayores promesas de la tauromaquia, y su muerte fue un duro golpe para el arte y la tradición que defendía.
De forma paralela, la tragedia también generó una ola de expresiones populares y un sinfín de leyendas urbanas que se tejerían alrededor de su figura. Como es común en estos casos, la muerte de un joven tan prometedor desató un cúmulo de teorías y supersticiones que atribuían a la fatalidad una serie de signos premonitorios. En algunos sectores de la afición, se hablaba de cómo el nombre del toro, Pocapena, parecía presagiar la tragedia, ya que, en ese momento, se encontraba en cartelera un vodevil con el mismo nombre. Otros, más supersticiosos, afirmaban que Granero había tenido premoniciones sobre su muerte, y se mencionaba en varias conversaciones que incluso las madrileñas habían cantado coplas proféticas sobre su futuro fatal: «Granero, cuando toreas / en la plaza de Madrid, / te dicen las madrileñas: / -¡Granero, vas a morir!». Tales coplas, por supuesto, nunca fueron verificadas, pero reflejaban el clima de pavor y conmoción que embargaba a la sociedad española por aquella fatal coincidencia de muertes de jóvenes toreros.
El clima de fatalismo se mantuvo en el ambiente taurino, donde el suceso dejó una marca profunda no solo en la memoria de la afición sino también en la de los toreros que compartieron su arte con Granero. Para muchos, su muerte representaba la muerte de una época dorada del toreo, el fin de un ciclo iniciado por Joselito, que también había sucumbido a una cornada mortal dos años antes. Los paralelismos entre ambos toreros se hicieron más evidentes a medida que el tiempo pasó, y la figura de Granero, que había sido una promesa de futuro, pasó a formar parte de esa serie de grandes íconos cuya vida se truncó en el mismo instante de su mayor esplendor.
Los medios de comunicación se encargaron de difundir ampliamente la noticia, y el dolor por la pérdida de Granero se reflejó en las portadas de los periódicos de toda España. La tragedia se convirtió en un tema de conversación común, y la figura del joven torero se elevó al estatus de leyenda. Así, en pocas horas, Granero dejó de ser solo un torero de renombre para convertirse en un símbolo de lo efímero de la vida humana y la tragedia del destino. Esta combinación de admiración por su valentía y el dolor por su muerte temprana hizo que la figura de Granero se consolidara como un ícono en la historia del toreo español.
El Legado de Manuel Granero y la Mitificación de su Figura
La trágica muerte de Manuel Granero, a tan solo veinte años, dejó una huella indeleble en el mundo taurino. La rapidez con la que su vida y su carrera fueron truncadas hizo que su figura alcanzara un aura mítica. Su nombre pasó a formar parte de ese pequeño grupo de toreros cuya carrera, aunque breve, marcó un antes y un después en la historia de la tauromaquia española. La comparación con José Gómez Ortega («Joselito»), quien también falleció de manera violenta en la plaza, fue inmediata. Ambos toreros compartían no solo el talento y el valor excepcionales, sino también la juventud y la muerte prematura que los elevó al rango de leyendas.
El hecho de que Granero muriera tan joven en circunstancias tan dramáticas hizo que, en el imaginario popular, su figura quedara envuelta en un halo de predestinación trágica. A medida que la noticia de su muerte se extendió, la figura de Granero fue idealizada hasta convertirse en un referente de la juventud y el valor. Para muchos, Granero no solo era el torero que podía haber continuado la senda de Joselito, sino que su existencia breve y brillante reflejaba las cualidades mismas de la tauromaquia: valentía, arte, dedicación y sacrificio. En poco tiempo, el lamento por su muerte dio paso a la mitificación de su figura, un fenómeno común en el mundo del toreo, donde los grandes toreros caídos en la arena se convierten en mártires, símbolos de la tragedia inherente a la profesión.
En este contexto, la vida de Granero comenzó a ser reinterpretada a través de una lente cargada de simbolismo. Los aficionados, en su afán por dar sentido a lo ocurrido, buscaron patrones y señales que pudieran explicar su destino trágico. Muchos comenzaron a vincular su muerte con la de Joselito y otros toreros célebres, como Manuel Varé García («Varelito»), quien también había sido víctima de una cornada mortal en la primavera de 1922. La coincidencia de tantas muertes trágicas en un corto período de tiempo alimentó las especulaciones populares sobre una suerte de maldición que acechaba a los toreros más prometedores de la época. Estas creencias dieron origen a coplas y leyendas que reflejaban no solo el dolor de la pérdida, sino también la fascinación por la fatalidad que parecía marcar la carrera de estos jóvenes toreros.
La admiración por Granero también fue alimentada por las crónicas taurinas, que subrayaban sus virtudes no solo como torero, sino como ser humano. La crítica especializada destacó su sentido de la estética y la elegancia en el ruedo, así como su valentía, que era apreciada incluso por aquellos que no compartían su estilo. Para los que lo conocieron de cerca, Granero representaba la pureza del toreo. A diferencia de otros toreros de su tiempo, él parecía poseer una técnica innata que le permitía interpretar el arte de la tauromaquia con un enfoque que combinaba la tradición con una notable originalidad. Su muleta, su dominio del toro, y su capacidad para adaptarse a diferentes situaciones en la plaza fueron características que lo destacaron.
La relación de Granero con Manuel Jiménez Moreno («Chicuelo») también fue un factor importante en la construcción de su legado. Ambos toreros compartieron no solo una amistad entrañable, sino también una carrera llena de éxitos compartidos. Chicuelo, quien fue uno de los grandes compañeros de Granero en sus primeros años de carrera, destacó siempre la capacidad de su amigo para conectarse con el público y la perfección de su toreo. Chicuelo, aunque menos mediático, también logró un lugar destacado en la historia del toreo, pero fue la figura de Granero la que, por su corta y fulgurante carrera, se convirtió en un referente de la tauromaquia del siglo XX. Las declaraciones de Chicuelo sobre su amigo reflejan la admiración que todos sentían por su talento y la pena de haber perdido a un torero que, en su opinión, aún tenía mucho que ofrecer al mundo del toreo.
Además de la crítica especializada y los aficionados, figuras como Rafael Gómez Ortega («El Gallo») también expresaron su pesar ante la pérdida de Granero. El Gallo, como uno de los grandes de la época, veía en el joven torero una luz que se apagaba demasiado pronto. A pesar de su corta vida, Granero había logrado posicionarse como uno de los toreros más destacados de su generación, y aquellos que lo conocían no podían evitar ver en él el futuro de la tauromaquia. La muerte de Granero, a pesar de su tragedia, sirvió para subrayar la naturaleza efímera de la vida de los toreros, cuya carrera suele estar marcada por el brillo de un momento fugaz, y por el riesgo constante de la fatalidad.
En el ámbito popular, la tragedia de Granero también fue utilizada para reforzar la imagen romántica y casi mítica de la tauromaquia. La figura del torero joven, valiente y con una carrera que se apagó demasiado pronto se convirtió en un símbolo de la lucha eterna entre el hombre y el toro, un tema recurrente en la narrativa taurina. La muerte de Granero se percibió como una prueba más de los sacrificios que los toreros hacen en su arte, y muchos lo vieron como un mártir que había dado su vida por el espectáculo. Esto contribuyó a que su figura fuera idealizada y recordada no solo como la de un gran torero, sino como la de un héroe trágico que ofreció lo mejor de sí mismo en la arena.
Por su parte, José María de Cossío, uno de los más grandes historiadores del toreo, también se encargó de inmortalizar la figura de Granero en su monumental obra Los Toros. Cossío, quien había sido testigo de la evolución del torero, elogió no solo su capacidad técnica, sino también su sentido del toreo, que definió como profundo y sensitivo. Cossío también destacó la originalidad de su toreo con la derecha, el «pase de la firma», un movimiento que Granero había perfeccionado hasta el punto de que, según el historiador, nadie antes había ejecutado este tipo de faena con tanta perfección. De esta manera, la figura de Granero fue también plasmada en los libros y documentos que, con el tiempo, contribuyeron a consolidarlo como una leyenda de la tauromaquia.
A pesar de la juventud de Granero y su carrera truncada, su legado perduró gracias al impacto que tuvo en el toreo español. En el imaginario colectivo, el joven torero se convirtió en el símbolo de lo que pudo haber sido, de la carrera que nunca llegó a completarse, pero que dejó una marca indeleble en la historia del arte taurino. Muchos aficionados y profesionales del toreo afirmaban que, si no hubiera sido por su trágica muerte, Granero habría sido uno de los más grandes toreros de todos los tiempos. La pérdida de su vida se convirtió en la semilla de un mito que seguiría vivo durante generaciones, alimentado por su destreza, su valentía y su prematura desaparición.
La figura de Manuel Granero, por lo tanto, no solo representa la tragedia de un torero que perdió la vida demasiado joven, sino que también simboliza la belleza efímera del toreo: un arte que se nutre de la vida y la muerte, de la gloria y la tragedia, de la juventud y su desaparición prematura. La huella que dejó Granero es un recordatorio de la fragilidad de la vida humana, pero también de la grandeza que puede alcanzarse en el breve tiempo que uno pasa en el ruedo. Así, su memoria continúa viva, no solo en los corazones de quienes lo vieron torear, sino también en la historia misma del toreo, donde su nombre siempre será recordado como el de un gran torero cuya vida, como su arte, fue breve pero brillante.
MCN Biografías, 2025. "Manuel Granero Valls (1902–1922): El Prometedor Torero Valenciano que Cayó en un Trágico Final". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/granero-valls-manuel [consulta: 17 de octubre de 2025].