Urraca (1079–1126): La Reina que Desafió Reinos y Forjó el Camino del Imperio Castellano

Urraca de Castilla nació hacia el año 1079, hija primogénita del rey Alfonso VI y de la reina Constanza de Borgoña. Su nacimiento se enmarca en una época decisiva para la historia de la península ibérica, cuando el reino de Castilla y León se encontraba en plena consolidación de su poder en un contexto de intensos conflictos con los reinos musulmanes. Aunque se sabe poco sobre sus primeros años, se puede suponer que Urraca creció en el contexto dinámico y móvil de la corte de su padre, quien gobernaba un reino cuyas fronteras y posesiones variaban constantemente debido a las luchas con los reinos musulmanes y las aspiraciones de la nobleza.

El padre de Urraca, Alfonso VI, había logrado una notable unificación de los reinos cristianos en la península, consolidando el Reino de León y Castilla y expandiendo su influencia por la actual Galicia, mientras mantenía una estrategia de defensa frente a las taifas musulmanas. Como era común en la época, los reyes de Castilla y León vivían en una corte itinerante, trasladándose entre ciudades y fortalezas, lo que permitía a Urraca tener una formación que la mantenía en constante contacto con la alta aristocracia, los obispos y las élites militares del reino.

La influencia de la corte y la toma de Toledo

A pesar de la falta de detalles precisos sobre su infancia, es plausible que Urraca estuviera presente en uno de los momentos más cruciales de la historia del reino: la toma de Toledo en 1085. Este acontecimiento marcó el fin del dominio musulmán sobre la ciudad y supuso un hito en la Reconquista de la península. El Reino de Toledo había sido durante siglos una pieza clave en las luchas entre musulmanes y cristianos, y su captura fue un símbolo del poder cristiano en la península. Urraca, como miembro de la corte, pudo haber sido testigo de este hecho histórico, que a su vez influiría en su visión del poder y la política del reino.

La toma de Toledo también representó el comienzo de una serie de reformas que Alfonso VI emprendió para consolidar su dominio sobre el territorio, lo que aumentó la influencia de la Iglesia en los asuntos del reino. Durante este periodo, el obispo Diego Peláez de Santiago de Compostela, que también era pariente de Urraca, se destacó como uno de los personajes más influyentes en la corte, y su papel en la política religiosa de la época sería decisivo en los años venideros, particularmente en la relación con el influyente Diego Gelmírez, un personaje clave en la vida política de Urraca.

El matrimonio con Raimundo de Tolosa

A los aproximadamente 11 años de edad, Urraca fue prometida en matrimonio con Raimundo de Tolosa, el hijo del conde de Borgoña, Raimundo de Borgoña, quien gobernaba una parte significativa del territorio de Borgoña y de otras tierras galas. El acuerdo matrimonial entre Urraca y Raimundo fue fruto de las relaciones diplomáticas entre Alfonso VI y el Condado de Borgoña. El matrimonio, que tuvo lugar alrededor de 1090, fue una maniobra estratégica que consolidaba la influencia de Castilla en Galicia y otros territorios del norte de la península.

El matrimonio con Raimundo de Tolosa no solo fue relevante desde el punto de vista político, sino también en términos territoriales, ya que Alfonso VI otorgó a los recién casados los condados de Portugal y Galicia. Este acto marcó el comienzo de la relación de Urraca con Galicia, una relación que sería crucial en su reinado posterior. En su nuevo rol como esposa del conde de Tolosa, Urraca se vio involucrada en las luchas políticas y religiosas de la región, especialmente debido a la prominencia del obispo Diego Gelmírez, quien comenzó a desempeñar un papel destacado en la vida política de la región gallega.

Aunque en este periodo temprano de su vida, Urraca se mantuvo relativamente alejada de las intrincadas luchas políticas que dominaban la corte, fue testigo de cómo las dinámicas de poder se jugaban no solo en las ciudades y campos de batalla, sino también en las alianzas matrimoniales y las decisiones políticas de la corte. Raimundo de Tolosa, su esposo, era un hombre astuto que comprendió rápidamente la importancia de estas alianzas y, junto con el creciente poder de la iglesia, se vinculó estrechamente con los mismos intereses que gobernaban Galicia.

Diego Gelmírez: La influencia gallega

Un personaje que comenzó a ser de gran importancia en la vida de Urraca fue Diego Gelmírez, quien inicialmente ocupó el cargo de vicario de la diócesis compostelana y se convirtió en secretario de su esposo Raimundo de Tolosa. Gelmírez, un clérigo de gran ambición y astucia, se asoció con Urraca debido a sus propios intereses en Galicia, región que, bajo su influencia, se convertiría en un punto crucial en la política del reino. Gelmírez era un hombre con una visión clara de lo que necesitaba para expandir el poder de la iglesia, y su alianza con la nobleza gallega y la corte castellana le permitió consolidar su poder en la región.

Durante este tiempo, la figura de Urraca se mantuvo relativamente en el anonimato, centrada en la gestión de su familia y en el cuidado de sus hijos, doña Sancha y don Alfonso, quien más tarde se convertiría en Alfonso VII, emperador de toda España. Es probable que durante estos años, Urraca estuviera más enfocada en sus funciones como madre y esposa, sin intervenir abiertamente en los asuntos políticos, aunque sus acciones y decisiones sin duda influirían en las tensiones y alianzas que definirían su futuro.

La muerte de Raimundo y el ascenso al poder

La situación de Urraca cambió drásticamente en 1107, cuando su esposo, Raimundo de Tolosa, falleció. Con su muerte, Urraca se convirtió en una de las principales herederas del poder en la península, especialmente en Galicia, que pasaba a ser un territorio clave en la lucha por el dominio del reino. A partir de entonces, Urraca comenzó a perfilarse como una figura central en las disputas por la sucesión tras la muerte de su padre, Alfonso VI, y su hijo, el futuro Alfonso VII, comenzaba a tomar un papel más prominente.

En resumen, los primeros años de la vida de Urraca fueron marcados por la influencia de su familia real y su matrimonio estratégico con Raimundo de Tolosa. Aunque su vida temprana no estuvo completamente orientada hacia el poder político, las alianzas matrimoniales y las relaciones con figuras clave como Diego Gelmírez la pusieron en una posición importante para lo que sería su reinado posterior. La muerte de su esposo en 1107 y la sucesión de su padre, Alfonso VI, llevarían a Urraca a convertirse en una figura central en los turbulentos años que siguieron.

La lucha por la sucesión de Alfonso VI

La muerte de Alfonso VI en 1109 significó un punto de inflexión en la historia del Reino de Castilla y León. Tras su fallecimiento, el reino se encontraba en una situación delicada, pues no había dejado un heredero varón para sucederle. Este vacío de poder generó una lucha sucesoria que no solo involucró a la familia real, sino también a la nobleza y a los distintos grupos de poder que habían sido claves en la política castellano-leonesa durante el reinado de Alfonso VI. En este contexto, Urraca, hija primogénita del rey, se erigió como una de las principales candidatas al trono, pero su ascenso no fue sencillo.

La situación sucesoria tras la muerte de Alfonso VI

A lo largo de su vida, Alfonso VI había tenido varios matrimonios, pero ninguno de ellos le había dado un heredero varón. El único hijo legítimo varón, Sanchico, nacido de su relación con Zaida, hija del rey musulmán de Sevilla, Abul-Qasin Muhammad II, murió en 1108 durante la batalla de Uclés, en la que las fuerzas castellanas fueron derrotadas por los musulmanes. Esta tragedia aceleró la crisis dinástica, ya que Alfonso VI no dejó un sucesor claro y los nobles se disputaron el poder.

En este contexto, Urraca asumió el papel de heredera del trono, apoyada por una parte de la nobleza, pero no sin encontrar resistencias dentro del propio reino. Muchos en la corte consideraban que el joven Alfonso VII, hijo de Urraca y del fallecido Raimundo de Tolosa, también podría ser una figura adecuada para ocupar el trono. Así, los dos grandes contendientes para la sucesión al trono fueron Urraca y su hijo Alfonso VII, quien aún no había alcanzado la mayoría de edad y, por tanto, no podía gobernar por sí mismo.

El matrimonio con Alfonso el Batallador

En medio de este tumulto político, Urraca se encontraba ante una importante decisión: ¿debería casarse nuevamente para afianzar su poder, o buscar una alternativa? La nobleza castellana estaba dividida, y algunos de sus miembros querían que se casara con Gómez González, conde de Candespina, quien gozaba de un gran poder en el reino. Sin embargo, Urraca eligió una opción que cambiaría el rumbo de su vida y del reino: se casó con Alfonso el Batallador, rey de Aragón, Navarra y, en breve, consorte de Castilla.

Este matrimonio, celebrado en 1109, fue una jugada política pensada para reforzar la posición de Urraca en el trono de Castilla y León, al tiempo que fortalecía las relaciones entre los reinos cristianos de la península. Alfonso el Batallador, conocido por su ambición y sus éxitos en la lucha contra los musulmanes, se convirtió en el esposo de Urraca no solo como un apoyo político, sino también como una figura clave para su reinado. Sin embargo, las tensiones entre ellos comenzaron a ser evidentes poco después de la boda, y el matrimonio se convirtió en un terreno fértil para las luchas internas.

La disensión entre Urraca y Alfonso el Batallador

Desde los primeros momentos de su matrimonio, las relaciones entre Urraca y Alfonso el Batallador estuvieron marcadas por la desconfianza y las disputas de poder. Aunque inicialmente se respetó la decisión de Alfonso VI de casar a su hija con el monarca aragonés, el hecho de que Urraca fuera hija del rey fallecido y Alfonso VII fuera su hijo legítimo complicó la situación. Alfonso el Batallador, debido a su ambición y su visión del reino, comenzó a temer que el matrimonio con Urraca pudiera poner en duda su propia legitimidad para gobernar en Castilla. Se rumorea que su temor a que su parentesco con Urraca (eran primos segundos) invalidara su matrimonio llevó a la cesión de las fortalezas más importantes de Castilla a los aragoneses de su séquito.

Estas decisiones fueron vistas con sospecha por los nobles castellanos, quienes temían que el poder del reino pasara a manos de los aragoneses, mientras que Urraca se encontraba en una posición incómoda, atrapada entre su lealtad hacia su esposo y la presión de los nobles castellanos. Pronto, las luchas políticas se intensificaron, y Galicia, gobernada por los nobles más rebeldes del reino, se convirtió en el primer escenario de la confrontación.

La sublevación gallega y la proclamación de Alfonso VII

En este contexto de creciente tensión, Pedro de Traba, uno de los nobles más poderosos de Galicia, aprovechó la situación para proclamar a Alfonso VII como rey independiente de Galicia. Esta proclamación fue una muestra clara de la creciente oposición al matrimonio de Urraca con Alfonso el Batallador, ya que los nobles gallegos preferían a un monarca que no estuviera ligado directamente a Aragón. Además, la figura de Diego Gelmírez, obispo de Santiago de Compostela, comenzó a adquirir una importancia crucial en esta fase de la lucha por el poder. Gelmírez apoyó la rebelión de Pedro de Traba, y a partir de 1110 se unió a él en un intento por conseguir la independencia de Galicia del resto de los reinos cristianos.

La revuelta gallega fue rápidamente sofocada por Alfonso el Batallador, que llevó a cabo una serie de expediciones militares en territorio gallego. Sin embargo, los nobles gallegos no se dieron por vencidos y continuaron apoyando la figura de Alfonso VII, lo que hizo más difícil la consolidación del poder en Castilla para Urraca y su esposo. Alfonso el Batallador, al ver que la situación se volvía insostenible, comenzó a retirarse de las disputas internas para concentrarse en su reino de Aragón, lo que dejó a Urraca en una posición aún más difícil.

La lucha por el control del reino

Con la retirada de Alfonso el Batallador, Urraca se encontró aislada en la corte de Castilla, sin el apoyo total de la nobleza. El conde Pedro de Lara, quien había sido uno de los principales defensores de la independencia de Galicia, y Diego Gelmírez se convirtieron en los principales aliados de Urraca en su lucha por el poder. Con la ayuda de estos nobles, Urraca comenzó a recobrar el control de las principales ciudades y fortalezas de Castilla, lo que le permitió mantener su autoridad en el reino. Sin embargo, las luchas internas continuaron, y las tensiones entre la nobleza, la iglesia y los monarcas aragoneses fueron creciendo.

La lucha por la sucesión de Alfonso VI continuó siendo uno de los temas centrales de la política castellano-leonesa hasta que Alfonso VII alcanzó la mayoría de edad y fue proclamado emperador de toda España. Sin embargo, el proceso de consolidación de su poder estuvo lleno de desafíos, y la figura de Urraca seguía siendo una pieza clave en las luchas por el control del reino.

Las desavenencias matrimoniales y la guerra civil encubierta

La etapa de la historia de Urraca marcada por la guerra civil encubierta y las desavenencias matrimoniales con Alfonso el Batallador representa uno de los momentos más complejos y tumultuosos de su reinado. A partir de 1110, después de varios años de tensiones políticas y matrimoniales, el reino de Castilla y León se vio sumido en un conflicto interno que comprometió la estabilidad del reino. Las luchas de poder no solo involucraron a Urraca y Alfonso el Batallador, sino también a las facciones aristocráticas de la nobleza castellana y los intereses de la Iglesia, lo que resultó en una serie de enfrentamientos prolongados que configuraron un escenario de guerra civil, dispuesta a desmembrar el reino y crear nuevas alianzas de poder.

La creciente fractura matrimonial

El matrimonio entre Urraca y Alfonso el Batallador estuvo marcado desde sus inicios por desconfianzas y conflictos de intereses. Si bien este enlace fue una decisión política pensada para consolidar los reinos cristianos de la península, la realidad pronto demostró que no sería suficiente para unificar los intereses de Castilla y Aragón. Los problemas comenzaron a surgir por la existencia de un parentesco cercano entre los dos monarcas: Alfonso el Batallador y Urraca eran primos segundos. Esto, junto con la presión de la nobleza castellana, sembró las primeras semillas de desacuerdo.

Alfonso el Batallador, quien ya gobernaba un imperio extenso que abarcaba Aragón y Navarra, temía que su matrimonio con Urraca pudiese poner en duda su legitimidad en Castilla. En lugar de alinear los intereses de los dos reinos, su unión provocó una creciente tensión entre Castilla y Aragón, con un Alfonso el Batallador celoso de cualquier tipo de rivalidad. Mientras tanto, Urraca se sentía cada vez más relegada en su papel de reina consorte, buscando refugio en las intrincadas dinámicas cortesanas de Castilla.

Los amores extramatrimoniales de Urraca

Los conflictos entre Urraca y Alfonso el Batallador se vieron alimentados por los rumores de que Urraca mantenía relaciones extramatrimoniales con otros miembros de la nobleza castellana. Uno de los más destacados fue el conde de Candespina, Gómez González, un hombre con gran poder en la corte que era muy cercano a la reina. De hecho, las crónicas de la época afirman que Urraca y Gómez González compartieron una relación íntima, lo que se convirtió en un motivo de división dentro de la corte y agravó la crisis matrimonial.

Las tensiones no se limitaron a las cuestiones personales. La alianza de Urraca con Gómez González y otros nobles de la corte, entre los que se encontraba el arzobispo de Toledo, Bernardo, provocó un enfrentamiento con Alfonso el Batallador. En 1110, Urraca abandonó a su esposo y se refugió en el monasterio de Sahagún, uno de los lugares de mayor influencia en Castilla. La huida de la reina hacia tierras seguras no solo representaba una fractura personal, sino también un punto de no retorno en las disputas políticas que dividían a los reinos cristianos.

La reacción de Alfonso el Batallador

Ante el abandono de Urraca, Alfonso el Batallador reaccionó con furia. Considerando la deserción como una afrenta a su autoridad, movilizó a sus tropas para apoderarse de las fortalezas clave del reino. Las principales ciudades castellanas, como Toledo, Burgos y Sahagún, fueron tomadas por las fuerzas aragonesas, lo que parecía ser una manifestación clara de la supremacía de Alfonso sobre el reino castellano.

Sin embargo, el plan de Alfonso el Batallador no resultó ser tan efectivo como esperaba. La nobleza castellana, liderada por Pedro de Lara y Gómez González, resistió el control de Alfonso y organizó una defensa exitosa. La tensión entre los bandos se tradujo en una guerra civil encubierta, en la que las lealtades eran cambiantes y las alianzas fluctuaban constantemente. Mientras tanto, Urraca, que había logrado salir de su prisión en el monasterio de Sahagún, comenzó a reorganizar su ejército y recuperar el control de las principales ciudades del reino.

El papel de los nobles y la Iglesia en el conflicto

Uno de los factores clave en este conflicto fue la intervención de la Iglesia. En su lucha por el poder, tanto Urraca como Alfonso el Batallador buscaron apoyo en el clero, pero las divisiones entre las facciones nobiliarias y eclesiásticas dificultaron aún más la resolución del conflicto. El arzobispo de Toledo, Bernardo, y otros miembros de la alta Iglesia castellana apoyaron a Urraca, ya que consideraban que ella representaba la continuidad de la dinastía y el orden social tradicional.

Por otro lado, Diego Gelmírez, quien desempeñaba un papel clave en las disputas gallegas, también intervino en este conflicto, pero desde la perspectiva de reforzar su propia posición en Santiago de Compostela y Galicia. Gelmírez, cuyo poder creció gracias al apoyo de la nobleza gallega, comenzó a operar como un mediador entre las facciones enfrentadas. En un momento clave de la guerra, Gelmírez utilizó su influencia para fortalecer la resistencia de los nobles gallegos a la hegemonía de Alfonso el Batallador en el noroeste de la península.

El regreso de Enrique de Borgoña

En este contexto de caos, la intervención de Enrique de Borgoña, cuñado de Urraca y rey de Portugal, sumó otro elemento de complejidad al conflicto. Enrique se alió inicialmente con Alfonso el Batallador, pero pronto las tensiones en el campo de batalla llevaron a una relación tensa con el monarca aragonés. Enrique no solo estaba casado con Teresa, hermana de Urraca, sino que también tenía sus propias ambiciones territoriales en la península. Tras los primeros reveses sufridos por Alfonso el Batallador, Enrique de Borgoña cambió de bando y se alió con su cuñada Urraca, buscando restablecer el equilibrio de poder en la región.

Esta nueva alianza entre Urraca y Enrique de Borgoña marcó un giro importante en la guerra civil encubierta. Alfonso el Batallador, al verse rodeado por enemigos en todos los frentes, tomó una decisión drástica: sitiar Carrión de los Condes, donde se encontraba Urraca. Este cerco, sin embargo, no fue suficiente para doblegar a la reina castellana, quien, con el apoyo de sus aliados gallegos y portugueses, consiguió resistir y mantener el control de los territorios clave.

El colapso de la coalición de Alfonso el Batallador

A medida que las fuerzas de Alfonso el Batallador se debilitaban, el conflicto se fue transformando en una guerra más regionalizada, en la que Urraca y sus aliados, como Pedro de Lara y Diego Gelmírez, comenzaron a ganar terreno. Alfonso el Batallador, incapaz de consolidar el control de todo el reino, se encontró aislado en sus dominios aragoneses, mientras que Urraca y su hijo, Alfonso VII, continuaban consolidando su poder en Castilla.

El punto culminante de esta guerra civil encubierta se produjo en 1111, cuando las fuerzas de Urraca y sus aliados gallegos lograron una victoria decisiva sobre las tropas de Alfonso el Batallador, lo que debilitó considerablemente su posición. A pesar de la continua tensión, la figura de Urraca fue capaz de mantenerse firme en su lucha por el poder.

La participación portuguesa en la guerra y la separación definitiva con Alfonso el Batallador

Después de una serie de disputas, traiciones y enfrentamientos internos en la corte, la situación de Urraca y Alfonso el Batallador alcanzó un punto de no retorno. El conflicto continuó escalando, no solo a través de las diferencias personales y matrimoniales, sino también por las intervenciones de otras naciones y actores clave en la península ibérica. La relación con Enrique de Borgoña, rey de Portugal y cuñado de Urraca, sumó un nuevo giro en la contienda. Enrique inicialmente se había aliado con Alfonso el Batallador, pero la situación pronto dio un giro inesperado, convirtiéndose en uno de los factores que marcaron la ruptura definitiva entre Urraca y su esposo. En esta sección, abordaremos cómo el apoyo de Enrique de Borgoña a Urraca, sumado a sus tensiones con los reinos vecinos, condujo a la separación total entre los monarcas, que culminó con el exilio de Urraca de los territorios de Alfonso el Batallador.

La participación de Portugal y las nuevas alianzas

Una de las figuras más significativas en la lucha de Urraca fue Enrique de Borgoña, rey de Portugal. Casado con Teresa, hija de Alfonso VI y hermana de Urraca, Enrique se vio involucrado en el conflicto de manera activa. Al principio, Enrique de Borgoña había formado parte de la coalición con Alfonso el Batallador, lo que era en parte una estrategia para consolidar la unión de los reinos cristianos. Sin embargo, al percatarse de que los intereses de Alfonso el Batallador no solo afectaban a su propio reino, sino que amenazaban las aspiraciones de Portugal, Enrique cambió de bando, buscando asegurar la independencia de su reino y los territorios que podrían verse amenazados por el conflicto en Castilla.

La intervención de Enrique a favor de Urraca fue decisiva en varios momentos críticos. Enrique de Borgoña jugó un papel fundamental en la organización de fuerzas portuguesas y en la formación de una coalición para hacer frente a Alfonso el Batallador. Esta intervención no solo añadió complejidad a la guerra civil, sino que también llevó a la creación de una especie de frente unificado entre Portugal y Castilla, al menos en principio, contra los intereses del monarca aragonés.

El cambio de lealtad de Enrique comenzó a ser claro cuando Alfonso el Batallador invadió Toledo en 1111, lo que causó un profundo malestar en Enrique de Borgoña. No solo fue una afrenta a la alianza matrimonial con Urraca, sino que también significaba una amenaza para el control de la ciudad de Toledo, que para Enrique tenía un valor estratégico y simbólico. Ante esta amenaza, Enrique de Borgoña decidió aliarse abiertamente con Urraca, su cuñada, y se unió a la lucha por la recuperación del reino.

La guerra en el Campo de Espino y la derrota de los castellanos

La alianza entre Urraca y Enrique de Borgoña cobró un nuevo impulso con la batalla del Campo de Espino, que tuvo lugar el 12 de abril de 1111. En esta confrontación, las tropas unidas de Alfonso el Batallador y Enrique de Borgoña se enfrentaron a las fuerzas castellanas leales a Urraca, bajo el mando del conde de Candespina. La batalla resultó en una victoria decisiva para Alfonso el Batallador y su aliado portugués, lo que permitió que las fuerzas aragonesas consolidaran el control sobre varias de las fortalezas clave en Castilla, incluyendo Toledo.

La derrota de los castellanos y la muerte del conde de Candespina fue un golpe devastador para Urraca y su causa. Sin embargo, la victoria de Alfonso el Batallador fue de corta duración. A pesar de haber logrado una victoria en el campo de batalla, Alfonso no consiguió resolver los conflictos internos que lo debilitaban. El descontento con su gobierno creció, especialmente entre los nobles castellanos, quienes se sintieron cada vez más desplazados por la influencia aragonesa en el reino.

El cerco de Carrión y la reconciliación momentánea

Tras su victoria en Campo de Espino, Alfonso el Batallador tomó medidas drásticas para consolidar su control en el reino. En 1111, Alfonso el Batallador sitió Carrión de los Condes, donde se encontraba Urraca, lo que puso en riesgo su vida y la de su séquito. Sin embargo, a pesar de la aparente fortaleza de las tropas de Alfonso, los nobles castellanos leales a Urraca resistieron el cerco. La situación se volvió insostenible para Alfonso el Batallador, quien finalmente decidió levantar el asedio y buscar una solución a la crisis a través de la reconciliación.

La reconciliación temporal entre Urraca y Alfonso el Batallador tuvo lugar en Carrión de los Condes, donde se firmó una tregua que buscaba frenar la guerra civil interna. Sin embargo, esta paz no duró mucho tiempo. Aunque ambos monarcas acordaron un cese temporal de las hostilidades, las tensiones subyacentes seguían presentes, y pronto se hizo evidente que cualquier reconciliación genuina era insostenible.

La ruptura definitiva

El matrimonio entre Urraca y Alfonso el Batallador llegó a su fin en 1114, cuando Alfonso acusó a Urraca de conspirar contra él. La ruptura fue definitiva, y Alfonso el Batallador expulsó a Urraca de sus territorios. En un gesto de represalia, Alfonso prohibió que cualquier persona le ofreciera refugio a Urraca y sus seguidores, bajo pena de muerte. Esta medida fue el golpe de gracia a la ya frágil relación entre los dos monarcas y marcó el comienzo de una nueva fase en el conflicto civil que asolaba el reino.

Tras su expulsión, Urraca se retiró a tierras gallegas, donde la nobleza local y el arzobispo Diego Gelmírez le ofrecieron apoyo. En este momento, la figura de Urraca se vio más que nunca vinculada a las facciones de la alta aristocracia gallega, que luchaban por obtener mayores autonomías respecto al reino de Castilla.

El impacto de la ruptura en la política castellana

La separación definitiva entre Urraca y Alfonso el Batallador tuvo profundas repercusiones en la política castellana. Mientras Alfonso el Batallador consolidaba su poder en Aragón y Navarra, Urraca comenzó a buscar nuevas alianzas, aunque siempre con la esperanza de asegurar el trono para su hijo Alfonso VII, quien finalmente sería proclamado emperador de Castilla y León. A pesar de sus esfuerzos por mantener el control en el reino, las tensiones sociales y políticas entre la nobleza, la Iglesia y la burguesía emergente no hicieron más que empeorar.

Urraca, aunque ya distante del poder absoluto, continuó siendo una figura central en la política del reino, especialmente en la región de Galicia. Su lucha por mantener la influencia en Castilla reflejaba las tensiones internas que, a la larga, llevarían a la unificación de los reinos bajo su hijo, Alfonso VII, pero no sin pagar un alto precio.

La caída de Urraca y su legado

La última etapa del reinado de Urraca fue un período de creciente desolación, tanto política como personal, que culminó con la expulsión de Alfonso el Batallador y la creciente oposición a su figura. Sin embargo, durante este período final, Urraca continuó desempeñando un papel activo en los asuntos del reino, especialmente en su apoyo a su hijo Alfonso VII, quien, aunque aún joven, estaba destinado a consolidar el poder en Castilla y León. La desaparición de Urraca no solo marcó el fin de una era llena de tensiones y conflictos, sino también el comienzo de una nueva fase política para la península ibérica, bajo el liderazgo de Alfonso VII, que heredó un reino fragmentado pero lleno de posibilidades.

Los últimos años de Urraca en el exilio

Tras la ruptura definitiva con Alfonso el Batallador en 1114, Urraca se encontró en una situación de aislamiento y exilio forzoso. La nobleza castellana, que había sido leal a ella durante los años de guerra, ya no tenía el mismo apoyo, y muchos nobles, preocupados por la creciente influencia de los aragoneses y portugueses, comenzaron a alinearse con los intereses de Alfonso el Batallador. Las tierras que anteriormente habían estado bajo su control comenzaron a caer en manos de las facciones contrarias.

En este contexto, Urraca se trasladó a Galicia, donde el apoyo de Diego Gelmírez, el influyente arzobispo de Santiago de Compostela, fue fundamental para su supervivencia política. Gelmírez, quien a lo largo de los años se había convertido en un actor clave en las intrincadas luchas de poder en la región, ofreció su respaldo a Urraca, tanto en términos de apoyo militar como en términos políticos, ya que veía en ella una figura que podría restaurar el equilibrio de poder en Galicia, una región que anhelaba mayor autonomía dentro de los reinos cristianos.

Aunque en principio Urraca pudo contar con el apoyo de algunos nobles gallegos y del clero, las tensiones internas dentro de Galicia complicaron aún más su situación. Por un lado, el conde de Traba y otros nobles gallegos comenzaron a cuestionar el liderazgo de Gelmírez, y la situación se convirtió en un campo de batalla de intrigas políticas. La reina, aunque debilitada, no dejó de luchar por mantener la influencia de su hijo en el futuro del reino.

El conflicto con Diego Gelmírez

La relación de Urraca con Diego Gelmírez fue compleja, caracterizada tanto por la cooperación como por el conflicto. A lo largo de los años, el arzobispo de Santiago de Compostela se consolidó como uno de los personajes más poderosos de Galicia, y sus ambiciones políticas y religiosas no siempre coincidían con los intereses de Urraca. En 1117, Urraca y Gelmírez firmaron un acuerdo en Tierra de Campos que parecía poner fin a las disputas entre ambos, pero el acuerdo no fue duradero. A pesar de la colaboración inicial, las diferencias entre la reina y el arzobispo gallego comenzaron a intensificarse, lo que contribuyó a un nuevo brote de tensiones en la región.

Una de las principales razones de estas tensiones fue el control de Santiago de Compostela, que se convirtió en un símbolo de poder religioso y político en la península. Gelmírez buscaba afianzar su influencia como arzobispo y aumentar el poder de la iglesia compostelana, mientras que Urraca, con su apoyo a la causa de su hijo Alfonso VII, veía en el control de la iglesia compostelana una forma de garantizar la estabilidad del reino en su conjunto. El conflicto entre ambos culminó en una serie de enfrentamientos y maniobras políticas, que solo aumentaron la división dentro del reino.

La muerte de Urraca y la consolidación de Alfonso VII

El año de Urraca fue 1126, cuando, tras una vida de intensas luchas políticas, tanto dentro de su reino como en el ámbito personal, falleció el 8 de marzo en Saldaña, en la provincia de Palencia. Su muerte se produjo en un contexto en el que el poder de Alfonso VII, su hijo, comenzaba a consolidarse. Aunque la reina no vivió para ver el pleno éxito de su hijo, su lucha y su perseverancia allanaron el camino para la futura unificación de Castilla y León bajo el reinado de Alfonso VII, quien sería conocido como Emperador de España tras la unificación de los reinos cristianos de la península.

La figura de Urraca es a menudo vista desde perspectivas contrapuestas. Para algunos, fue una reina débil, incapaz de resolver los conflictos internos que asolaban el reino, mientras que para otros, fue una mujer valiente que luchó incansablemente por su trono, sus hijos y la estabilidad del reino en un contexto de guerras civiles y traiciones. Urraca nunca dejó de luchar por su legitimidad y su derecho a gobernar, y, aunque no consiguió consolidar su poder a largo plazo, su esfuerzo y determinación influyeron en la futura dirección del reino.

La figura de Urraca se encuentra entre la luz y la sombra, recordada por algunos como una reina que se enfrentó a obstáculos inabordables y, por otros, como una mujer cuyo destino estuvo marcado por las tensiones familiares y las luchas internas. El testimonio de la crónica medieval, como la Historia Compostelana, describe la vida de Urraca desde una perspectiva parcial, influenciada por la intervención de Diego Gelmírez, quien a menudo la retrataba de manera negativa debido a las disputas que ambos mantuvieron. Otros cronistas, como el Anónimo de Sahagún, en cambio, defendieron su figura, destacando su resiliencia ante las adversidades.

La influencia en el legado de Alfonso VII

A pesar de su muerte prematura y las dificultades que enfrentó durante su reinado, Urraca dejó una huella indeleble en el destino de Castilla y León. Su hijo, Alfonso VII, se consolidó como una figura poderosa en la política de la península, no solo debido a su herencia materna, sino también gracias a la lección de lucha y resistencia que Urraca le brindó. En muchos aspectos, Alfonso VII fue el heredero de los esfuerzos de su madre para unificar los reinos cristianos y superar las divisiones internas que tanto habían debilitado el poder de los reyes de Castilla.

Bajo Alfonso VII, Castilla y León lograron la unificación del territorio, pero no sin enfrentarse a las mismas tensiones y luchas que marcaron el reinado de Urraca. La figura de Urraca como madre y reina se convirtió en una inspiración para muchos de los relatos posteriores sobre la lucha por el poder en los reinos medievales, destacando su fuerza y tenacidad.

La figura de Urraca en la historiografía

A lo largo de los siglos, la figura de Urraca ha sido objeto de múltiples interpretaciones. En el contexto del romanticismo, su figura fue idealizada como la reina luchadora que resistió las intrigas y las traiciones de su tiempo, y su nombre ha sido recuperado en la literatura y el teatro, donde fue retratada como una mujer valiente que luchó por sus derechos y los de su hijo. Lope de Vega, en su obra La varona castellana, exploró esta figura de la reina valiente, mientras que otros autores, como Francisco Navarro Villoslada y Patricio de la Escosura, se adentraron en los aspectos más personales de su vida, destacando las pasiones y las dificultades que marcaron su destino.

Hoy en día, los estudios históricos han buscado rescatar una visión más equilibrada de Urraca, analizando sus esfuerzos por mantener el control en una época de enormes dificultades y presiones políticas. La labor de historiadores como Marcelino Menéndez y Pelayo y Antonio López Ferreiro ha permitido comprender la complejidad de su figura y su legado, lejos de las caricaturas de la realeza medieval. Urraca sigue siendo una figura que representa la lucha por el poder en un contexto de guerra, traición y ambición, y su vida continúa siendo un testimonio de la resistencia ante la adversidad.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Urraca (1079–1126): La Reina que Desafió Reinos y Forjó el Camino del Imperio Castellano". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/urraca-reina-de-castilla-y-leon [consulta: 16 de octubre de 2025].