Tirado Robles, José Ramón o «El Tiburón de Sinaloa» (1933-VVVV).
Matador de toros mexicano, nacido en Mazatlán (en el estado de Sinaloa) el 8 de septiembre de 1933. En los circuitos taurinos de su México natal fue conocido por el sobrenombre artístico de «El Tiburón de Sinaloa».
Impulsado desde su niñez por una firme afición a los toros, desde muy joven comenzó a dar sus primeros lances en festejos menores para foguearse en el duro aprendizaje del oficio taurino, y con apenas dieciocho años de edad estrenó su primer traje de luces. Los rigores de esta primera etapa novilleril le causaron no pocos quebrantos que pusieron a prueba sus auténticos deseos de llegar a convertirse en una gran figura del Arte de Cúchares, y antes de hacer su presentación oficial en España en calidad de novillero ya venía curtido por los costurones que le dejaron en la piel dos graves cornadas.
Sin embargo, el buen hacer de su primer apoderado, Rafael Sánchez («El Pipo»), le permitieron cruzar el océano Atlántico para exponer su arte ante el severo dictamen de la afición española. El día 8 de abril de 1956 pisó por vez primera un ruedo hispano en la pequeña plaza de Priego (Córdoba), y el día 22 de ese mismo mes se vistió de alamares en la Ciudad Condal para presentarse ante el público barcelonés, en una tarde memorable que aconsejó a la empresa de la plaza catalana volver a anunciar en sus carteles a José Ramón Tirado en otras ocho ocasiones en el transcurso de aquella feliz temporada.
Sus rotundos éxitos en la Ciudad Condal le trajeron una copiosa lluvia de ofertas para torear en diferentes plazas españolas, entre ellas la madrileña Monumental de Las Ventas, donde se presentó por vez primera el día 8 de julio de 1956, acompañado en el cartel por los jóvenes novilleros Fermín Murillo y Francisco Pita, para dar cuenta entre los tres de un encierro procedente de las dehesas de don Atanasio Fernández. No defraudó «El Tiburón de Sinaloa» a la primera afición del mundo -que aguardaba, ansiosa, la presencia en su ruedo del arrollador novillero mexicano que estaba triunfando en toda España-, y saldó el balance de su debut venteño con la obtención de una oreja de uno de sus enemigos.
El buen sabor de boca dejado en el coliseo taurino de la capital le permitió volver a hacer el paseíllo a través de las arenas madrileñas el día 12 de aquel mismo mes de julio, fecha en la que, en presencia de Pepe Cáceres y Victoriano Valencia, renovó el triunfo cosechado cuatro días antes y volvió a pasear una oreja por el anillo de Las Ventas. Tres días después, de nuevo se vistió de luces en Madrid José Ramón Tirado Robles, esta vez para obtener el trofeo de dos apéndices auriculares ante la mirada de sus compañeros de cartel, el ya citado Pepe Cáceres y «El Trianero». En el breve plazo de una semana, «El Tiburón de Sinaloa» había protagonizado una de las presentaciones más arrolladoras de un novillero en el coso venteño: había hecho tres paseíllos y cortado cuatro orejas.
Triunfos de esta índole le permitieron firmar, todavía en calidad de novillero, un total de cuarenta y dos ajustes en las plazas hispanas durante aquella temporada de 1956. Antes de que finalizara la misma, se enfundó el terno de alamares en la ciudad de Mérida (Badajoz) dispuesto a abandonar el escalafón novilleril para pasar a engrosar la nómina de los matadores de toros. Corría, a la sazón, el día 12 de octubre de 1956, fecha en la que fue su padrino de alternativa el afamado espada valenciano Miguel Báez y Espuny («Litri»), quien, bajo la atenta mirada del genial coletudo rondeño Antonio Ordóñez Araujo, que hacía las veces de testigo en tan emotiva ceremonia, cedió al toricantano los trastos con los que había de muletear y despenar a Cuellolargo, un toro colorado oscuro que se había criado en las dehesas de don Manuel González.
De vuelta a su México natal, tomó parte en numerosos festejos allí celebrados y, al comienzo de la temporada siguiente, regresó a España con la intención de revalidar el buen cartel que había dejado en todos los cosos que pisara el año anterior en calidad de novillero. Pero, ante el asombro y la decepción de todo el público hispano, «El Tiburón de Sinaloa» fue de fracaso en fracaso durante toda esta campaña de 1957, en la que confirmó su alternativa en Madrid el día 10 de mayo, apadrinado por el espada sevillano Julio Aparicio Martínez y acompañados ambos por el testigo de la confirmación, el genial maestro madrileño Antonio Chenel Albadalejo («Antoñete»). La escasa fortuna de que gozó José Ramón Tirado Robles en la tarde de su confirmación (en la que se jugaron reses marcadas con el hierro de doña Eusebia Galache) no fue sino el preludio del estrepitoso fracaso que volvió a experimentar, también en las arenas venteñas, al día siguiente, que volvió a repetirse el día 17 de aquel aciago -para él- mes de mayo en Madrid.
Probó fortuna, pocos días después, en las arenas barcelonesas que tantos triunfos suyos habían presenciado en la campaña anterior; pero, ante dos nuevos e inapelables fracasos, optó por suspender su temporada en España y regresar a su país natal, donde siguió toreando durante varios años y protagonizando una irregular trayectoria taurina que, poco a poco, iba yendo en declive por culpa de la abulia que mostraba el matador de Sinaloa. No obstante, el acreditado valor de que hacía gala siempre José Ramón Tirado le valió para contar con una legión de seguidores que, de cuando en cuando, podían contemplar algún desplante espectacular del «Tiburón». Estos alardes de valor, sumados a otras razones extrataurinas (como su matrimonio con la famosa cantante Lola Beltrán), contribuyeron a mantenerlo en el candelero durante varias temporadas.
Un toro estuvo a punto de acabar con su vida el día 6 de agosto de 1961, cuando hizo presa en él y, con desusada saña, se resistió a soltarlo hasta no haberle propinado tres graves cornadas. Una vez repuesto, volvió a torear en España durante la campaña de 1962, en la que reapareció en su querida Barcelona en compañía de Manuel Vázquez Garcés («Manolo Vázquez»), Alfredo Leal Kuri y José María Clavel Cucalón. Pero se le vio muy mermado ya de facultades, lo que no le impidió seguir toreando en México -bien es verdad que cada vez con menos ofertas- hasta finales de los años sesenta.
Bibliografía
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– ABELLA, Carlos y TAPIA, Daniel. Historia del toreo (Madrid: Alianza, 1992). 3 vols. (t. 3: «De Niño de la Capea a Espartaco«).
– COSSÍO, José María de. Los Toros (Madrid: Espasa Calpe, 1995). (2 vols.).
– GUARNER, Enrique. Historia del toreo en México (México, 1979).
– VINYES RIERA, Fernando. México, diez veces llanto (Madrid: Espasa-Calpe, 1987).
J. R. Fernández de Cano.