Báez y Espuny, Miguel, «Litri» (1930-2022).
Matador de toros español, nacido en Gandía (Valencia) el 5 de octubre de 1930 y fallecido en Madrid el 18 de mayo de 2022. En el planeta de los toros era conocido por el sobrenombre de «Litri», apodo que heredó de su padre, el valiente coletudo onubense Miguel Báez Quintero. Además, en la célebre dinastía torera a la que perteneció, destacaron otros toreros como su abuelo Miguel Báez («El Mequi»), su hermano de padre Manuel Báez, y su hijo Miguel Báez Spínola (1968).
Habida cuenta de los antecedentes familiares que alentaron su afición taurina desde su más tierna infancia, resulta fácil comprender que Miguel Báez y Espuny se inclinara por el oficio paterno desde muy temprana edad; lo que no resulta tan sencillo de explicar -puesto que el valor no se hereda- es que sacase el mismo arrojo temerario que siempre cimentó el toreo de su padre y de su malogrado hermano mayor.
Comenzó a dar pruebas del susodicho arrojo cuando, el día 1 de junio de 1947, sin haber alcanzado aún los diecisiete años de edad, dio muerte a su primer becerro en la pequeña localidad onubense de Manzanilla. Mes y medio después (el 17 de agosto de aquella temporada), sin abandonar todavía el estrecho ámbito de la provincia en que vivía, se enfundó por vez primera un terno de luces, para dar lidia y muerte a unos novillos marcados con el hierro de don Gerardo Ortega. Acompañado en el cartel por «Costillares» y Posada, Miguel Báez y Espuny hizo su primer paseíllo vestido de torero a través de las arenas de Valverde del Camino (Huelva).
Desde estos animosos comienzos de su carrera sus éxitos fueron arrolladores, sobre todo entre ese público que se entrega a los toreros nobles, decididos y arriesgados, sin parar mientes en la mayor o menor pureza con que ejecutan las suertes. Porque lo cierto es que, desde aquellas primeras novilladas, el «Litri» hizo gala de una serena impasibilidad que ponía siempre un alto grado de emoción en todas sus faenas, a pesar de que luego no acompañara tanta temeridad con un estilo exquisito (o, al menos, depurado). Mas, comoquiera que en el momento en que arribó al planeta de los toros una gran parte de la afición se dejaba ganar por este tremendismo seco -y, desde luego, auténtico-, Miguel Báez y Espuny firmó en cada temporada que ejerció de novillero una cifra de contratos que rondaba el centenar de actuaciones, cuando no lo sobrepasaba. No es de extrañar, por ende, que llegara a su alternativa precedido de un renombre poco común entre el resto de sus compañeros del escalafón novilleril (excepción hecha del madrileño Julio Aparicio Martínez, con quien había entablado una sonada rivalidad desde que ambos eran novilleros principiantes).
Llegado, en efecto, el momento de acceder al grado de doctor en tauromaquia, el día 12 de octubre de 1950 hizo el paseíllo a través del ruedo de Valencia, apadrinado por el genial espada sevillano Joaquín Rodríguez Ortega («Cagancho»). Acompañaba a ambos en los carteles el susodicho Julio Aparicio, que era a la vez, en aquel emotivo trance, testigo del «Litri» y toricantano. Hecho el sorteo pertinente, correspondió a Miguel Báez y Espuny tomar la alternativa en último lugar, por lo que primero compareció como testigo en el doctorado de su compañero de andadura taurina, y posteriormente dio lidia y muerte a estoque al toro Pendolito, que había pastado en las dehesas de don Antonio Urquijo.
Para confirmar esta alternativa, el día 17 de mayo de 1951 compareció en la plaza Monumental de Las Ventas (Madrid), apadrinado por el coletudo sevillano José Luis Vázquez Garcés («Pepe Luis Vázquez»); el cual, bajo la atenta mirada del no menos famoso diestro madrileño -aunque nacido en Caracas- Antonio Mejías Jiménez («Antonio Bienvenida»), le cedió los trastos con los que había de lidiar y estoquear a un astado perteneciente al hierro de Bohórquez, que atendía a la voz de Desagradecido. Estuvo afortunado aquella tarde el joven «Litri», por lo que salió de la primera plaza del mundo con una oreja como galardón.
Aprovechó este triunfo para firmar no pocos ajustes en la temporada de 1952, dando muestras en todos ellos de ir aprendiendo cada vez mejor su oficio, sin mermar por ello ese ingrediente de emoción que nacía de su proverbial imperturbabilidad delante de los toros. Sin embargo, en las campañas de 1953 y 1954 no se vistió de luces; reapareció en la de 1957, año en el que intervino en cincuenta y siete corridas, para volver a retirarse en la de 1958, después de haber toreado sólo en plazas de Hispanoamérica. Tal vez esta prematura retirada venía impuesta por la propia naturaleza del toreo que ejecutaba Miguel Báez y Espuny, muy vistoso y aplaudido en un novillero, pero insuficiente para mantener durante varios años en los puestos cimeros del escalafón a quien aspira a ser tenido por figura del Arte de Cúchares. Quedó, eso sí, para los anales de la tauromaquia el popular y arriesgadísimo «litrazo», pase de muleta consistente el citar al toro dándole mucha distancia, y aguantar su veloz embestida en línea recta sin enmendar la posición que desde el principio han adoptado los pies.
Anecdóticamente, Miguel Báez y Espuny volvió a vestirse de luces en un par de ocasiones. La primera de ellas tuvo lugar en Huelva en 1984, para formar parte del cartel que había de inaugurar de nuevo la plaza de toros de aquella ciudad andaluza (plaza que llevaba muchos años cerrada). Y el 26 de septiembre de 1987 volvió a hacer el paseíllo en las arenas francesas de Nimes, donde cedió la alternativa a su hijo Miguel Báez Spínola. Aquella tarde reapareció también, anunciado en ese mismo cartel, el no menos querido torero sevillano Francisco Camino Sánchez («Paco Camino»), quien a su vez doctoró a su hijo Rafael Camino Sanz.
En 1998 el Consejo de Ministros le concedió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.
Bibliografía.
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-BOLLAÍN ROZALEM, Luis. La Tauromaquia de Miguel Báez (Madrid, 1951).
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————————————. «Litri», no. Aparicio, sí (Madrid, 1951).
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-MONTERO, Francisco. «Litri», torero atómico (Sevila, s.a.).
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-VILA, Enrique. Cuatro años junto al «Litri» (Sevilla, 1955).
J.R. Fernández de Cano.