Salvá y Campillo, Francisco (1751-1828).
Científico español, nacido en Barcelona en 1751, y fallecido en la misma ciudad en 1828. Era hijo de Jerónimo Salvá Pontich, médico del Hospital de la Santa Cruz de Barcelona, y recibió su formación primaria y secundaria, desde 1757 a 1766, en el Colegio Episcopal de dicha ciudad. Estudió a continuación tres años de medicina en la Universidad de Valencia, y después se presentó a las pruebas de grado en la de Huesca, donde obtuvo en 1771 el título de bachiller en medicina. Consiguió luego el de doctor en la Universidad de Toulouse y lo revalidó también en Huesca. De regreso en Barcelona, perfeccionó su preparación clínica trabajando junto a su padre en el Hospital de la Santa Cruz y se convirtió muy pronto en uno de los médicos más prestigiosos de la ciudad. En 1773 ingresó en la Real Academia Médico-Práctica y en 1786, en la Real Academia de Ciencias Naturales y Artes, instituciones que sirvieron de marco a su actividad científica a lo largo de medio siglo.
Cuando estudió en la Universidad de Valencia, Salvá utilizó como textos los libros de Andrés Piquer que, junto a los Comentaria de Gerard van Swieten a los aforismos de Hermann Boerhaave, constituyeron la base inicial de su formación médica. No resulta extraño que su obra madura fuera después uno de los principales exponentes de la mentalidad antisistemática en la etapa final de la medicina española de la Ilustración. Sus diferencias respecto a Piquer fueron muy importantes, porque Salvá fue un médico rigurosamente al día, que dominó los saberes y las técnicas propias de los años de tránsito del siglo XVIII al XIX. Por ello, en su obra desapareció el peso decisivo que la medicina tradicional había tenido en la labor de Piquer, hasta el punto de que, como vamos a ver, rechazó explícitamente el método hipocrático.
La influencia directa de la «Alte Wiener Schule» en la obra juvenil de Salvá le condujo, en primer término, a redactar un compendio en dos volúmenes de los Commentaria de van Swieten, que no llegó a imprimirse. Sus primeras publicaciones fueron dos libros en defensa de la inoculación antivariólica (1777), destinados a contradecir los ataques que contra esta técnica preventiva había dirigido Anton van Haen, otro destacado miembro de la escuela de Viena por el que Salvá no ocultó, por otra parte, su admiración.
La viruela fue un tema que continuó ocupando a Salvá durante las siguientes décadas. Le dedicó varios trabajos, entre los que destaca una memoria que premió en 1790 la Societé Royale de Médecine de París, y que su autor publicó ocho años después, en las Memorias de la Real Academia barcelonesa, con el título de «Sobre las utilidades y daños de los purgantes y la ventilación de las viruelas». Tras el descubrimiento de la vacunación antivariólica por Edward Jenner, Salvá figuró entre los primeros médicos españoles que aceptaron el nuevo procedimiento. Contribuyó decisivamente a su difusión en Cataluña y fue también uno de los corresponsales que en torno al tema tuvo Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, al que remitió «pus vacuno». Por el contrario, Salvá mantuvo una actitud escéptica frente al preparado antifebril de José Masdevall, que había conseguido gran celebridad al ser aplicado en diferentes epidemias. El volumen en el que analizó sus ventajas y limitaciones (1790) figura entre sus mejores trabajos médicos publicados durante los años finales de siglo. Junto a él sobresalen una memoria sobre el escorbuto y la fiebre tifoidea (1794), que redactó con motivo de uno de los concursos convocados por la Société Royale de Médecine, y un estudio acerca de las epidemias que había observado en el departamento de mujeres del Real Hospicio de Barcelona (1798).
A partir de 1765, la Academia Médico-Práctica había solicitado en varias ocasiones la creación en Barcelona de una cátedra de clínica. Gracias a la gestión de Salvá, se consiguió, por fin, en 1797, la fundación de un Real Estudio de Medicina Práctica bajo la dirección de la Academia. Fueron nombrados catedráticos el propio Salvá y Vicente Mitjavila, y el primero se encargó de pronunciar la lección inaugural en 1801. Su obra médica madura la recogió fundamentalmente en los volúmenes que consagró a exponer su labor en dicho Real Estudio (1802-1818). En ellos defendió la enseñanza clínica desde una perspectiva típica de la mentalidad antisitemática. Van Swieten y, todavía más, Boerhaave, eran ya, para el Salvá de estos años, autores «tradicionales». Le interesaban de modo más inmediato otras figuras, entre ellas los miembros más recientes de la «Alte Wiener Schule». Dedicó una amplia exposición a la semiología del pulso, basada en su recuento con un «relox de segundos», en la que citó repetidas veces a Anton de Haen, cuyo interés por medir la realidad clínica compartía plenamente. Aceptó también la crítica que de Haen había hecho de la doctrina esfigmológica de Francisco Solano de Luque, porque juzgaba que el vienés estaba «más apoyado en la razón y la experiencia». Le interesaron asimismo los criterios terapéuticos de Maximilian Stoll y, sobre todo, la obra patológica de Johann Peter Frank, cuya orientación general suscribía. Adoptó una actitud similar a la de este último ante la nosotaxia «more botanico», considerando con escepticismo todas las clasificaciones, desde la defendida por François Boissier de Sauvages hasta la propugnada por Philippe Pinel. En este contexto propuso una reforma radical de la terminología médica (1807), limitada a la combinación de radicales griegos, que no tuvo repercusión alguna, lo mismo que otras iniciativas parecidas que en esta época se tomaron en diversos países europeos.
La obra y el pensamiento de Giovanni Batista Morgagni influyeron también notablemente en la producción médica madura de Salvá, cuyo fundamento más sólido fueron historias clínicas con cuidadosos protocolos de autopsia. Sin embargo, no llegó a incorporar plenamente los nuevos supuestos teóricos de la escuela anatomoclínica de París, tal como fueron formulados por Marie François Xavier Bichat, Jean Nicolas Corvisart y René Théophile Hyacinthe Laennec. En cambio, rompió abiertamente con el último reducto de la autoridad tradicional de los clásicos, sin admitir ya que las historias clínicas hipocráticas fueran un modelo adecuado para la práctica médica.
Dejando aparte otros aspectos de la obra de Salvá como médico, recordaremos su oposición a la unificación profesional de los médicos de formación universitaria y los cirujanos procedentes de los nuevos colegios creados por la reforma de la enseñanza quirúrgica. En un libro sobre el tema (1812), atacó ferozmente a las cabezas de dicha reforma: «El Colegio de Cirugía de Cádiz fue un patrimonio para los parientes de su principal fundador Perchet. El de Barcelona, para los de Virgili. El de Madrid, para los ahijados de Gimbernat y, mientras éste le gobernó solo, costó al erario más de un millón de reales sin haber habilitado un cirujano para la nación«.
Salvá cultivó otras áreas científicas, como la física experimental. En la Academia de Ciencias y Artes de Barcelona desempeñó el cargo de revisor de la «dirección» de electricidad, entre 1786 y 1803, y de director entre 1804 y 1824. Leyó, en esta institución, diversas memorias sobre electricidad, entre las que destacan las dedicadas a exponer sus investigaciones sobre la telegrafía eléctrica. La primera memoria sobre este tema, titulada «Sobre la electricidad aplicada a la telegrafía», es de 1795. En ella Salvá propuso, al parecer de manera independiente a otros autores, la utilización de las descargas de una botella de Leiden y un esquema de varios conductores. Describió además sus experiencias con un pequeño telégrafo que había construido, compuesto de diecisiete pares de hilo de alambre recubiertos de papel común. A cada uno de los pares de alambre le correspondía una letra del alfabeto. Comentó también la posibilidad de transmitir las señales por el mar, revistiendo los cables para impermeabilizarlos o bien empleando el agua como conductor. En una memoria posterior, leída en 1800, se ocupó de cuestiones relativas al galvanismo, describiendo las experiencias de Luigi Galvani, así como las ideas de este autor acerca de la electricidad animal; Salvá, en esta memoria, expuso su desacuerdo tanto con Galvani, como con la interpretación del galvanismo dada por Alessandro Volta, acogiéndose a la teoría defendida por Alexander von Humboldt de la existencia de un fluido galvánico distinto del eléctrico. En una adición a esta memoria, leída el mismo año, desarrolló la aplicación del galvanismo a la telegrafía, a partir de los experimentos que había realizado sobre el particular. La propuesta de Salvá se basaba en usar las contracciones de los músculos de las ranas como señales. Por último, al tener conocimiento de la invención de la pila eléctrica por Volta, estudió la utilización de ésta como generador de energía eléctrica para la transmisión de señales, y dio a conocer sus ideas sobre el particular, en la misma Academia de Ciencias y Artes, en 1804. En esta ocasión rehuyó discutir acerca de la naturaleza del galvanismo, «como para mi intento nada sirve saber la causa de las sacudidas que da dicha columna [la pila de Volta]…» Como indicador del telégrafo, Salvá sugirió usar, además de las contracciones de los músculos de la rana, el desprendimiento de hidrógeno en el electrodo negativo de la pila: «Esta diversidad de señales [de los electrodos] nos ahorraría la mitad de los conductores en el telégrafo galvánico«. Debe destacarse que Salvá y Campillo fue el primer científico que planteó la aplicación de la pila de Volta a la telegrafía.
Además de estos trabajos relacionados con la electricidad y sus aplicaciones a la telegrafía, Salvá realizó otras invenciones, como una agramadora diseñada en colaboración con su amigo Francisco Sanponts y Roca y un «barco-pez» para la navegación submarina, que no pasó de una sugestiva idea, aunque al parecer realizó algunos experimentos para hacer respirable el aire en el interior, sin dar con la solución. Se interesó también por la aerostática y la meteorología, ámbitos en los que realizó observaciones sistemáticas durante cuarenta años e impulsó la construcción de instrumentos adecuados (barómetros e higrómetros).
Bibliografía.
Fuentes.
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Estudios.
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Víctor NAVARRO BROTÓNS y José María LÓPEZ PIÑERO