Ross, Sir John (1777-1856).
Marino y explorador escocés, nacido en Wigtown el 24 de junio de 1777 y muerto en Londres el 30 de agosto de 1856, que fue uno de los pioneros en la exploración de las tierras del Ártico así como uno más de los buscadores del Paso del Noroeste.
Con tan sólo nueve años ingresó en la Marina, en cuyo cuerpo prestó servicio durante las guerras de la época, en las que fue herido en tres ocasiones. En 1818 se le puso al mando de una expedición que zarpó en busca del denominado Paso del Noroeste (una ruta navegable por América del Norte que conectara los océanos Atlántico y Pacífico) hacia el estrecho de Baffin, pero tuvo que retroceder al sospechar -posiblemente debido a un espejismo- que estaba cerrado por una cadena montañosa, que nombró como Montes de Croker, cordillera cuya inexistencia demostró dos años más tarde su compatriota Parry. Muy contrariado por este error, organizó a sus expensas una nueva expedición en 1829, durante la cual su barco quedó atrapado por los hielos polares, lo que le obligó a invernar en Felix Harbour y al año siguiente en Victoria Harbour, hasta que finalmente se vio obligado a abandonar su barco e intentar reemprender el viaje a bordo de una chalupa con parte de la tripulación. En 1833 consiguió llegar al estrecho de Lancaster, tras un largo periplo, resultado del cual fueron importantes avances cartográficos, tales como el reconocimiento de la península de Boothia y de una gran parte de la isla del Rey Guillermo y el descubrimiento, realizado por su sobrino, James Ross, del polo N magnético de la tierra. Sobre este último descubrimiento hay importantes anotaciones en su diario de viaje:
«Nos hallamos a una distancia de catorce millas del lugar donde se calcula que está el polo magnético. Por eso mi ansiedad no me permitió hacer ni dejar hacer nada que pudiese retrasar mi llegada al tan codiciado sitio. Decidí, pues, dejar atrás la mayor parte de la impedimenta y provisiones y guardar sólo lo estrictamente indispensable, con objeto de que el mal tiempo u otras circunstancias no nos impusiesen ningún retraso y de que incidentes imprevistos o desgraciados no me robasen la alta recompensa a que aspiraba y que era el objeto de mis afanes. […] Comenzamos una marcha forzada, ya que, relativamente, habíamos quedado muy aligerados y, poniendo a contribución todas nuestras fuerzas, llegamos al lugar deseado a las ocho de la mañana del primero de junio. Creo poder dejar para otros el pintar nuestro estado de espíritu cuando nos vimos finalmente en la meta que nuestra ambición se había trazado. Casi nos parecía que, por el hecho de haber llegado tan lejos, lo habíamos conseguido ya todo; como si el viaje y las penalidades hubiesen terminado ya y como si lo único que nos quedase por hacer fuera regresar a casa y vivir felices el resto de nuestros días Cierto que asomaban pensamientos que nos decían lo mucho que nos faltaba aún por soportar y trabajar, pero, a pesar de todo, no se imponían ni nos acosaban. Y si lo hubiesen hecho, el entusiasmo del momento habría bastado a desvanecerlos. Éramos felices y queríamos serlo todo el tiempo posible. […] Tan pronto como me hube asegurado del hecho comuniqué a mis compañeros el resultado satisfactorio de nuestra común labor. Enseguida, después de felicitarnos mutuamente, enarbolamos en el lugar la bandera británica y en nombre de la Gran Bretaña y del rey Guillermo IV tomamos posesión del «Polo Norte Magnético» y de las tierras que le rodean. Los fragmentos de roca caliza que cubrían la playa nos proporcionaron abundante material de construcción, con el cual levantamos un montículo de piedras de considerables proporciones, enterrando bajo su base una caja de hojalata que contenía el relato de aquel suceso. Sólo lamentamos carecer de elementos para erigir una pirámide de mayor altura, lo bastante resistente para contrarrestar las acometidas de la intemperie y de los esquimales. Habría sido una pirámide mayor que la de Queops y estoy seguro de que no habría satisfecho nuestra ambición —hasta tal punto nos sentíamos exigentes aquel notabilísimo día—. El lugar se hallaba a los 70º 5′ de lat. y a los 96º 46′ 45″ de long. O.«
A su regreso a Inglaterra, sus muchos méritos le merecieron ser nombrado caballero en 1834, y ascendido a contraalmirante y, en 1839, cónsul en Estocolmo, cargo que ejerció hasta 1846. En 1850 se le encomendó el que sería su último viaje a las regiones árticas, en busca del también explorador Franklin, quien llevaba varios años desaparecido. En esta expedición tuvo por acompañante a Robert McClure.
Escribió varias obras, entre las cuales cabe destacar la titulada Narración del segundo viaje en busca del paso del Noroeste (1835), que constituye una relación de las peripecias sufridas en busca de citado pasaje.
Bibliografía
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TREUE, W. La conquista de la Tierra. Barcelona, Ed. Labor, 1948.