Prim y Prats, Juan (1814-1870).
Militar y político español, gobernador militar de Madrid y Barcelona (1843), ministro de la Guerra bajo el Gabinete Serrano (1868) y presidente del Gobierno (1868-1870). Nació el 6 de diciembre del año 1814, en Reus (Tarragona), y murió el 30 de diciembre del año 1870, en Madrid, víctima de un atentado perpetrado tres días antes cuya autoría aún hoy día sigue sin haber sido desvelada. Juan Prim fue una de las figuras más importantes de todo el siglo XIX español, heredero directo de la facción liberal defendida por Baldomero Espartero. Su participación en la Revolución de 1868 fue decisiva para expulsar del trono a la reina Isabel II.
Hijo de militar, Prim continuó la tradición familiar ingresando en el Cuerpo Real de Tiradores como voluntario al comienzo de la primera guerra carlista. Tras tomar parte directa en 35 hechos de guerra, con tan sólo 25 años de edad fue ascendido al grado de coronel, ascenso ganado por su heroico comportamiento en el combate de Casa Llovera. De ideología liberal, en el año 1841 se convirtió en uno de los máximos valedores del régimen liberal de Espartero y consiguió un escaño en el Parlamento representando a la provincia de Tarragona. Sin embargo, Prim no tardó mucho en manifestar su desacuerdo con Espartero por el estilo de gobernar de éste, bastante personalista y dictatorial. El 19 de mayo del año 1843, coaligado con Serrano, participó de una forma destacada en las sesiones del Congreso que provocaron la caída del regente Espartero. Aunque no era del agrado de los moderados, el 30 de mayo de ese mismo año fue ascendido a general y nombrado gobernador militar de Barcelona con el propósito de sofocar a sangre y fuego la sublevación emprendida en su ciudad natal por parte de la Junta de Barcelona contra la reina Isabel II. El movimiento fue aplastado sin conmiseración el 17 de agosto, acto que le valió la unánime repulsa de todos los catalanes, aunque la Corona le recompensó con los títulos nobiliarios de conde de Reus y vizconde del Bruch.
El entendimiento de Prim con los moderados se resquebrajó enseguida. A pesar de los títulos y honores que le otorgaron, el Gobierno de Narváez intentó apartarle de la escena política nombrándole gobernador militar de Ceuta en el año 1845, puesto que Prim no aceptó. Acusado de conspirar contra Narváez, Prim fue apresado y posteriormente indultado. Entre los años 1845 a 1847, prefirió exiliarse voluntariamente viajando continuamente por Francia, Inglaterra e Italia. En el año 1847, Fernando Fernández de Córdoba, ministro de la Gobernación, le rescató políticamente y propuso su nombramiento como gobernador de Puerto Rico, donde implantó el Código Negro, desfavorable a la población de color, acompañado de medidas arbitrarias y no exentas de crueldad gratuita que acabaron originando fuertes muestras de repulsa contra su actuación que acabaron forzando su destitución, el 14 de junio del año siguiente.
De regreso a España, Juan Prim reanudó sus tareas parlamentarias como diputado y senador, imprimiendo un peculiar y personalísimo estilo de hacer política contra los moderados que provocó un segundo período de exilio hasta el año 1853, fecha en la que Prim se trasladó a Turquía al frente de la Comisión Militar del Gobierno español que debía agregarse al ejército turco en la Guerra de Crimea que enfrentó al Imperio otomano y a Rusia. Su intervención en dicho conflicto le sirvió para adquirir un valioso conocimiento de la psicología del mundo musulmán.
El triunfo de la revolución progresista del año 1854 devolvió a Prim a España, siendo nombrado capitán general de Granada. De aquí pasó a Melilla para participar en la represión de la insurrección rifeña (preludio de la Guerra de África). Por su breve pero enérgica actuación en tierras norteafricanas, con sus resonantes victorias en Wad-Ras y Castillejos, Prim fue ascendido al grado de teniente general y condecorado por la reina con el título de duque de Castillejos.
En el año 1861, Prim fue encargado de dirigir la llamada «expedición a México». La negativa del presidente mexicano Benito Juárez a hacer frente a los cupones de la deuda externa hizo que Francia, España e Inglaterra llegasen a un acuerdo en la Convención de Londres, celebrada en octubre, por el que las tres potencias acordaron enviar fuerzas mancomunadas para hacer valer sus derechos, previa expresa declaración de no injerir en los asuntos internos del país. Napoleón III de Francia contravino lo acordado e intentó instaurar la monarquía en México y colocar a su pretendiente Maximiliano de Austria aprovechando la presencia de las tropas europeas. Prim se negó en redondo a aceptar semejante carambola política y escribió una célebre carta al emperador francés reprobando con dureza su proyecto. En vista de que Francia se negó a rectificar, Prim suscribió con el ministro mexicano Doblado, el 19 de febrero del año 1862, por mera decisión personal, el documento de La Soledad, en virtud del cual el Gobierno mexicano se comprometía a cumplir el pago de las deudas de guerra con España a cambio de que ésta no se inmiscuyera en el problema mexicano. Prim fue todavía más lejos al decretar el abandono de las tropas españolas del país, acto que fue seguido por la delegación británica, decisión que hizo comunicar sin dilación al general Serrano, capitán general de Cuba. O´Donnell no era partidario de la conducta empleada por Prim, pero en Palacio y el Congreso fue refrendada por amplia mayoría.
De regreso al país, en el año1863, la política llevada a cabo por Prim en México no agradó a los políticos conservadores, los cuales siguieron atacándole desde todos los frentes posibles. Esta circunstancia le empujó aún más a integrarse en las filas del progresismo más antidinástico, apareciendo como uno de sus más genuinos dirigentes. En lo económico, Prim se declaró abiertamente proteccionista con lo que recobró la fama y popularidad entre los catalanes. Desde entonces, se convirtió en el paradigma de una España romántica que anhelaba la libertad y el progresismo. Inmerso de lleno en la dinámica política tan enrarecida de su tiempo, en el año 1864 volvió a ser apartado de Madrid al ser destinado a Oviedo, en cuya capitanía general encontró un ambiente favorable a él y sus proyectos políticos. En esta época Prim cooperó, primero, para debilitar a Narváez y O´Donnell y, con ello, la seguridad de la propia reina Isabel II, para acabar convirtiéndose en el ideólogo de la sublevación de los sargentos de San Gil, el 22 de junio del año 1866. En ese mismo año dirigió la reunión de Ostende y viajó disfrazado por Italia, Francia y Suiza, países en los que se entrevistó con las personalidades progresistas más destacadas en el exilio, como Sagasta, Ruiz Zorrilla, Becerra, Olózaga y otros muchos más. También firmó con el líder independentista cubano Céspedes un convenio por el que Cuba secundaría el movimiento revolucionario progresista con el compromiso de que posteriormente se le daría a la isla una buena porción de autogestión. Este último proyecto no se cumpliría nunca. Las revoluciones de España y Cuba, que surgieron con un sincronismo casi exacto, nacieron con bases ideológicas muy diferentes y divergentes en sus compromisos.
Junto con Topete y Serrano, Prim se constituyó en el jefe militar y político de la sublevación conocida de una manera un tanto romántica como La Gloriosa. El 19 de septiembre del año 1868, Prim desembarcó en Cádiz en compañía de Topete. Mientras que Serrano infligió a los ejércitos reales una aplastante derrota en la batalla de Alcolea y se presentó victorioso en Madrid, Prim siguió otra ruta, llegando el 2 de octubre a Valencia y desde allí hasta Barcelona, al día siguiente, en cuya ciudad lanzó un manifiesto antiborbónico. El 7 de octubre, Prim entró por fin en Madrid, investido de un tremendo heroísmo y convertido en un mito popular, hasta el punto de que se le atribuyó la decisiva victoria de Alcolea.
El primer Gobierno progresista, formado el 8 de octubre, bajo la presidencia del general Serrano, nombró a Prim ministro de la Guerra. Reunidas las Cortes Constituyentes el 11 de febrero del año 1869, se iniciaron los debates parlamentarios para aprobar la nueva constitución, la cual acabó siendo promulgada el 6 de junio. El nuevo Gobierno nombró regente del reino al general Serrano, quien a su vez encargó a Prim la formación del nuevo Gabinete. Para Prim no fue nada fácil gobernar un país como España tan devastador y desatado, después de haber sufrido muchos años de un despótico autoritarismo, por numerosas tendencias revolucionarias, muchas veces con objetivos tan dispares, con la aparición de fuerzas políticas nuevas, como los demócratas, un movimiento político que venía a superar no sólo a los progresistas y moderados, sino al propio liberalismo histórico representado por Prim, fijando los puntos de su programa en la estricta soberanía nacional, en el sufragio universal y en los derechos del individuo.
Prim, desde la jefatura del Gobierno, reservándose además la cartera de Guerra, dedicó todo su empeño, poder y voluntad en implantar una monarquía parlamentaria siguiendo el modelo británico. Este proyecto que, aunque con dificultades, se fue abriendo camino le atrajo la total oposición de los demócratas más intransigentes, de los partidarios de un sistema político federal y de las masas proletarias y andaluzas, las más afectadas por las crisis sociales y económicas. Prim se vio obligado a proceder con mano dura para hacer frente a las turbulencias del interior del país. El partido federal cobró grandes impulsos a lo largo de todo el año 1869, en el que llegó a contar con 60 diputados en el Parlamento. Este avance provocó una sublevación en gran parte del país, revistiendo auténticos visos de gravedad en Valencia y Zaragoza con los fusilamientos de Guillén y Carvajal, en septiembre y octubre del año 1869.
Descartada la opción de los borbones, Prim dedicó sus esfuerzos en encontrar un monarca para el trono vacante de España. Entre éstos se incluyó incluso a Baldomero Espartero. En un primer momento, el mejor colocado era el príncipe Leopoldo Hohenzollern, pero su posible elección suscitó los recelos de Francia, que se embarcó en una guerra contra Prusia en la que Napoleón III fue derrotado con estrépito en la batalla de Sedán del año 1870, y que a la postre le costó el trono al emperador francés. Tras una búsqueda frenética por casi todas las cortes europeas, en la que no faltó detalles y comportamientos de auténtico folletín literario, como el duelo entre los candidatos don Enrique y el duque de Montpensier, en el que murió el primero, Prim ofreció el trono español al príncipe italiano Amadeo de Saboya, quien aceptó encantado. Las Cortes españolas refrendaron la elección de Prim por 191 votos a favor. Prim comenzó a ser atacado por los carlistas, por los elementos republicanos más radicales y demás grupos descontentos de la Revolución del 68. La firme decisión política de reinstaurar la monarquía en la figura de Amadeo de Saboya significó su propia sentencia de muerte.
El 27 de diciembre del año 1870, antes de la llegada del rey Amadeo, Prim salió del Congreso para asistir a una cena de la logia masónica a la que pertenecía en la calle Arenal. En el coche iban con él sus ayudantes Nandín y Moya. Teniendo que pasar antes por el ministerio, cuando su coche pasaba por la calle del Turco (actual Marqués de Cubas), próxima a la de Alcalá, fue objeto de unos disparos que le alcanzaron en un hombro y en buena parte del pecho. Prim fue inmediatamente trasladado al palacio de Buenavista, cuyas escaleras subió personalmente a pie, donde luchó infructuosamente durante tres largos días por sobrevivir, hasta que murió, el 30 de diciembre.
Con la muerte de Prim también se mató a una dinastía que nunca llegaría a asentarse en España. Amadeo de Saboya, nada más pisar suelo español, quiso visitar la tumba de su gran valedor, instalada en la basílica de Nuestra Señora de Atocha. Las autoridades judiciales instruyeron una causa de más de 18.000 folios sin encontrar nunca a los culpables o inductores del asesinato, misterio que contribuyó a sobredimensionar todavía más el fulgor resplandeciente que su persona en vida siempre tuvo.
Bibliografía.
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