Hisham III (975–1036): El Último Califa de al-Andalus y el Fin de una Era
Hisham III (975–1036): El Último Califa de al-Andalus y el Fin de una Era
Orígenes y Contexto Familiar
Hisham III nació en Córdoba en el año 975, en el seno de una familia que había sido clave en la historia de al-Andalus: los Omeyas. Su linaje descendía de Abd al-Rahman I, el fundador del emirato independiente de Córdoba en 756. Este linaje, que durante siglos había gobernado con gran poder y gloria, se encontraba ya en franca decadencia para cuando Hisham III llegó al mundo. En el contexto de una al-Andalus fragmentada y en crisis, la figura del califa había perdido gran parte de su poder y relevancia.
Su familia, emblema de la tradición califal, se enfrentaba a la creciente fragmentación interna de al-Andalus. Durante la época en que Hisham nació, la unidad del califato ya se encontraba seriamente comprometida. A mediados del siglo X, el califato de Córdoba había sido uno de los imperios más poderosos y avanzados de Europa, pero a partir del reinado de Hisham II (976–1009), las tensiones internas, los conflictos dinásticos y la creciente presión de los pueblos bereberes habían comenzado a desgastar la estructura política de la región.
La figura de Hisham III no solo era significativa por su sangre real, sino también por su relación con otros miembros de la familia omeya. Era hermano mayor de Abd al-Rahman IV al-Murtada, quien, como él, sería parte de la última generación de califas de al-Andalus. La caída de su hermano en el contexto de las luchas internas y las revueltas contra el califato habría dejado una marca en la trayectoria de Hisham III, un hombre cuyo ascenso al trono se daría en un momento de extrema crisis.
La Crisis del Califato y la Última Proclamación del Califa
La historia de Hisham III no puede entenderse sin referirse al proceso de desintegración del califato de Córdoba. En los primeros años del siglo XI, el califato ya se encontraba en una profunda crisis. En 1013, el califato sufrió una gran sacudida con la desaparición de Hisham II, el califa cautivo. A partir de entonces, el poder real había quedado en manos de visires y jefes militares, sin una figura central capaz de consolidar la unidad de al-Andalus.
El caos se acentuó en los años siguientes, con el ascenso y caída de varios califas títeres, y la fragmentación de la autoridad califal en distintas facciones. Los reyezuelos y los señores locales, particularmente los esclavos militares de origen bereber, se hicieron con el control de las regiones más importantes del califato, como Sevilla, Granada y Jaén. La autoridad del califa de Córdoba se redujo a la ciudad misma, y los territorios califales se convirtieron en pequeños reinos independientes, conocidos como las taifas.
En este contexto de debilidad institucional, la aristocracia cordobesa intentó restaurar el califato como una forma de unidad política. En 1026, tras la expulsión del califa hammudí Yahya ben Ali ben Hammud, la nobleza cordobesa, liderada por Abu al-Hazam Yahwar de la familia de los Banu Abda, decidió buscar un nuevo califa que pudiera ofrecer una figura representativa de unidad y resistencia ante la amenaza beréber.
Después de una exhaustiva búsqueda, encontraron al candidato ideal: Hisham ben Muhammad ben Abd al-Malik. Se encontraba viviendo en el norte de Valencia, en la fortaleza de Alpuente, en una zona tranquila alejada del caos de Córdoba. Aunque su elección fue vista como una oportunidad para restaurar el califato, Hisham III era un hombre sin la experiencia ni la ambición necesarias para asumir un trono que ya no tenía el poder que alguna vez tuvo.
Proclamación de Hisham III como Califa
La proclamación de Hisham III como califa se produjo en 1027, un año después de su nombramiento en Córdoba. A pesar de la solemnidad del acto, su llegada a la ciudad fue todo menos grandiosa. Acompañado de un pequeño séquito, el nuevo califa hizo su entrada en la ciudad, instalándose en el Alcázar, el palacio histórico de los omeyas. Sin embargo, su presencia no fue recibida con el entusiasmo esperado, sino más bien con escepticismo.
Los cordobeses, que habían vivido bajo la sombra de un califato decadente y fragmentado, pronto se dieron cuenta de que Hisham III no sería la solución a sus problemas. A pesar de su proclamación oficial como califa, Hisham nunca estuvo dispuesto a asumir un papel de liderazgo real. En lugar de ejercer el poder, delegó las responsabilidades del gobierno en su primer ministro, Hakam ben Said, un intrigante de origen humilde.
Hakam ben Said, un antiguo tejedor que había ascendido a través de sus habilidades políticas, asumió el control absoluto del gobierno. Aunque inicialmente se esperaba que su administración fuera una mejora, pronto se convirtió en un régimen de abusos y corrupción. Hakam y su círculo de colaboradores, cuya lealtad estaba basada en intereses personales, empobrecieron aún más al reino con políticas fiscales desastrosas y un sistema administrativo totalmente corrupto.
Los impuestos impuestos por Hakam, que violaban las leyes coránicas, fueron una de las principales fuentes de descontento. La nobleza cordobesa, los juristas y la gente común protestaron contra las medidas, pero las amenazas de represión violentas de parte de Hisham III y Hakam, lejos de calmar los ánimos, solo aumentaron el descontento popular.
El desmoronamiento de la figura del califato se hacía cada vez más evidente, y las divisiones internas de la aristocracia cordobesa comenzaban a tomar forma. La estructura de poder que había dado cohesión a al-Andalus durante siglos ya no podía sostenerse por mucho más tiempo.
La Caída de Hisham III y el Fin del Califato
En el año 1031, el reinado de Hisham III llegó a su fin de una manera que reflejó la profunda crisis política y social que atravesaba al-Andalus. La combinación de un gobierno débil, la corrupción en la corte y la falta de una figura capaz de restaurar la unidad califal provocó el descontento generalizado. La nobleza cordobesa, junto con los distintos sectores de la sociedad, comenzó a perder toda confianza en el califa y su administración.
La situación empeoró cuando el desdén hacia Hakam ben Said, el visir de Hisham III, alcanzó su punto máximo. La corrupción de Hakam, quien se había enriquecido a costa del pueblo y había maltratado a sus subordinados, había puesto a toda la corte en su contra. Fue entonces cuando los notables de Córdoba decidieron actuar. En lugar de continuar con el apoyo a un califa cuya autoridad era completamente ficticia, se optó por una estrategia más radical: el asesinato del visir.
Este golpe de estado fue liderado por Umayya ben Abd al-Rahman ben Hisham ben Sulayman, un familiar distante de la dinastía omeya que, aunque no tenía aspiraciones directas al trono, fue utilizado por los aristócratas para alcanzar sus fines. Umayya, con el apoyo de un grupo de descontentos, se apostó en las calles por donde habitualmente pasaba Hakam. En un acto de brutalidad, Hakam fue atacado y asesinado el 30 de noviembre de 1031, su cuerpo fue destrozado y su cabeza paseada por la ciudad en una pica, un símbolo del odio generalizado hacia su gobierno.
Con la muerte de Hakam, las cosas no mejoraron para Hisham III. El califa, ya debilitado por la rebelión interna, intentó mantenerse en el poder, pero la situación era insostenible. Consciente de la amenaza que se cernía sobre él, Hisham III se refugió en la Mezquita de Córdoba, aprovechando un pasadizo secreto que lo conectaba con el Alcázar. Sin embargo, el Consejo de Notables, reunido para resolver la situación, ya había tomado una decisión irrevocable: desterrar a Hisham III.
El veredicto fue claro: el califa sería exiliado de Córdoba. Aunque intentó protestar contra la medida, Hisham III sabía que su vida dependía de esta decisión. A pesar de que su destitución fue un golpe definitivo para el califato, la alternativa de la muerte era mucho peor. De esta manera, el último califa omeya de al-Andalus fue expulsado de su ciudad natal, y su destino pasó a ser el exilio.
El Exilio y la Muerte de Hisham III
El exilio de Hisham III a Lérida marcó el final de su breve e infructuosa carrera como califa. En Lérida encontró refugio bajo la protección de Sulayman ben Hud, un pequeño reyezuelo local que gobernaba la zona. A pesar de su caída del poder, Hisham III vivió sus últimos años en relativa tranquilidad, alejado de las intrigas y luchas por el poder que habían caracterizado su reinado. No obstante, su vida en el exilio fue sombría y sin grandes hechos relevantes.
Hisham III murió en Lérida en 1036, de manera poco clara y sin un gran reconocimiento. Su fallecimiento pasó desapercibido en un momento en el que al-Andalus ya había comenzado a fragmentarse definitivamente, y el califato cordobés, que había sido uno de los mayores poderes de la Edad Media, se disolvió por completo. La institución califal había llegado a su fin de una manera deshonrosa, con un califa que nunca tuvo la capacidad de ejercer el liderazgo necesario para salvar la unidad del territorio.
El Legado de Hisham III
La muerte de Hisham III y la desaparición del califato marcaron el fin de una era en la historia de al-Andalus. Con la caída de la figura del califa, el poder político en la región se fragmentó por completo. Los reinos de taifas, pequeños reinos independientes gobernados por diversos caudillos locales, emergieron rápidamente para reemplazar lo que alguna vez fue una unidad bajo el califato. Este período de las taifas, que comenzó en la década de 1030, representó una nueva fase en la historia de al-Andalus, caracterizada por una gran diversidad política, pero también por una creciente vulnerabilidad frente a las invasiones externas, como la de los almorávides y almohades.
El legado de Hisham III, por lo tanto, es principalmente el de un califa débil que no pudo frenar el proceso de fragmentación y decadencia que ya había comenzado bajo sus predecesores. Su reinado representa la triste culminación de un proceso que había comenzado con la cautividad de Hisham II y que culminó en el colapso total de la estructura del califato. Al final, Hisham III no fue más que una figura simbólica, cuya ascensión al poder fue un intento fallido de restaurar un orden que ya no podía ser recuperado.
En términos históricos, Hisham III representa el final de la grandeza del Califato de Córdoba, un periodo en el que al-Andalus dejó de ser un referente de poder y cultura para convertirse en un conjunto de reinos fragmentados y vulnerables. Sin embargo, su vida también pone de manifiesto las complejidades y dificultades inherentes a la política andalusí, marcada por intrigas, luchas de poder y un continuo proceso de fragmentación.
MCN Biografías, 2025. "Hisham III (975–1036): El Último Califa de al-Andalus y el Fin de una Era". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/hisham-iii [consulta: 19 de octubre de 2025].