Federico I, Emperador del Sacro Imperio y Rey de Sicilia (1123-1190).
Emperador del Sacro Imperio nacido en Veitsberg hacia el año 1123 y muerto en el reino de Armenia el 10 de junio de 1190, en el transcurso de la Tercera Cruzada. Llamado Barbarroja, Federico era hijo del duque de Suabia, Federico II y de su mujer Judith, así como sobrino del emperador Conrado III. Por parte de padre pertenecía a los Hohenstaufen y por la madre, a la casa bávara de los Welf, es decir, las dos familias más poderosas y en continuo enfrentamiento de Alemania y cuyos intereses procuró conciliar en sus años de reinado. Según testimonio del abad Wibaldo, Federico I era de ingenio penetrante de mucho juicio, feliz en la guerra, ávido de gloria y empresas arduas, incapaz de tolerar la menor injusticia, afable, generoso, disertador brillante, interesado así mismo por la historia, y el derecho, Federico encarnaba al ideal de su tiempo. En principio no estaba destinado a reinar, sucedió a su padre en el ducado de Suabia con el nombre de Federico III (1147-1190).
La relación con su tío y emperador Conrado III fue excelente ya que no sólo le acompañó a la Segunda Cruzada, sino que defendió su trono frente a la rebelión de Welf VI, aliado de Roger II de Sicilia, quienes aprovecharon la ausencia de Conrado para invadir su territorio. La inesperado muerte de su primo Enrique, le convirtió en sucesor de Conrado III. Federico era el candidato ideal no sólo por el valor y amistad demostradas a su tío, sino también por el interés mostrado en resolver las querellas dinásticas de su país. Así el día 5 de marzo de 1152 una asamblea de príncipes celebrada en Francfort le nombró emperador, mientras que la coronación tuvo lugar en Aquisgrán el 9 de marzo, hecho rápidamente anunciado al Papa Eugenio III. Sus principales objetivos fueron los de restaurar la autoridad real, conseguir la paz interna en Alemania y resucitar el Imperio Romano mediante la dominación sobre Italia.
En un primer momento trató de atraerse a los principales nobles, como sus primos Enrique el León o Enrique de Baviera y Sajonia, así como a su tío Welf VI, mediante importantes concesiones y privilegios, aunque su deseo era el de acabar con los antiguos ducados hereditarios creando en su lugar principados mucho más pequeños. Federico l evitó el peligro de la desintegración colocándose él mismo a la cabeza de dichos estados, y lo que es muy importante, aumentando el patrimonio imperial mediante donaciones y compras. Reforzó la estructura feudal del reino y concedió dichos principados en calidad de beneficios. Promulgó una paz feudal válida en toda Alemania (Landfriede) que conllevaba fuertes sanciones para los infractores, sin embargo, pese a todos sus esfuerzos la paz interna de Alemania estaba vinculada a su persona, motivo por el que ante cualquier ausencia del emperador se sucedían graves levantamientos nobiliarios. Durante los primeros años de reinado Federico I mantuvo excelentes relaciones con los Papas.
Tras ayudar a Eugenio III en 1152 para que regresara a Roma, firmó con éste en 1153 el Tratado de Constanza. Por dicho pacto Federico se comprometía a no hacer ni la paz ni la guerra a los normandos de Sicilia o al comune de Roma sin el consentimiento del pontífice, a no ceder territorios de la Italia meridional al emperador Bizantino, a defender la dignidad pontificia y a obligar a los romanos a que obedecieran al Papa. Por su parte, Eugenio III se comprometió a honrar al emperador, a coronarle y apoyarle. A finales de 1154 Barbarroja inició su primera expedición a Italia, donde la mayor parte de las ciudades del norte bullían inmersas en un proceso de independencia. El 15 de abril, Federico se coronó rey de Italia en Pavía, hecho que disgustó enormemente en Lombardia y que provocó nuevas agitaciones. En Roma Arnaldo de Brescia se había hecho con el control de la ciudad expulsando al nuevo pontífice, Adriano IV (1154-1158). El emperador se entrevistó personalmente con Adriano el 9 de junio en Nepi, donde se acordó que no habría coronación sin la entrega de Arnaldo.
Federico no tardó en apresarlo y entregarlo al prefecto de la ciudad, quien lo quemó y arrojó al Tíber. Tras cumplir lo acordado la coronación tuvo lugar en San Pedro el día 18 de junio de 1155. Su retorno a Alemania se produciría en octubre de 1157. Las en teoría buenas relaciones entre el emperador y el papado fueron haciéndose cada vez más tensas a medida que aumentaban las ideas cesaropapistas en el emperador, sobre todo desde el año 1156, momento en el que entró en la cancillería imperial Reinaldo de Dassel. La querella de las investiduras, es decir, la lucha por el Dominium Mundi venía de mucho más atrás. Era normal que el poder laico invistiera a obispos mediante la cruz y el anillo, que depusiera o pusiera papas e incluso usara a los eclesiásticos como fieles servidores suyos reemplazando constantemente la autoridad del Papa. Ambos poderes usaron teóricos que desarrollaron escritos donde fundamentar sus posturas.
Así Federico se rodeó de excelentes juristas expertos en derecho romano como Rainaldo de Dassel; Otón, conde Palatino; los obispos Daniel de Praga o Herman de Verden o su propio tío, el obispo Otón de Freising, al que encargó la concepción de una historia de los grandes imperios universales que finalizase en el Sacro Imperio Germánico. La obra no es otra que las Historia de dos ciudades. El emperador Federico I quedó envuelto en un áurea sagrada como carísimo hijo de San Pedro, protector de la Cristiandad y de la Iglesia Católica. De ahí la creencia de que la voluntad de emperador era la fuente de todo derecho humano (quod principi placuit, legis habem vigorem). La idea de poder universal planteada por el emperador y sus teóricos hacía necesaria la conquista de Italia y la protección del solio pontificio. Uno de los primeros y más graves enfrentamientos entre Federico I y el papado tuvo lugar en la Dieta de Besançón, celebrada en octubre de 1157. A ésta acudieron los cardenales Clemente y Rolando Bandinelli (futuro Papa Alejandro III) con una carta del Papa que debían leer ante el emperador. Bandinelli se encargó de sembrar el enfrentamiento al hacer una lectura indebida del texto.
Tras su lectura dio a entender que Federico había obtenido la corona imperial como beneficio del papado, es decir, que consideraba el Imperio como un feudo del papado y al emperador un vasallo del Papa. Federico enojado alegó haber recibido el reino y la corona por beneficio divino directamente de Dios. Ni las posteriores explicaciones de Adriano IV consiguieron calmar a Barbarroja. En 1158 emprendió la segunda expedición contra Italia. Al frente de un poderoso ejército de más de 100.000 hombres y acompañado por Otón de Witelsbach, Reinaldo de Dassel y Enrique el León, cruzó los Alpes y puso sitio a Milán. Tras la rendición por hambre de la ciudad en septiembre de 1158, convocó la Dieta de Roncaglia. En ella se promulgó la Constitutio Regalibus, basada en las teorías de la escuela jurídica de Bolonia. Por ésta, el emperador quedaba capacitado para reclamar los derechos feudales adquiridos por nobles, tanto eclesiásticos como laicos, así como por las ciudades; podía nombrar cónsules y otras magistraturas en las ciudades italianas y lo más importante, obligó a que nobles y ciudades renunciaran a sus regalia: percepción de impuestos, derechos de minas, monedaje, peajes, alcabalas… en beneficio del emperador.
Los juristas de Bolonia consiguieron negar los derechos emanados del Imperio durante el siglo XI, renovarlos y volverlos a conceder a cambio de una prestación económica. En Roncaglia Federico I obligó a los obispos italianos a que le prestasen juramento de fidelidad y vasallaje, entregó las tierras de la condesa Matilde, que hasta aquel momento eran feudo papal, al conde Welf VI, quien a su vez recibió el título de príncipe de Córcega y Cerdeña, islas que también pertenecían a la Santa Sede y mandó emisarios por los territorios del Dominium Mundi para que ejercieran el derecho a requisar víveres para las tropas (fodrum). En la Dieta de Roncaglia se proclamó así mismo la Constitutio Pacis, decreto que prohibió las guerras privadas en Alemania.
Tales proclamas no tardaron en forzar una liga antiimperial entre el Papa Adriano IV, Milán y Guillermo de Sicilia. Aquel mismo verano de 1158 Adriano IV, pocas semanas antes de morir, lanzó la excomunión contra el emperador en Anagni. En la reunión del colegio catedralicio se produjo una doble elección: la mayoría dio su voto al cardenal Ronaldo Bandinelli, Alejandro III (1159-1181), mientras que el resto eligió como antipapa al cardenal Octaviano, quien tomó el nombre de Víctor III (1159-1164). Ambos solicitaron los apoyos de occidente. Federico I fingió mantener una posición neutral y convocó el Concilio de Pavía el día 5 de febrero de 1166 con el fin de aclarar la elección. Los asistentes determinaron que la sanior pars del colegio cardenalicio había elegido a Víctor III, quien por lo tanto era el pontífice legítimo. Mientras Alejandro III era excomulgado, Francia e Inglaterra apoyaron la decisión adoptada en Pavía. En febrero de 1160 Alejandro III contraatacó excomulgando a Víctor IV y al propio emperador Federico, con lo que desligó a sus súbditos del juramento de fidelidad.
Mientras tanto, Barbarroja tuvo que acudir nuevamente a Italia en una tercera incursión para someter a la rebelde Milán. En 1161 se inició un terrible cerco que acabaría con la rendición de la ciudad por hambre un año después. Sus aliadas, Brescia y Piacenza, perdieron sus murallas y en general, todas las ciudades de Lombardia quedaron sometidas al emperador. Pisa y Génova, temerosas, se aliaron voluntariamente a Federico. Tras implantar en ella a gobernadores (podestá), Barbarroja regresó a Alemania. En octubre de 1163 Federico se vio forzado a iniciar una nueva campaña italiana para sofocar un nuevo levantamiento de Verona, Padua y Picanea, que habían expulsado a sus podestás. Mientras luchaba se produjo la muerte de Víctor IV y, aconsejado por Reinaldo de Dassel, nombró a Guido de Carmona nuevo antipapa, que se llamó Pascual III. Barbarroja perdió numerosos apoyos con tal elección.
Fue Pascual II quien llevó a cabo la ceremonia de canonización de Carlomagno en Aquisgrán el 29 de diciembre de 1165, pretendiendo una renovación de la tradición franca de la cual se sentía heredero. La independiente República de Venecia pactó una alianza con Bizancio, el reino de Sicilia, Verona, Padua y Picenza frente al emperador alemán. El Papa Alejandro III se sintió lo suficientemente fuerte como para regresar a Roma el día 23 noviembre de 1165. Tal confederación fue la causa de la cuarta expedición de Barbarroja en Italia. Mientras Rainaldo de Dassel atacaba Roma el 29 de mayo de 1167, Federico puso sitio a Ancona. Poco después llegó a las puertas de Roma, ciudad que saqueó violentamente, provocando la huida del pontífice. El 30 de julio de 1167, el emperador fue nuevamente coronado en Roma junto a su esposa Beatriz a manos de Pascual III. Sin embargo el triunfo fue efímero ya que en su retirada hacia el norte su ejército quedó mermado por los estragos de una epidemia de malaria, hecho que se consideró un castigo divino como castigo por el asalto de Roma. El propio Reinaldo de Dassel murió a causa de la epidemia y provocó con ello un cambio en la actitud del emperador.
Las ciudades volvieron a aliarse contra el emperador tras formar la Liga Lombarda en marzo de 1167 y a la que se adhirieron Venecia, Mantua, Bérgamo, Brescia, Piacenza, Lodi, Parma, Milán, Crémona, Ferrara, Verona, Vicenza, Padua y Treviso. En febrero de 1168 murió Pascual III, al que sucedió un nuevo antipapa, Calixto III (1168-1178). Mientras tanto, Federico I vio la necesidad de asegurar su posición en el interior de Alemania: en 1169 nombró a su hijo Enrique rey de romanos. En septiembre de 1174 Barbarroja inició su quinta expedición contra Italia a la que no acudió Enrique el León, duque de Baviera y Sajonia, su primo y principal apoyo militar, ni siquiera tras entrevistarse en Chiavenna. Aún sin tener suficientes tropas, Federico decidió entablar batalla en Legnano frente a la Liga el 29 de mayo de 1176, en la cual estuvo a punto de morir tras la estrepitosa derrota de su ejército.
El emperador perdió su estandarte, su escudo, su caballo, su tesoro y lo más granado de sus hombres. Humillado huyó a Pavía. La paz se firmó en Venecia en mayo de 1177. Federico I se comprometió a reconocer a Alejandro III como Papa legítimo, a deponer a Calixto III y a restituir los territorios arrebatados a la Santa Sede durante el conflicto. Así mismo se concertó una tregua de seis años con las ciudades de la Liga Lombarda y otra de quince con el reino de Sicilia. A cambio, el emperador quedaba libre de la excomunión. Después de la paz Federico regresó Alemania dispuesto a acabar con su primo Enrique el León, al que consideraba un traidor por haberle abandonado en Chiavenna. Antes de esto, se coronó rey de Borgoña. En 1179 el emperador convocó la Dieta de Worms a la cual no acudió Enrique el León, motivo por el cual fue declarado vasallo felón. Barbarroja arrebató a Enrique sus feudos de Sajonia y Baviera, que repartió entre el arzobispo de Colonia, Bernardo de Anhald y el Landgrave de Turingia, Otón de Witelsbach. Los antiguos ducados tribales desaparecían así siendo sustituidos por pequeños e innumerables principados, cuyos duques tenían un poder similar al de nobles, laicos y eclesiásticos, de rango inferior. Para el emperador tal acontecimiento significaba el deshacerse de vasallos casi tan poderosos territorial y militarmente como él.
Enrique rehusó acudir a sus procesos y decidió plantar cara al emperador en Lusacia, Turingia y Westfalia, pero acabó por ser derrotado en 1181 y condenado a un destierro de tres años (1182-1185), el cual pasó refugiado en la corte de su suegro Enrique II de Inglaterra. La paz definitiva con las ciudades lombardas se alcanzó en Constanza en junio de 1183. El emperador concedió a las ciudades su independencia, lo que significaba el poder elegir sus propios cónsules, la recaudación de todos los impuestos, la administración de justicia y la capacidad legislativa con la consiguiente promulgación de leyes. A cambio, las ciudades se comprometían a jurar al emperador vasallaje, a apoyarle en sus campañas militares y pagarle los tributos debidos.
Por último, la alianza con los normandos de Sicilia quedó sellada el 27 de enero de 1186 con la boda entre el heredero de Federico, su hijo Enrique y la heredera de Guillermo II de Sicilia, su tía Constanza. En 1189 Federico partió a la cabeza de la Tercera Cruzada. Desde Ratisbona avanzó por el Danubio. En Asia Menor hizo frente al sultán de Iconium. Tras la victoria, las tropas alemanas continuaron hasta Cilicia. Mientras que acampaban junto al río Cidno, el emperador quiso darse un baño. Afectado por un ataque de apoplejía, falleció ahogado en el río sin que nadie pudiera evitarlo. Le sucedió su hijo Enrique VI.
Bibliografía
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CARDINI, F.: Barbarroja. Vida, triunfos e ilusiones de un emperador medieval. Barcelona. Labor. 1986.
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PACAUT, M.: Federico I Barbarroja. Madrid. Ariel. 1971
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ULLMANN, W.: Historia del pensamiento político en la Edad Media. Barcelona. Ariel. 1997.