Dumas, Alexandre [hijo] (1824-1895).
Poeta, narrador y dramaturgo francés, nacido en París el 27 de julio de 1824 y fallecido en Narly-le-Roi (Seine-et-Oise, cerca de Versalles) el 17 de noviembre de 1895. Hijo natural del celebérrimo escritor Alexandre Dumas (1802-1870), autor de algunas obras tan difundidas como El conde de Montecristo (1844-1845) y Los tres mosqueteros (1844), ha pasado a la historia de la literatura universal por una obra que alcanzó tanto éxito como las de su progenitor, La dama de las camelias (1848). Habitualmente, se alude a él con el sintagma de «Dumas Hijo», para evitar confusiones con el nombre homónimo de su padre.
Vida y obra
Frutos de los amoríos de «Dumas Padre» con la modistilla Marie-Luaure Labay, el pequeño Alexandre no fue el único hijo natural del autor de Los tres mosqueteros, quien llevó una vida azarosa y disipada en el París de la primera mitad del siglo XIX, en medio de un constante ajetreo sentimental -y, por aquel tiempo, de una acuciante inestabilidad económica- que le impidió reconocer a su hijo hasta 1831 (es decir, cuando el futuro autor de La dama de las camelias contaba ya siete años de edad). La crítica posterior atribuye a esta incierta situación, agravada por el «oprobio» -para la mentalidad de su tiempo- de saberse hijo ilegítimo, la singular relación de amor y odio que mantuvo «Dumas Hijo» con su padre a lo largo de toda su vida, así como las claves ideológicas de su producción literaria, marcadas por una firme voluntad de regenerar la sociedad que parte necesariamente de una valoración positiva de la institución familiar.
Lo cierto es que, a partir de 1831, «Dumas Padre» emprendió una serie de embrollosos pleitos encaminados no sólo a reconocer su paternidad, sino a reclamar la tutela de su hijo, quien se crió al lado de su madre -en un régimen familiar en el que primaban la disciplina y el sosiego- hasta que hubo cumplido los diecisiete años. A dicha edad, el joven Alexandre abandonó sus estudios y se fue a vivir con su progenitor, quien ya por aquel entonces había alcanzado sus primeros éxitos literarios merced al estreno de algunas piezas teatrales tan celebradas por la crítica y el público como Henri III et sa cour (Enrique III y su corte, 1829), Christine (1830) y Kean o Desorden y genio (1836). Poco antes de recibir a su hijo en su propia casa de París, «Dumas Padre» había contraído matrimonio con Ida Ferrer (1840), y conseguido un ventajoso puesto laboral como bibliotecario mayor del palacio del duque de Orleáns, lo que sin duda le permitió hacerse cargo de la manutención del futuro escritor; así, pues, el joven Alexandre se encontró, a los diecisiete años de edad, viviendo bajo la tutela de una mujer que no era su madre y sometido constantemente al escrutinio y los consejos de un padre cuya celebridad habría de pesar siempre como una losa sobre su propia vocación literaria. En medio de esta angustia -que se veía agravada por la confusión propia de su edad juvenil-, «Dumas Hijo» vivía atormentado por el hecho de ser hijo de un prestigioso dramaturgo y, al mismo tiempo, saberse incapaz de disfrutar en sociedad de esa elevada posición que había comenzado a coronar la carrera de su padre; de ahí que buscara salida a esta crisis social y espiritual por vía de entregarse a una vida rebelde y bohemia en la que alternaba los placeres prohibidos con su tendencia al examen de conciencia y al reproche de sus propios excesos, dictado por su innato talante moralista.
Este carácter reflexivo, abierto constantemente a la autocrítica, le impulsó a reprenderse públicamente a través de su propia producción literaria, que inauguró a los veintitrés años de edad con la publicación del poemario Péchés de jeunesse (Pecados de juventud, 1847), obra que, ya desde el privilegiado frontispicio de su título, ponía de manifiesto las tribulaciones morales de su joven autor y el duro conflicto interior con el que estaba luchando en el momento de escribir las composiciones que la configuraron. Poemario, en fin, anclado en la más tópica estética romántica y en las tortuosas incertidumbres que afectaban al hombre de la época -en constante debate entre el ansia de libertad y las culpas y condenas que este afán transgresor puede acarrear-, no aporta al corpus literario de Alexandre Dumas otro valor que el de resaltar esa «cruzada moral» que decidió mantener a lo largo de su vida y convertir en la principal fuente de inspiración de sus creaciones artísticas.
Por ese cauce temático e ideológico discurre su primera y exitosa novela, Le dame aux camélias (La dama de las camelias, 1848), obra que mereció de inmediato los elogios de la crítica y situó de repente a «Dumas Hijo» a la altura del prestigio literario de su afamado progenitor, quien en el transcurso de aquel mismo año había protagonizado un nuevo éxito editorial, merced a la publicación de Le vicomte de Bragellone (El vizconde de Bragelonne, 1848), tercera y última entrega de su célebre serie novelesca sobre Athos, Porthos, Aramis y D’Artagnan. La novela del joven Dumas narraba la historia de Marguerite Gautier, una mala mujer situada en la cúspide de la «vida galante» parisina, de la que se enamora -para su desgracia- el joven Armand Duval, personaje que gran parte de la crítica ha querido ver como un trasunto del propio autor (como parece indicar claramente la coincidencia entre las iniciales de sus respectivos nombres y apellidos). En efecto, parece que, en su vida mundana, «Dumas Hijo» se había enamorado perdidamente de una ambiciosa mujer cuya perfidia le había causado parecidos pesares a los que sufre Armand Duval en la ficción, y que decidió ajustar cuentas con ella -y con su propia y atribulada conciencia- por medio de la redacción de esta obra. En cualquier caso, a pesar del afán regeneracionista de «Dumas Hijo» y de su clara intención moralizante, la parte más retrógrada de la crítica consideró inmoral La dama de las camelias; el idealismo del joven narrador parisino perseguía, en efecto, una finalidad moral, pero su afán por describir fielmente las costumbres y la mentalidad de su época le llevó hasta un realismo formal demasiado explícito, a veces, para las mentes más cerradas. Tanto fue así, que cuando el propio autor realizó una versión teatral de su novela -estrenada con clamoroso éxito de crítica y público en 1852-, algunas afamadas actrices se negaron a encarnar sobre las tablas el papel de Marguerite Gautier. A pesar de ello, el estreno de esta adaptación cosechó aún más elogios que la primitiva versión narrativa de La dama de las camelias, cuya fama acabó por extenderse por todo el mundo a raíz de una nueva adaptación del argumento a otro género bien distinto: el operístico. Fue nada menos que Giuseppe Verdi(1813-1901) quien puso música a esta tercera versión de la novela inmortal de «Dumas Hijo», estrenada en Venecia el día 6 de marzo de 1853, bajo el título de La Traviata y con libreto a cargo del también italiano Francesco Maria Piave (1810-1876).
Entretanto, Alexandre Dumas había dado a la imprenta otra novela, Diane de Lys (1851), en la que, desde las misma estética romántica e idéntica postura ideológico-moral, volvía a defender esa tesis que, por si no quedaba bien patente en la historia narrada, él mismo explicitaba en el prólogo (al igual que había hecho en el relato de las peripecias de Marguerite Gautier): era preciso caminar hacia una regeneración social que debería asentar sus bases en la ejemplaridad de la familia burguesa, a la sazón amenazada -siempre según el escritor parisino- por dos grandes lacras que habían invertido los valores morales de antaño. Una de ellas era el dinero, contemplado por «Dumas Hijo» como el mejor instrumento para lograr corrupción de cualquier ser humano; la otra era, sin más, la mujer de su tiempo, que a ojos del autor de La dama de las camelias se aparecía como una vulgar prostituta interesada sólo en medrar, social y económicamente, a partir de los servicios amorosos que prestaba al hombre (aunque contemplaba, empero, una excepción dentro de esta estimación radicalmente misógina: la de la mujer pobre, ingenua y virtuosa, seducida por un varón sin escrúpulos). Parece evidente que la traumática infancia de «Dumas Hijo», afectada por los pleitos judiciales motivados por su custodia, dejó una huella imborrable en su ideología y en su obra; pero también es cierto que su ardorosa defensa de ciertos valores sociales -como la estabilidad familiar- se expresaba en términos comunes a todos los ardorosos reformistas románticos de su época («toda literatura que no tenga en cuenta la perfectibilidad, la moral, el ideal, lo útil […] es una literatura raquítica y malsana, nacida muerta«), y que en este aspecto toda su obra coincide plenamente con los postulados del teatro -y, en general, la literatura- del Segundo Imperio, siempre comprometido con los problemas y las inquietudes del hombre de la época, e influido por el positivismo y los textos del socialista utópico Saint-Simon(1760-1825), quien aspiraba a una revolución social desarrollada por cauces pacíficos. Cabe añadir, por último, que ya Diderot (1713-1784) había señalado, en pleno siglo XVIII, la necesidad de cultivar un «drama moral» cuya misión, más allá de la mera delectación lúdica o estética, fuera la de «inspirar a los hombres el amor a la virtud y el horror al vacío» (Sur la poésie dramatique).
Diane de Lys, al igual que le ocurriera a La dama de las camelias, también fue transformada en pieza teatral por el propio Alexandre Dumas, quien escribió además otras obras dramáticas en las que siguió haciendo gala de su prudente moralismo burgués. Entre ellas, cabe recordar las tituladas Le demi-monde (1855, traducida al castellano bajo el título de El mundo galante), La question d’argent (El problema del dinero, 1857), Le fils naturel (El hijo natural, 1858), Le pére prodigue (El padre pródigo, 1859), L’ami des femmes (El amigo de las mujeres, 1864), Monsieur Alphonse (El señor Alfonso, 1874), Les idées de Mme. Aubray (Las ideas de la señora Aubray, 1877), La femme de Claude (La mujer de Claude, 1873), Francillon (1887) y Une visite de noce (Una visita de bodas, 1871). En todas ellas sigue haciéndose patente ese idealismo reformista alentado por el entusiasmo regenerador del Romanticismo, así como todas las características formales propias del teatro de Dumas, como el planteamiento constante de tesis personales del propio autor, la complejidad -en ocasiones, excesiva- de la trama argumental, la habilidad en la creación de situaciones de intriga, la brillantez en los diálogos (rasgo muy apreciado por el público burgués) y, entre sus mayores defectos, la poca hondura psicológica de los personajes.
No abandonó, a pesar de este cultivo asiduo de la escritura teatral, el género narrativo, al que aportó otras obras como Contes et nouvelles (Cuentos y narraciones breves, 1853), Le roman d’une femme (La novela de una mujer, 1849), Antonine (1849), La dame aux perles (La dama de las perlas, 1853) y L’affaire Clémenceau, mémoire de l’accusé (El asunto Clémenceau, memoria del acusado, 1866). Célebre no sólo por su obra literaria, sino también por la agudeza y brillantez de su ingenio -entre los repertorios de frases afortunadas figuran numerosas citas, réplicas y anécdotas de «Dumas Hijo»-, fue también muy seguido por sus famosos folletos, entre los que cabe recordar aquí los titulados Une lettre sur les choses du jour (Una carta sobre los asuntos cotidianos, 1871) -obra encaminada a la defensa teórica de sus conceptos teatrales-, Nouvelle lettre sur les choses du jour (Nueva carta sobre los asuntos cotidianos, 1872), L’homme-femme (El hombre-mujer, 1872) y Les femmes qui tuent et les femmes qui votent (Las mujeres que matan y las que votan, 1872).
Bibliografía
-
LINGE, T. La conception de l’amour dans la drame de Dumas fils et Ibsen (París, 1935).
-
MAUROIS, A. Les trois Dumas (París, 1957).
-
LYONNET, H. La dame aux camélias de Dumas fils (París, 1930).
-
SEILLIÉRE, E. La morale de Dumas, fils (París, 1921).