Cuéllar Fernández, Juan Antonio (1967-VVVV).
Matador de toros español, nacido en Colmenar de Oreja (Madrid) el 1 de diciembre de 1967. A pesar del leve defecto físico que padecía desde su infancia (una cojera prácticamente inadvertida, provocada por la negligencia de un practicante), logró salir adelante en su empeño de hacerse torero, aupado por un coraje y una afición que le permitieron superar todas las asperezas y dificultades inherentes a los duros comienzos de este oficio.
En efecto, tras un bronco aprendizaje por tientas, capeas y festejos menores, el día 4 de mayo de 1986 consiguió tomar parte, en la pequeña plaza de su localidad natal, en su primera novillada picada, a la que acudió acompañado por los jóvenes novilleros «Sánchez Cubero» y «Rodolfo Pascual». Se jugaron aquella tarde reses marcadas con los hierros de don Ignacio Pérez-Tabernero y de los señores Guardiola Domínguez, y el valeroso aprendiz de torero encandiló con su arrojo y sus buenas maneras a la afición local, que premió su actuación con la entrega de dos orejas y un rabo. Inserto, a partir de entonces, en el circuito de las novilladas picadas del mundillo taurino profesional, el día 15 de marzo del siguiente año el joven Juan Cuéllar logró comparecer por fin en la madrileña plaza Monumental de Las Ventas, donde, en compañía de los novilleros Raúl Galindo y «Rui Bento Vasques», hizo frente a un encierro criado en las dehesas de Aldeaquemada. La primera res que estoqueó Juan Cuéllar en la capital de España era un novillo cárdeno que atendía a la voz de Lanitas. Gustó mucho a la afición de la primera plaza del mundo el valor y la disposición exhibidos por el debutante, y, aunque pronto se echó de ver que era el suyo un estilo tosco y esforzado, poco dado a las concesiones artísticas, lo cierto es que la honradez con que ejecutaba su toreo le valió para torear en otras diez ocasiones en el ruedo venteño antes de haber tomado la alternativa. Se especializó entonces el joven Juan Cuéllar, ya desde estas novilladas madrileñas, en la lidia arriesgada y valiente de auténticos mastodontes procedentes de las vacadas más serias, a los que sabía lidiar con un arrojo admirable y con una quietud espeluznante, para acabar despenándolos con certeros y eficaces espadazos.
Así, precedido por estos triunfos novilleriles (cortó nada menos que cinco orejas en Las Ventas durante este fecundo período de aprendizaje), el día 25 de mayo de 1989, en pleno ciclo ferial consagrado al patrón de Madrid, Juan Cuéllar cruzó el redondel madrileño dispuesto a recibir la alternativa de manos de su padrino, el célebre coletudo de Linares (Jaén) Manuel Vázquez Ruano («Curro Vázquez»); el cual, bajo la atenta mirada del espada portugués Víctor Manuel Valentín Mendes, que hacía las veces de testigo, cedió al toricantano los trastos con los que había de muletear y estoquear a una res perteneciente a la ganadería de doña María Lourdes Martín de Pérez-Tabernero. Era un toro negro zaino, de quinientos setenta y dos kilos de peso, que atendía a la voz de Araposo. Juan Cuéllar estuvo tan valiente y esforzado como de costumbre, y aquella tarde de su alternativa abandonó la Monumental de Las Ventas con una oreja en su esportón.
No obstante, triunfos tan sufridos como éste no fueron suficientes para lanzar a los primeros puestos del escalafón a un torero tan modesto como él, al que no acompañaron nunca los derroches propagandísticos que tanta ayuda prestaron, por aquel entonces, a otras figuras incipientes mucho menos honradas y pundonorosas que el animoso espada de Colmenar de Oreja. Al término de aquella su primera temporada como matador de toros, Juan Cuéllar tan sólo había recibido trece ofertas para vestirse de luces, circunstancia que bastó para desanimar al diestro madrileño. Y así, en la campaña siguiente volvió a cortar una oreja en la plaza de Las Ventas, frente a un bravo y peligroso morlaco de «El Sierro», en la tarde del 31 de mayo de 1990, éxito que imprimió un cierto empuje a su trayectoria, plasmado en los veintidós ajustes que cumplió a lo largo de dicha temporada. De nuevo un clamoroso triunfo jalonó su paso por las plazas más exigentes del país, esta vez en Bilbao, donde perdió las dos orejas por matar mal a un impresionante cornúpeta de Miura al que había aplicado una lidia soberbia.
Pero tal vez su triunfo más ruidoso fue el cosechado en las arenas capitalinas el 31 de marzo de 1991, Domingo de Resurrección, fecha en la que salió a hombros por la Puerta Grande después de haber amputado los apéndices auriculares de sus dos oponentes. La prometedora temporada que auguraba este temprano éxito se vio empañada por el fracaso de Juan Cuéllar durante el ciclo isidril, lo que no fue óbice para que, al cabo de dicho año, diera por concluida la campaña después de haber tomado parte en treinta y un festejos. Siguió en activo durante el primer lustro de los años noventa, aunque recibiendo cada vez menos ofertas, lo que le llevó a desaparecer discretamente del escalafón superior.
El arrojo y la honradez del diestro de Colmenar de Oreja, merecedores de mayor fortuna de la que realmente acompañó su carrera, ha despertado palabras de admiración tan elogiosas como las impresas por el estudioso de la Tauromaquia Carlos Abella: «¿Valor? Juan Cuéllar. ¿Más valor? Juan Cuéllar. Parodiando la pregunta y respuesta que Don Indalecio se hacía en 1950 sobre Carlos Vera Cañitas, no encuentro mejor forma de definir la impresión que causa ver cómo tarde tras tarde el corazón de este pequeño gigante se sobrepone a cualquier contingencia y sin duda alguna sale a la plaza dispuesto a ‘montarse encima de los toros’, como atinadamente expresa la voz popular«.
Bibliografía.
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– ABELLA, Carlos y TAPIA, Daniel. Historia del toreo (Madrid: Alianza, 1992). 3 vols. (t. 3: «De Niño de la Capea a Espartaco«, págs. 230-231).
– COSSÍO, José María de. Los Toros (Madrid: Espasa Calpe, 1995). 2 vols. (t. II, pág. 397-398).