Chapelain, Juan (1595-1674).


Poeta, erudito y crítico literario francés, nacido en París el 4 de diciembre de 1595 y fallecido en su ciudad natal el 22 de febrero de 1674. En la actualidad, es recordado fundamentalmente por haber redactado la obra titulada Les sentiments de l’Académie sur le Cid (1638), con la que los miembros de la Académie Française entraban de lleno en la denominada «querelle du Cid» («disputa sobre El Cid«), una ruidosa pero fecunda polémica suscitada a propósito del gran éxito popular obtenido por Pierre Corneille (1606-1684) con el estreno de su obra Le Cid (1637). Chapelain, como el resto de sus compañeros de la docta institución, se mostraba contrario a la abigarrada mezcla de pasiones y procedimientos teatrales adoptada por el genial dramaturgo de Ruán, y propugnaba la sujeción a los modelos clásicos del teatro de la Antigüedad grecolatina (en especial, a la poética aristotélica y a su regla de las tres unidades).

Vida.

Hombre de gran cultura, exquisita educación y buen talante para el ejercicio de funciones públicas, Jean Chapelain desempeñó cargos tan relevantes como el de Consejero de Luis XIII (1601-1643), preceptor de los hijos de algunas de las figuras más relevantes de la corte, y administrador de los bienes del marqués de Latrousse, a cuyo servicio permaneció ligado por espacio de diecisiete años. Favorecido por los personajes más poderosos de su tiempo -como los omnipotentes validos Richelieu (1582-1642) y Mazarino (1602-1661), que le dispensaron siempre su confianza; o el duque de Longueville (1595-1663) y el mismísimo Luis XIV (1638-1715), que le otorgaron sendas pensiones-, en el último trecho de su vida recibió el ofrecimiento de educar personalmente al Delfín (es decir, el heredero del trono francés), honor al que hubo de renunciar debido a su avanzada edad y a los múltiples achaques que minaban ya su salud.

Discípulo del exquisito autor normando François Malherbe (1555-1628), heredó de él la finura y agudeza de los juicios críticos que solía verter en sus epístolas, así como el refinamiento del maestro en el empleo del lenguaje (un coetáneo de Chapelain llegó a decir de él que era el sucesor de Malherbe como «árbitro de la lengua francesa»). Amigo, además, por su intensa presencia en el ámbito artístico e intelectual de la Francia de su tiempo, de casi todos los escritores y pensadores que enriquecían el panorama cultural en que se movía, frecuentó los principales salones literarios del París barroco (como el Hôtel de Rambouillet, del que fue contertulio habitual durante muchos años) y el Salón de Scudéry, y estableció firmes vínculos de amistad y complicidad literaria con otros autores como Valentin Conrart (1603-1675) -otro de los fundadores de la Académie, junto al propio Chapelain, y el primero que ejerció como Secretario en ella-. Según cuenta el famoso abad d’Olivet, Joseph Thoulier (1682-1768) en su Historia de la Academia Francesa, «toda la corte, toda Francia entera se dejaba influir por los criterios estéticos de Chapelain. Todos los espíritus sensibles, con Balzac a la cabeza -es decir, el eminente y prestigioso erudito y crítico literario Jean-Louis Guez de (1597-1654)-, le reconocieron como su guía«. D’Olivet añade que, al ser amigo y confidente de las figuras más destacadas de la vida intelectual de su tiempo, Jean Chapelain fue objeto también de numerosas ataques, procedentes la mayor parte de quienes se habían visto desfavorecidos por sus juicios y opiniones, y, en algunos casos, del espíritu corrosivo y mordaz de otros ingenios del siglo XVII, como Boileau (1636-1711), que le convirtió en uno de los blancos predilectos de sus sátiras. A pesar de ello -apunta el abate d’Olivet- «jamás le tentó la ambición, ni se dejó deslumbrar por los favores de los poderosos, ni perdió la compostura ante las sátiras dirigidas contra él y su obra«.

Conviene precisar, en este punto, que las sátiras y críticas lanzadas contra Jean Chapelain por algunos de sus contemporáneos no procedían sólo del despecho de los autores que habían salido malparados en sus juicios literarios, sino también de quienes le tachaban de mostrarse demasiado conciliador y bondadoso con cuantos le rodeaban, con la secreta intención de llevarse bien con todos, disimular los vicios, problemas y defectos de la sociedad, la cultura y la política de su tiempo, y tener el menor número posible de enemigos. Al parecer, el genial dramaturgo Molière (1622-1673) se inspiró en la personalidad de Jean Chapelain para perfilar uno de sus personajes secundarios más logrados, el Philinte que aparece en Le misanthrope (El misántropo, 1666), amigo del protagonista Alcestes. Como Philinte, Chapelain fue un hombre juicioso y comedido, partidario siempre de buscar la virtud en el término medio, gran conocedor de la corte, los salones y la vida mundana (con la que tanto el personaje literario como su modelo real mostraron gran condescendencia), y amigo de ver siempre el lado positivo de la realidad.

Este afán de llevarse bien con todos los que le rodeaban, sumado a su especial protagonismo dentro del mundo cultural, propició que el gran estadista Jean-Baptiste Colbert (1619-1683) se dirigiera personalmente a Chapelain para demandarle una relación razonada de los sabios franceses y extranjeros que, a su juicio, reunían méritos suficientes para ser recompensados con pensiones, becas, ayudas y otras gratificaciones otorgadas por Luis XIV (1638-1715). El erudito parisino elaboró esa complicada lista poniendo en ella todo su espíritu crítico y, al mismo tiempo, la mayor imparcialidad de que pudo hacer acopio; y a tal extremo llegó su honradez en el cumplimiento de este enojoso encargo, que apenas hubo protestas cuando se hizo pública la nómina de sabios que había elaborado (nómina que, salida de cualquier otra pluma, podría haber levantado las más enconadas controversias). Cabe imputarle, empero, una especial consideración respecto a sus compañeros de la Académie Française, pues de los cuarenta y cinco sabios franceses seleccionados por Chapelain (junto a otros quince extranjeros), veintidós eran académicos como él (y uno de éstos era, casualmente, él mismo).

Al margen de estos cometidos más políticos que culturales, en el seno de la Académie Française Jean Chapelain desplegó una intensa y fructífera actividad intelectual que dejó su huella en múltiples trabajos, desde la redacción de los estatutos de la docta institución hasta la elaboración de esa obra mencionada al comienzo de este artículo, en la cual los académicos hacían pública su postura a propósito de la «querelle du Cid» (al respecto, cabe resaltar también que fue el propio Chapelain quien, en unas charlas teóricas sobre la escritura dramática pronunciadas ante el cardenal Richelieu, puso en circulación la idea de volver a sujetarse a la regla aristotélica de las tres unidades). Además, fue uno de los grandes organizadores de los planes de trabajo de los académicos, y mostró especial interés en la redacción del Diccionario. Tan relevante fue su presencia en esta institución, que en los primeros compases de la misma, cuando aún carecía de una sede fija, Jean Chapelain ofrecía su propia casa como lugar de reunión para los académicos fundadores.

Fue, además, uno de los cuatro primeros miembros de la Académie des Médailles (también conocida como Académie des Inscriptions), y uno de los grandes animadores de la denominada «querelle des anciens et des modernes» («disputa de los antiguos y los modernos»), en la que tomó partido a favor de éstos últimos. Conviene saber que, paradójicamente, los «modernos» eran los partidarios de adoptar la poética aristotélica y someterse a los rígidos criterios formales del teatro de la Antigüedad clásica grecolatina, mientras que los «antiguos» era defensores de la audacia innovadora del Barroco y enemigos de ese rigor clasicista.

Obra

Poseedor de un extraordinario bagaje cultural, Jean Chapelain dominaba a la perfección no sólo el latín, sino también otras lenguas modernas tan relevantes -para la cultura de su tiempo- como el español y el italiano. Su permanente atención a cualquier manifestación literaria que tenía lugar en Europa le dictó su primer texto impreso, un interesante «Préface» («Prefacio») al poema Adone (Adonis, 1623), del manierista Giambattista Marino (1569-1625), obra que el gran poeta italiano había dedicado a Luis XIII (1601-1643). Quiso, ya rebasado el medio siglo de existencia, alcanzar celebridad como poeta, y dio a la imprenta los primeros doce cantos de los veinticuatro que conformaban su composición extensa La pucelle (La doncella, 1656). La belleza e intensidad de algunos de los versos pertenecientes a este largo poema épico no bastaban para disimular los abundantes descuidos de Chapelain en la versificación, por lo que los doce cantos restantes se quedaron inéditos, y el autor parisino se resignó a quedar como una mera anécdota en la historia de la poesía francesa.

Se recuerda con especial interés su discurso de ingreso en la Académie Française, titulado «Contre l’amour» («Contra el amor»), así como otros textos preparados expresamente por Chapelain para las sesiones de esa institución a la que consagró la mayor parte de su vida (como el epitafio de Philippe Habert). Pero, sin lugar a dudas, la parte de su obra que despierta mayor interés en la crítica contemporánea es la integrada por sus abundantes cartas manuscritas, en las que pueden hallarse infinidad de datos y observaciones acerca de ese período de la historia literaria francesa que Jean Chapelain protagonizó con tanta intensidad.