Cavendish, Henry (1731-1810).
Físico y químico británico, nacido en Niza (Francia) el 10 de octubre de 1731 y fallecido en Clapham (cerca de Londres) el 24 de febrero de 1810. Considerado como uno de los grandes precursores de la Química moderna y un físico de talla universal, con sus numerosos hallazgos y descubrimientos (entre los que destaca el del aislamiento del hidrógeno y el establecimiento del valor de la constante gravitatoria G) dio un impulso vigoroso al avance de la Ciencia y la Tecnología.
Miembro de una selecta familia de la aristocracia inglesa (era nieto del segundo duque de Devonshire), vino al mundo en el Sur de Francia debido a que su familia se había instalado provisionalmente allí en busca de un clima benigno para la delicada salud de su madre.
Hijo primogénito, recibió desde niño una esmerada educación científica y humanística, impartida por profesores particulares. Su padre, lord Charles Cavendish, gozaba de cierta fama en su entorno como científico experimental; fue él quien le inculcó el amor a la Ciencia, a la que el joven Henry se aficionó desde niño, relegando los placeres de la vida relajada y despreocupaba que le aseguraba su enorme fortuna familiar.
Tan precoz fue su interés por los estudios científicos, que cuando sólo contaba once años de edad quedó bajo la tutela del doctor y reverendo Newcombe, un profesor de gran prestigio intelectual por ser el director del Seminario Hackney, donde el joven aristócrata tuvo ocasión de ampliar considerablemente sus conocimientos.
A pesar de su innata timidez -que habría de convertirse en enfermiza a medida que iba cumpliendo años-, el joven Cavendish se atrevió a ingresar en el Peterhouse College de la Universidad de Cambridge, donde continuó profundizando en los saberes científicos de su tiempo, si bien nunca llegó a graduarse.
En efecto, en 1753, antes de haber concluido sus estudios, abandonó la Universidad de Cambridge para emprender un largo viaje por Europa en compañía de su hermano. Al término de este periplo, Henry Cavendish se afincó en Londres, donde llevó, a partir de entonces, una vida austera, frugal y extravagante, consagrada de lleno a sus investigaciones y experimentos científicos. Poco a poco, fue haciendo gala de un carácter misántropo que llevó a uno de sus primeros biógrafos a afirmar que los manicomios estaban plagados de sujetos como él.
Ya desde su infancia había exhibido un espíritu apocado y retraído que le impulsaba a alejarse del trato humano, rehuyendo especialmente a las mujeres, con las que no podía intercambiar una sola palabra a causa de su patológica timidez. Una vez consagrado de lleno al estudio, cada vez más excéntrico y estrafalario (llegó a ser célebre entres sus allegados y vecinos por su pobre y descuidada indumentaria, que contrastaba con su ingente riqueza), protagonizó episodios ciertamente penosos por culpa de esa inseguridad que experimentaba ante el sexo opuesto, hasta el extremo de llegar a prohibir, en su propia casa, la presencia de criadas ante su persona.
A pasos acelerados, el pánico cerval que le provocaban las féminas se extendió hacia todos sus congéneres, lo que le aconsejó tomar decisiones tan drásticas como la mandar construir una escalera en la parte posterior de sus aposentos privados, para poder entrar y salir de su casa sin toparse con ningún miembro de su servidumbre. Cada mañana, sus criados encontraban en un lugar determinado una nota escrita por Cavendish, en la que el extravagante científico había anotado el menú que deseaba comer aquel día; el servicio tenía orden de llevar esos platos al comedor y abandonar presta y sigilosamente la estancia, para que Cavendish pudiese sentarse a la mesa y comer en rigurosa soledad.
La inmensa fortuna que había heredado de su padre se incrementó con el legado que le dejó un tío suyo, y, posteriormente, con los suculentos beneficios que obtuvo de sus inventos y descubrimientos. Llegó, pues, a convertirse en el mayor accionista del Banco de Inglaterra; sin embargo, no gastaba en su cuidado, compostura y alimentación más que unas cuantas libras esterlinas a la semana, pues dedicaba todo su dinero a la Ciencia. Dejó que los banqueros administraran su fortuna -que, a comienzos del siglo XIX, era la más elevada de toda Inglaterra, lo que dictó a otro biógrafo suyo esta célebre sentencia: «Cavendish fue el más rico de todos los sabios y el más sabio de todos los ricos«-, y sólo se preocupó por asegurar la estabilidad financiera de los laboratorios que él mismo fundara, donde, a pesar de su misantropía, impulsó las carreras científicas de numerosos jóvenes de su época. Andando el tiempo, estos laboratorios pasaron a ser propiedad de la Universidad de Cambridge, que, en honor del científico dieciochesco, los bautizó con su nombre.
Miembro de la Royal Society de Londres desde 1760, y del Instituto de Francia a partir de 1803, Henry Cavendish no empleó, empero, mucho tiempo en comunicarse con sus colegas. Su taciturnidad le condujo al laconismo extremo de no hablar apenas con nadie, como atestiguó un contemporáneo suyo que dejó escrito que, «probablemente, haya pronunciado menos palabras que ningún otro hombre en el curso de su vida, sin exceptuar los frailes trapenses«. Este enfermizo ensimismamiento basta para justificar que, a pesar de la gran cantidad de conocimientos nuevos que aportó a la Ciencia, no dejase escrito ni un sólo libro. Tan sólo redactó, a lo largo de su vida, una veintena de artículos científicos, pues su interés estaba en la especulación y experimentación, no en la divulgación de sus hallazgos ni en el incremento de su fama.
Este voluntario aislamiento le restó, en su época, muchos de los méritos que, con el paso de los años, se le han restituido justamente. Así, v. gr., se ha sabido por sus notas que descubrió la composición del agua antes de que Joseph Priestley (1733-1804) y James Watt (1736-1819) publicasen idénticos hallazgos al respecto. Y se ha podido averiguar también que empleó muchas horas en el estudio de los fenómenos eléctricos, aunque sólo dejó datos acerca de estas investigaciones en dos breves papeles; con todo, el cotejo de sus escritos inéditos ha revelado que, muchos años antes de las valiosas aportaciones de Faraday (1791-1867), de Ohm (1787-1854) y de Coulomb (1736-1806), Cavendish ya conocía algunos de los descubrimientos que dieron celebridad a estos tres científicos. Al parecer, sus investigaciones sobre electricidad estaban únicamente encaminadas a satisfacer su curiosidad, por lo que nunca se vio en la necesidad de hacer públicos sus hallazgos en esta materia.
Descubrimientos de Cavendish
Resulta complejo enunciar y explicar todas las aportaciones a la Ciencia que realizó el físico y químico británico. A continuación se enumeran algunos de sus principales inventos y descubrimientos en ambas disciplinas del conocimiento humano.
El químico Cavendish
En su condición de experto en Química, comenzó estudiando las propiedades del arsénico y los calores de licuefacción y vaporización de los gases; pero su primer gran descubrimiento tuvo lugar en 1766, cuando, por medio de una reacción de un ácido fuerte con ciertos metales (principalmente, con el cinc), obtuvo lo que él denominó, en un principio, aire inflamable, que no era otra cosa que hidrógeno. Siguiendo por esta vía de trabajo, Cavendish estableció que esta gas era el más ligero de todos.
Continuó explorando las propiedades del hidrógeno y, en 1781, lo hizo arder dentro de una vasija cerrada, con lo que pudo comprobar que las paredes del recipiente quedaban cubiertas de agua. La divulgación de este experimento permitió al francés Lavoisier (1743-1794) acabar con la antigua y desfasada teoría del flogisto, ya que, merced a los hallazgos de Cavendish, quedaba probado que el agua no era un elemento -como se había venido creyendo desde la Antigüedad-, sino un cuerpo compuesto.
Por otra parte, Cavendish se anticipó en casi un siglo al descubrimiento de los gases nobles, al demostrar empíricamente que, si se extrae el oxígeno y el nitrógeno del aire, queda siempre un pequeño resto gaseoso (en 11785 intuyó la existencia del argón, tras hacer pasar una corriente eléctrica a través de una mezcla de aire y oxígeno, en presencia de una disolución básica). Y atestiguó también, con sus experimentos, que había presencia de anhídrido carbónico en la Atmósfera. Sus aportaciones a la Química incluyen también valiosos hallazgos acerca del ácido nítrico.
Fue capaz, asimismo, de obtener ácido clorhídrico en estado gaseoso; hasta entonces, sólo se conocía en un estado de disolución resultante de la destilación de una mezcla de sal común con aceite de vitriolo o ácido sulfúrico, según los experimentos que había divulgado el alemán Glauber(1604-1668) a mediados del siglo XVII.
El físico Cavendish
En su faceta de físico, el científico británico es universalmente conocido por haber sido el primero en calcular, de un modo fiable, la masa de la Tierra, así como el valor real de la constante de la gravitación universal. Valiéndose de sus habilidades para la experimentación y el desarrollo de instrumentos tecnológicos, Cavendish fabricó un aparato novedoso, integrado por dos masas que colocó en cada uno de los extremos de un alambre con capacidad de retorcerse sobre sí mismo cada vez que dichas masas se mueven. Después colocó este artilugio, al que denominó balanza de torsión, cerca de dos voluminosas esferas de plomo, hasta conseguir que éstas, por acción de la fuerza de la gravedad, atrajeran a las masas de su nuevo artefacto. Por efecto de esta atracción, las masas de la balanza de torsión comienzan a moverse y provocan que el alambre que las sujeta se retuerza; Cavendish colocó entonces un puntero visible sujeto a dicho alambre y consiguió tomar mediciones de sus desplazamientos, hasta lograr establecer, en 1798, la constante de la gravitación G en un valor tan exacto que apenas difiere en un 1% sobre el valor que se le asigna en la actualidad, con instrumentos de medición infinitamente más precisos. El valor concreto de la constante gravitatoria G establecida por Cavendish es de 6,67·10-11 Nm²/kg².
Particularmente asombrosos son los descubrimientos que hizo Cavendish acerca de la electricidad, y aún más teniendo en cuenta que no llegó a divulgarlos, pues sólo le interesaban para satisfacer su infinita curiosidad intelectual. Por el cotejo de las numerosas anotaciones que dejó inéditas se ha sabido que se anticipó en muchos años a su compatriota Michel Faraday, al comprobar que los dieléctricos dispuestos entre los bastidores de un condensador son capaces de provocar cambios en la capacidad de éste.
Asimismo, logró averiguar, antes que el francés Coulomb, que los cuerpos cargados de electricidad se atraen o repelen con una fuerza inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que hay entre ellos; y se adelantó también al alemán Georg Ohm al establecer la proporcionalidad entre la tensión eléctrica aplicada a un conductor y la corriente que circula a través de él. En el curso de estas investigaciones sobre la capacidad de los conductores eléctricos, Cavendish construyó una batería de condensadores, de capacidad conocida, con la que consiguió medir con asombrosa precisión la capacidad de distintos dispositivos; además, introdujo el concepto de potencial, bajo el nombre de grado de electrificación.
JRF