Carranza, Bartolomé de (1503-1576).
Arzobispo de Toledo nacido en Miranda de Arga (Navarra) alrededor de 1503 y muerto en Roma el 2 de mayo de 1576.
Síntesis biográfica
Teólogo y predicador dominico de gran piedad y prestigio, enseñó en el Colegio de San Gregorio de Valladolid y participó activamente en el Concilio de Trento. Durante sus estancias en Inglaterra y Flandes defendió con gran dedicación la causa del catolicismo. En 1558 el rey Felipe II le obligó a aceptar la elección como arzobispo de Toledo. Sin embargo, el año siguiente fue apresado por la Inquisición acusado de exponer ideas luteranas en unos comentarios suyos sobre un Catecismo que había publicado poco tiempo atrás. El proceso, primero en España (1559-1567) y luego en Roma (1567-1576), se prolongó durante 17 años, los últimos de su vida dado que la sentencia de “sospechoso de herejía” se promulgó un mes antes de su muerte. A veces se le llama Bartolomé Carranza de Miranda por su lugar de nacimiento.
Bartolomé de Carranza, teólogo dominico y arzobispo de Toledo
Pertenecía a una familia noble de la comarca navarra donde había nacido. Estudió latín y Artes en Alcalá, junto a su tío Sancho Carranza de Miranda. Entro en la orden dominica hacia 1518, con unos 16 años de edad, formándose en Benalaque (Guadalajara), en San Gregorio de Valladolid (1525) y en Salamanca. En 1528 se graduó como maestro en Artes, y dos años después se le encomendó un curso de estas materias en San Gregorio. Desde 1533 dirigió otro de Teología al tiempo que era nombrado regente del Colegio en lugar de Diego de Astudillo. Después de graduarse en Teología en Roma (1539) y representar allí a su provincia en el capítulo general de su orden, estudió, de nuevo en Valladolid y hasta 1545, las doctrinas de Santo Domingo y las Sagradas Escrituras. Ya entonces mostró interés por el erasmismo y la teología positiva, aunque con el objeto de inspirar la práctica del culto y la vida cristiana. Fue también consultor de la Inquisición, predicador y director espiritual.
Al no aceptar el nombramiento de arzobispo de Cuzco (Perú), ofrecido por Carlos V, pudo asistir como teólogo imperial (junto con el también dominico Domingo de Soto) a las primeras sesiones del Concilio de Trento (1545-1563). Tuvo una intensa participación en sus discusiones, aportando su parecer respecto a los sacramentos, la misa y la disciplina eclesiástica, defendiendo como los demás representantes españoles la residencia obligatoria de los obispos en sus diócesis; adquiriendo así cierto prestigio, fue alabado por sus conocimientos teológicos y por su reformismo. Una vez retornado a España en 1548, tras trasladarse el Concilio a Bolonia, rechazó ejercer como confesor del príncipe Felipe en 1548 y también su elección para una nueva sede episcopal en 1549, en esta ocasión la de Canarias. Este año fue nombrado prior de Palencia y Provincial dominico de Castilla en 1550. Marchó otra vez a Trento en 1551, reabierto el Concilio por el papa Julio III hasta 1552. Abandonó luego su cargo como provincial para retirarse temporalmente al colegio de San Gregorio, antes de marchar junto con el príncipe a Inglaterra en 1554 para preparar su boda con la reina inglesa María I Tudor.
En este país colaboró con los monarcas y el cardenal inglés Reginald Pole en la restauración del catolicismo: vigiló la venta de libros protestantes, predicó contra las doctrinas heréticas e inspeccionó la Universidad de Oxford, haciendo expulsar de la misma a varios profesores. Poco después de abdicar el emperador, se trasladó en 1557 a Flandes, la residencia por entonces del nuevo rey, Felipe II. Trabajó igualmente con celo en detener el avance del protestantismo; fue precisamente en Amberes donde, en 1558, publicó su Catecismo (Catechismo Christianno). Este mismo año tuvo que aceptar al fin, por presiones regias, el arzobispado de Toledo, sede primada de España, que estaba vacante desde la muerte del cardenal Juan Martínez Silíceo el año anterior. El 27 de febrero fue consagrado en Bruselas por el cardenal y obispo de Arrás Antonio Perrenot de Granvela, tras lo cual viajó a España. Después de una breve estancia en Valladolid pasó por Yuste, donde presenció la muerte de Carlos V. Por fin, llegó a su sede el 13 de octubre. Transcurridos varios meses de intensa labor pastoral y caritativa y de vida personal ejemplar, fue detenido por la Inquisición el 22 de agosto de 1559 en Torrelaguna (Madrid), durante el curso de una visita pastoral, y encerrado en Valladolid.
El proceso por luteranismo a Bartolomé de Carrranza (1559-1576)
La orden había sido cursada por el inquisidor general y arzobispo de Sevilla Fernando Valdés, basándose en dictámenes de teólogos como Melchor Cano y Domingo de Soto acerca de unos comentarios escritos por Carranza sobre su Catecismo de 1558, y después de compararlos con las afirmaciones de los protestantes de Valladolid. Había necesitado la concesión pontificia de competencias extraordinarias para juzgar a un arzobispo (7 de enero) y el permiso de Felipe II (26 de junio). Apenas iniciado el proceso, Carranza solicitó el cambio de juez, acusando a Valdés de parcialidad. Su recusación fue aceptada en febrero de 1560 y se sustituyó a aquel por Gaspar Zúñiga de Avellaneda, arzobispo de Santiago de Compostela. Además de las proposiciones reunidas consideradas heréticas, que llegaron a ser millares, se recogió contra el un centenar de testimonios (se llegó a decir sin fundamento que había introducido en el luteranismo a Carlos V, de modo que habría muerto fuera del catolicismo).
En cambio, uno de sus mayores defensores fue el canonista Martín de Azpilcueta, el Doctor Navarro, que a su vez presentó diversos testigos que hablaron elogiosamente de su persona y doctrina. Curiosamente, esta primera fase del juicio coincidió con la tercera del Concilio de Trento, donde se aprobó en 1562 el Catecismo de Carranza, que inspiró al que usó durante algún tiempo el clero secular. Algunos de los participantes en el Concilio pidieron al papa Pío IV que interviniera en la causa. Para investigar sobre ella fue enviada en 1565 una legación pontificia encabezada por el cardenal Hugo Buoncompagni (el futuro pontífice Gregorio XIII) y completada por Félix Peretti, Juan Bautista Castagna e Hipólito Aldobrandini (que también serían papas con el nombre de Sixto V, Urbano VII y Clemente VIII, respectivamente). La legación, que debía pronunciar sentencia en España a instancias de Felipe II, nada solucionó, pues los enviados pontificios no pudieron actuar con independencia de los oficiales inquisitoriales.
Así, el papa Pío V ordenó en 1567 el traslado del proceso a Roma. El arzobispo toledano, que llevaba ya ocho años preso, llegó a esta ciudad el 28 de mayo de 1567, siendo confinado en el castillo de Sant’Angelo. Los jueces pontificios mostraron pareceres diversos, y cuando pareció que iba a imponerse la absolución, el rey Felipe II y la Inquisición española se opusieron. Luego, en 1572, murió Pío V y los acusadores de Carranza presentaron unas 1.500 nuevas proposiciones consideradas luteranas. El 14 de abril de 1576, diecisiete años después de haber sido encerrado, Gregorio XIII promulgó sentencia, declarando a Bartolomé de Carranza, no culpable, pero sí “fuertemente sospechoso de herejía” (‘vehementer suspectus de haeresi‘). Tuvo, pues, que abjurar de 16 proposiciones consideradas luteranas y, aunque pudo conservar el arzobispado de Toledo fue condenado, antes de poder regresar a su sede, a permanecer cinco años en penitencia en un monasterio situado junto a la iglesia de Santa María sopra Minerva. Visitó antes de entrar en él las siete grandes iglesias romanas a las que habitualmente se dirigían los peregrinos (23 de abril) y celebró misa en la basílica de Letrán (24 de abril). Poco después enfermó de muerte, y antes de recibir la extremaunción declaró de nuevo su adhesión a la fe católica. Fue enterrado en el coro de la iglesia de Santa María.
Humilde, muy dado a la labor pastoral y a la caridad, tenía una profunda espiritualidad cristocéntrica, inspirada especialmente en San Pablo. En las miles de páginas recogidas para su proceso hay juicios totalmente contradictorios sobre su doctrina, quizá debido al vivo lenguaje que empleaba en sus escritos, susceptible de interpretaciones diferentes a su sentido primario que en un contexto muy sensibilizado contra cualquier asomo de herejía no dejó de crear suspicacias. Por un lado pueden leerse abundantes acusaciones de luteranismo, y por otro, elogios por su actitud contraria al protestantismo y por su modo de vida. El propio Gregorio XIII escribió el epitafio de su tumba en términos favorables (“animoso en la adversidad”). Además del citado Catecismo escribió, entre otras obras, Summa Conciliorum (‘Suma conciliar’), publicadaa en Venecia en 1546, De necesaria residentia episcoporum (‘Sobre la necesaria residencia de los obispos’), en la misma ciudad el año siguiente o Instrucción para oír misa. También preparó una edición completa de todas sus otras obras.
Bibliografía
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