Buñuel Portolés, Luis (1900-1983).


Director y guionista de cine español nacido en Calanda (Teruel) el 22 de febrero de 1900, y fallecido en Ciudad de México (México) el 29 de julio de 1983. Autor de una extensa filmografía, está considerado como uno de los grandes directores de cine de todos los tiempos, como atestigua la distinción concedida por la UNESCO de Memoria del Mundo a su película Los olvidados, de 1950.

Nacido en el seno de una familia acomodada, sus primeros estudios los realiza en Zaragoza, al amparo de los corazonistas y jesuitas. Marcha a Madrid para cursar la carrera de Ingeniero Agrónomo. Pasa a ser uno de los inquilinos de la Residencia de Estudiantes, en donde comienza a descubrir el otro lado de la realidad. Practica todo tipo de deportes, desarrolla sus habilidades escénicas y creativas y contacta con la intelectualidad de la época que pasa por aquella residencia. Es así como decide cursar estudios de Filosofía y Letras al tiempo que entabla amistad con Federico García Lorca, Salvador Dalí, Pepín Bello, Rafael Alberti, María Teresa León, Ricardo Urgoiti y otros muchos (todos ellos miembros de la que Buñuel denominó “Orden de Toledo”). Son años inolvidables que van a influir en su trayectoria personal y artística.

A mediados de los años veinte, tras la muerte de su padre, marcha a París, en donde realiza algunos montajes teatrales y entra en contacto con directores franceses del momento (Epstein, Feyder, etc.), con los que colabora en varias de sus películas. Desarrolla una serie de proyectos que deja inconclusos y conoce a Jeanne Rucar (con la que se casará en 1934). Sus inquietudes cinematográficas se van a concretar en 1929, año en el que colabora con Dalí en Un perro andaluz, una obra afín al movimiento surrealista en la que apuesta visualmente por un cúmulo de imágenes de provocan, sin fisuras, la atracción o rechazo del público del momento; dos situaciones antagónicas que marcarán su estilo de por vida. Al año siguiente, ambos dirigen un nuevo trabajo, La Edad de Oro, un auténtico manifiesto ideológico y creativo en el que afloran las obsesiones de un católico practicante ya “ateo, gracias a Dios” -según sus palabras-, entre las que no podían faltar la religión, el sexo, la represión y, especialmente, el deseo. Con estas premisas no debe sorprender que se trate de uno de los escándalos más sonados de París.

Esta situación le lleva a dedicarse al doblaje tanto en París (para la Paramount) como en Madrid (para la Warner). Entre medias dirige el documental Las Hurdes (1932), un interesante acercamiento a una de las zonas más deprimidas de España. No se trata de un documental amable; más bien cargaba las tintas sobre la precariedad de una tierra y la miseria de sus gentes, de ahí que fuese prohibido por el gobierno republicano por el cariz de su planteamiento. Dos años más tarde, el reencuentro con Urgoiti le lleva a encargarse de la producción ejecutiva y supervisión de varias películas de la productora Filmófono (Don Quintín el amargao y La hija de Juan Simón, 1935; ¿Quién me quiere a mí? y ¡Centinela, alerta!, 1936).

El inicio de la Guerra Civil le lleva a deambular por Nueva York y Hollywood, trabajando en doblajes para versiones latinoamericanas desde del Museo de Arte Moderno y en producciones de la Warner, y esta etapa se alarga hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Es entonces cuando decide instalarse en México, en donde conoce al productor Oscar Dancigers y comienza a integrarse en el cine del país, aunque Gran Casino (1947), con Libertad Lamarque y Jorge Negrete, resultó un fracaso. Su siguiente paso (El gran calavera, 1949) es más elaborado y atiende a una historia convencional en la que replantea los valores morales de una clase social, con un interesante papel de Fernando Soler como eje principal del ocaso y renacer de una familia. Tras estas experiencias da un paso más firme a la hora de olvidarse de ciertos temas que perdían su eficacia al ser tratados en el cine para centrarse de lleno en el drama, la tragedia. Así, en Los olvidados (1950) retrata de una manera realista la desesperanza de unos personajes que viven en la calle y se ahogan en la miseria más brutal, situación que plantea una tensión interna en cada uno de ellos abocándolos a la violencia en cadena que aflora a cada instante, y que les lleva -en la figura de Jaibo (Roberto Cobo)- a ese agujero negro del que ya no se puede volver. La mirada buñueliana es universal, porque el mensaje también trasciende los propios límites de la periferia de Ciudad de México, porque las condiciones sociales son similares para aquellos que tienen que depender de sí mismos. Ni que decir tiene que la película resultó muy polémica a nivel nacional, lo que no impidió que alcanzara el premio en el Festival de Cannes a la Mejor Dirección. [La UNESCO le concedió en 2004 la distinción Memoria del Mundo, un galardón que hasta esa fecha sólo había conseguido otro filme, Metrópolis de Fritz Lang, y que comparten otras obras como la partitura de la Novena Sinfonía de Beethoven o la Declaración de los Derechos del Hombre.]

También en 1950 dirige Susana (1950), en la que analiza la máscara de una sociedad que ante la primera insinuación de transgresión es capaz de romper con sus costumbres conservadoras. Aquí la religión, la moralidad y el sexo se confunden y muestran la debilidad del ser humano.

Buñuel dirige entonces una serie de trabajos menores en los que, no obstante, siguen existiendo de manera aislada referencias a un universo en el que la muerte, el sexo, la virginidad y todo un mundo onírico surgen y quedan como marca de la casa (especialmente, si cabe, en Subida al cielo, 1952). En Él (1953) nos habla, inevitablemente -y a través de un personaje que construye su propio entorno según le indique el estado paranoico que le conduce-, de los inexplicables caminos que conducen del amor al odio y de éste al amor. Es el universo fetichista de Buñuel en el que se habla de tobillos, de piernas, de infidelidades; en definitiva, de erotismo, aunque siempre situado en un contexto de negras sombras que dominan la vida de un personaje en el que los acontecimientos interpretan y ejecutan sus obsesiones (véase, como ejemplo, Ensayo de un crimen, 1956).

Tras dos trabajos realizados en Francia, el director aragonés regresa con fuerza dirigiendo Nazarín (1958), la adaptación de la obra de Benito Pérez Galdós, en la que recoge cómo los más diversos problemas humanos no pueden llegar a ser solucionados con un mensaje cargado de espiritualidad; los acontecimientos que jalonan el itinerario del sacerdote superan su propia fe -¿cómo se puede salvar al hombre?-, provocando una situación de crisis espiritual en el Padre Nazario (excelente trabajo de Francisco Rabal). Con mayor visceralidad retoma el asunto años más tarde, cuando se traslada a España para rodar Viridiana (1961), historia en la que una joven novicia se ve aconsejada a “conocer” el mundo antes de profesar. Aquí la religión, la fe, las pasiones, chocan frontalmente con la realidad, situación que Viridiana intenta solucionar desde una toma de postura basada en la caridad, en la ayuda al más débil (las secuencias de el perro atado al carro o la cena de los mendigos confirman la dificultad de redimir lo imposible), o en la negativa a asumir su propio cuerpo; no se da cuenta de que la sociedad o don Jaime (Fernando Rey) no pueden cambiar porque ella lo intente. En la tierra, la mayoría está para servir, para doblegarse ante el mandato del que tiene el poder; sólo tendrá su recompensa cuando acabe su vida, tras la muerte. La pasión desencadena la muerte y el encuentro gozoso de la entrega (una sorprendente partida de tute a tres bandas como broche final). La presentación de la película en el Festival de Cannes y la obtención de la Palma de Oro entre otros premios, provocan uno de los escándalos internacionales -lamentablemente- más recordados de la Historia del Cine. (La película no se pudo ver en España hasta el mes de abril de 1977 y fue considerada para la distribución internacional como una producción mexicana).

En los años sesenta, Buñuel continúa progresando en sus imágenes sobre el convencionalismo burgués (El ángel exterminador, 1962), sus filias clasistas (Diario de una camarera, 1964) y la inestabilidad emocional surgida del juego de las máscaras (Belle de jour, 1967), para alcanzar la meta -siguiendo los Evangelios- a través de una peregrinación heterodoxa en la que el dogma echa un pulso a la herejía (La Vía Láctea, 1969).

Ninguna de las historias rodadas hasta el momento abandonan el conflicto existencial que siempre ha dominado a Buñuel. Por eso, del tobillo de Gloria (Delia Garcés en Él), pasa a la pierna que queda al descubierto de Viridiana (Silvia Pinal) para centrase en la pierna ortopédica de Tristana (Catherine Deneuve). Precisamente Tristana (1970), que supone el reencuentro de Buñuel con su país, es la adaptación de otra novela de Pérez Galdós de la que el director aprovecha todos los resortes que le ofrecen Tristana y Don Lope, éste vivo ejemplo del conservadurismo burgués bien aplicado: es religioso pero sólo respeta ciertas reglas (¿el crucifijo es pura superstición?); es socialmente liberal pero sólo de cara al exterior (salva al ladrón del policía, pero su criada Saturna está para servir); desposa a su sobrina pero la humilla con su rutina.

La etapa final de su carrera es francesa, y en ella analiza a la burguesía desde diversos ángulos que dan una imagen más completa de la destrucción, el engaño y la falsa apariencia. La fascinación por todo un amplio repertorio de símbolos se concreta en las tres películas que le produce Serge Silberman (El discreto encanto de la burguesía, 1972 -Oscar de Hollywood-; El fantasma de la libertad, 1974; Ese oscuro objeto del deseo, 1977), llegando a la conclusión de que el universo buñueliano -radical, controvertido y destructivo- se centra básicamente en un único objeto de reflexión: las caras del deseo, cuestionando desde esta perspectiva al mundo, al hombre, a la sociedad, los valores, las actitudes, la muerte, el erotismo, el pecado…

Tras la obra de Luis Buñuel -se debe recordar siempre- estuvieron una serie de colaboradores de gran valía, entre los que hay que mencionar a Luis Alcoriza y Julio Alejandro como guionistas, Gabriel Figueroa en la fotografía, y Carlos Savage y Jorge Bustos en el montaje, entre otros.

Filmografía

Como director y coguionista (de casi todas sus películas):1929: Un perro andaluz (codirector) (cortometraje).1930: La Edad de Oro.1932: La Hurdes (cortometraje documental).1947: Gran Casino.1949: El gran calavera.1950: Los olvidados; Susana.1951: La hija del engaño; Una mujer sin amor; Subida al cielo.1952: El bruto; Robinson Crusoe; Él.1953: Abismos de pasión; La ilusión viaja en tranvía.1954: El río y la muerte.1955: Ensayo de un crimen; Cela s’appelle l’aurore/Así es la aurora.1956: La mort en ce jardin/La muerte en el jardín.1958: Nazarín.1959: La fièvre monte à El Pao/Los ambiciosos.1960: The Young One.1961: Viridiana.1962: El ángel exterminador.1963: El diario de una camarera.1966: Belle de jour/Bella de día.1969: La Vía Láctea.1970: Tristana.1972: El discreto encanto de la burguesía.1974: El fantasma de la libertad.1977: Ese oscuro objeto del deseo.

Otras colaboraciones:1926: Mauprat (Ay. de dirección y actor).1927: La sirène des tropiques (Ay. de dirección).1928: La chute de la maison Usher (Ay. de dirección).1935: Don Quintín el amargao (Prod. ejecutivo, supervisor y coguionista); La hija de Juan Simón (Prod. ejecutivo, supervisor y actor).1936: ¿Quién me quiere a mí? (Prod. ejecutivo, supervisor y coguionista); ¡Centinela alerta! (Prod. ejecutivo, supervisor y coguionista).1937: España leal en armas (comontaje y comentarios).1950: Si usted no puede, yo sí (coguionista).1964: Llanto por un bandido (actor); En este pueblo no hay ladrones (actor).1972: Le moine (coguionista).

Bibliografía.

  • ARANDA, F.: Luis Buñuel, biografía crítica, Barcelona: Lumen, 1974.

  • BUACHE, F.: Luis Buñuel, Madrid: Guadarrama, 1976.

  • BUÑUEL, L.: Mi último suspiro, Barcelona: Plaza y Janés, 1983.

  • COLINA, J. de la-PÉREZ TURRENT, T.: Buñuel por Buñuel, Madrid: Ediciones Plot, 1993.

  • GUBERN, R.: El cine español en el exilio, Barcelona: Lumen, 1976.

  • LARA, A. (Ed.): La imaginación en libertad (homenaje a Luis Buñuel), Madrid: Editorial Complutense, 1981.

  • RUBIA BARCIA, J.: Con Buñuel en Hollywood y después, La Coruña: Ediciós Do Castro, 1992.

  • RUCAR DE BUÑUEL, J.: Memorias de una mujer sin piano, Madrid: Alianza, 1991.

  • TALENS, J.: El ojo tachado, Madrid: Cátedra, 1986.

  • SÁNCHEZ VIDAL, A.: Buñuel, Lorca, Dali. El enigma sin fin, Barcelona: Planeta, 1988.

  • —: Luis Buñuel, Madrid: Cátedra, 1991.

  • —: El mundo de Buñuel, Zaragoza: Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón, 1993.