Balzac, Honoré de (1799-1850).


Honoré de Balzac.

Narrador y dramaturgo francés, nacido en Tours el 20 de mayo de 1799 y fallecido en París el 18 de agosto de 1850. Aunque su auténtico apellido era el de Balssá, firmó sus obras literarias como Honoré de Balzac, nombre con el que ha pasado a la historia de la Literatura universal. Maestro indiscutible del Realismo -considerado en Francia como el padre de esta corriente- y precursor de otras tendencias narrativas posteriores como el naturalismo, el post-naturalismo, el realismo crítico marxista, la prosa visionaria y la «novela absoluta», en su monumental producción novelesca -concebida como un todo unitario en el que las obras se interrelacionan y los personajes reaparecen en varias de ellas- quedó reflejado el mayor intento jamás realizado de reproducir en un universo de ficción las costumbres, las ideas y los tipos humanos de una época.

Vida

Nacido en el seno de una familia perteneciente a la pequeña burguesía provinciana, vino al mundo en los últimos estertores de la Revolución (concretamente, el 1 de pradial del año VII de la República) y quedó registrado en su partida de nacimiento como Honoré Balssá, sin ese «de» que no le correspondía (y que sólo antepuso a su apellido a partir de 1830). Era el segundo hijo del matrimonio formado por Bernard-François Balssá (un funcionario de la administración militar) y Anne-Charlotte-Laure Sallembier (procedente de una familia de comerciantes). La madre del futuro escritor, que contaba treinta y dos años menos que su esposo, ya había perdido al primer vástago del matrimonio, al parecer debido a su empeño en amamantarlo con su propia leche cuando no estaba capacitada para hacerlo; de ahí que, tan pronto como vino al mundo Honoré, fuera entregado a una nodriza de Saint-Cyr-sur-Loire, con la que se crio hasta que hubo cumplido los cuatro años. Entretanto, sus padres tuvieron dos hijas: Laure (1800) y Laurence (1802).

Bernard-François Balssá, que había sido secretario del Consejo del Rey durante el Antiguo Régimen, estaba ahora encargado de velar por el avituallamiento de la 22ª división militar de Tours, que combatía las insurrecciones de los chuanes (partidarios de la Monarquía durante la Revolución Francesa, diseminados por las provincias occidentales). A comienzos del nuevo siglo, coincidiendo con los primeros compases del gobierno napoleónico, los Balssá habían experimentado un notable ascenso en la escala social de su entorno provinciano, con el cabeza de familia convertido en asesor del juez de paz de Tours.

En 1804, privado repentinamente de las atenciones de su querida nodriza, el pequeño Honoré -que nunca contó con el afecto de su madre- recibió los primeros rudimentos de su formación académica en el colegio Le Guay, sito en su villa natal. Tres años después, fue matriculado como alumno interno en el colegio de los Oratorianos de Vendôme, en el que habría de permanecer por espacio de siete años (desde 1807 hasta 1813, ambos incluidos), sin recibir en todo este período más de dos visitas de su madre. La crítica psicoanalítica ha querido ver en esta carencia de amor materno el origen de la posterior inclinación de Balzac a establecer relaciones sexuales con mujeres mucho mayores que él. Sea como fuere, lo cierto es que, durante su infancia y juventud, buscó en sus hermanas -y de forma muy señalada, en Laure- ese afecto que su progenitora se empecinaba en negarle.

En 1814, con la caída del Imperio napoleónico y la llegada de la Restauración monárquica, la familia del futuro escritor abandonó Tours para afincarse en la parisina rue du Temple, en busca de mayores oportunidades para el medro social y económico. Durante un par de años, el joven Honoré completó sus estudios secundarios en dos pensionados del barrio del Marais -en los que continuó sujeto al régimen de interno- y, finalmente, en el liceo Charlemagne -donde, ya como alumno externo, jamás brilló por sus capacidades artísticas o intelectuales-. Al cumplir los diecisiete años de edad (1816), siguiendo la voluntad de su padre, se matriculó en la facultad de Derecho con la intención de obtener una licenciatura en Leyes, aunque ya por aquel entonces había comenzado a experimentar la necesidad de consagrarse al cultivo de la creación literaria. Para contribuir a la financiación de sus estudios superiores, comenzó a trabajar como pasante al servicio del procurador Jean-Baptiste Guillonnet-Merville, quien habría de inspirar uno de sus más célebres personajes (el «maître Derville» de La Comedia Humana). Por lo demás, la experiencia adquirida en estos ambientes de la abogacía parisina le surtiría de abundante material para su narración El coronel Chabert.

Tras haber trabajado también con un notario que residía en el mismo edificio ocupado por su familia en la calle del Temple, el joven Honoré comenzó a redactar sus primeros escritos literarios -concretamente, Notas sobre la inmortalidad del alma– mientras tenía el privilegio de contar, en las aulas de la Sorbona, con el magisterio de algunos profesores como el filósofo Víctor Cousin (1792-1867) y el historiador Pierre Guizot (1787-1874). En 1819, a raíz de la jubilación de Monsieur Balssá, la familia del escritor se trasladó a la localidad rural de Villeparisis; pero el joven Honoré se negó a abandonar París y consiguió quedarse en una miserable buhardilla de la rue Lesdiguières (emplazada en el barrio de La Bastilla), donde, en medio de penosas dificultades económicas, siguió adelante en su empeño de dedicarse a la literatura y escribió el drama en verso Cromwell (1819), una mediocre obra en alejandrinos que nunca llegaría a ver estrenada ni publicada.

Decidió luego probar fortuna en el campo de la prosa de ficción, e inició en 1820 la redacción de dos novelas -Sténie y Falthurne– que quedaron inconclusas. Mientras subsistía merced a la publicación de algunos artículos periodísticos en diferentes medios parisinos, volvió a tomar contacto con su familia durante las bodas de sus hermanas (Laure se casó en 1820 y Laurence un año después), pero siguió rechazando los consejos de su padre, que le instaba a ganarse la vida con otros oficios más provechosos y de mayor proyección social (como el ejercicio de la abogacía). Así las cosas, bajo el pseudónimo colectivo de Auguste Viellerglé publicó Charles Pointel (1921), la primera de sus narraciones que veía la luz, escrita en colaboración con algunos amigos de bohemia literaria. Durante casi toda la década de los años veinte, Balzac sobrevivió de mala manera publicando novelitas menores -unas veces escritas íntegramente por él, y otras veces redactadas junto a uno o varios amigos- que buscaban el éxito fácil de la novela negra inglesa; escribiendo numerosos artículos y ensayos de variada temática; y embarcándose en alguna aventura empresarial -como la de adquirir una imprenta- que le reportó más sinsabores que beneficios.

En 1822, año en el que los Balssá volvieron a fijar su residencia en París, Honoré inició una intensa relación amorosa con la baronesa de Berny, que a la sazón contaba cuarenta y cinco años de edad (es decir, veintidós más que el joven escritor). Años después, ya roto el vínculo de la pasión, la baronesa habría de continuar brindando su apoyo y amistad a Balzac, quien siempre se benefició de las influencias de esa buena amiga a la que llamó «La Dilecta». Seguía, entretanto, muy afanado en la publicación de esas infames novelitas de subsistencia, como La heredera de Birague (1822) y Jean-Louis o la expósita (1822), ambas escritas en colaboración con su amigo Lepoitevin y publicadas bajo el pseudónimo de Viellerglé y Lord R’hoone. En el transcurso de aquel mismo año aparecieron Clotilde de Lusignan (1822) -firmada por Lord R’hoone y considerada por la crítica actual como la primera novela que Balzac escribió en solitario- y El centenario (1822) y El vicario de las Ardenas (1822) -ambas publicadas bajo el pseudónimo de Horace de Saint-Aubin-. Bajo este mismo nombre dio a la imprenta, poco después, La última hada (1823) y Anette y el criminal (1824), mientras su familia regresaba nuevamente a Villeparisis. De aquella época son también dos ensayos –El derecho de mayorazgo (1824) y La historia imparcial de los jesuitas (1824)- que, de puro conservadores y reaccionarios, parecen ser obras escritas por encargo.

Dispuesto, al margen de sus escasos éxitos literarios, a seguir viviendo de las Letras, en 1825 probó fortuna como editor, pero perdió la menguada hacienda que poseía al lanzar sendas ediciones de las obras completas de Molière (1622-1673) y La Fontaine (1621-1695), que constituyeron dos rotundos fracasos de ventas. Se retiró, entonces, a la casa ocupada por su hermana Laure (casada con el ingeniero Eugène Surville) en Versalles, donde trabó amistad con otra mujer madura que acabaría siendo su amante, Laure Saint-Martin Permon (1784-1838), duquesa de Abrantès, viuda del general Junot (1771-1813) y celebrada escritora, autora -entre otras muchas obras- de la novela romántica Le toreador. La duquesa le pidió su colaboración en la redacción de sus famosas Memorias, una de las obras más valiosas para el estudio de ese período crucial en la historia de Francia que comprende desde el estallido de la Revolución (1789) hasta la Restauración monárquica (1814).

Mientras escribía otra novela menor, Wann-Chlore (1825) -publicada bajo el nombre falso de Auguste de Saint-Aubin-, entabló amistad en Versalles con Zulma Carraud, otra mujer que habría de desempeñar un relevante papel a lo largo de toda su vida, en calidad de amiga, consejera y corresponsal epistolar. Por aquel tiempo, la repentina muerte de Laurence, su hermana menor (sobrevenida el 11 de agosto de aquel año de 1825), le sumió en un hondo desconsuelo, agravado por las serias dificultades económicas por las que atravesaba desde su fracaso como editor. Decidido a salir de este bache financiero, con el apoyo monetario de su familia adquirió, en 1826, una imprenta y una patente de impresor que le permitió instalarse, junto a su socio Barbier, en la parisina rue de Marais Saint-Germain (la actual rue Visconti), donde sólo fue capaz de generar deudas. Un año después, buscó nuevos socios y compró una fundición de tipos (o caracteres de imprenta) que incrementó notablemente su desastroso capítulo de pérdidas; finalmente, en 1828 fue necesaria una liquidación judicial para hacer frente a los sesenta mil francos adeudados por Balzac, cuya imprenta se había declarado en quiebra total. Decidió, entonces, regresar al cultivo de la creación literaria y, a pesar de su ruina, contó con el apoyo de su familia y sus amigos para instalarse en un lujoso apartamento de la rue Cassini, donde es posible que recibiera las discretas visitas de su amante y protectora, la duquesa de Abrantès, de cuyo brazo fue visto por los principales foros y cenáculos artísticos e intelectuales del París de la época.

Tras una breve estancia en Fougères para documentarse sobre esos chuanes a los que había combatido el ejército abastecido por su padre, a finales de la década de los años veinte dio a la imprenta la primera novela que publicó bajo el apellido que habría de otorgarle fama universal. Se trata de Les chouans (Los chuanes, 1829) -firmada por H. de Balzac-, centrada en la rebelión de La Vendée y recibida por los lectores sin demasiado entusiasmo (como el resto de las novelas que había publicado hasta entonces). Sin embargo, en el transcurso de aquel mismo año -y tras la muerte de Monsieur Balssá, acaecida el 19 de junio- cosechó su primer gran éxito de ventas con el ensayo titulado La physiologie du mariage (La fisiología del matrimonio, 1829), publicado bajo la enigmática autoría de «Un joven soltero». Las reflexiones sociológicas estampadas por Balzac en esta obrita, ciertamente avanzadas para la mentalidad de su tiempo, le otorgaron una gran notoriedad en los salones artísticos y literarios parisinos, y constituyeron el auténtico punto de arranque de su exitosa carrera como escritor profesional. A partir de entonces, su firma apareció habitualmente en diarios y revistas tan difundidos como Le Voleur, La Silhouette, La Mode, La Revue de Paris, La Revue des Deux Mondes y Le Feuilleton des Journaux Politiques.

En 1830, Balzac se había convertido en una de las figuras más bulliciosas y prometedoras del panorama literario parisino. Contertulio asiduo en el famoso salón de la Biblioteca del Arsenal -punto de encuentro de todos los autores románticos, bajo la tutela de su anfitrión, el narrador Charles Nodier (1780-1844)-, comenzó a desplegar una frenética actividad literaria que, apoyada por destacadas figuras del mundo editorial, arrojó como primeros frutos una serie de novelas cortas integradas en la serie que el autor bautizó como «Scènes de la vie privée» («Escenas de la vida privada»). Entre estas novelitas que contribuyeron poderosamente a la forja de su estilo y a la consolidación de su prestigio como narrador, cabe destacar las tituladas La vendetta (1830), El baile de Sceaux (1830) y Una doble familia (1830). También publicó por aquel entonces sus primeros «Cuentos Filosóficos», como «Los dos sueños» y «El elixir de larga vida»; pero su primer gran éxito como narrador le llegó al año siguiente, con la aparición de la novela La peau de chagrin (La piel de zapa, 1831), que fue un auténtico best-seller y le reportó unos suculentos beneficios. A pesar de estas ganancias, cada vez se veía forzado a dedicar más horas a la escritura, ya que empezó a vivir rodeado de lujos, muy por encima de sus posibilidades, y contrajo onerosas deudas que, a corto plazo, habrían de ponerle en graves aprietos.

De aquel mismo año de 1831 datan otros dos importantes proyectos de Balzac ajenos a la literatura: la intención de casarse con una rica heredera que resolviera de golpe sus problemas económicos, y el deseo de entrar en política y llegar, cuando menos, hasta la Cámara de los Diputados. Aunando ambos objetivos, en 1832 se afilió al partido neolegitimista del duque de Fitz-James y se enamoró de la sobrina de éste, la marquesa de Catries, quien no tuvo inconveniente alguno en manifestarle con absoluta claridad que no le correspondía. Seguía, entretanto, publicando sin cesar, ora cuentos ya difundidos en publicaciones periódicas -como «El verdugo» (1831), «Los proscritos» (1831) y «La obra maestra desconocida» (1831)-, ora nuevas narraciones y relatos como El cura de Tours (1832) y Cuentos grotescos (1832).

Coincidiendo prácticamente con el desdén de la marquesa de Catries, Balzac recibió las primeras cartas de otra mujer que habría de desempeñar un papel crucial en su vida: la condesa Hanska, residente en el castillo de Wierzchownia (Ucrania). Con esta ferviente admiradora de su obra se reunió al año siguiente en Suiza (Neuchâtel y Ginebra), en medio de una frenética actividad impuesta por su excesivo tren de vida, que le había generado un sinfín de gastos, acreedores y obligaciones laborales con las que tenía que cumplir para ir saldando sus deudas. Según su propio testimonio, por aquel año de 1833 -en el que publicó otras brillantes narraciones como Le médicin de campagne (El médico rural) y Eugénie Grandet (Eugenia Grandet)- escribía sin descanso durante diecisiete horas al día. Este ritmo enloquecido y agotador, incrementado por la agitada vida sentimental que llevaba por aquel entonces, no se interpuso en su concepción de un proyecto narrativo tan ambicioso como desmesurado: la serie de novelas «Études de moeurs au XIXe siècle» («Estudios de costumbres en el siglo XIX») -embrión de lo que finalmente habría de llamarse «La Comédie Humaine» («La Comedia Humana»)-, con la que pretendía ofrecer una exhaustiva descripción de las formas de vida de sus coetáneos, así como una especie de «historia natural» o «fisiología general del destino humano» (en la medida en que se proponía describir el funcionamiento orgánico de la sociedad como si de un cuerpo vivo se tratase).

En diciembre de 1834, cuando estaba a punto de concluir un año que le había llevado casi a la extenuación, Balzac terminó una de sus obras maestras, Papá Goriot (1834), en la que, por vez primera, aplicó la técnica que habría de ser fundamental en «La Comedia Humana»: la reaparición de personajes. A partir de entonces, sus novelas empezaron a estar estrechamente relacionadas entre sí -bien es verdad que manteniendo cada una de ellas su condición de obras autónomas, sujetas a lecturas independientes-, y a ir configurando un denso y complejo entramado de personajes y situaciones que acabó convirtiéndose en ese magnífico fresco descriptivo de las costumbres que se propuso dibujar el autor.

A finales de la primavera de aquel mismo año había nacido Marie du Fresnay, hija de Marie Daminois, una de las amantes de Balzac. Desde el nacimiento de la pequeña se atribuyó su paternidad a Balzac, quien por aquel tiempo tenía una nueva amante, la condesa de Guidoboni-Visconti. Esta ajetreada vida amorosa no le impedía seguir escribiendo con asombrosa dedicación, inmerso en una febril actividad que pronto habría de minar su salud. Así, tras la publicación de La búsqueda de lo absoluto (1834), inició otra serie de novelas titulada «Escenas de la vida parisiense», en la que incluyó Historia de los trece (1833-1834), compuesta a su vez por tres narraciones independientes (algunas de las cuales había dado a la imprenta el año anterior): I. Ferragus (1833), II. No toquéis el hacha (1833-1834) -también conocida como La duquesa de Langeais-, y III. La muchacha de los ojos de oro (1834-1835).No contento con esta absorbente entrega a la escritura -que le obligaba a una ingesta desmesurada de café, con el fin de mantenerse despierto durante las cerca de veinte horas diarias que por aquel entonces dedicaba a la creación literaria-, en 1835 adquirió el rotativo La Chronique de Paris, desde cuyas páginas pensaba imprimir un empujón definitivo a su ambiciosa carrera política. Pero, como en tantos otros negocios que había intentado poner en pie a lo largo de toda su vida, fracasó estrepitosamente en su gestión al frente de este periódico, que hubo de liquidar al año siguiente, después de haber perdido casi cincuenta mil francos en tan ruinosa empresa. Entretanto, había tenido tiempo de viajar por el extranjero -para visitar a la condesa de Hanska y ser recibido en Viena por Metternich (1773-1859), gran admirador de su obra-; de publicar nuevas narraciones -como El contrato de matrimonio (1835), Séraphita (1835) y Papá Goriot (1835), que había comenzado a aparecer el año anterior en La Revue de Paris-; y de levantar sospechas acerca de otra posible paternidad -la de Lionel-Richard Guidoboni-Visconti, venido al mundo el 20 de mayo de 1836, tras la notoria relación de su madre con el escritor-. Liberado, en fin, de la carga económica y laboral de La Chronique de Paris -en donde escribía una joven promesa de las Letras galas, Théophile Gautier (1811-1872)-, siguió viajando por Europa y, tras permanecer durante varias semanas en Turín, regresó a París para encontrarse con la noticia de la muerte de la baronesa de Berny, la «Dilecta», que había sido su primera amante. Poco después, sorprendió a los medios literarios parisinos con una novedad que, inaugurada por él, habría de convertirse en una de las prácticas editoriales más características del siglo XIX: la publicación de folletines por entregas. Tradicionalmente, se considera su novela La solterona (1836), publicada en las páginas del cotidiano La Presse, el punto de arranque de la literatura folletinesca decimonónica. Su fiebre creativa le llevó a dar a la imprenta, además, en el transcurso de aquel mismo año, El lirio en el valle (1836), La Interdicción (1836) y La misa del ateo (1836).

A pesar de la ya ingente cantidad de obras que había puesto a la venta, y de que algunas de ellas habían sido adquiridas por numerosos lectores, su mala cabeza en los negocios y su costumbre de vivir muy por encima de sus posibilidades le obligó a refugiarse, en el verano de 1837, en el palacio de los Guidoboni-Visconti, después de haberse visto acosado por decenas de acreedores a su regreso de otra prolongada estancia en Italia. Fiel a su incorregible conducta de pésimo administrador de sus propios bienes, en septiembre de aquel mismo año invirtió los beneficios obtenidos por la venta de sus libros en la adquisición de «Les jardies», una lujosa mansión ubicada entre Sèvre y Ville-d’Avray, en la que habría de instalarse en el verano del año siguiente (1838). Entretanto, publicó la primera parte de Las ilusiones perdidas (1837) y César Birotteau (1837); vivió en Frapesle -en casa de los Carraud- y en Nohant -a donde acudió para visitar a la escritora Amandine Lucie Aurore Dupin (1804-1876), más conocida por su pseudónimo masculino de «George Sand»-; y viajó nuevamente por la península itálica y la isla de Cerdeña (en la primavera de 1838). De aquel año datan sus narraciones La mujer superior (1838), La casa Nucingen (1838) y La Torpille (1838), esta última convertida luego en la primera parte de Esplendores y miserias de las cortesanas.

Era ya, por aquel entonces, uno de los escritores más conocidos y respetados de toda Francia, como quedó patente en su elección, a comienzos de 1839, como presidente de la Societé des Gens de Lettres (Sociedad de las Gentes de Letras); sin embargo, no se había incorporado aún a la Académie Française, entre otras razones porque aquel mismo año retiró su candidatura en beneficio de la de Victor Hugo (1802-1885) -quien, por cierto, no resultó elegido-. Este fracasado intento de sumarse a la nómina de los «Inmortales», que habría de acompañarle durante el resto de su vida, fue sólo el preludio de otras adversidades que se le echaron encima durante aquel mal año de 1839, en el que gastó en vano buena parte de sus energías en una campaña baldía en favor del notario Peytel, a la postre ejecutado por el asesinato de su esposa y un criado. Para colmo de desgracias, su novela Béatrix, publicada por entregas en Le Siècle, levantó las primeras muestras de hastío entre la crítica y los lectores, que comenzaron a achacar a Balzac una incontinencia verbal mal avenida con las proporciones armónicas del folletín. Dicho de otro modo, su obra comenzaba a parecer prolija y farragosa, defectos que, a partir de entonces, habrían de resaltar con ahínco todos los detractores de su prosa.

Tras la aparición de El gabinete de antigüedades (1839) y la reedición de una parte considerable de sus narraciones anteriores -publicadas por el célebre editor Charpentier en catorce volúmenes-, Balzac recuperó sus juveniles aficiones dramáticas y estrenó una pieza teatral en 1840. Se trata del drama Vautrin, cuyas representaciones fueron prohibidas por la censura al segundo día de su puesta en escena. Incansable en sus iniciativas empresariales, no se desmoronó ante este nuevo revés y fundó, en colaboración con su amigo el periodista Dutacq, La Revue Française, cuyos tres primeros números fueron redactados en su integridad por Balzac. Como era de esperar, esta nueva aventura empresarial del escritor de Tours volvió a constituir un rotundo fracaso que le sumió otra vez en la ruina, por lo que le fue embargada su espléndida propiedad de «Les Jardies». Instalado, a la fuerza, en una casa mucho más modesta de la rue Basse -en el barrio de Passy-, abandonó sus veleidades teatrales y periodísticas y regresó al género narrativo con Pierrette (1840) y Pierre Gassou (1840); pero nunca llegó a perder la ilusión de triunfar algún día como dramaturgo, algo que tampoco consiguió, al cabo de dos años, con el drama Los recursos de Quinola (1842), cuyo estreno constituyó un rotundo fracaso.

De 1841 data la firma del contrato por el cual Balzac se comprometía a publicar, convenientemente organizadas bajo esa estructura piramidal que había bautizado como «La Comedia Humana», la mayor parte de sus narraciones, aparecidas entre 1842 y 1848 en diecisiete volúmenes, a los que luego vino a sumarse un tomo póstumo (1855). Mientras, seguía incrementando su ingente producción literaria con nuevas prosas de ficción como El cura de pueblo (1839-1841), Úrsula Mirouët (1841), Un asunto tenebroso (1841) y Albert Savarus (1842), obras cuya escritura compaginó con la redacción de ese valioso «Prólogo» que colocó al frente de «La Comedia Humana», texto indispensable para el estudio de la poética de Balzac.

A mediados de 1843, Honoré de Balzac viajó a San Petersburgo para reunirse con la condesa Hanska, en un intento de preparar un enlace conyugal que, sin lugar a dudas, acabaría con su inestable situación económica. En la bellísima ciudad báltica se le tributaron numerosos homenajes de reconocimiento a su labor literaria, sobre todo por parte de la alta sociedad a la que pertenecía la condesa; pero ésta sospechó que el principal interés que movía a Balzac a casarse era la necesidad de evadirse de sus numerosos acreedores, por lo que decidió demorar la celebración de la boda. Este nuevo revés de la fortuna vino acompañado de otros sinsabores, como el rechazo de su candidatura a la Académie Française y la evidencia de ir perdiendo prestigio literario en Francia a pasos agigantados, bien manifiesta en la circunstancia de que, por aquel entonces, ya era el propio autor quien tenía que ir en busca de los editores, cuando hasta hacía poco tiempo eran éstos los que acudían a su casa demandándole originales. No se desanimó por ello, y siguió dando a los tórculos nuevas obras como la tercera parte de Las ilusiones perdidas (1843), Honoriné (1843) y la segunda parte de Esplendores y miserias de las cortesanas (1843), a las que siguieron, al cabo de un año, Modeste Mignon (1844) y Los campesinos (1844), dos novelas que pasaron prácticamente inadvertidas para la crítica y los lectores, en medio del éxito arrollador de El judío errante (1844-1845), de Eugène Sué (1804-1857) y Los tres mosqueteros (1844), de Dumas padre (1802-1870).

En plena decadencia, Balzac optó por centrarse de lleno en su vasto proyecto de «La Comedia Humana», si bien durante todo el año de 1845 viajó profusamente por Europa, tras haberse reunido en Dresde con la condesa Hanska y su hija. Al año siguiente, reverdeció sus antiguos laureles literarios con la publicación de La prima Bette (1846), obra que gustó mucho a los lectores franceses. Siempre sometido al intenso ritmo de trabajo que se había impuesto desde su juventud, aquel mismo año -pródigo en acontecimientos relevantes- publicó la tercera parte de sus Esplendores y miserias… (1846), así como la primera parte de El reverso de la historia contemporánea (1846). Simultáneamente, seguía viajando con asiduidad en compañía de la condesa Hanska, que en noviembre de dicho año de 1846 alumbró un niño muerto al que la pareja pensaba llamar Victor-Honoré. En previsión de su futuro matrimonio, Balzac -que acababa de ser recibido por el papa en Roma- compró una casa en la rue Fortunée -actualmente llamada rue Balzac-, en donde pasó unos meses con su amada a comienzos de 1847. Poco después, tras un viaje de ambos a Francfort, el escritor comenzó a sentirse seriamente enfermo, aquejado de problemas cardíacos derivados de su frenético ritmo de vida.

A pesar de la gravedad de su dolencia -que le aconsejó incluso la redacción de un testamento en el que nombraba única heredera a la condesa Hanska-, siguió viajando por Europa (en septiembre de 1847 se reunió con ella en Wierzchownia), dilapidando sus ganancias, contrayendo numerosas deudas y escribiendo nuevas obras con las que intentaba hacer frente a sus elevados gastos, como la espléndida novela El primo Pons (1847) y la cuarta parte de Esplendores y miserias… (1847). En 1848, tras el saqueo de las Tullerías y la proclamación de la República, rechazó, por motivos de salud, la propuesta de presentarse como candidato a las elecciones legislativas, en una fase de su vida en la que por fin veía culminado su viejo anhelo de triunfar en la escena, con el estreno de La madrastra (1848), obra que fue saludada con alborozo por la crítica teatral. A comienzos del otoño de aquel mismo año, pese a la grave afección coronaria que padecía, viajó a Ucrania para volver a reunirse con la condesa viuda de Hanska, y permaneció en territorio ruso hasta la primavera de 1850, inmovilizado en varias ocasiones por diferentes ataques cardíacos. No dejó, por ello, de escribir, y publicó durante su estancia en Ucrania nuevas obras, como El iniciado (1849) y la segunda parte de El reverso de la historia contemporánea (1849). Hasta aquellas latitudes le llegó la enojosa noticia de un nuevo rechazo de la Académie Française a su solicitud de ingreso.

Finalmente, obtenido el permiso de las autoridades imperiales para la celebración del matrimonio con la condesa Hanska, ambos celebraron sus esponsales en la ciudad ucraniana de Berdichev, un 14 de marzo de 1850. Poco después, el matrimonio regresó a París en un penoso viaje que provocó un súbito agravamiento de la afección coronaria padecida por el escritor, quien, ya en la capital gala, perdió la vida en la noche del 18 de agosto de 1850, después de haber recibido la visita de su amigo Victor Hugo. Fue éste quien, durante el sepelio de Balzac en el cementerio del Père-Lachaise, pronunció un emotivo discurso fúnebre en memoria del gran escritor desaparecido.

Obra

Maestro indiscutible del arte de narrar, Balzac dejó una extensa y desproporcionada producción novelesca integrada por casi un centenar de narraciones, en las que cabe destacar el vigor en el trazado de los caracteres de los personajes (casi todos ellos obsesionados por una idea o pasión monotemática), la verosimilitud en la creación de ambientes y situaciones cotidianas (con especial acierto en las domésticas) y el gusto por unas descripciones vívidas y minuciosas que contribuyen a acentuar esa veracidad características de la estética realista. Junto a estas virtudes innegables, su prosa de ficción arrastra también algunos lastres propios de ese ejercicio de la escritura prolijo y torrencial, como el caos estructural que se aprecia fácilmente en algunas narraciones redactadas con demasiadas prisas, la tendencia a la desmesura en la descripción y la falta de control sobre la trama argumental (que, en ocasiones, parece progresar debido más a los impulsos de los propios personajes que al plan preconcebido por el autor).

Ante la imposibilidad de ofrecer una mínima visión panorámica sobre tan magno legado na