Andrónico II Paleólogo (ca. 1260–1332): Un Emperador entre la Ortodoxia y la Ruina del Imperio Bizantino
El Imperio Bizantino a mediados del siglo XIII: herencia y desafíos
Consecuencias de la reconquista de Constantinopla en 1261
La reconquista de Constantinopla en 1261 por parte de Miguel VIII Paleólogo, padre de Andrónico II, marcó el resurgimiento del Imperio Bizantino tras más de medio siglo de ocupación latina desde la Cuarta Cruzada. Sin embargo, este retorno triunfal a la capital imperial no trajo consigo una verdadera restauración del poder bizantino. La ciudad, empobrecida y semiabandonada durante la ocupación occidental, necesitaba una reconstrucción urgente, mientras que el Imperio de Nicea —desde donde se había orquestado la reconquista— había perdido cohesión territorial al expandirse apresuradamente hacia los Balcanes y Asia Menor. Esta fragilidad estructural marcaría el escenario político y económico que heredaría Andrónico II.
Presiones externas: angevinos, turcos, mongoles y la amenaza latina
El renacido Imperio Bizantino enfrentaba desafíos existenciales en múltiples frentes. En el Occidente, Carlos de Anjou, rey de Sicilia, aspiraba a restaurar el Imperio Latino de Constantinopla con el respaldo del papado. En el Oriente, la presión de los turcos selyúcidas, los emiratos turcomanos emergentes y la inestabilidad generada por las incursiones mongolas erosionaban la seguridad en Asia Menor. El Imperio estaba rodeado por enemigos dispuestos a aprovechar cada debilidad, y la diplomacia bizantina debía lidiar con un mundo fragmentado y en transformación.
El legado de Miguel VIII Paleólogo y la situación interna del Imperio
A pesar de sus éxitos militares, Miguel VIII Paleólogo dejó a su hijo un imperio en bancarrota, con una población resentida por sus concesiones a Roma y una aristocracia dividida entre intereses latifundistas y lealtades dinásticas. Su intento de unión eclesiástica con la Iglesia de Roma, sellado en el Concilio de Lyon (1274), le valió una excomunión papal y el rechazo de amplios sectores del clero y del pueblo. Esta política de sumisión religiosa, diseñada para evitar una nueva cruzada contra Bizancio, minó su autoridad interna y dejó profundas heridas en la identidad ortodoxa del imperio. Andrónico II asumiría el poder en este contexto de tensión espiritual, debilidad estructural y amenazas externas.
Juventud de Andrónico II y su ascenso como coemperador
Formación política, religiosa y cultural
Andrónico II Paleólogo, nacido hacia 1260, creció bajo la intensa tutela de la corte imperial de Nicea primero y de Constantinopla después. Como hijo mayor del emperador, fue educado en las artes liberales, la teología y la administración, con una clara impronta ortodoxa y monástica. De carácter piadoso y reflexivo, su visión del poder difería de la pragmática y a menudo cínica estrategia de su padre. Su religiosidad influiría notablemente en su política posterior, en especial en su firme defensa de la ortodoxia frente a cualquier intento de unidad con Roma.
El papel como coemperador desde 1272
En 1272, Andrónico fue proclamado coemperador con plenos poderes por decreto de Miguel VIII. Esta designación temprana no fue meramente simbólica: Andrónico participó activamente en las decisiones de gobierno, aunque obligado a respaldar públicamente las impopulares medidas de su padre, incluida la unión eclesiástica con Roma. Su posición era ambigua: mientras consolidaba su legitimidad como heredero, también acumulaba críticas de los sectores tradicionalistas que lo veían como cómplice del emperador excomulgado.
Acceso al trono tras la muerte de Miguel VIII
La muerte de Miguel VIII en diciembre de 1282 ofreció a Andrónico II la oportunidad de revertir el rumbo político y religioso del Imperio. Convertido en emperador único, su primera decisión fue distanciarse abiertamente del legado de su padre. En un gesto de afirmación ideológica, se retractó públicamente de sus juramentos de fidelidad al Papa, y repudió la Unión de Lyon, declarando la independencia total de la Iglesia griega. Este acto restaurador fue recibido con entusiasmo por los sectores ortodoxos, pero también debilitó la posición diplomática de Bizancio en Europa occidental, dejando a la capital vulnerable ante nuevas alianzas cruzadas.
Reformas religiosas y ruptura con Roma
Rechazo de la Unión de Lyón
La Unión de Lyón, firmada en 1274, había sido el intento más ambicioso de reconciliación entre la Iglesia ortodoxa y la Iglesia católica desde el Gran Cisma. Pero en Constantinopla, la percepción general era de una sumisión humillante ante Roma. Andrónico II, tras asumir el trono, la repudió formalmente y restituyó la autarquía espiritual del patriarcado de Constantinopla. Esta decisión, celebrada por el pueblo y el clero, consolidó su apoyo interno pero canceló cualquier posibilidad de reconciliación con el papado.
Depuración eclesiástica y restauración de la ortodoxia
Uno de los primeros actos de Andrónico II fue la destitución del patriarca Juan Beccos, principal defensor de la unión con Roma. En su lugar restauró, brevemente, a Juan XI Glykys, venerado por los sectores monásticos, aunque este murió poco después. Posteriormente, nombró como patriarca a Atanasio I, un monje del Monte Athos de fuerte perfil espiritual y escasa inclinación política. Esta elección confirmó el giro teocrático del emperador y selló el dominio de la ortodoxia tradicional sobre la corte.
Cambios en el papel del patriarca y relación con el Monte Athos
El nombramiento de Atanasio supuso una transformación institucional en la relación entre el emperador y el patriarcado. A diferencia de épocas anteriores, en que el emperador controlaba la Iglesia como instrumento del Estado, Andrónico II permitió una creciente autonomía eclesiástica. El Monte Athos, centro espiritual del monacato ortodoxo, recibió privilegios y consolidó su influencia como autoridad moral y religiosa. Esta “clericalización” de la política imperial acercó al emperador a las masas piadosas, pero lo alejó de la nobleza urbana y los intereses pragmáticos de la administración civil.
Gobierno, conflictos militares y política interna de Andrónico II
Crisis en Asia Menor y la amenaza otomana
Invasiones turcas y debilitamiento selyúcida
Durante los primeros años del siglo XIV, el frente oriental del Imperio Bizantino se convirtió en el principal escenario de crisis militar y territorial. Aunque los selyúcidas de Rum estaban debilitados por las presiones mongolas, nuevas tribus turcas —desplazadas desde el Asia Central— comenzaron a establecerse en las fronteras de Anatolia. Su organización en emiratos independientes, cada uno con un jefe militar carismático, generó una amenaza constante para las pocas fortalezas bizantinas que aún resistían en la región.
Estas tribus, entre las cuales destacaban los otomanos, realizaban frecuentes incursiones que desestabilizaban el control bizantino, afectaban al comercio y agotaban los recursos defensivos. La administración imperial, incapaz de sostener guarniciones permanentes ni mantener una logística eficaz en Asia Menor, fue perdiendo paulatinamente las ciudades estratégicas. A finales del siglo XIII, solo quedaban bajo control imperial algunas fortalezas como Nicomedia, Nicea, Sardis, Filadelfia, Brusa y Magnesia, así como algunos puertos aislados del mar Negro y del Egeo.
Intentos de recuperación militar: Filantropeno y los catalanes
A pesar de sus escasos recursos, Andrónico II intentó en 1293-1295 una ofensiva para estabilizar la región. Nombró al general Alejo Filantropeno, militar enérgico y popular, como comandante en Asia Menor. Inicialmente, su campaña obtuvo éxitos notables: repelió a los turcos, restauró temporalmente el orden y ganó el favor de la población local. Sin embargo, su creciente prestigio y el resentimiento hacia la administración central lo empujaron a una revuelta separatista, alentada por los soldados y notables locales, hartos del abandono imperial. Su intento de autoproclamarse gobernante de Asia fracasó, pero evidenció la fragilidad del vínculo entre el centro y la periferia del Imperio.
Años después, Andrónico recurrió a una solución desesperada: contratar mercenarios extranjeros para frenar la expansión turca. En 1302, aceptó los servicios de Roger de Flor, capitán de la temida Compañía Catalana, un grupo de excombatientes almogávares que habían servido en Sicilia. A cambio de una alta paga y de la mano de una sobrina del emperador, Roger se comprometió a limpiar Anatolia de enemigos. Durante los primeros meses de campaña en 1303, los catalanes lograron victorias importantes, derrotando tanto a turcos otomanos como a karamanos. Pero el remedio pronto se tornó veneno.
Auge del emirato otomano bajo Otmán
Mientras la atención de Constantinopla se centraba en Asia y los catalanes, una nueva figura surgía en las márgenes del Bósforo: Otmán, jefe de uno de los emiratos turcos establecidos en Bitinia, comenzó a consolidar su territorio y estructura política. En 1302, una fuerza bizantina liderada por Miguel IX fue derrotada cerca de Magnesia, y poco después otra guarnición fue vencida en las afueras de Nicomedia por tropas otomanas. Aunque las batallas no fueron especialmente sangrientas, marcaron el inicio de una expansión imparable. La toma de ciudades y la fundación de la capital otomana en Brusa poco después fue el preludio de una transformación histórica: el surgimiento del futuro Imperio Otomano, que terminaría por absorber los restos del Bizancio paleólogo.
Los mercenarios catalanes: una alianza desastrosa
Contrato con Roger de Flor y sus campañas exitosas
El acuerdo con Roger de Flor pareció, al principio, una jugada brillante. Con más de seis mil hombres experimentados y un espíritu combativo feroz, la Compañía Catalana barrió a las fuerzas turcas de gran parte de Anatolia en menos de un año. Su disciplina militar compensaba su brutalidad, y Roger de Flor fue recompensado con títulos y matrimonio, pasando a ser parte de la familia imperial. Sus ambiciones crecieron al mismo ritmo que sus conquistas: en 1304, soñaba con un dominio propio en el Este.
Traición, asesinato y venganza catalana
La relación se deterioró cuando Roger fue llamado por el emperador para defender Europa frente a los búlgaros, pero al llegar a Gallípoli, fue asesinado por órdenes de Miguel IX en 1305. Esta traición fue recibida con furia por los almogávares, quienes proclamaron la venganza catalana: declararon Gallípoli territorio español, devastaron el campo y avanzaron hacia el oeste saqueando ciudades. En 1308 arrasaron Tesalónica, y en 1311 fundaron el Ducado Catalán de Atenas, consolidando su poder en Grecia.
Consecuencias: devastación interna y ducado catalán en Atenas
La “alianza” con los catalanes, lejos de salvar al Imperio, aceleró su colapso interno. El saqueo indiscriminado destruyó regiones fértiles y causó la fuga de población hacia otras provincias o al extranjero. En lugar de contener la amenaza turca, se abrió un nuevo frente de destrucción y humillación para Bizancio. A nivel diplomático, sin embargo, el caos generado por los catalanes disuadió a Carlos de Valois y Felipe de Tarento de intentar conquistar Constantinopla, otorgando a Andrónico un respiro involuntario.
Política en los Balcanes y estrategia matrimonial
Rivalidades con Epiro, Serbia y Bulgaria
En el flanco occidental, la situación balcánica era igualmente tensa. Tras la muerte de Carlos de Anjou, sus sucesores continuaron intentando restaurar el dominio latino, aliándose con el despotado de Epiro. En 1291, Carlos II de Anjou forjó una alianza con Nicéforo de Epiro, reactivando la amenaza angevina. Al año siguiente, Esteban Uros II de Serbia, aliado de Epiro, declaró la guerra a Bizancio y estableció su capital en Skoplje, ciudad clave en el norte de Grecia.
Matrimonio de Simonis con Esteban Uros II
Para frenar una alianza entre Serbia y Tesalónica, Andrónico II recurrió a una estrategia diplomática extrema: en 1297, ofreció en matrimonio a su hija Simonis, de tan solo cinco años, al maduro rey serbio Esteban Uros II. En una escena insólita, Andrónico acompañó personalmente a la niña hasta Tesalónica para sellar el acuerdo en 1299. Aunque grotesco por la diferencia de edad, el matrimonio garantizó temporalmente la neutralidad serbia.
Alianzas cambiantes y debilitamiento de la posición bizantina
Estas alianzas precarias no bastaron para estabilizar la región. Las rivalidades dinásticas, la desconfianza mutua entre los Balcanes cristianos y la fragilidad institucional del Imperio hacían que cada tratado fuera efímero. El Imperio Bizantino, antaño árbitro de las potencias balcánicas, se encontraba ahora como actor secundario en un tablero donde los reyes serbios, búlgaros y epirotas luchaban por la hegemonía. Andrónico II, sin recursos ni ejército sólido, solo podía maniobrar mediante matrimonios, promesas y concesiones territoriales.
Declive del emperador, guerra civil y balance final de su reinado
Descentralización, decadencia militar y fragilidad económica
Reformas militares y disolución de la flota
En un intento por aliviar las finanzas del Estado, Andrónico II Paleólogo adoptó una serie de decisiones que, si bien buscaban eficiencia presupuestaria, debilitaron irreversiblemente la estructura militar del Imperio. Entre las más significativas estuvo la reducción drástica del ejército regular, basada en el reemplazo de unidades profesionales por grupos de mercenarios más baratos pero menos disciplinados. Esta medida, impulsada por la necesidad de reducir gastos, dejó sin protección eficaz a amplias zonas fronterizas.
Aún más dañina fue la disolución de la flota imperial, justificada por su alto costo y escasa utilidad inmediata. Con esta decisión, el Imperio renunció a su independencia naval, entregando la defensa de sus costas y rutas comerciales a sus supuestos aliados: Génova y Venecia. En la práctica, Bizancio quedó a merced de las rivalidades entre ambas potencias marítimas, que explotaron la situación en beneficio propio. La dependencia se volvió tan profunda que la colonia genovesa en Gálata construyó una muralla fortificada que funcionaba como ciudad-estado autónoma dentro de la misma Constantinopla.
Cesión de autonomía a señores feudales
El debilitamiento del poder central también se manifestó en el plano administrativo. Bajo presión de su segunda esposa, Irene de Montferrato, Andrónico accedió a fragmentar el Imperio, cediendo tierras a sus hijos y parientes, en contra del principio bizantino de la indivisibilidad del Estado. Esta concesión tuvo efectos duraderos: no solo debilitó la autoridad imperial, sino que también fortaleció a los latifundistas locales, quienes consolidaron auténticos señoríos autónomos.
Los grandes propietarios actuaban de forma cada vez más independiente, recaudando impuestos y levantando tropas privadas. El modelo de gobierno basado en la centralización imperial fue reemplazado por una forma encubierta de feudalismo bizantino, incompatible con las estructuras del pasado. Esta fragmentación política impidió respuestas coordinadas a las amenazas externas y facilitó el avance de enemigos como los otomanos y las potencias balcánicas.
Dependencia de Génova y Venecia
La pérdida de autonomía naval y económica convirtió al Imperio en una pieza marginal dentro del comercio mediterráneo. Los tratados firmados con Génova y Venecia obligaban a Bizancio a pagar altos tributos por su “protección”, hipotecando gran parte de los ingresos del Tesoro imperial. A pesar de diversas reformas fiscales destinadas a aumentar la recaudación, los ingresos estatales eran insuficientes para mantener la administración, pagar soldados o reconstruir infraestructuras destruidas.
Además, la alianza con Génova arrastró al Imperio a la guerra entre Génova y Venecia (1294–1302), que, aunque ajena a los intereses bizantinos, se desarrolló en el Egeo y Asia Menor. El resultado fue desastroso: la participación forzada costó vidas, recursos y obligó a Bizancio a renegociar tratados aún más desventajosos. Venecia amplió su control en las islas del mar Egeo, mientras que Génova se afianzó aún más en el corazón del Imperio.
Andrónico III y la Guerra de los Dos Andrónicos
Conflicto dinástico, muerte de Miguel IX y ruptura familiar
En 1316, Miguel IX —hijo de Andrónico II— asoció al trono a su propio hijo, Andrónico III Paleólogo, iniciando una sucesión generacional triple que pronto degeneraría en guerra civil. La tensión estalló en 1320, cuando Andrónico III fue acusado de provocar la muerte de su hermano Manuel, aunque nunca quedó clara la intención real. Devastado por la tragedia familiar, Miguel IX murió poco después en Tesalónica.
El anciano emperador, profundamente dolido, repudió a su nieto y nombró como sucesor a su hijo menor, Constantino. Esta decisión rompió el delicado equilibrio dinástico y condujo a la Guerra de los Dos Andrónicos, que enfrentaría al abuelo y al nieto en un conflicto prolongado y destructivo.
Guerra civil entre 1321 y 1328
La guerra civil, iniciada en 1321, fue menos cruenta que otros conflictos bizantinos, pero sus efectos fueron igualmente devastadores. Andrónico III, apoyado por amplios sectores de la aristocracia, levantó la bandera de la rebelión desde Adrianópolis, contando con el respaldo militar del general Syrgianes Paleólogo. El control del Imperio osciló entre ambos bandos durante años, en medio de negociaciones fallidas, escaramuzas y maniobras diplomáticas.
En 1322, amenazado por la cercanía de las tropas rebeldes, Andrónico II aceptó un gobierno compartido, volviendo a nombrar heredero a su nieto. La paz fue efímera. Mientras en Constantinopla el poder se dividía, en Anatolia los otomanos tomaban Brusa, que convertirían en su capital y símbolo de su independencia política.
En 1327, estalló nuevamente la guerra civil. Esta vez, con Macedonia como principal escenario y la participación activa de potencias vecinas. El zar Miguel Sisman de Bulgaria apoyó a Andrónico III, mientras que el serbio Esteban Decanski se alió con el emperador anciano. El conflicto se extendió y erosionó la economía y la infraestructura regional, afectando especialmente la agricultura en Tracia y desorganizando el comercio.
Abdicación, retiro monástico y muerte de Andrónico II
La guerra terminó cuando Andrónico III entró triunfalmente en Constantinopla el 23 de marzo de 1328, forzando a su abuelo a abdicar mediante decreto imperial. Andrónico II, ya anciano y debilitado, fue autorizado a conservar el título de emperador honorario y se retiró al palacio de Blaquernas, donde vivió en relativo aislamiento durante dos años.
En 1330, ingresó en un monasterio, cumpliendo así su deseo final de vida monástica, acorde con su inclinación religiosa. Murió el 13 de febrero de 1332, a los setenta y tantos años de edad, cerrando uno de los reinados más largos y conflictivos de la historia bizantina. Su figura fue enterrada bajo el peso de la ruina del Imperio, aunque algunos sectores lo recordaron como un hombre piadoso, sincero y víctima de un tiempo convulso.
Legado político y simbólico de Andrónico II Paleólogo
Evaluación histórica de su reinado
El reinado de Andrónico II Paleólogo, que se extendió desde 1282 hasta 1328, ha sido valorado de manera crítica por la mayoría de los historiadores. A pesar de su profunda fe ortodoxa y sus intenciones restauradoras, su gestión está asociada con el debilitamiento irreversible del aparato estatal, la pérdida de Asia Menor y el fracaso en detener el ascenso otomano. Su política de austeridad militar, la disolución de la flota y la dependencia de potencias extranjeras comprometieron la soberanía bizantina de manera duradera.
En lo interno, su tendencia a la descentralización y su incapacidad para mantener la cohesión familiar agravaron las fracturas del Imperio. La guerra civil que lo enfrentó a su nieto fue, en muchos aspectos, el epílogo inevitable de su incapacidad para adaptarse a un entorno político en transformación.
Impacto en la decadencia bizantina
Andrónico II no fue el único responsable del colapso bizantino, pero su reinado marcó un punto de no retorno en el proceso de decadencia. La pérdida de Anatolia, el corazón agrícola y demográfico del Imperio, fue una catástrofe de la que Bizancio nunca se recuperaría. La emergencia otomana, estimulada por la inacción y la dependencia mercenaria, cambiaría para siempre el equilibrio geopolítico del Mediterráneo oriental.
El emperador representó el perfil de un monarca espiritual, más preocupado por la pureza de la fe que por la defensa del Estado, un enfoque que, en tiempos de paz, habría sido admirable, pero que en tiempos de crisis resultó trágico.
La figura del emperador en la historiografía moderna
La historiografía contemporánea ha matizado algunas de las críticas más feroces hacia Andrónico II, destacando las condiciones extremadamente adversas que enfrentó: una economía colapsada, enemigos múltiples y una población dividida. Su religiosidad, en otros contextos, habría sido vista como virtud. Su reinado, sin embargo, se convirtió en el espejo donde se reflejaron las debilidades de un Imperio que aún conservaba su esplendor ceremonial, pero había perdido su musculatura política y militar.
En última instancia, Andrónico II encarna la tragedia de Bizancio en su fase final: un mundo de símbolos gloriosos, ritos solemnes y fe ardiente, que ya no podía resistir el avance arrollador del nuevo orden que se gestaba a sus puertas.
MCN Biografías, 2025. "Andrónico II Paleólogo (ca. 1260–1332): Un Emperador entre la Ortodoxia y la Ruina del Imperio Bizantino". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/andronico-ii-paleologo-emperador-de-bizancio [consulta: 17 de octubre de 2025].