Alfonso IV de León (c. 900–933): El Monarca que Abandonó la Corona por el Silencio del Claustro
Orígenes familiares y contexto político
El linaje real de Alfonso IV
Alfonso IV de León, apodado el Monje, nació hacia el año 900, probablemente en Galicia, en el seno de la poderosa dinastía astur-leonesa. Hijo del rey Ordoño II y de su primera esposa, Elvira Menéndez, pertenecía a una estirpe real profundamente enraizada en los procesos de consolidación del reino de León en la alta Edad Media. Aunque su fecha de nacimiento exacta permanece incierta, la historiografía moderna lo sitúa como ya nacido en el año 900, cuando sus padres residían en Galicia, territorio que acogió al núcleo familiar hasta 914.
El contexto histórico en el que se gestó su vida estuvo marcado por la fragmentación territorial, las tensiones dinásticas y las amenazas musulmanas al sur de la frontera. Alfonso fue uno de los varios hijos de Ordoño II, y su destino, como el de muchos infantes reales, fue el de navegar en las complejidades de la política cortesana y las disputas familiares por el control del trono.
Galicia como cuna y entorno de formación
Galicia no solo fue su probable lugar de nacimiento, sino también un territorio clave para su desarrollo y alianzas políticas posteriores. Desde la corte gallega, Alfonso habría recibido una formación básica en la cultura cortesana, participando activamente en los asuntos de su padre, como demuestra su firma en documentos oficiales de la Cancillería regia. Aunque las fuentes no lo retratan como un hombre de gran inteligencia o virtudes militares sobresalientes, su cercanía al poder desde joven lo posicionó como un candidato legítimo a la sucesión real.
De infante a figura cortesana
Presencia en la corte de Ordoño II
Los documentos y crónicas indican que Alfonso tuvo un rol visible dentro del aparato de gobierno de su padre, lo que sugiere que fue preparado desde joven para asumir responsabilidades de gobierno. Su participación en la corte no era meramente protocolaria; estaba presente en importantes decisiones, como lo demuestra su aparición en la documentación regia. En 923, su presencia en la corte del rey de Navarra fue clave, ya que ese viaje selló una alianza dinástica trascendental.
La figura de Alfonso IV se entrelaza directamente con la casa real navarra, especialmente a través de su matrimonio con Oneca, hija del rey Sancho I Garcés de Navarra. Este enlace, probablemente promovido por la influyente reina Toda, madre de Oneca, consolidó una alianza estratégica entre los reinos cristianos peninsulares. El matrimonio, celebrado en 924, no solo fortaleció el poder de Alfonso, sino que produjo un heredero: Ordoño IV el Malo, nacido hacia 925. Esta unión marcó también la entrada de Navarra como actor clave en las disputas sucesorias del reino leonés.
Crisis sucesoria tras la muerte de Ordoño II
Ascenso de Fruela II y reacción de los Ordoñez
La repentina muerte de Ordoño II en 924 provocó una inmediata crisis sucesoria. El trono fue ocupado rápidamente por Fruela II, hermano del difunto rey, quien se coronó en Galicia sin contar con el consenso de sus sobrinos. Este acto fue percibido por Alfonso y sus hermanos como una usurpación, ya que sus derechos hereditarios fueron ignorados. En respuesta, los Ordoñez abandonaron la corte y buscaron refugio, primero en Galicia y luego en Navarra, donde Alfonso contaba con aliados gracias a su vínculo matrimonial.
Durante los escasos catorce meses del reinado de Fruela II, Alfonso permaneció oculto, temiendo por su vida, especialmente tras la ejecución de los hijos de Olmudo, lo que evidenciaba un clima de represión contra posibles rivales. Navarra ofreció protección y la posibilidad de reorganizar apoyos. Esta fase de exilio no fue pasiva: el tiempo en tierras navarras fue decisivo para consolidar una base de poder militar y diplomático que sería esencial para el futuro conflicto por el trono leonés.
La guerra civil por el trono leonés
El conflicto entre Ordoñez y Froilaz
A la muerte de Fruela II en 925, la lucha por el trono se reanudó con intensidad. Esta vez, Alfonso y sus hermanos enfrentaron a su primo, también llamado Alfonso, de la rama Froilaz. Estalló una auténtica guerra civil entre ambas facciones: los Ordoñez, apoyados por Navarra, y los Froilaz, defensores de la línea sucesoria de Fruela II. La contienda fue sangrienta, y la victoria final recayó del lado de Alfonso IV y sus hermanos, obligando a los Froilaz a huir hacia Asturias.
Victoria de Alfonso y sus hermanos
Tras su triunfo militar, los hermanos Ordoñez procedieron a repartirse el reino de forma concertada. Este acuerdo pacífico resultó excepcional en una época de luchas fratricidas. La división del reino se basó en la contribución de cada uno durante la guerra, y Alfonso fue el más beneficiado, recibiendo el trono de León, gracias principalmente al apoyo militar de su suegro navarro, que también jugó un papel de árbitro político en el proceso.
El reparto del reino y coronación de Alfonso IV
La intervención del rey Sancho I Garcés de Navarra fue crucial. No solo proporcionó tropas y legitimidad, sino que también influyó directamente en la coronación de Alfonso. En febrero de 926, Alfonso IV fue proclamado rey de León, con soberanía sobre Asturias, León y Castilla, mientras que sus hermanos Ramiro y Sancho controlaban Galicia. Este reparto evidenció la fragilidad de la unidad regia, aunque también mostró la capacidad de los hermanos para evitar un conflicto mayor tras la guerra civil.
Estructura territorial del nuevo reinado
El reinado de Alfonso IV comenzaba bajo una estructura geopolítica fragmentada, pero relativamente estable. Sin embargo, las expectativas puestas sobre él no se cumplieron. A diferencia de sus predecesores, no emprendió campañas militares ni impulsó reformas. No realizó donaciones a instituciones eclesiásticas, ni recompensó a sus leales, lo que generó descontento y desapego. Su gestión se centró especialmente en Galicia, donde viajó con cierta frecuencia y mostró más interés que por el resto del reino.
Este primer periodo, aunque carente de acciones memorables, cimentó la creciente influencia de Ramiro, su hermano menor, quien comenzaba a perfilarse como un potencial sucesor ante la pasividad de Alfonso IV. La muerte de su otro hermano, Sancho, en 929, permitió a Alfonso incorporar sus territorios, aunque ni siquiera ese acontecimiento avivó su entusiasmo por gobernar. Los cimientos de una nueva crisis sucesoria comenzaban a formarse, esta vez desde el interior del círculo familiar más cercano.
Un reinado marcado por la inacción
Falta de reformas y escasa actividad política
El reinado de Alfonso IV de León (926–931) se caracterizó por una sorprendente inactividad institucional. A pesar de haber accedido al trono tras una guerra civil, no implementó reformas ni se conocen esfuerzos por restaurar el equilibrio del reino. Tampoco emprendió campañas militares para reforzar las fronteras, ni ofreció donaciones a las principales instituciones religiosas del reino, en contraste con la tradición de sus antecesores. Esta falta de dinamismo generó malestar entre sus súbditos y nobleza, quienes esperaban de su monarca un liderazgo vigoroso en tiempos de inestabilidad.
La administración de Galicia y la herencia de Sancho
Aun así, Alfonso demostró cierto interés por Galicia, donde su presencia está documentada en varias ocasiones. Esta inclinación se intensificó tras la muerte de su hermano Sancho en junio de 929, cuyas posesiones pasaron a sus manos. Sin embargo, ni siquiera este aumento territorial supuso un cambio en su estilo de gobierno. Su falta de actividad fue interpretada por muchos, incluido su propio hermano Ramiro, como una señal de debilidad o desinterés por el ejercicio del poder.
El ascenso de Ramiro II
La presión fraterna y la muerte de Oneca
El ambiente de descontento en la corte fue terreno fértil para que Ramiro II, hermano de Alfonso, comenzara a considerar la posibilidad de asumir el trono. Aunque no existen registros directos de una conspiración formal, se especula que Ramiro presionó sutilmente a Alfonso durante sus visitas a la corte. La situación dio un giro decisivo con la muerte de Oneca, esposa de Alfonso, ocurrida alrededor de 931. La pérdida afectó profundamente al rey, quien, abatido por el dolor, decidió abandonar la corona y retirarse a la vida monástica.
Abdicación y retiro al monasterio de Sahagún
En junio de 931, Alfonso IV abdicó formalmente en favor de Ramiro, retirándose al monasterio de Sahagún, donde adoptó el hábito y se alejó de la vida pública. Esta decisión fue interpretada por muchos como un acto de renuncia espiritual y penitencia, en consonancia con su apodo posterior, el Monje. Sin embargo, lo que parecía un cierre pacífico del conflicto sucesorio pronto se transformaría en un nuevo capítulo de intrigas y rebelión.
El intento fallido de recuperar el trono
Influencias externas y apoyo de los hijos de Fruela II
La aparente tranquilidad monástica de Alfonso fue efímera. Según el cronista musulmán Ibn Hayyan, algunos enemigos de Ramiro II se acercaron al exmonarca y lo convencieron de que aún podía recuperar el trono. Aprovechando su prestigio como figura legítima de la dinastía, planearon un levantamiento. Alfonso abandonó el monasterio con destino a Simancas, aunque fue disuadido de actuar por sus propios familiares. Sin embargo, su determinación no se extinguió.
Los levantamientos y la proclamación en León
A los pocos meses, Alfonso volvió a abandonar su retiro, esta vez con mayor decisión. Aprovechando la ausencia de Ramiro, que se encontraba en Zamora, Alfonso marchó sobre León y se proclamó nuevamente rey. La acción fue respaldada por los hijos de Fruela II, quienes veían en Alfonso un monarca más manipulable y una vía para recobrar influencia política. Es probable que estos mismos sectores hayan sido los que lo incitaron a romper su voto monástico por segunda vez. Esta proclamación generó una crisis de legitimidad en la monarquía leonesa, ya que dividió temporalmente la lealtad de algunas facciones nobiliarias.
Represión y caída definitiva
La contraofensiva de Ramiro II
La respuesta de Ramiro II fue rápida y contundente. Reunió un ejército leal en pocos días y marchó directamente sobre León. El asedio fue breve; muchos de los apoyos que inicialmente tenía Alfonso se desvanecieron rápidamente, dejando al antiguo monarca en una posición vulnerable. Fue capturado sin gran resistencia y encarcelado. Ramiro, decidido a poner fin a las amenazas internas, dirigió luego sus tropas a Asturias, donde derrotó a los Froilaz, sus últimos rivales dinásticos.
La captura, castigo y ceguera de Alfonso
Una vez que Ramiro II tuvo a sus enemigos bajo control, ordenó una medida severa: todos los implicados en la rebelión, incluido su propio hermano, fueron cegados. Este castigo, aunque brutal, tenía un fuerte componente simbólico: eliminaba cualquier posibilidad de que los rebeldes volvieran a ocupar un trono que, en la mentalidad medieval, exigía una presencia física imponente y una visión estratégica, ambas imposibilitadas con la ceguera. Alfonso fue entonces trasladado al monasterio de Ruiforco, donde quedó completamente apartado de la política.
Últimos años en el olvido
El exilio en Ruiforco
El final de Alfonso IV fue triste y silencioso. Recluido en Ruiforco, ciego y olvidado, vivió sus últimos años sin contacto con el poder ni con sus antiguos aliados. Incluso su propio hijo, Ordoño IV, no mostró gestos públicos de interés por su destino. El monasterio se convirtió en su tumba espiritual y física, alejado del estruendo de la corte, símbolo de un monarca que lo tuvo todo y lo perdió por falta de decisión y visión política.
La muerte silenciosa de un rey derrotado
Hacia agosto de 933, Alfonso IV falleció en el olvido, consumido por la soledad y el arrepentimiento. Su vida representa un caso singular en la historia de la monarquía leonesa: un rey que abdicó por dolor, regresó por ambición o persuasión ajena, y terminó castigado por desafiar el nuevo orden establecido. Su breve reinado, de apenas cinco años, estuvo marcado más por lo que no hizo que por lo que logró. Y sin embargo, su figura, trágica y humana, ofrece un retrato profundo de los dilemas del poder en la Alta Edad Media.
MCN Biografías, 2025. "Alfonso IV de León (c. 900–933): El Monarca que Abandonó la Corona por el Silencio del Claustro". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/alfonso-iv-rey-de-leon [consulta: 28 de septiembre de 2025].