José de Acosta (1540–1600): El Jesuita que Explicó el Nuevo Mundo a Europa
Raíces y mundo en transformación
Contexto histórico del siglo XVI: expansión ibérica y evangelización en América
El siglo XVI representó un cambio radical en la historia de Europa y del mundo conocido. Tras la llegada de Cristóbal Colón a América en 1492, se abrió un proceso vertiginoso de conquista, colonización y evangelización que afectó no sólo a los pueblos originarios del continente americano, sino también a la mentalidad europea. Este fenómeno implicó una redefinición del conocimiento, del poder y de las relaciones entre civilizaciones. España, como potencia hegemónica del momento, asumió la tarea de integrar estos nuevos territorios dentro de su imperio, mediante una combinación de fuerza militar, administración virreinal y misión religiosa.
Dentro de este último ámbito, la Compañía de Jesús, fundada en 1540 por Ignacio de Loyola, desempeñó un papel fundamental. Su enfoque pedagógico, su fidelidad al papado y su estructura jerárquica y disciplinada le permitieron actuar como brazo espiritual de la monarquía católica. Los jesuitas no sólo fueron predicadores y confesores, sino también maestros, misioneros, exploradores y científicos. Fue en este ambiente intelectual y religioso en plena expansión donde nació y se formó José de Acosta, una figura que supo conjugar la fe con la razón, y que brindó a Europa una de las primeras interpretaciones sistemáticas del Nuevo Mundo.
José de Acosta nació en 1540 en Medina del Campo, una de las villas más prósperas de Castilla durante la primera mitad del siglo XVI. Ubicada en la actual provincia de Valladolid, Medina era un centro comercial de gran relevancia, famoso por sus ferias, donde se cruzaban mercaderes de toda Europa. Este dinamismo económico convirtió a la ciudad en un lugar privilegiado para el ascenso de grupos sociales emergentes, como la burguesía mercantil, a la cual pertenecía la familia de Acosta.
Diversas fuentes sugieren que la familia Acosta era de origen converso, es decir, descendiente de judíos que se habían convertido al cristianismo en generaciones anteriores. Esta condición, aunque común en muchos sectores urbanos de la época, podía implicar tensiones sociales, especialmente en una España donde la limpieza de sangre se convertía en un ideal cada vez más valorado, tanto en lo civil como en lo eclesiástico. Sin embargo, los Acosta lograron consolidarse en el entorno local, y la decisión de encaminar a uno de sus hijos a la vida religiosa fue coherente con las aspiraciones de movilidad social de muchas familias de su rango.
Infancia, formación inicial y vocación jesuítica
Desde muy joven, José de Acosta mostró una inclinación profunda hacia el estudio y la disciplina. A los doce años ingresó como novicio en el Colegio de la Compañía de Jesús de Medina del Campo, un centro educativo de reciente fundación que reflejaba el nuevo modelo pedagógico de los jesuitas. Allí se impartía una enseñanza basada en el rigor lógico, la retórica clásica y la espiritualidad ignaciana, con una clara orientación hacia el servicio religioso e intelectual.
La elección de la Compañía de Jesús como camino vital no era casual. En apenas unas décadas, los jesuitas se habían ganado una reputación por su compromiso con la educación y su capacidad para adaptarse a contextos culturales diversos. Para un joven como Acosta, de talento agudo y temperamento reflexivo, la orden ofrecía un espacio propicio para desarrollar tanto su fe como su pensamiento crítico. El proceso de formación jesuita era largo y exigente, e incluía etapas de estudio, docencia, ejercicios espirituales y obediencia jerárquica.
Durante los años siguientes, Acosta continuó su formación en distintos colegios de la Compañía en Castilla y Portugal, en un recorrido que combinó experiencias educativas con prácticas ascéticas. Su formación culminó con una estancia de siete años en la Universidad de Alcalá, uno de los principales centros académicos de la monarquía hispánica. En este entorno, el joven jesuita entró en contacto con las principales corrientes del pensamiento escolástico, especialmente la tradición aristotélica y tomista, que más tarde reinterpretaría de manera crítica.
En 1566 fue ordenado sacerdote, después de más de una década de preparación intensa. En los años siguientes, ejerció como profesor en los colegios jesuitas de Ocaña y Plasencia, donde comenzó a forjar su reputación como intelectual metódico y orador elocuente. Sin embargo, su destino aún no estaba del todo definido. La Compañía de Jesús preparaba nuevas misiones a América, y Acosta fue elegido para formar parte de la tercera expedición jesuita al virreinato del Perú.
Esta decisión marcó un punto de inflexión decisivo en su vida. La misión americana no sólo implicaba un viaje físico hacia territorios desconocidos, sino también un tránsito espiritual e intelectual hacia una nueva forma de entender el mundo. La evangelización de los pueblos indígenas requería más que doctrina; demandaba comprensión cultural, observación empírica y reflexión filosófica. José de Acosta estaba a punto de enfrentarse con la alteridad radical del Nuevo Mundo, y de ello surgiría una de las obras más influyentes del pensamiento moderno.
Formación intelectual y misión americana
Educación en la Compañía de Jesús y Universidad de Alcalá
Antes de embarcarse rumbo al Nuevo Mundo, José de Acosta completó una formación intelectual que combinó la rigurosidad teológica con una apertura hacia la experiencia concreta. En la Universidad de Alcalá, fundada por el Cardenal Cisneros a comienzos del siglo XVI, el joven jesuita accedió a una de las mejores educaciones disponibles en el mundo hispano. Allí profundizó en filosofía natural, lógica, metafísica y teología, a partir de los cánones aristotélicos, aunque también con influencias patrísticas y renacentistas.
La tradición escolástica, centrada en la interpretación racional del dogma cristiano, era dominante en la formación jesuítica. Pero la singularidad de Acosta radicaba en su capacidad para interrogar los límites de la autoridad clásica, algo que posteriormente aplicaría en su obra. Esta tensión entre obediencia y crítica marcaría el tono de su pensamiento. Mientras tanto, su experiencia como profesor en Ocaña y Plasencia le permitió aplicar sus conocimientos en el aula, ejercitando la exposición oral, la argumentación y la dirección espiritual, competencias esenciales para su futura labor en América.
Viaje a América y primeros años en el virreinato del Perú
La decisión de enviar a José de Acosta a América formó parte de la estrategia misionera de la Compañía de Jesús, que deseaba consolidar su presencia en el virreinato del Perú. Tras obtener el permiso correspondiente, Acosta embarcó en Sanlúcar de Barrameda el 8 de junio de 1571, haciendo escala en las Antillas antes de arribar a Lima en abril de 1572. A su llegada, se encontró con una realidad compleja: los jesuitas apenas comenzaban a asentarse, y el paisaje político, social y cultural era profundamente distinto al europeo.
En Lima, capital del virreinato, convivían encomenderos españoles, funcionarios reales, criollos, esclavos africanos y una numerosa población indígena sometida. La misión de Acosta era doble: evangelizar a los pueblos originarios y organizar la infraestructura educativa y espiritual de la Compañía en el territorio. No tardó en asumir un papel destacado, primero como visitador de colegios jesuitas y luego como provincial de la orden. Estos cargos lo obligaron a desplazarse por buena parte del virreinato, visitando ciudades como Arequipa, Cuzco, Chuquisaca, Juli, La Paz y Potosí entre 1573 y 1578.
Durante estos años de intensa actividad, Acosta tuvo un contacto directo y prolongado con el paisaje andino, sus climas diversos, su fauna y flora, pero también con las lenguas, costumbres y cosmovisiones de los pueblos indígenas. Lejos de limitarse a la imposición doctrinal, intentó comprender las estructuras sociales y espirituales de las comunidades nativas, convencido de que la verdadera evangelización requería conocimiento profundo de los contextos culturales.
Exploraciones, enseñanza y administración jesuita en el Nuevo Mundo
Los viajes de Acosta por el interior del virreinato lo pusieron en contacto con realidades hasta entonces ajenas al pensamiento europeo. Como observador agudo y sistemático, comenzó a tomar notas sobre fenómenos naturales, costumbres indígenas, comportamientos sociales y datos lingüísticos. Estas observaciones no respondían a la curiosidad anecdótica, sino a una voluntad de interpretación general. Su intención era construir una visión comprehensiva del Nuevo Mundo, capaz de integrar saber empírico con fundamento filosófico.
En paralelo, su papel como superior jesuita implicaba la organización de colegios y seminarios, así como la supervisión de las doctrinas impartidas por otros misioneros. Debía equilibrar la fidelidad al proyecto espiritual ignaciano con la flexibilidad necesaria para actuar en una tierra con marcadas diferencias culturales. La tensión entre universalismo doctrinal y particularismo cultural fue uno de los desafíos constantes en su tarea.
Además, Acosta fue testigo de conflictos profundos dentro de la sociedad colonial: las tensiones entre encomenderos y autoridades reales, los abusos contra los indígenas, la resistencia de algunas poblaciones al proceso evangelizador y los dilemas éticos que enfrentaban los misioneros. Estos conflictos, lejos de hacerlo retroceder, lo impulsaron a reflexionar con mayor profundidad sobre el sentido y la eficacia del trabajo misional, lo que se cristalizó en su tratado De procuranda Indorum salute, escrito entre 1575 y 1576.
Este texto, cuyo título se traduce como Sobre la manera de procurar la salvación de los indios, es uno de los primeros tratados misionales que sistematiza estrategias de evangelización adaptadas al mundo indígena. En él, Acosta no sólo expone principios teológicos, sino que también plantea una crítica a los métodos violentos o impositivos, defendiendo la necesidad de una catequesis paciente, lingüísticamente adaptada y culturalmente informada.
El tratado incluía un prefacio titulado De natura Novi Orbis, un ensayo en latín sobre las particularidades naturales del continente americano. Este texto, aunque inicialmente concebido como introducción, se convirtió en el germen de su obra magna: la Historia natural y moral de las Indias. Ambos escritos fueron impresos en Salamanca en 1588, una fecha clave en la trayectoria de Acosta, que ya comenzaba a vislumbrar su regreso a Europa.
Preparativos para el regreso a España
A pesar de su posición privilegiada en la organización jesuita y del valor de su labor misional, José de Acosta sintió la necesidad de regresar a España hacia 1580, probablemente por razones de salud y también por el deseo de ordenar y publicar sus ideas. Sin embargo, su partida se retrasó varios años, y no fue hasta mayo o junio de 1586 que emprendió viaje, inicialmente hacia México. Desde allí, embarcó rumbo a la península en marzo de 1587, llegando finalmente a su tierra natal en septiembre de ese mismo año.
El retorno a Europa no supuso un abandono de sus intereses americanos. Al contrario, fue el punto de partida para la cristalización escrita de más de quince años de experiencias, observaciones y reflexiones. Lejos de considerarse simplemente un misionero, Acosta se concebía como un intérprete del Nuevo Mundo, dotado de herramientas filosóficas, teológicas y empíricas para ofrecer una síntesis comprensiva. Su obra estaba a punto de marcar un hito en la historia del pensamiento moderno.
Ciencia, observación y escritura
Redacción de obras fundamentales: De procuranda Indorum salute y Historia natural y moral de las Indias
Tras su regreso a España en 1587, José de Acosta se estableció en Salamanca, ciudad universitaria por excelencia y uno de los principales centros intelectuales del Imperio español. Fue allí donde comenzó la redacción y publicación de sus principales obras. En 1588 se imprimió conjuntamente el tratado misional De procuranda Indorum salute y el ensayo naturalista De natura Novi Orbis, ambos escritos originalmente en latín. Estas obras fueron el resultado de sus experiencias y observaciones en el virreinato del Perú, sistematizadas bajo una metodología que combinaba el rigor escolástico con la observación empírica directa.
Sin embargo, su obra más influyente fue, sin duda, la Historia natural y moral de las Indias, publicada en Sevilla en 1590. Escrito en castellano, este libro representó una evolución y expansión de los materiales contenidos en las obras previas. Dividida en siete “libros”, la obra organiza su contenido en dos grandes bloques: los primeros cuatro tratan sobre la “historia natural” —es decir, los fenómenos físicos, geográficos y biológicos del Nuevo Mundo— y los tres últimos abordan la “historia moral”, dedicada a las costumbres, religiones, leyes y estructuras sociales de los pueblos indígenas.
Desde su “Proemio al lector”, Acosta marca una diferencia crucial con los cronistas que lo precedieron. Declara que no se conformará con la mera descripción de novedades, sino que buscará “dar razón” de los fenómenos observados, es decir, explicarlos de forma racional y sistemática. En este gesto se encuentra una de las claves de su pensamiento: la articulación entre experiencia sensorial y análisis filosófico, entre empirismo y teología.
Aportes al conocimiento natural, antropológico y filosófico
Uno de los méritos más notables de Acosta es su forma de abordar los fenómenos del mundo natural americano. En lugar de recurrir a explicaciones mitológicas o dogmáticas, opta por una indagación racional, basada en datos recogidos directamente durante sus viajes. Por ejemplo, en su análisis del clima tropical, desmiente la antigua creencia —heredada de Aristóteles— de que la “zona tórrida” era inhabitable. Al contrario, demuestra que estas regiones son fértiles, húmedas y ricas en biodiversidad, y que su clima se modera gracias a lluvias constantes, vientos frescos y la proximidad del océano.
Este enfoque lo llevó también a estudiar con detenimiento fenómenos como la diversidad de altitudes y su impacto sobre la temperatura, fenómeno que conoció de primera mano en los Andes. Rechaza las doctrinas aristotélicas al respecto y sostiene que las tierras altas son frías no por su distancia al centro de la Tierra, sino por factores atmosféricos y físicos observables.
En cuanto al origen de los indios americanos, Acosta critica abiertamente las teorías que los hacen descender de los judíos o de los habitantes de la Atlántida, calificándolas de “fábulas” y “conjeturas muy livianas”. Propone, en cambio, una hipótesis geográfica: considera que los primeros pobladores llegaron por tierra, desde Asia o zonas cercanas, en épocas remotas cuando existían puentes naturales o estrechos aún no explorados. Esta reflexión lo lleva a especular con la posibilidad de que el Nuevo Mundo esté conectado con el Viejo por regiones aún desconocidas, lo cual revela su intuición geográfica avanzada, anticipando las tesis del estrecho de Bering.
En materia de biología, distingue entre tres tipos de animales en América: los traídos por los españoles, los que existen también en Europa, y los autóctonos del continente. Este último grupo, afirma, le generó numerosas dudas y perplejidades. Acosta rechaza que se pueda explicar su existencia como meras “variaciones accidentales” de especies europeas, reconociendo la singularidad biológica de América. Estas ideas pueden considerarse como una forma temprana de pensamiento evolucionista, al menos en su preocupación por el origen y la adaptación de las especies.
También se interesa por fenómenos como las mareas, los vientos, las corrientes marinas, los volcanes y los terremotos, a los que intenta dar explicación sin recurrir a milagros o castigos divinos. Utiliza argumentos físicos y observaciones de campo, lo que lo aproxima a un modelo proto-científico, aunque todavía inscrito dentro del horizonte teológico de su época.
Metodología empírica frente a doctrinas clásicas
La originalidad metodológica de José de Acosta radica en su actitud crítica frente a los autores clásicos. Aunque se formó dentro del paradigma aristotélico, no dudó en cuestionarlo cuando los hechos no concordaban con sus afirmaciones. Esta postura lo distingue de muchos de sus contemporáneos y lo aproxima a las corrientes de pensamiento que florecerían en el siglo XVII, especialmente el empirismo británico y el naturalismo racionalista.
En este sentido, su obra puede considerarse como un puente entre el pensamiento medieval y la ciencia moderna. Rechaza el principio de autoridad cuando contradice la experiencia, e insiste en que el conocimiento debe partir de los hechos antes que de los dogmas. Esta actitud es visible en pasajes donde analiza la diversidad de días en relación con los meridianos o en su explicación de por qué los animales europeos introducidos en América cambian su comportamiento y fisiología, volviéndose más salvajes o multiplicándose sin control.
Un caso emblemático es el de las plantas medicinales. En el “Libro cuarto” de su obra, dedicado a la botánica americana, Acosta menciona a autores como Nicolás Monardes y Francisco Hernández, pero no se limita a repetir sus observaciones. Contrasta sus hallazgos con su propia experiencia en el campo, e identifica especies no registradas anteriormente, como el chicozapote (Achras sapota), la higuerilla (Argemone mexicana), el floripondio (Datura arborea), la frutilla de Chile (Fragaria chiloensis) y muchas otras. Asimismo, figura entre los primeros naturalistas europeos que estudiaron el tomate (Lycopersicum esculentum) y el pallar (Phaseolus lunatus).
Estas aportaciones botánicas no sólo ampliaron el conocimiento europeo sobre América, sino que también influenciaron la farmacopea, la agricultura y el comercio de productos naturales. Su interés por las plantas no era exclusivamente científico, sino también práctico y espiritual: entendía que el conocimiento de la naturaleza era esencial para una evangelización eficaz y respetuosa de las culturas locales.
Acosta fue también el primer jesuita en impartir cursos de teología en la Universidad de Salamanca, en 1588. Esta tarea le permitió continuar su labor docente desde una perspectiva sistemática y reflexiva, al mismo tiempo que consolidaba su influencia intelectual. En un momento en que la teología escolástica comenzaba a entrar en crisis, sus cursos ofrecieron una síntesis original de fe, ciencia y cultura.
Repercusión, difusión y legado
Regreso a España, docencia en Salamanca y últimos años
Después de su regreso del continente americano, José de Acosta dedicó los últimos trece años de su vida a consolidar su pensamiento, publicar sus obras y transmitir su experiencia a las generaciones futuras. Su establecimiento en Salamanca, en 1587, le permitió integrarse nuevamente al mundo académico, ahora como profesor de teología en la Universidad de Salamanca, la más prestigiosa del mundo hispánico. Allí fue el primer miembro de la Compañía de Jesús en dictar cursos de forma oficial, lo que marcó un hito en la relación entre la orden jesuita y la enseñanza universitaria.
La figura de Acosta, respetada tanto por su rigor como por su experiencia en el Nuevo Mundo, fue reconocida en los círculos intelectuales y eclesiásticos. Aunque no volvió a América, siguió muy vinculado al debate sobre los métodos de evangelización, el papel de la naturaleza en la teología y las implicancias filosóficas del descubrimiento del continente. También participó en consejos internos de la Compañía de Jesús, y se cree que influyó en la orientación pedagógica que adoptaron los jesuitas en las décadas siguientes.
Falleció en Salamanca en 1600, dejando una huella indeleble en la historia del pensamiento moderno. Su obra no sólo resumía su experiencia vital, sino que representaba un esfuerzo de síntesis entre el mundo viejo y el nuevo, entre la fe y la razón, entre la herencia clásica y la novedad americana.
Recepción y traducciones en Europa: de Bacon a Humboldt
La Historia natural y moral de las Indias tuvo una recepción inmediata y entusiasta en Europa. Ya en vida de Acosta, la obra fue traducida a múltiples lenguas: italiano (Venecia, 1596), francés (1598), inglés (1604), neerlandés (1598) y alemán (1598-1600), además de varias ediciones en latín. Esta difusión sin precedentes permitió que su pensamiento llegara tanto a los círculos católicos como protestantes, a pesar de que algunas versiones omitieron su autoría, como ocurrió con las ediciones de la serie America de los Bry.
Uno de los aspectos más curiosos de esta difusión fue el interés que despertó entre los círculos protestantes europeos, particularmente en los Países Bajos. El editor Jan Huygen van Linschoten, figura clave en la expansión marítima holandesa, incluyó materiales de Acosta en sus publicaciones sobre las Indias Orientales y Occidentales. Su traducción al neerlandés fue a su vez retraducida al alemán y luego al latín, lo que permitió que la obra de Acosta alcanzara incluso aquellos lugares donde el español era mal recibido por razones políticas o religiosas.
En el ámbito científico, Acosta fue citado y valorado por Francis Bacon, uno de los padres del empirismo moderno. En su Historia naturalis et experimentalis (1622), Bacon hace uso de las observaciones de Acosta como ejemplos del tipo de conocimiento basado en la experiencia que él mismo promovía. Este reconocimiento situó a Acosta en el umbral de la revolución científica europea, no como un mero cronista, sino como un precursor de la ciencia empírica.
Más de dos siglos después, el prestigioso naturalista Alexander von Humboldt lo reconocería explícitamente en su obra Kosmos (1845–1862), calificando la Historia natural y moral de las Indias como una síntesis magistral del conocimiento sobre América. Para Humboldt, Acosta había logrado integrar las observaciones dispersas de un siglo en una estructura coherente y explicativa, lo que lo convertía en uno de los padres fundadores de la geografía moderna y la geofísica.
José de Acosta como puente entre mundos y padre de la geografía moderna
La importancia de José de Acosta no radica únicamente en su labor misional ni en su condición de cronista. Lo que lo distingue es su capacidad para pensar el mundo de manera estructural, para interpretar los fenómenos no sólo como datos curiosos, sino como manifestaciones de un orden natural comprensible por la razón humana. Su aproximación empírica, crítica y sistemática lo aleja del modelo medieval del saber y lo ubica entre los precursores del pensamiento ilustrado.
En el terreno de la etnografía, fue pionero en describir y clasificar las costumbres, religiones, lenguas y estructuras sociales de los pueblos indígenas desde una perspectiva que intentaba evitar el etnocentrismo. Aunque su visión no escapa a los límites ideológicos de su época, su esfuerzo por comprender al “otro” marca una diferencia con la mera imposición doctrinal. Su propuesta de una evangelización fundamentada en el conocimiento cultural y lingüístico anticipa posturas más modernas sobre el contacto intercultural.
En cuanto a la historia natural, su obra representa una de las primeras tentativas de organizar científicamente el conocimiento del mundo americano, incorporando datos climáticos, geográficos, biológicos y antropológicos. Su clasificación de los animales y plantas del Nuevo Mundo no sólo enriqueció el saber europeo, sino que abrió el camino para futuros estudios comparativos y sistemáticos.
En términos filosóficos, Acosta ocupa una posición fronteriza entre la teología escolástica y la filosofía natural renacentista. Su rechazo a aceptar la autoridad de Aristóteles cuando entra en contradicción con la experiencia, su defensa de la observación directa y su crítica a las explicaciones mitológicas lo vinculan con los movimientos de renovación intelectual que darían lugar a la ciencia moderna. En este sentido, su figura es comparable a la de otros “bisagras” del pensamiento, como Roger Bacon, Juan Luis Vives o el propio Francis Bacon.
Desde el punto de vista historiográfico, J. H. Elliott ha señalado que con la publicación de la Historia natural y moral de las Indias “culminó triunfalmente el proceso de integrar al mundo americano en el contexto general del pensamiento europeo”. Para Elliott, la obra de Acosta representa el cierre de un ciclo iniciado con el descubrimiento y conquista de América, y el inicio de otro: el de su comprensión sistemática como parte del mundo global.
En resumen, José de Acosta fue mucho más que un misionero jesuita. Fue un pensador transdisciplinar, un intérprete entre mundos, un pionero en la integración del saber empírico y el análisis filosófico. Su legado, aún vigente, nos recuerda que el conocimiento verdadero no nace del dogma ni del prejuicio, sino de la atenta observación del mundo y el esfuerzo honesto por comprenderlo.
MCN Biografías, 2025. "José de Acosta (1540–1600): El Jesuita que Explicó el Nuevo Mundo a Europa". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/acosta-jose-de [consulta: 19 de octubre de 2025].