Abd al-Wahid II al-Rasid (1218–1242): El Joven Califa que Luchó por la Unidad Almohade entre Rebeliones y Cercos

Abd Al Wahid Ii Al Rasid

Orígenes familiares y contexto político

Descendencia y primeros años

Abd al-Wahid II al-Rasid, nacido en 1218, fue el hijo del califa Abú-l-Ula Idris al-Mamoun y de Hababa, una esclava cristiana. Su origen mestizo y su corta edad marcaron el inicio de un reinado lleno de incertidumbre y conflicto. Desde su nacimiento, el joven príncipe estuvo rodeado de tensiones tanto dentro como fuera de la corte almohade. Su padre, un califa que había abjurado de los dogmas fundamentales del movimiento almohade fundado por Ibn Tumart, fue una figura polémica, especialmente por su actitud hacia el islamismo rigorista que caracterizaba a la dinastía.

Al-Rasid creció en un clima político convulso, en un momento en que la hegemonía almohade comenzaba a desmoronarse. A lo largo del norte de África y Al-Andalus, diferentes facciones desafiaban la autoridad califal, mientras el avance cristiano en la península ibérica, liderado por Fernando III de Castilla, debilitaba aún más la influencia almohade en la región.

El contexto de crisis en el Imperio almohade

Hacia principios del siglo XIII, el imperio almohade atravesaba una crisis de legitimidad y control territorial. Las divisiones internas entre facciones religiosas y tribales se agravaban, alimentadas por la caída del fervor unificador que había caracterizado los días fundacionales del imperio. En este contexto, la figura de Abd al-Wahid II se convertiría, prematuramente, en el símbolo de un intento desesperado por restaurar una unidad que ya parecía irrecuperable.

Ascenso inesperado al poder

Muerte de Al-Mamoun y proclamación en secreto

La historia de su ascenso comenzó con un acto político audaz. En octubre de 1232, mientras marchaba desde Ceuta hacia Marruecos para sofocar una rebelión encabezada por el derrocado califa Yahya ibn al-Nasir al-Mutasim, su padre Al-Mamoun falleció repentinamente. Temiendo un vacío de poder que facilitara el ascenso de sus enemigos, Hababa, madre del joven Abd al-Wahid, convenció a los líderes militares de ocultar la muerte del califa.

Con solo catorce años, Abd al-Wahid fue proclamado en secreto como califa bajo el título de al-Rasid. La operación fue cuidadosamente ejecutada: el objetivo era recuperar primero la capital antes de anunciar oficialmente el cambio de liderazgo, asegurando así una transición sin fisuras que permitiera una cierta continuidad dinástica.

La entrada en Marruecos y toma del título califal

Las tropas de al-Rasid, notablemente compuestas en gran medida por efectivos cristianos, llegaron a Marruecos a finales de octubre de 1232 y derrotaron a los partidarios de Yahya, obligándolo a huir junto al gobernador Abú Said Wanudin. La ciudad de Marruecos se rindió pronto, gracias a la labor diplomática y política de Abú-l-Fadl Yafar, quien fue nombrado gobernador por los propios ciudadanos y quien jugó un papel crucial en la transición.

Finalmente, el 1 de noviembre de 1232, Abd al-Wahid II al-Rasid fue oficialmente proclamado califa. Bajo el consejo de su madre, emitió una amnistía general para los partidarios de los almohades y abolió varios impuestos ilegales, en un intento por consolidar apoyos y estabilizar el poder. Este acto fue un guiño hacia la reconciliación y el restablecimiento de un cierto orden en el fragmentado imperio.

Primeros desafíos internos

La revuelta de Ibn Waqarit y la amenaza de Yahya ibn al-Nasir

La aparente estabilidad inicial fue efímera. En octubre de 1233, apenas un año después de su proclamación, estalló una rebelión liderada por Ibn Waqarit, jeque de los Haskura. Este líder tribal, movido por la ambición de sustituir al visir Abú Muhammad Sa’d, exigió privilegios y tributos para su gente. Aunque logró ciertos beneficios, pronto se alió con el antiguo califa Yahya ibn al-Nasir, provocando una amenaza directa al poder de al-Rasid.

Las tropas del califa respondieron con una expedición de castigo al norte del Atlas, pero mientras tanto, Yahya e Ibn Waqarit movilizaron a los Haskura del sur, los Mazala y los Yalawa, marchando todos hacia la capital. No obstante, el ejército de al-Rasid consiguió interceptarlos y derrotarlos una vez más, forzando a Yahya a refugiarse en Siyilmassa.

Reacciones desde el poder: amnistía y supresión de impuestos ilegales

La estrategia de al-Rasid, guiada aún por sus consejeros, combinó fuerza militar con gestos políticos como la amnistía y el restablecimiento de políticas populares. Estas decisiones le otorgaron temporalmente el apoyo de sectores moderados del imperio, incluidos aquellos jeques que ansiaban regresar al orden almohade original.

El contexto político continuaba siendo volátil, pero al-Rasid logró mantener la lealtad de su núcleo de poder y un relativo control sobre las ciudades clave de Marruecos. A pesar de su juventud, mostró una sorprendente capacidad para manejar la política interna, siempre con el respaldo de sus consejeros y la figura estratégica de su madre.

Rebeliones tribales y reconfiguración religiosa

Las campañas contra los Haskura y la reaparición de Yahya

Los enfrentamientos con las tribus no cesaron. La resistencia tribal, articulada en torno a Ibn Waqarit, continuó socavando la autoridad califal. La amenaza era tanto militar como ideológica: los enemigos del régimen aspiraban a restaurar no solo antiguos privilegios, sino también el culto original del movimiento almohade, abolido por al-Mamoun.

La inestabilidad llegó a un nuevo nivel cuando los Jult, tribu entre la que se refugiaba Ibn Waqarit, atacaron a los jeques que marchaban a rendir homenaje a al-Rasid. Esta agresión fortaleció la decisión del califa de eliminar el poder de los Jult.

Los consejeros del califa ejecutaron entonces una estrategia sangrienta pero eficaz: convocaron a su jeque, Ma’sud, a la capital y lo asesinaron. Luego, los jultíes presentes fueron eliminados y sus bienes confiscados, lo que supuso un golpe decisivo a su poder.

La reimplantación del culto almohade y el conflicto con los Jult

La desaparición de los Jult allanó el camino para una negociación religiosa significativa: el retorno del tawhid, el dogma unificador que había sido abandonado. El jeque Abú Utman de Gadmiwa fue el primero en someterse al califa, promoviendo la reunificación religiosa del imperio.

Este giro religioso reforzó el control de al-Rasid sobre los sectores más ortodoxos del almohadismo, debilitando a sus enemigos comunes. Sin embargo, la violencia de las purgas y el resentimiento generado por la ejecución de Ma’sud alimentaron nuevas alianzas en contra del joven califa.

Sitiado y exiliado: estrategia y retorno

El cerco a Marruecos y la fuga hacia el Atlas

La ejecución de Ma’sud, líder de los Jult, encendió una nueva llama de rebelión. Los Jult, ahora encabezados por Yahya ibn Hilal, juraron lealtad a Yahya ibn al-Nasir, reforzando su alianza con Ibn Waqarit y los Haskura. Juntos emprendieron una ofensiva militar contra la capital, Marruecos, la cual no lograron conquistar, pero cuya región devastaron sin piedad.

En medio de la desesperación de la población y la escasez de alimentos, incluso se reportaron casos de canibalismo. La única tentativa de romper el cerco provino de las tropas cristianas leales al califa, quienes fracasaron y regresaron desmoralizadas. Ante la imposibilidad de sostener la ciudad, los consejeros de al-Rasid diseñaron una ingeniosa estratagema: engañar a los sitiadores y evacuar al califa en secreto.

El plan tuvo éxito y al-Rasid fue trasladado primero a Agmat, luego a las montañas del Atlas y finalmente a Siyilmassa, donde reorganizó su ejército y trazó un plan para la recuperación del poder.

Reconquista de la capital y muerte de Yahya ibn al-Nasir

La situación dio un giro en la primavera de 1235, cuando Yahya ibn al-Nasir fue proclamado califa en Marruecos. Sin embargo, al-Rasid logró reunir nuevos apoyos, entre ellos a los árabes Sufyan y a ciudades clave como Fez, que se alinearon con su causa. A finales de ese año, al-Rasid marchó hacia Marruecos y venció a las fuerzas de Yahya en la batalla de Awiyidan, donde nuevamente sus tropas cristianas jugaron un papel decisivo.

Derrotado, Yahya huyó al Garb y allí fue asesinado en 1236, lo que representó la eliminación del principal rival político del joven califa y un momento crucial en su consolidación como gobernante efectivo del Imperio almohade.

Reforma administrativa y consolidación del poder

Reconstrucción estatal y cambios en el liderazgo

Tras recuperar la capital, los consejeros de al-Rasid iniciaron un proceso de reconstrucción institucional. Se nombraron nuevos recaudadores de impuestos y se reestablecieron las contribuciones territoriales abolidas por los árabes durante la ocupación. Como medida estratégica, los árabes Sufyan fueron reubicados en el territorio antes dominado por los Jult, a quienes se envió al Sus.

En el verano de 1235, al-Rasid regresó triunfante a Marruecos y proclamó una nueva amnistía general, buscando cerrar las heridas del conflicto y reafirmar su legitimidad. Al año siguiente, al cumplir la mayoría de edad, prescindió de sus antiguos consejeros y nombró como nuevos administradores a miembros de su propia familia, iniciando una etapa de gobierno más personal.

Nuevas lealtades: Siyilmassa, Sevilla y Granada

Durante esta etapa de estabilidad relativa, el califa consolidó su autoridad no solo en Marruecos, sino también en Al-Andalus. En 1236, la ciudad de Siyilmassa, que había sido un foco de rebelión, reconoció nuevamente su soberanía.

Por otra parte, Ibn Waqarit, en su exilio sevillano, convenció a su señor, el líder local Ibn Hud, de organizar una ofensiva contra Rabat y Salé en 1237. Sin embargo, estas ciudades ofrecieron una resistencia feroz y frustraron el intento. Al año siguiente, Sevilla se sometió nominalmente a al-Rasid, enviando al propio Ibn Waqarit a Marruecos en señal de sumisión.

Este reconocimiento se extendió también a Muhammad ibn Yusuf, el soberano de Granada, quien en nombre de Granada, Málaga, Jaén y otras plazas, expresó oficialmente su lealtad al califa. Así, en 1238, el califa almohade lograba, al menos formalmente, recuperar el respeto y la autoridad sobre varias regiones clave de la península ibérica.

El desafío de los benimerines

Tensiones en el Garb y conspiraciones de Ibn Wanudin

El mayor obstáculo para una paz duradera era el creciente poder de los benimerines en el norte de Marruecos, especialmente en la región del Garb. Para frenar su expansión, al-Rasid autorizó al gobernador Ibn Wanudin a solicitar refuerzos desde Ifriqiya, aunque el conflicto todavía no había estallado.

Sin embargo, Ibn Wanudin actuó por cuenta propia, organizando una conspiración para asesinar al emir benimerín, Abd al-Haqq, bajo la suposición de que la muerte del líder provocaría el colapso de sus enemigos. El plan fracasó y pronto comenzaron las escaramuzas entre las tropas benimerines y los almohades, que culminaron en una batalla cerca de Mequínez, donde los invasores salieron victoriosos.

Derrotado, Ibn Wanudin se vio obligado a huir, y al-Rasid, consciente de la fragilidad de su situación, firmó una tregua con los benimerines hacia 1242. Este armisticio, aunque no resolvió el conflicto, permitió al califa centrarse en reconstruir su capital y desarrollar obras de embellecimiento.

Derrota militar y acuerdos de paz temporales

La tregua fue un gesto pragmático. El califa sabía que otra guerra abierta con los benimerines podría significar el fin definitivo del poder almohade. Aunque resignado a perder el control de buena parte del norte de Marruecos, optó por preservar la unidad interna y aprovechar el tiempo ganado para reforzar su dominio en otras áreas.

El breve período de paz que siguió se utilizó para restaurar infraestructuras y monumentos en la capital. Al-Rasid emprendió proyectos arquitectónicos destinados a embellecer su palacio, construyendo nuevos pabellones y jardines que reflejaban tanto el esplendor del pasado almohade como su intención de proyectar estabilidad.

Los últimos días del califa

Reconstrucción de la capital y proyectos culturales

Los años finales del reinado de al-Rasid estuvieron marcados por una relativa calma interna. Si bien los enemigos externos seguían amenazando la integridad del imperio, el califa se centró en la reconstrucción de la capital, confiando en que el prestigio y el refinamiento cultural podían ser también herramientas de legitimación.

El embellecimiento del palacio califal, con la inclusión de estanques ornamentales y complejos jardines, reflejaba una visión de gobierno donde el poder no se manifestaba únicamente por la fuerza militar, sino también por la ostentación del refinamiento y la continuidad dinástica.

Muerte repentina y transición dinástica

Pero el destino truncó súbitamente sus aspiraciones. A finales de 1242, Abd al-Wahid II al-Rasid murió de forma inesperada. Según unas versiones, se ahogó accidentalmente al caer en un estanque mientras paseaba en barca con una concubina; otras fuentes sostienen que contrajo una pulmonía tras el incidente.

Pese a tener hijos varones, estos eran todavía menores de edad, y los jeques almohades, temiendo repetir los problemas de su minoría de edad, decidieron no nombrar a un nuevo califa joven. En su lugar, fue elegido como sucesor Abú-l-Hassan Alí I, descendiente de Abd al-Mumin, el primer gran líder almohade.

Así terminaba el reinado de uno de los últimos califas que intentó, con esfuerzo y audacia, restaurar un imperio que ya estaba condenado a fragmentarse. La figura de Abd al-Wahid II al-Rasid quedaría en la historia como la de un joven gobernante que, pese a su edad y las circunstancias adversas, logró resistir, reorganizar y recuperar parte del espíritu del califato almohade, al menos por un tiempo.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Abd al-Wahid II al-Rasid (1218–1242): El Joven Califa que Luchó por la Unidad Almohade entre Rebeliones y Cercos". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/abd-al-wahid-ii-al-rasid [consulta: 28 de septiembre de 2025].