Juan Manuel Santos Calderón (1951–): Arquitecto de la Paz en una Nación Dividida
Herencia familiar, formación y primeras incursiones públicas
Raíces familiares y legado periodístico
Juan Manuel Santos Calderón nació el 10 de agosto de 1951 en Bogotá, en el seno de una de las familias más influyentes de Colombia, cuyo peso político, económico y mediático marcó profundamente el devenir del país durante el siglo XX. Su árbol genealógico está sembrado de nombres célebres que fueron actores centrales en la historia republicana. En sus raíces encontramos a Antonia Santos Plata, conocida como La Heroína de la Independencia, un símbolo del sacrificio patriótico y la resistencia frente al dominio colonial.
Por línea paterna, Santos descendía del influyente Francisco Santos Galvis, patriarca de una saga de periodistas y políticos que consolidaron su poder desde las páginas de uno de los diarios más influyentes del país: El Tiempo. Su hijo, Eduardo Santos Montejo, fue director del periódico desde 1913 hasta su elección como presidente de Colombia en 1938, cargo que ocupó hasta 1942. Esta fusión entre poder mediático y político se profundizó con el papel de Enrique Santos Montejo, jefe de redacción de El Tiempo, y de sus hijos Enrique Santos Castillo, Hernando Santos Castillo y Enrique Santos Molano, quienes se desempeñaron como editor, director y articulista, respectivamente. Este legado convirtió a la familia Santos en una auténtica dinastía que moldeó el debate nacional desde la prensa y la política.
El joven Juan Manuel creció en este entorno marcado por la palabra escrita, la política liberal y el acceso privilegiado a los círculos de poder. Fue el tercer hijo de Enrique Santos Castillo y Clemencia Calderón Nieto, dama distinguida de la alta sociedad bogotana. El apellido Calderón, por parte materna, añadió una dimensión aristocrática al linaje del futuro presidente, consolidando un origen que combinaba élites intelectuales, tradición política y estabilidad económica.
Juventud, formación académica y primeras experiencias internacionales
La educación de Santos fue tan exigente como cosmopolita. Comenzó sus estudios en el Colegio San Carlos de Bogotá, una institución de élite donde se formaron muchas figuras destacadas de la política colombiana. Sin embargo, optó por concluir el bachillerato en la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla, en Cartagena de Indias, lo que no sólo revelaba un interés temprano por la disciplina militar y el servicio público, sino que también le permitió desarrollar una ética basada en el rigor y la estructura.
Su búsqueda académica lo llevó fuera de Colombia a temprana edad. Se trasladó a Estados Unidos para estudiar Economía y Administración de Empresas en la Universidad de Kansas, un centro tradicional que le ofreció una visión económica pragmática y técnica. Recién graduado en 1972, su primer paso profesional importante fue incorporarse a la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, una institución clave para la economía nacional y el posicionamiento del país en los mercados internacionales. Desde allí, fue enviado como representante ante la Organización Internacional del Café en Londres, donde su rol no sólo fue diplomático y comercial, sino también formativo. Londres sería un punto de inflexión en su vida.
En la capital británica, Santos asistió a cursos de posgrado en la prestigiosa London School of Economics (LSE), centro neurálgico del pensamiento económico liberal y socialdemócrata. A través de este contacto, absorbería las ideas que luego adaptarían su pensamiento político y que culminarían en su propuesta de una «Tercera vía» para Colombia. Además, recibió una beca Nieman de la Universidad de Harvard, dedicada a la formación avanzada de periodistas, así como una beca Fulbright, que le permitió estudiar Derecho en la Universidad Tufts. Este bagaje académico e internacional lo dotó de una visión plural y globalizada, elementos que posteriormente marcarían su gestión pública.
Inicios en el periodismo y compromisos con la libertad de prensa
De regreso en Colombia, Juan Manuel Santos se integró a la redacción de El Tiempo, el medio que durante generaciones había sido el vehículo de expresión de su familia. En un principio, asumió la subdirección, mientras su tío Hernando Santos Castillo ocupaba la dirección general. Esta etapa coincidió con el periodo de mayor expansión y prestigio del diario, que ya se había consolidado como la voz más influyente del liberalismo moderado en el país.
En 1983, Santos asumió la presidencia del Comité Editorial del periódico, y dos años después alcanzó reconocimiento internacional cuando fue galardonado con el Premio Internacional de Periodismo Rey de España en la modalidad de prensa escrita. El motivo fue su serie de reportajes sobre la realidad nicaragüense durante la revolución sandinista, publicada bajo el título “Crónicas de Nicaragua”. El galardón, compartido con su hermano Enrique Santos Calderón, fue entregado en una ceremonia organizada por la Agencia EFE y el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI) en San Juan de Puerto Rico. Con este reconocimiento, Santos se consolidaba no sólo como heredero de una tradición periodística, sino también como un analista político de nivel internacional.
Ese mismo año, fue elegido vicepresidente de la Comisión para la Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), posición desde la cual defendió activamente los principios del periodismo independiente frente a las amenazas de censura, violencia y manipulación política. Su participación activa en estos foros internacionales dejó entrever su compromiso con los valores democráticos, más allá de sus intereses familiares o políticos inmediatos.
Esta etapa como periodista e intelectual público fue determinante en la construcción de su figura. A diferencia de otros miembros de la élite bogotana, Santos no se limitó a los despachos o los salones del poder. Se formó en el terreno, conoció el conflicto latinoamericano de primera mano y cultivó una narrativa crítica que combinaba el análisis técnico con el compromiso ético. Estos años también lo posicionaron como una figura de consenso dentro del liberalismo colombiano, justo cuando el país comenzaba a entrar en una nueva fase de polarización, marcada por el narcotráfico, la insurgencia y la crisis institucional.
De periodista a estratega político
Del secuestro familiar al ingreso en la política nacional
El tránsito de Juan Manuel Santos desde el periodismo hacia la política activa estuvo marcado por una experiencia traumática que sacudió a su familia y al país: el secuestro de su primo Francisco Santos Calderón en septiembre de 1990. Francisco, entonces jefe de redacción de El Tiempo, fue secuestrado por el cártel de Medellín como medida de presión para evitar la extradición de su líder, Pablo Escobar Gaviria. La tragedia personal, que se prolongó hasta mayo de 1991, expuso de forma cruda el poder del narcotráfico y su capacidad para subvertir el orden institucional.
Este episodio, que coincidió con la intensificación del conflicto armado y la violencia narcoparamilitar, reforzó en Juan Manuel Santos la necesidad de involucrarse de manera directa en la transformación del Estado. Fue el entonces presidente César Gaviria Trujillo quien le propuso su entrada al gabinete ministerial, ofreciéndole la cartera de Comercio Exterior, una dependencia de reciente creación. Santos aceptó, dejando atrás su papel en El Tiempo y dando inicio a su carrera política formal.
Desde su nuevo cargo, Santos impulsó una ambiciosa agenda de modernización económica en línea con los procesos de apertura que vivía América Latina en los años noventa. Su gestión coincidió con la creación de la Zona de Libre Comercio del Grupo Andino, las negociaciones para la adhesión de Colombia a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la consolidación de mecanismos de cooperación con Brasil para defender los precios del café, en un momento de tensión en los mercados internacionales.
Santos también fue una figura clave en la creación de instituciones como el Banco de Comercio Exterior (Bancóldex), Proexport (hoy ProColombia) y Fiducoldex, entidades orientadas a fortalecer las exportaciones, atraer inversiones y promover el turismo. Presidió además la VIII Conferencia de la UNCTAD (Cartagena, 1992) y el XXV Período de Sesiones de la CEPAL (Cartagena, 1994), consolidando su perfil como tecnócrata y diplomático económico. Su papel fue tan destacado que llegó a ser designado para suplir al presidente en funciones, en una figura legal que precedía a la reinstauración del cargo de vicepresidente.
Conflictos con el oficialismo y búsqueda de alternativas políticas
El ascenso de Ernesto Samper Pizano a la presidencia en 1994 marcó un quiebre en la trayectoria gubernamental de Santos. A pesar de pertenecer ambos al Partido Liberal, Santos no compartía la visión ni los métodos del nuevo mandatario. Su distanciamiento se profundizó con el escándalo del Proceso 8000, que reveló la financiación ilegal de la campaña de Samper con dineros del narcotráfico. Lejos de adoptar una posición neutral, Santos fue una de las voces más críticas dentro del liberalismo, abogando por una renovación ética del liderazgo político colombiano.
En ese contexto, y con el país sumido en una profunda crisis de legitimidad, Santos impulsó en 1997 una propuesta audaz: un proceso de paz que incluyera a las FARC, al ELN y a los grupos paramilitares de ultraderecha. La iniciativa, presentada junto al escritor y Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, pretendía abrir un diálogo nacional basado en el reconocimiento mutuo, la justicia transicional y el desarme progresivo. Aunque no prosperó en el corto plazo, sentó las bases conceptuales de lo que, años después, sería su gran legado como presidente.
En 1998, Santos oficializó su precandidatura presidencial, pero la retiró en enero de ese mismo año para facilitar la unidad del liberalismo detrás de Horacio Serpa, quien sería derrotado por Andrés Pastrana Arango en las elecciones. Esta retirada, sin embargo, no significó su salida del escenario público. Con la muerte de su tío Hernando Santos Castillo, asumió una dirección compartida de El Tiempo, al tiempo que publicó el libro “La Tercera Vía: una alternativa para Colombia”, inspirado en el pensamiento del primer ministro británico Tony Blair. La obra proponía una síntesis entre desarrollo económico y justicia social, adaptada al contexto latinoamericano.
El camino hacia la defensa: Ministerio y operaciones clave
El nuevo siglo trajo consigo un viraje importante. El Partido Liberal se fragmentó, y surgieron nuevas fuerzas políticas alrededor del liderazgo del exgobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez, quien impulsaba un discurso de mano dura contra la insurgencia armada. Santos, inicialmente distante, fue seducido por esta narrativa de seguridad democrática. En 2004, comenzó a colaborar estrechamente con Uribe, quien preparaba su reelección en medio de una fuerte campaña de reforma institucional.
En 2005, Santos fundó el Partido Social de Unidad Nacional, conocido como el Partido de la U, que sirvió de plataforma parlamentaria para las iniciativas del presidente Uribe, aunque formalmente Uribe no pertenecía al partido. Esta agrupación política fue vista como una herramienta de consolidación del poder ejecutivo, y atrajo a sectores liberales, conservadores e independientes. Sin embargo, también fue blanco de severas críticas, especialmente cuando se descubrió que varios de sus miembros mantenían vínculos con grupos paramilitares, en el escándalo conocido como la “parapolítica”.
En 2006, reelegido Uribe con más del 62% de los votos, Santos fue nombrado ministro de Defensa Nacional, cargo desde el cual ejecutó una de las ofensivas militares más intensas de la historia reciente de Colombia. Si bien su gestión fue cuestionada por excesos de las fuerzas armadas, como los llamados falsos positivos (asesinatos de civiles presentados como guerrilleros muertos en combate), también obtuvo logros significativos en la lucha contra las FARC.
El punto culminante llegó en marzo de 2008, con la operación militar que dio muerte a Raúl Reyes, número dos de la organización insurgente. La acción, realizada en territorio ecuatoriano, provocó una crisis diplomática con Ecuador y Venezuela, cuyos presidentes, Rafael Correa y Hugo Chávez, acusaron a Colombia de violar la soberanía regional. Sin embargo, la operación también permitió la incautación de valiosa información sobre las FARC.
Ese mismo año, otro líder guerrillero, Iván Ríos, fue asesinado por su lugarteniente, quien entregó su mano cercenada y su ordenador portátil como prueba. El gobierno accedió a recompensar la entrega de información, aunque se desmarcó del crimen. Poco después, falleció por causas naturales Manuel Marulanda Vélez (“Tirofijo”), el legendario jefe de las FARC, y se entregó Karina, una de las comandantes más reconocidas del grupo.
El mayor hito de esta etapa fue la Operación Jaque, realizada el 2 de julio de 2008, que permitió el rescate de Ingrid Betancourt y otros 14 rehenes en poder de las FARC. La operación, ejecutada sin disparar un solo tiro, fue considerada un ejemplo de eficacia e inteligencia táctica, y catapultó la imagen de Santos tanto nacional como internacionalmente. El éxito fue tan rotundo que se comenzó a hablar de una posible reforma constitucional para permitir una tercera reelección de Uribe, con Santos como principal arquitecto de su política de seguridad.
Sin embargo, la sombra de los “falsos positivos” volvió a empañar su gestión. En 2008, se reveló que 19 jóvenes inocentes habían sido asesinados en Soacha y presentados como guerrilleros. El escándalo provocó la destitución de 40 militares, incluyendo altos mandos, y generó una profunda crisis de confianza en las fuerzas armadas.
El 23 de mayo de 2009, Santos anunció su renuncia al Ministerio de Defensa, declarando que si Uribe no se postulaba nuevamente, él se presentaría como candidato presidencial. Esta declaración selló su independencia política y lo posicionó como el heredero natural del uribismo, aunque con un estilo más pragmático y conciliador.
Presidencia, proceso de paz y legado internacional
Elección presidencial y programa de Buen Gobierno
Con la negativa del Congreso a habilitar una tercera reelección de Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos se lanzó oficialmente a la presidencia en 2010, presentando un ambicioso Programa de Buen Gobierno con 109 propuestas orientadas a reducir el desempleo, mejorar la cobertura en salud y educación, y continuar con la seguridad democrática bajo un enfoque renovado. En una campaña que polarizó al país entre continuidad y cambio, Santos se enfrentó al candidato del Partido Verde, Antanas Mockus, exalcalde de Bogotá y figura del pensamiento alternativo.
La campaña fue intensa, marcada por la alta abstención y la violencia: el día de las elecciones murieron diez militares y seis guerrilleros en enfrentamientos. A pesar de ello, Santos obtuvo un triunfo arrollador en segunda vuelta: el 69,1% de los votos frente al 27,5% de Mockus, una diferencia sin precedentes en la historia reciente de Colombia. El mandato popular fue claro, pero la expectativa era aún mayor: Santos debía demostrar que era más que un continuador de Uribe, y que podía gobernar con independencia, visión propia y capacidad de negociación.
Una vez en el poder, sorprendió a muchos al adoptar un enfoque más moderado e incluyente, distanciándose del tono confrontacional de su antecesor. Convocó a una “unidad nacional” que incluyó fuerzas políticas tradicionales e independientes, y promovió reformas sociales, como la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, que reconocía por primera vez a las víctimas del conflicto armado y abría la puerta a una reparación integral. También impulsó una ambiciosa reforma tributaria y fomentó el crecimiento económico en un contexto de estabilidad.
No obstante, enfrentó desafíos importantes: escándalos de corrupción en varias entidades públicas, conflictos agrarios, protestas estudiantiles y una oposición creciente por parte del propio Uribe, quien pronto se convirtió en su crítico más feroz desde la recién creada oposición uribista. La ruptura entre mentor y discípulo marcaría el panorama político de la década siguiente.
Negociaciones con las FARC y Premio Nobel de la Paz
El hito central de su presidencia fue, sin duda, el inicio de negociaciones secretas con las FARC, la guerrilla más antigua del continente. En 2012, desde Oslo y luego en La Habana, se anunció formalmente el proceso de paz, con el respaldo de Noruega, Cuba, Venezuela y Chile como países garantes y acompañantes. El objetivo era ambicioso: terminar con más de medio siglo de conflicto armado mediante una salida política negociada.
Las conversaciones se estructuraron en torno a cinco puntos clave: desarrollo rural, participación política, solución al problema de las drogas ilícitas, justicia transicional y reparación a las víctimas, y mecanismos de implementación y verificación. Santos apostó su capital político al proceso, sabiendo que era un camino largo y lleno de obstáculos. Mientras tanto, el país permanecía dividido: una parte apoyaba la paz, pero otra desconfiaba de los beneficios otorgados a los excombatientes.
En 2016, tras cuatro años de diálogos, se firmó el Acuerdo Final de Paz en Cartagena, en una ceremonia histórica con la presencia de líderes internacionales. Sin embargo, la decisión de someterlo a un plebiscito nacional resultó adversa: el 2 de octubre, el “No” se impuso con el 50,2% de los votos frente al 49,7% del “Sí”. La derrota fue un golpe devastador para Santos, quien asumió la responsabilidad política pero se negó a renunciar al proceso.
En las semanas siguientes, tras intensas negociaciones con los sectores críticos, se introdujeron ajustes al texto original y se firmó un nuevo acuerdo, esta vez refrendado por el Congreso. La paz seguía en marcha, aunque el clima de polarización persistía. El 10 de diciembre de 2016, el Comité Nobel otorgó a Juan Manuel Santos el Premio Nobel de la Paz, en reconocimiento a su determinación y liderazgo en la búsqueda del fin del conflicto armado.
Este galardón le dio proyección internacional como estadista global, defensor del diálogo y los derechos humanos, y colocó a Colombia en el centro del debate sobre reconciliación y justicia transicional. A pesar de ello, en el ámbito interno la implementación del acuerdo enfrentó múltiples trabas: asesinatos de líderes sociales, problemas logísticos en la reincorporación de excombatientes y una oposición parlamentaria férrea liderada por el uribismo, ahora canalizado a través del partido Centro Democrático.
Últimos años en el poder y huella histórica
Durante su segundo mandato (2014-2018), Santos concentró sus esfuerzos en la implementación del acuerdo de paz, la modernización del aparato estatal y la profundización de la inserción internacional de Colombia. Bajo su liderazgo, el país ingresó a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y estrechó lazos con la Unión Europea, que retiró el requisito de visa para colombianos, como reconocimiento a los avances en derechos humanos y seguridad.
También impulsó reformas en salud, educación y pensiones, aunque muchas quedaron truncadas por falta de mayorías legislativas. La caída en los precios del petróleo afectó las finanzas públicas y aumentó el descontento social, a pesar de que los indicadores macroeconómicos se mantuvieron estables. La aprobación de Santos fue fluctuante, y en sus últimos años cayó considerablemente, afectada por la lentitud en los resultados del proceso de paz y por la persistente inseguridad en zonas rurales.
A nivel internacional, Santos siguió acumulando reconocimientos: fue nombrado miembro de diversos foros de liderazgo global, como el Diálogo Interamericano y el Grupo de los Sabios sobre Mediación de la ONU. También recibió doctorados honoris causa de prestigiosas universidades y participó como orador en foros multilaterales sobre paz, democracia y desarrollo sostenible. Su figura era celebrada fuera del país, pero aún debatida intensamente en el ámbito nacional.
Al finalizar su mandato, entregó el poder a Iván Duque Márquez, candidato del uribismo, lo que marcó un viraje hacia una política más conservadora. El nuevo gobierno se mostró reticente a continuar con el impulso a los acuerdos de paz, lo que generó tensiones entre los sectores defensores de la implementación y la nueva administración. Santos, sin embargo, optó por un retiro discreto, sin buscar protagonismo político posterior.
Su legado sigue siendo objeto de intensos debates. Para muchos, es el arquitecto de la paz que logró lo impensable: desarmar a la guerrilla más poderosa de América Latina y sentar las bases para una reconciliación nacional. Para otros, su gobierno representó una desconexión con las realidades sociales y un acuerdo que otorgó impunidad a los perpetradores de crímenes graves. Lo cierto es que su figura trasciende los antagonismos: es una de las más relevantes y complejas de la historia reciente de Colombia.
Juan Manuel Santos Calderón representa el tránsito de una élite tradicional hacia una política transformadora, del liberalismo moderado hacia el reformismo social, y de la seguridad militar hacia el entendimiento civil. En un país marcado por el conflicto, eligió el camino más difícil: el del diálogo. Y aunque su nombre aún divide opiniones, el tiempo se encargará de valorar la dimensión de su apuesta.
MCN Biografías, 2025. "Juan Manuel Santos Calderón (1951–): Arquitecto de la Paz en una Nación Dividida". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/santos-calderon-juan-manuel [consulta: 29 de septiembre de 2025].