Santos Montejo, Eduardo (1888-1974).
Periodista, estadista e historiador colombiano, nacido en 1888 en Santafé de Bogotá y muerto en la misma ciudad en 1974. Fue presidente de la República durante el período comprendido entre los años 1938 y 1942, que fue llamado «gobierno de pausa» porque frenó el impulso de la revolución instaurada por su antecesor Alfonso López Pumarejo, aunque al mismo tiempo permitió la consolidación de las conquistas revolucionarias alcanzadas por el gobierno de «la revolución en marcha«.
Santos Montejo, descendiente de la heroína santandereana Antonia Santos, realizó sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional y complementó su formación en Literatura y Sociología en la Universidad de París, gracias a lo cual llegó a dominar con fluidez los idiomas francés e inglés. Su vida pública se desenvolvió entre el periodismo y la política; en el primer campo, se inició al lado de Tomás Rueda Vargas en una publicación llamada La Revista, en la que se exponían temas políticos, literarios e históricos. En 1913 compró el periódico El Tiempo que, bajo su dirección, se convirtió en uno de los símbolos que identificaron el nuevo espíritu liberal. El periódico fue siempre una empresa familiar, pues Eduardo Santos no quiso a dar participación a nadie en la empresa. Consideraba la independencia de pensamiento como lo más importante de su periódico, lo cual le hizo alejarse de cualquier compromiso que limitara esa libertad. En 1955 Gustavo Rojas Pinilla clausuró el periódico a causa de una crítica hecha en el mismo contra el gobierno, crítica que Santos no quiso rectificar. Dos años más tarde volvió a aparecer el periódico.
En el campo de la política, Eduardo Santos desplegó también una actividad muy intensa. Junto con Carlos E. Restrepo y Luis Cano, entre otros, fundó el Partido Republicano, que convocó a la Junta Conciliadora en Medellín al finalizar la Guerra de los Mil Días (1904). Este movimiento, aunque de vida efímera, jugó un importante papel en las reformas constitucionales de 1910, que significó la firma definitiva de un acuerdo entre conservadores y liberales después de tantos enfrentamientos. Fue director nacional de la campaña electoral que llevó a la presidencia en 1930 al liberal Enrique Olaya Herrera, durante cuyo gobierno ocupó el cargo de canciller de la República, delegado de Colombia ante la Asamblea de la Sociedad de Naciones, ministro plenipotenciario ante todos los gobiernos de Europa, consejero municipal de Bogotá y gobernador de Santander, representante a la Cámara y dos veces presidente del Senado.
Pero, donde quizá sus actuaciones fueron más brillantes fue en política internacional. Un caso digno de mención fue la manera como supo presionar la opinión internacional en favor de Colombia durante el conflicto de Leticia con el Perú. Elegido presidente en 1938, su gobierno se caracterizó básicamente, por un giro moderado hacia la derecha, en relación con la «revolución en marcha» de López Pumarejo. Algunas de sus principales realizaciones fueron: creación del Instituto de Fomento Industrial (IFI), del Banco Central Hipotecario (BIC), del Instituto de Crédito Territorial (ICT, transformado hoy en el INURBE), el establecimiento del descanso dominical y festivo remunerado, la organización del Ministerio de Trabajo, fundación de la Radiodifusora Nacional, creación de la Escuela de Policía General Santander, etc.
Emn política exterior se atuvo a la línea de Marco Fidel Suárez y de Olaya Herrera de inclinar a Colombia hacia los Estados Unidos, alineándose junto a este país en el contexto de la «guerra fría»; elevó a la categoría de embajadas las representaciones colombianas en varios países americanos; recibió la visita -de gran significación en aquella época- del presidente peruano Manuel Prado; firmó con el gobierno venezolano un tratado de amistad y límites. Puede decirse que por su experiencia en el este campo, llegó a ser considerado como uno de los mayores internacionalistas del mundo de la posguerra. El resultado de sus gestiones en pro de los países americanos, se plasmó en la firma del Acta de Chapultepec en 1945, propuesta que fuera presentada por el gobierno colombiano, y firmada por diecinueve países del Nuevo Continente, y que pondría las bases para el Tratado de Asistencia Recíproca de Río de Janeiro.
Santos Montejo desarrolló, además, una importante labor en el campo intelectual, de forma que en 1942 fue nombrado miembro de la Academia Colombiana de Historia, cuya presidencia ocupó en cuatro períodos, y en cuyo favor cedió su pensión como ex-presidente de la República; incentivó la publicación de numerosos libros, especialmente de la Historia extensa de Colombia. Recibió el título de doctor Honoris causa por las universidades de Rochester (Nueva York) y de Cartagena. Sus últimos años los empleó en la continuación de varias obras emprendidas por su esposa Lorencita Villegas, el trabajo en periódico y en la Academia de Historia. Aunque no ha sido catalogado como un gran ideólogo, la historia lo considera un buen guía, moderado, crítico con la izquierda socializante de un grupo de liberales radicales, y gran defensor de la modernización, de la justicia social y de las libertades públicas y privadas. En la época de la violencia desatada de la década de los 50, fue uno de los promotores del Frente Nacional.