Francisco Pizarro (1475–1541): Conquistador del Perú y Arquitecto de un Imperio Colonial

Francisco Pizarro (1475–1541): Conquistador del Perú y Arquitecto de un Imperio Colonial
Orígenes y Primeros Años en las Américas
Francisco Pizarro nació en Trujillo, una pequeña localidad de la provincia de Cáceres, en 1475, en una España que se encontraba al borde de grandes transformaciones. A finales del siglo XV, el reino de Castilla, bajo los Reyes Católicos, estaba consolidando una unidad política que finalmente pondría fin a la Reconquista con la toma de Granada en 1492. Ese mismo año, Cristóbal Colón había descubierto el continente americano, lo que desataría una era de exploraciones y conquistas sin precedentes que cambiarían el curso de la historia.
Mientras España se consolidaba como una de las principales potencias europeas, las clases bajas de la sociedad castellana, como la que pertenecía Pizarro, carecían de un futuro prometedor. Si bien el reinado de los Reyes Católicos brindó algunas oportunidades para los hidalgos (la clase baja noble), muchas familias no lograban acceder a la riqueza o al poder. Esta situación provocó que muchos jóvenes decidieran emigrar al Nuevo Mundo en busca de fortuna, atraídos por las noticias de los descubrimientos en América y las oportunidades de servicio en las nuevas colonias.
Orígenes familiares y primeros años de vida
Francisco Pizarro era hijo natural de Gonzalo Pizarro y de Francisca González Alonso, ambos de origen hidalgo, pero sin una gran fortuna. Siendo hijo ilegítimo, su infancia estuvo marcada por la incertidumbre y la falta de apoyo formal. Se desconoce mucho sobre sus primeros años, pero se sabe que no recibió educación formal, lo que era bastante común entre los hijos naturales de la nobleza baja. Esto lo situó en una posición social baja dentro de la jerarquía local.
La escasa información sobre su infancia, especialmente sobre la figura de su madre, hace difícil rastrear detalles de sus primeros años. La leyenda más extendida sugiere que, durante su niñez, Pizarro se dedicó a la crianza de cerdos, aunque algunos historiadores cuestionan esta versión, considerando que podría ser una exageración o parte de la mitología que rodeó su figura. Sin embargo, esta imagen de un joven que creció en condiciones humildes contrasta con su posterior rol como líder militar y conquistador.
Formación y primeras incursiones en las Indias
Pizarro parecía destinado a llevar una vida sencilla y sin grandes perspectivas. Sin embargo, a finales del siglo XV, entre 1494 y 1498, participó en las Guerras de Italia, combatiendo junto a su padre, un veterano capitán. Las luchas en Italia fueron una de las formas en que los jóvenes castellanos podían obtener experiencia militar, y fue aquí donde Pizarro probablemente adquirió sus primeras destrezas como soldado. Aunque los detalles de su participación en estas guerras no son claros, es probable que las vivencias en un ambiente bélico fueran un primer paso hacia el camino que lo llevaría a América.
En 1502, Pizarro decidió embarcarse en una expedición organizada por el pacificador Nicolás de Ovando hacia las Indias. A esta expedición se unieron muchos de los jóvenes aventureros que, como él, buscaban un futuro mejor. Pizarro desembarcó en la isla Española (actualmente Santo Domingo), donde comenzó a hacer sus primeros contactos con la cultura y sociedad colonial de las Américas. Durante estos primeros años en el Caribe, Pizarro se dedicó a diversas tareas, incluyendo la participación en expediciones de exploración hacia el continente, especialmente hacia el sur, lo que marcaría el inicio de su carrera como conquistador.
Inicios en Panamá y la relación con Vasco Núñez de Balboa y Pedrarias Dávila
A lo largo de la primera década del siglo XVI, Pizarro trabajó como soldado en distintas expediciones y se relacionó con figuras clave de la historia de las colonias españolas en América. En 1513, participó en la expedición dirigida por Vasco Núñez de Balboa, quien logró descubrir el Mar del Sur, el océano Pacífico, un hito geográfico que cambiaría el destino de las exploraciones españolas. Este descubrimiento abrió un nuevo horizonte de posibilidades para los conquistadores.
Pizarro también fue testigo de la creciente tensión entre las figuras de poder en el territorio de Tierra Firme, donde se encontraba Panamá. La relación con el gobernador Pedro Arias de Ávila, conocido como Pedrarias Dávila, fue crucial en los primeros años de su carrera. Durante el gobierno de Pedrarias, Pizarro ascendió a importantes posiciones dentro de la administración colonial de Panamá, incluyendo la de teniente de gobernador de Urabá. Esta posición le permitió adquirir influencia y comenzar a amasar una fortuna personal, lo que sería clave para su futura expedición hacia el sur.
Sin embargo, las relaciones con Balboa no fueron sencillas. En 1515, Pizarro, en calidad de teniente de gobernador, participó en la captura de Vasco Núñez de Balboa, quien fue acusado de conspirar contra Pedrarias. La ejecución de Balboa fue un evento que marcó a Pizarro, pues le otorgó mayor favor ante el gobernador Pedrarias, quien vio en él a un fiel aliado.
En resumen, los primeros años de Francisco Pizarro en las Indias estuvieron definidos por su ascenso militar y político en un contexto de constantes luchas y conflictos entre los conquistadores y los gobernadores coloniales. Su relación con figuras como Vasco Núñez de Balboa y Pedrarias Dávila le permitió adquirir el entrenamiento y los recursos necesarios para dar el salto hacia la gran conquista que marcaría su vida: la del Imperio Inca.
La Conquista del Perú y el Surgimiento del Imperio
Expediciones al sur y la creación de la Compañía de Levante
A lo largo de las primeras décadas del siglo XVI, la ambición de Francisco Pizarro por expandir el dominio de la Corona española se consolidó con su implicación en varias expediciones de exploración hacia el sur de América. Después de años de servicio bajo las órdenes de Pedrarias Dávila, Pizarro se dio cuenta de que las tierras al sur, habitadas por pueblos desconocidos y con rumores de riquezas, podrían ofrecerle la oportunidad de alcanzar la gloria y la fortuna que tanto anhelaba.
En 1524, con la colaboración de Hernando de Luque, un clérigo con influencias en Panamá, y Diego de Almagro, un capitán de origen humilde, Pizarro formó la Compañía de Levante. Esta sociedad fue una especie de empresa privada que perseguía tres objetivos fundamentales: extender los dominios de la Corona española, encontrar una ruta entre el océano Atlántico y el Pacífico y, por supuesto, obtener riquezas personales a través de la conquista. Con un capital limitado y escasos recursos, la compañía partió hacia el sur en noviembre de 1524, pero la expedición se topó con varios obstáculos. La expedición tuvo como punto más avanzado el puerto Quemado, en lo que hoy es el Ecuador. Sin embargo, el coste en vidas humanas y los escasos resultados fueron indicadores claros de que la empresa había sido un fracaso.
Pese a estos reveses, Pizarro no se dio por vencido. En lugar de regresar a Panamá, se quedó en el pueblo indígena de Chochama, esperando que Almagro lograra obtener más fondos para organizar una segunda expedición. En 1526, la Compañía de Levante zarpó nuevamente, esta vez con más hombres y barcos, pero el viaje fue igualmente arduo. A lo largo del recorrido por las costas del Ecuador y el sur de Colombia, la expedición sufrió grandes bajas debido a enfermedades y ataques de las poblaciones nativas. Sin embargo, en la isla del Gallo, en la costa ecuatoriana, Pizarro y su grupo lograron escuchar historias de un reino próspero al sur, lo que renovó su esperanza.
El fracaso de la expedición inicial y la persistencia de Pizarro
En 1527, tras haber avanzado hasta el río San Juan, la expedición llegó a un punto de agotamiento. Los hombres de Pizarro estaban fatigados, y las enfermedades, sumadas a los continuos ataques de los pueblos indígenas, hicieron que las bajas fueran alarmantes. Ante la situación crítica, Pizarro decidió enviar a Bartolomé Ruiz en busca de nuevos recursos y apoyo desde Panamá. Mientras tanto, el resto de la expedición permaneció en la isla de Gorgona, cerca del actual Ecuador, esperando noticias.
Cuando Ruiz regresó con la autorización del gobernador de Panamá para continuar el viaje, Pizarro decidió seguir adelante. La expedición llegó finalmente a Tumbes, donde los nativos confirmaron las leyendas sobre el Imperio Inca, un reino vasto y rico que se extendía hacia el sur. Fue el primer contacto con una cultura de gran sofisticación y riqueza, lo que marcó un punto de inflexión en la historia de la conquista. Pizarro había descubierto, aunque aún no lo sabía, el camino hacia el corazón del Imperio Inca.
Sin embargo, a pesar del éxito de este hallazgo, la expedición no recibió el apoyo esperado por parte de las autoridades panameñas, lo que obligó a Pizarro a regresar a Panamá en 1528. Durante su regreso, logró obtener un botín considerable en oro y objetos valiosos que reforzaron su reputación ante la Corona. Sin embargo, las autoridades locales en Panamá se negaron a brindarle el apoyo necesario para continuar la exploración. Fue en este punto que Pizarro decidió recurrir directamente al rey Carlos I de España.
La firma de las Capitulaciones de Toledo
En 1529, Pizarro viajó a España, donde presentó sus informes ante el monarca Carlos I. Durante su estancia en la Corte, se firmaron las Capitulaciones de Toledo el 26 de junio de 1529, un acuerdo fundamental para la continuación de la conquista del Perú. A través de este documento, Pizarro obtuvo el respaldo real para continuar sus expediciones y se le otorgaron títulos vitalicios de Gobernador, Capitán General, Adelantado y Alguacil de toda la región que descubriera en el sur. Este pacto le proporcionaba el poder necesario para enfrentar a los nativos, a sus competidores en la conquista, y también para asegurar que las tierras descubiertas pasaran a ser parte del dominio español.
A cambio, los socios de la expedición recibieron títulos más modestos: Hernando de Luque fue nombrado obispo de Tumbes y Diego de Almagro obtuvo el cargo de alcalde de la misma ciudad. El pacto también incluyó la promesa de repartir el botín de la conquista entre los socios y las autoridades coloniales, lo que garantizaba que Pizarro y sus compañeros pudieran continuar sus esfuerzos sin la amenaza de quedar sin recursos.
Este acuerdo fue clave para que Pizarro regresara a Panamá con un mayor número de hombres y una nueva misión. En 1530, Pizarro reclutó a muchos hombres en su tierra natal, Extremadura, entre ellos, sus hermanos Gonzalo, Juan y Hernando, quienes jugarían un papel crucial en los futuros conflictos y en la gestión de la nueva colonia. Con estos nuevos refuerzos, la expedición se preparó para emprender su tercer y más ambicioso viaje hacia el Imperio Inca.
Consolidación del Imperio y Conflictos Internos
La toma de Cuzco y la instauración de Lima como capital
El 30 de diciembre de 1530, Francisco Pizarro lideró una expedición que partió de Panamá hacia el sur con un contingente de 180 hombres. En el camino, Pizarro tomó decisiones estratégicas clave, como el establecimiento de su cuartel general en la isla de Puná, en la actual Ecuador, desde donde organizó la conquista definitiva del Perú. La situación política del Imperio Inca en ese momento, tras la muerte de Huayna Capac y la guerra civil entre sus hijos, Atahualpa y Huascar, creó un escenario propicio para la intervención española.
El conflicto de sucesión entre Atahualpa y Huascar permitió que Pizarro y sus hombres aprovecharan la debilidad interna del Imperio. En mayo de 1532, Pizarro llegó a Tumbes, donde comenzó su avance hacia el interior del territorio inca. Durante este trayecto, fundó la ciudad de San Miguel de Piura, la primera ciudad española en el Perú, un paso decisivo en la consolidación de la presencia española en la región.
En noviembre de 1532, Pizarro y sus hombres llegaron a las afueras de Cajamarca, donde se encontraba Atahualpa, el líder inca. En lugar de un enfrentamiento directo, Pizarro decidió emplear una táctica de captura, utilizando el factor sorpresa. A través de un encuentro previo, donde Hernando de Soto y Hernando Pizarro se encargaron de concertar una cita con Atahualpa, los españoles lograron atrapar al líder inca y tomarlo como rehén. Este acto de audacia y astucia marcó el comienzo de la caída del Imperio Inca.
La ejecución de Atahualpa y el dominio sobre el Imperio Inca
Atahualpa fue sometido a un juicio y, a pesar de ofrecer un impresionante rescate en oro y plata para su liberación, fue condenado a muerte. Tras un breve proceso, que fue más bien un simulacro de juicio, Atahualpa fue ejecutado el 29 de agosto de 1533. La muerte del último emperador inca abrió el camino para que Pizarro y sus hombres tomaran el control absoluto del Imperio Inca, aunque no sin enfrentar resistencia.
Pizarro, al contar con el apoyo de varios grupos indígenas que estaban descontentos con el dominio inca, y especialmente con la ayuda de los huancas del valle del río Mantaro, avanzó hacia Cuzco, la capital del Imperio. La toma de Cuzco, en noviembre de 1533, fue un hito que consolidó el poder de Pizarro sobre los territorios incas. Tras tomar la ciudad, Pizarro, según lo estipulado en las Capitulaciones de Toledo, proclamó a Manco II, hermano de Atahualpa, como nuevo Sapa Inca. Este acto sirvió para darle un toque de legitimidad a la conquista, ya que, oficialmente, el Imperio Inca seguía siendo gobernado por un miembro de la dinastía incaica.
El triunfo en Cuzco, sin embargo, no significó el final de la resistencia inca. La situación interna entre los españoles también comenzaba a tensarse, en parte por las diferencias de ambiciones entre Pizarro y sus socios, especialmente Diego de Almagro.
El conflicto con Diego de Almagro
El ascenso de Pizarro como líder indiscutido del Perú no estuvo exento de conflictos internos. Uno de los más graves fue el creciente enfrentamiento con su socio, Diego de Almagro. A pesar de que ambos habían compartido los primeros éxitos en la conquista, las diferencias entre ellos se profundizaron a medida que se consolidaban las victorias.
Las diferencias surgieron principalmente por la distribución de los territorios conquistados y las riquezas obtenidas. Según las Capitulaciones de Toledo, Pizarro había recibido vastos territorios en el Perú, pero las ambiciones de Almagro no tardaron en llevarlo a desafiar el acuerdo inicial. Almagro consideraba que se le debían otorgar más tierras, especialmente la región de Cuzco, que había sido tomada por Pizarro. Este desacuerdo se convirtió en un conflicto abierto cuando Almagro fue nombrado gobernador de las tierras situadas al sur de Cuzco, una región que él consideraba de su legítimo dominio.
En 1535, Almagro emprendió una expedición al sur en busca de riquezas, pero el viaje resultó en un fracaso. La exploración de Chile fue desastrosa y, al regresar a Perú, Almagro encontró que Pizarro había establecido una nueva ciudad en la costa, Lima, como capital del nuevo dominio español.
La fundación de Lima y la rivalidad creciente
La fundación de Lima, llamada inicialmente la «Ciudad de los Reyes», en enero de 1535, fue uno de los logros más destacados de Pizarro. La ciudad fue diseñada con la idea de convertirla en la nueva capital del Perú, un centro neurálgico para el gobierno y el comercio. Pizarro supervisó personalmente la planificación de la ciudad, que seguía el modelo tradicional de damero, con la plaza principal en el centro, rodeada por calles rectas y edificaciones que reflejaban el poder de la Corona española.
Sin embargo, la fundación de Lima no hizo más que agravar las tensiones entre Pizarro y Almagro. Mientras Pizarro consolidaba su poder en el centro del país, Almagro, enfurecido por la creciente concentración de poder en manos de su socio, exigió el control de Cuzco, lo que finalmente llevó a un enfrentamiento directo. La guerra civil que se desató entre los seguidores de Pizarro (los pizarristas) y los de Almagro (los almagristas) sería uno de los momentos más trágicos y destructivos de la historia de la conquista.
La Muerte de Pizarro y el Legado de la Conquista
Últimos años y el ambiente de conspiraciones
La lucha por el poder entre los seguidores de Francisco Pizarro y Diego de Almagro no cesó tras la toma de Cuzco. Mientras Pizarro consolidaba su control sobre el territorio, las disputas internas y las tensiones con los demás conquistadores se intensificaron. El creciente descontento de los almagristas, alimentado por las ambiciones no cumplidas de Almagro y la percepción de injusticias en la distribución de tierras y riquezas, creó un clima cada vez más tenso y violento.
Pizarro, por su parte, había logrado el reconocimiento de la Corona española, obteniendo el título de Marqués de la Conquista en 1539, un reconocimiento tardío del rey Carlos I por la exitosa conquista del Perú. No obstante, este título no mitigó los conflictos que se habían desatado entre los distintos grupos de conquistadores. En 1540, las tensiones alcanzaron su punto culminante cuando Pizarro, temeroso de las conspiraciones que se gestaban en su contra, comenzó a recibir rumores sobre un posible atentado. Sin embargo, su respuesta fue aplazar la toma de decisiones decisivas y tratar de manejar las diferencias mediante negociaciones.
El asesinato de Francisco Pizarro en 1541
El 26 de junio de 1541, Francisco Pizarro fue asesinado en Lima, la ciudad que él mismo había fundado. El asesinato fue llevado a cabo por un grupo de almagristas liderados por Juan de Rada, el hijo de Diego de Almagro, quien había estado viviendo en la residencia de Pizarro desde 1538. A pesar de la hostilidad entre ambos bandos, Pizarro había acogido al joven Almagro el Mozo en su casa, lo que demostraba su carácter conciliador, aunque esto no le salvó de la trágica conspiración.
La noche del 26 de junio, Pizarro fue atacado en su propia casa por los almagristas. Los asesinos irrumpieron en su residencia y, tras una breve resistencia, Pizarro fue brutalmente apuñalado en su habitación. Se dice que, antes de morir, el conquistador trazó una cruz en el suelo con su sangre y exclamó «¡Jesús!», un gesto que reflejaba su fe y su dolor ante su muerte inminente. El asesinato de Pizarro marcó el fin de una era en la conquista del Perú y dejó un vacío de poder que rápidamente se convirtió en una nueva fuente de conflicto.
El impacto posterior y la creación del Virreinato del Perú
La muerte de Francisco Pizarro no puso fin a las luchas internas, sino que las intensificó. El vacío de poder dejó a los conquistadores divididos, y la guerra civil continuó entre los seguidores de Pizarro y los almagristas. A lo largo de los años, los enfrentamientos entre los dos bandos fueron devastadores, con muchos de los principales conquistadores perdiendo la vida en combate. Finalmente, las autoridades españolas, cansadas de la guerra civil y la anarquía, decidieron poner fin al caos mediante la creación del Virreinato del Perú en 1542, designando a Antonio de Mendoza como el primer virrey.
El establecimiento del virreinato significó el fin del sistema de gobernadores designados por los conquistadores y el comienzo de una nueva etapa en la administración colonial del Perú. A pesar de la creación del virreinato, el legado de Pizarro como el principal artífice de la conquista del Perú perduró, aunque su figura fue objeto de controversia. Su muerte, producto de la traición y la rivalidad entre los conquistadores, reflejaba las tensiones y la violencia inherentes a la época.
El legado histórico y reinterpretaciones
El legado de Francisco Pizarro es complejo y multifacético. Por un lado, es indudable que su contribución a la expansión del Imperio español en América y su éxito en la conquista del Imperio Inca lo convierten en una figura central de la historia colonial. La caída del Imperio Inca, uno de los imperios más sofisticados y poderosos de América, marcó un cambio radical en la historia de Sudamérica y permitió la expansión del dominio europeo en el continente.
Sin embargo, la figura de Pizarro también está envuelta en la controversia. Su papel en la destrucción de una civilización avanzada, su brutalidad durante la conquista y las decisiones que llevaron a la guerra civil entre los conquistadores, han generado un debate sobre el costo humano de sus logros. La relación con los pueblos indígenas del Perú, quienes sufrieron enormemente bajo el dominio español, es un aspecto central en las críticas que se le han dirigido a lo largo de los siglos.
En el Perú contemporáneo, la figura de Pizarro es vista de manera ambivalente: para algunos, es el «Conquistador del Perú», un líder que permitió la creación de una nueva sociedad y una nueva ciudad, Lima. Para otros, es el símbolo de la opresión colonial y la destrucción de una cultura ancestral. Esta ambivalencia también ha sido reflejada en el estudio académico y la historiografía moderna, que ha revisado su vida y obra desde diversas perspectivas.
En 1983, el arqueólogo peruano Hugo Ludeña descubrió los restos de Francisco Pizarro en la Catedral de Lima, un hecho que reavivó el debate sobre su figura. Sus restos fueron colocados en una urna en el mismo lugar, un recordatorio palpable de la huella que dejó en la historia del Perú. Sin embargo, el legado de Pizarro sigue siendo un tema de discusión, marcado por las tensiones entre la historia oficial y las visiones críticas sobre el impacto de la colonización en los pueblos originarios de América.
MCN Biografías, 2025. "Francisco Pizarro (1475–1541): Conquistador del Perú y Arquitecto de un Imperio Colonial". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/pizarro-francisco [consulta: 4 de octubre de 2025].