Pedro Navarro, Conde de Oliveto (1460–1528): Ingeniero Militar y Pionero de la Artillería en la Guerra Moderna
Pedro Navarro, Conde de Oliveto (1460–1528): Ingeniero Militar y Pionero de la Artillería en la Guerra Moderna
Orígenes y Primeros Oficios en Italia
Pedro Navarro, conocido como conde de Oliveto, nació alrededor de 1460 en Garde, una localidad situada en el corazón de la región montañosa de Navarra, en España. De origen humilde, Pedro Bereterra, como realmente se llamaba, provenía de una familia de labriegos de Roncal. Su historia es la de un hombre que se forjó desde abajo, ascendiendo en la escala social gracias a su inteligencia, valentía y un talento natural para la guerra. Desde su juventud, Pedro mostró un espíritu inquieto y un deseo de mejorar su posición, lo que lo llevó a tomar decisiones que transformarían su vida y lo colocarían en el centro de los principales conflictos militares de su tiempo.
A finales de la década de 1470, Pedro decidió abandonar su tierra natal y dirigirse hacia Sangüesa, buscando nuevas oportunidades económicas. En esta ciudad navarra, entró en contacto con mercaderes genoveses, quienes lo reclutaron para acompañarlos en su viaje a Italia. Así, en torno a 1478, Pedro Bereterra llegó a la península itálica, donde iniciaría una carrera que lo llevaría a la fama y a un importante papel en los conflictos bélicos del Renacimiento. Fue en Nápoles, en la corte del cardenal Juan de Aragón, donde se forjó su destino militar. Juan de Aragón, hijo del rey de Nápoles Ferrante I, sería uno de los primeros patrones de Pedro, aunque en sus primeros años en Italia, sus labores no estaban directamente vinculadas a la estrategia militar.
A pesar de su origen humilde, Pedro encontró rápidamente su lugar en la corte napolitana, donde se relacionó con personas influyentes, como la esposa de Juan de Aragón, Isabel de Claramonte, que lo introdujo en el mundo refinado de la nobleza italiana. Sin embargo, los oficios que desempeñó en los primeros años de su vida italiana estuvieron vinculados a la intendencia militar. Entre sus tareas estaba la de caballerizo y palafrenero, así como también la de mozo de espuelas del cardenal, funciones de una baja categoría, pero que le sirvieron para hacer contactos valiosos. Fue en este ambiente, donde Pedro comenzó a familiarizarse con la organización de las tropas y la logística bélica, factores que desempeñarían un papel clave en su futura carrera.
Su vida dio un giro trágico en octubre de 1485, cuando Juan de Aragón falleció prematuramente. Con la muerte de su patrón, Pedro se vio obligado a abandonar la corte napolitana. Sin embargo, su habilidad para adaptarse y aprovechar las circunstancias lo condujo hacia un nuevo destino. En lugar de regresar a España, Pedro se trasladó a Florencia, una ciudad en plena efervescencia cultural y militar, y se unió al ejército florentino como soldado. En la guerra de Lunigiana, que enfrentó a florentinos y genoveses en 1487 por el control de Serezana, Pedro empezó a destacarse como un hábil combatiente.
Durante este conflicto, Pedro demostró una destreza inusual para su rango, al ser uno de los primeros en utilizar bombas de pólvora en el campo de batalla. Estos explosivos, que en ese entonces se utilizaban poco, jugarían un papel crucial en la evolución de la guerra en los años venideros. Pedro había aprendido a manejarlos gracias a su amistad con Antonello de la Trava, un ingeniero militar que le mostró cómo emplear la pólvora en operaciones militares. Fue en esta guerra cuando Pedro comenzó a destacarse como un innovador en el campo de las artes de la guerra.
Sin embargo, su ascenso no se limitó únicamente a las filas militares. Durante las tensiones entre Florencia y Génova, Pedro Bereterra fue testigo de los grandes cambios que la guerra de Lunigiana trajo consigo. A medida que se enfrentaba a fuerzas mucho mayores y mejor organizadas, Pedro demostró una gran inteligencia táctica y una capacidad para pensar de manera innovadora bajo presión. Su destreza con los explosivos y su audacia en la batalla no solo lo destacaron como un excelente soldado, sino como un líder capaz de modificar el curso de los enfrentamientos mediante el uso de nuevas tecnologías bélicas.
A principios de 1489, Pedro se unió a Antoni de Centelles i Ruffo, un noble de considerable importancia en el Reino de Nápoles, quien, a través de su matrimonio con Leonor de Centelles, tenía amplias posesiones en Calabria. Aunque en un principio las capacidades marineras de Pedro Bereterra eran desconocidas, se puso al mando de la flota corsaria de los marqueses de Cotrón, una misión que implicaba la defensa de las costas de Nápoles contra los frecuentes ataques de los piratas otomanos. Este nuevo papel marítimo permitiría a Pedro consolidarse como un líder naval y ganar notoriedad en el Mediterráneo.
Entre 1489 y 1490, la situación de los piratas otomanos en el Mediterráneo se volvía cada vez más grave, con los corsarios atacando sin descanso las costas italianas. A menudo, las fuerzas de las ciudades-estado italianas, como Génova y Venecia, se enfrentaban a las flotas privadas al servicio de la Corona de Aragón, las cuales eran lideradas por nobles como los marqueses de Cotrón. En 1490, Pedro Bereterra se vio involucrado en una de estas luchas cuando la flota veneciana, al mando de Andrea Loredano, intentó destruir la escuadra corsaria de los marqueses de Cotrón. En una serie de maniobras que pasaron a la historia, Pedro Navarro resistió con valentía los embates de los venecianos, forzándolos a una retirada.
Este enfrentamiento marcaría un hito importante en su carrera militar, ya que le otorgó reconocimiento no solo en Nápoles, sino en todo el Mediterráneo. Gracias a su resistencia y audacia, comenzó a ser conocido como Pedro Navarro, nombre que adoptaría oficialmente de allí en adelante. La victoria sobre la flota veneciana, que se encontraba comandada por uno de los más prestigiosos oficiales de su tiempo, representó un punto de inflexión en la carrera de Pedro, quien en adelante sería considerado uno de los principales marinos y estrategas de la región.
Su habilidad no solo se limitaba a la guerra naval; Pedro Navarro también destacaba por su aguda capacidad de adaptación a cualquier entorno de conflicto, una cualidad que sería crucial en los años venideros. La política en el sur de Italia estaba en constante agitación debido a las ambiciones de las grandes potencias europeas. En 1495, tras la muerte del rey Ferrante I de Nápoles, las tensiones aumentaron, y Carlos VIII de Francia, descendiente de Carlos de Anjou, reclamó el trono de Nápoles, lo que desencadenó una serie de conflictos militares en el sur de Italia, con Pedro Navarro como uno de los actores claves en este drama político.
Con esta formación y sus capacidades adquiridas en los primeros años de su carrera, Pedro Navarro se encontraba listo para desempeñar un papel mucho más importante en las guerras que se desatarían por el control de Nápoles y otras regiones estratégicas del Mediterráneo. Este fue solo el principio de una vida dedicada a la guerra, donde se combinarían sus habilidades en la batalla con su agudo sentido de la innovación militar.
La Conquista de Nápoles
El ascenso de Pedro Navarro en el ámbito militar continuó con un papel esencial en los eventos que marcarían la historia de Nápoles a finales del siglo XV y principios del XVI. La transición del poder en la región, marcada por las incursiones francesas y las luchas por el control de Nápoles, colocó a Pedro Navarro en una posición destacada, tanto como comandante como innovador en el uso de la artillería y los explosivos.
La intervención en las luchas italianas y la Guerra de Nápoles
En 1495, tras la muerte de Ferrante I de Nápoles, el reino de Nápoles entró en un periodo de inestabilidad, lo que permitió que Carlos VIII de Francia reclamara el trono, basándose en su ascendencia directa de Carlos de Anjou. Este evento desató la Guerra de Nápoles, un conflicto en el que varias potencias europeas, incluidas Francia, Aragón, y el Papado, se enfrentaron por el control de la estratégica región del sur de Italia.
La guerra comenzó con la incursión francesa bajo el mando de Carlos VIII, quien invadió Nápoles en busca de la corona. Durante este periodo, Pedro Navarro ya se había establecido como un líder militar destacado. Su habilidad con los explosivos y su destreza en el campo de batalla lo llevaron a ser reconocido como un artillero experto. No obstante, su primer gran desafío como comandante llegó con la formación de una coalición contra la invasión francesa, liderada por las fuerzas del rey Fernando el Católico, quien, con el respaldo de sus aliados venecianos y el Papado, organizó una defensa implacable.
En este contexto, Pedro Navarro se unió a las tropas del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, quien, con su ya renombrada capacidad táctica, había reunido un ejército hispano capaz de enfrentarse a las fuerzas francesas en Italia. La cooperación entre Navarro y el Gran Capitán sería determinante en las batallas que se libraron en el sur de Italia, pues ambos compartían una visión similar sobre el uso de la artillería en las campañas militares. Navarro, ya conocido por su pericia con los explosivos, fue clave en la voladura de fortificaciones y el uso de la pólvora para ganar ventajas estratégicas.
La toma de Cefalonia y el asedio de San Jorge
Uno de los episodios más notables de esta etapa de la vida de Pedro Navarro ocurrió en 1500, cuando se encontraba en las islas del Mar Jónico participando en la campaña mediterránea contra los turcos otomanos. Este conflicto se centró en la captura de posiciones clave como el castillo de San Jorge en Cefalonia, una fortaleza otomana estratégica que controlaba las rutas comerciales del Mediterráneo.
Navarro, al mando de un escuadrón de soldados y utilizando sus conocimientos en ingeniería militar, dirigió las operaciones explosivas para volar las murallas de la fortaleza. El 24 de diciembre de 1500, bajo su dirección, las murallas del castillo fueron destruidas con explosivos, permitiendo el acceso de las tropas aliadas, que incluyeron fuerzas del Papado, Venecia, y Aragón. La victoria fue un testimonio del talento de Navarro para combinar la táctica militar con la tecnología emergente de la pólvora y los explosivos.
Como resultado de esta exitosa operación, el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, lo ascendió a capitán de infantería. Este ascenso fue un reconocimiento tanto a sus habilidades como líder militar como a su capacidad para innovar en el uso de la artillería. Además, se le asignó la tarea de defender una de las ciudades clave de Italia, Canosa di Puglia, una de las fortalezas de la Corona de Aragón en el sur de Italia.
La defensa de Canosa y la batalla de Ceriñola
En 1502, las fuerzas francesas, bajo el mando de Luis XII, intentaron recuperar el control de Nápoles. La batalla de Ceriñola y el asedio de Canosa serían los siguientes capítulos decisivos en la vida de Pedro Navarro. Durante el asedio de Canosa, Pedro Navarro comandó las tropas que defendían la ciudad contra un ejército mucho mayor, liderado por el duque de Nemours. A pesar de la superioridad numérica de los franceses, Navarro resistió los ataques durante semanas, mostrando una extraordinaria habilidad para defender las murallas y resistir los asedios.
A pesar de sus esfuerzos, la situación era insostenible debido al agotamiento de las fuerzas españolas y al debilitamiento de las fortificaciones. Finalmente, Pedro Navarro se vio obligado a capitular y entregar la ciudad al duque de Nemours. Sin embargo, la resistencia heroica de las tropas españolas bajo su mando no pasó desapercibida. En el momento en que el Gran Capitán llegó con refuerzos, Pedro Navarro ya se encontraba en el campo de batalla de Tarento, donde se le encomendaría la defensa de la ciudad contra el ejército francés.
La batalla de Ceriñola, que tuvo lugar poco después del asedio de Canosa, fue un hito en la historia de la guerra italiana. En este enfrentamiento, las tropas francesas se enfrentaron a las fuerzas españolas en una lucha por el control de la región. Pedro Navarro, que había asumido el mando de la artillería, jugó un papel crucial en la destrucción del ejército francés, a pesar de la adversidad de un polvorín incendiado que desbarató las posiciones españolas.
La victoria española en Ceriñola significó un paso más en la consolidación del dominio español sobre Nápoles. Aunque la batalla fue una victoria decisiva para las fuerzas hispanas, Pedro Navarro también tuvo que enfrentar una serie de desafíos políticos y militares en los años siguientes, incluyendo el conflicto interno entre las diversas facciones italianas y el constante cambio de alianzas entre Francia, Venecia y el Papado.
El ascenso al rango nobiliario y la conquista de Oliveto
El impacto de la victoria en Ceriñola y las posteriores victorias españolas en la región hicieron que el Gran Capitán reconociera la valentía de Pedro Navarro, quien había demostrado una excepcional destreza en el uso de la artillería y en la defensa de las posiciones clave. En reconocimiento a sus logros, Gonzalo Fernández de Córdoba lo promovió a conde de Oliveto, un título nobiliario que significaba el reconocimiento definitivo de su importancia tanto en el ámbito militar como en el político.
El Gran Capitán, en una famosa declaración, le dijo a Navarro: «No será menester alabar vuestro esfuerzo, mas desde hoy seréis conde y yo sé de dónde». La región de Oliveto en los Abruzzos fue el territorio que recibió el título, marcando el punto culminante de la carrera militar de Pedro Navarro. Este título nobiliario, concedido por Fernando el Católico, consolidó su estatus dentro de la corte española, y fue una clara muestra de que, a pesar de sus humildes orígenes, Pedro Navarro había alcanzado una posición de poder y prestigio en el ámbito de la nobleza española.
A través de sus victorias, y especialmente de la toma de Nápoles, Pedro Navarro se convirtió en uno de los principales exponentes de la transición de la edad media a la edad moderna en términos de tácticas militares. Su habilidad para aplicar la pólvora en el campo de batalla le permitió adelantarse a su tiempo y marcar una diferencia significativa en los conflictos militares de la época.
El ascenso de Pedro Navarro a la nobleza, tras recibir el título de conde de Oliveto, marcó un punto de inflexión en su carrera, pues, más allá de su brillantez como estratega y militar, también comenzó a desempeñar un papel clave en los conflictos que marcarían la historia de España e Italia en el primer cuarto del siglo XVI. Convertido en un referente de la artillería y la estrategia militar, se vería envuelto en una serie de enfrentamientos políticos, rebeliones y campañas militares en diversas regiones, siempre con su capacidad para innovar y vencer adversidades como principales señas de identidad.
El papel crucial en la política interna de Castilla
A principios del siglo XVI, la muerte de la reina Isabel I de Castilla (1504) y el posterior deceso de Felipe el Hermoso (1506) dejó a Fernando el Católico como el principal referente de la Corona de Aragón y, por ende, del reino de Castilla. La situación política en Castilla se complicó aún más cuando Juana la Loca, la hija de los Reyes Católicos, fue proclamada reina, pero debido a su incapacidad mental, el poder quedó en manos de su padre. Este periodo de inestabilidad en el reino castellano fue aprovechado por varios nobles que se sublevaron contra la regencia de Fernando, buscando tomar el control de diversas ciudades.
En medio de esta tensión política, Pedro Navarro fue llamado de nuevo a servir al rey Fernando el Católico, esta vez no en una campaña militar exterior, sino en una misión interna para pacificar el reino. Uno de los grandes focos de resistencia fue Juan Manuel, señor de Belmonte, quien, habiendo tomado el control de Burgos, se rebeló contra la autoridad de la regencia. Pedro Navarro, con su talento para resolver conflictos militares con astucia y su dominio de la artillería, se encargó de sofocar la rebelión.
Navarro, liderando las tropas del rey, empleó tácticas de cerco y asedio, recurriendo a sus conocimientos en la guerra de asedio para tomar la ciudad. Utilizó con maestría la artillería, lo que permitió vencer a los soldados del señor de Belmonte con relativa rapidez, aunque el proceso fue largo y agotador. Este triunfo consolidó aún más la confianza de Fernando el Católico en Pedro Navarro, quien se destacó por su capacidad no solo para ganar batallas, sino también para afrontar situaciones de inestabilidad interna.
En ese mismo periodo, el conde de Oliveto fue llamado a sofocar otra rebelión que se estaba gestando en Santo Domingo de la Calzada. Allí, el duque de Nájera, Pedro Manrique, se había alzado en armas en apoyo de los intereses de los borgoñones. Pedro Navarro intervino rápidamente, utilizando su formidable capacidad táctica para superar las fuerzas del rebelde, lo que le valió más elogios por su valentía y efectividad en las campañas dentro del reino de Castilla.
La intervención en las Islas Canarias y la lucha contra los piratas berberiscos
A medida que Pedro Navarro consolidaba su poder y fama en el ámbito político, no dejó de lado sus actividades militares. En 1508, fue enviado a las Islas Canarias con el fin de sofocar los ataques de los piratas berberiscos, quienes se habían apoderado de varios puertos y comerciaban ilícitamente, causando estragos en las rutas comerciales españolas.
El principal puerto pirata en la isla era el peñón de Vélez de la Gomera, un nido de piratas que había creado un verdadero dolor de cabeza para las autoridades españolas. Pedro Navarro ideó una táctica innovadora para cortar la retirada de los piratas, diseñando enormes barcazas flotantes llenas de soldados. Gracias a este ingenioso plan, el conde de Oliveto logró desembarcar en la fortaleza y la asedió hasta lograr su rendición. Este ataque no solo fue una victoria militar, sino también estratégica, ya que restauró la paz en la región y permitió a los españoles recuperar el control sobre la ruta comercial.
Sin embargo, la victoria en Canarias fue solo una de las muchas batallas que Pedro Navarro libró en el marco de las tensiones entre las potencias europeas por el control del Mediterráneo y el norte de África. Su éxito en las Islas Canarias le permitió ganar notoriedad tanto dentro de España como en otros reinos europeos, consolidando su estatus de líder militar.
La intervención en el Magreb y el conflicto con Portugal
En 1510, después de la campaña en las Canarias, Pedro Navarro fue llamado a África del Norte, donde Carlos I (el futuro Emperador Carlos V) y el cardenal Cisneros organizaron una serie de expediciones para cortar el avance del Imperio Otomano en el Mediterráneo occidental y recuperar el control de las posesiones españolas. La primera de estas expediciones fue la conquista de Orán, un importante puerto en Argelia, que Pedro Navarro tomó con rapidez y eficacia, una victoria significativa que demostró su pericia en la guerra de asedio.
Navarro también participó en otras campañas clave en el norte de África, como la toma de Bujía (en lo que hoy es Argelia) y, especialmente, la conquista de Trípoli en 1510, que fue uno de los logros más destacados de su carrera. Sin embargo, la relación con Cisneros, el cardenal que supervisaba la expedición, no fue fácil. Cisneros, un hombre con ambiciones propias y un fuerte control sobre las decisiones de la corte española, a menudo se encontraba en desacuerdo con Pedro Navarro sobre las decisiones estratégicas. El desentendimiento entre ambos culminó en una serie de tensiones, especialmente después de un incidente en el que un sirviente del cardenal fue asesinado durante un altercado entre los hombres de Navarro y los del cardenal.
A pesar de la creciente fricción con Cisneros, Pedro Navarro continuó realizando avances militares y obteniendo victorias. Durante la conquista de Trípoli, demostró un uso excepcional de las fuerzas de infantería, una de sus especialidades. En este sentido, Pedro Navarro no solo fue un líder de artillería y guerra naval, sino también un experto en la táctica de infantería, una habilidad que marcaría la diferencia en las batallas del Renacimiento.
Los últimos días en la península: conflictos con el papado y las tensiones con los franceses
A pesar de sus éxitos, las tensiones políticas que se desataron entre las distintas facciones en Italia y Francia no tardaron en implicar a Pedro Navarro. Aunque inicialmente había sido un defensor del poder de los Reyes Católicos, sus intereses y alianzas cambiaron cuando la situación política en Italia se volvió aún más compleja.
Pedro Navarro se vio envuelto en la guerra italiana de principios del siglo XVI, participando en diversas campañas que lo llevaron a luchar junto a las tropas de Francisco I de Francia contra las de Carlos I de España. Esta decisión de cambiar de bando, sumada a su estrecha relación con los franceses, marcó una de las etapas más controvertidas de su vida, pues pasó a ser considerado por muchos como un mercenario al servicio de un enemigo tradicional de la corona española.
De la Prisión al Cambio de Bando
La vida de Pedro Navarro, Conde de Oliveto, estuvo marcada por la constante tensión entre su lealtad a la Corona de Aragón y las diversas presiones y tentaciones de la política internacional, lo que llevó a momentos de gloria, pero también a momentos de crisis y traiciones. Esta parte de su biografía refleja el cambio de bando de Pedro Navarro, su cautiverio en Francia y las controversias que rodearon sus decisiones. Estos eventos son cruciales para entender su compleja personalidad y las circunstancias que lo llevaron a tomar decisiones que alterarían su destino.
La Batalla de Rávena y la Prisión en Francia
En 1512, la Liga Santa, formada por España, el Papado, Venecia y algunos otros aliados italianos, se enfrentó a las tropas francesas en una de las batallas más decisivas de la guerra italiana: la batalla de Rávena. En esta batalla, las fuerzas de Francia, lideradas por el duque de Nemours, se enfrentaron a las fuerzas aliadas de la Liga Santa, dirigidas por Ramón de Cardona y Francesco María della Rovere, duque de Urbino. La derrota de la Liga Santa en Rávena fue catastrófica, especialmente porque la dirección militar del virrey Ramón de Cardona y del duque de Urbino se demostró errática, lo que permitió a los franceses obtener una victoria decisiva.
Pedro Navarro, quien había sido designado para la defensa de las posiciones españolas, participó activamente en la batalla. Durante el conflicto, Navarro trató de apoderarse de la artillería francesa, una maniobra arriesgada que, aunque mostró su valentía y astucia, no logró cambiar el curso de la batalla debido a la superioridad numérica y táctica de los franceses. La derrota de la Liga Santa resultó en la huida del virrey Cardona, mientras que el duque de Urbino fue capturado por los franceses. A pesar de sus esfuerzos, Pedro Navarro y sus tropas, rodeados y superados, se vieron obligados a retirarse.
La derrota en Rávena tuvo consecuencias dramáticas para Pedro Navarro. Después de la batalla, durante su intento de retirada, fue emboscado y capturado por las fuerzas francesas. Fue apresado y llevado a Francia, donde pasó los siguientes tres años de su vida en prisión en el castillo de Loches. Este periodo de cautiverio fue extremadamente difícil para Navarro, pero a pesar de su situación, su mente no dejó de trabajar en la guerra y la política. Fue un momento de reflexión y preparación para los nuevos retos que se le presentarían.
La Inestabilidad y el Desgaste Psicológico del Cautiverio
Durante su encarcelamiento en Francia, Pedro Navarro sufrió la frustración de ver cómo su carrera se detenía bruscamente, mientras las tensiones entre España y Francia continuaban aumentando. El tiempo de encarcelamiento, que parecía interminable, fue aún más doloroso por la falta de apoyo de Fernando el Católico. A pesar de la cercanía de la Corte de Aragón y la influencia de ciertos personajes que le eran leales, Pedro Navarro nunca recibió un esfuerzo serio de liberación por parte de los españoles. A menudo, se sentía abandonado por su monarca, lo que contribuyó a su creciente desesperanza.
El propio Pedro Navarro dejó testimonio de sus sentimientos durante ese tiempo en las cartas que envió, expresando que si Fernando el Católico hubiera tenido la intención de liberarlo, habría actuado de forma mucho más decidida. Pero, a medida que pasaban los años, la ausencia de noticias sobre su liberación y la desconfianza hacia el monarca español lo hicieron reconsiderar su lealtad. Navarro se encontraba entre la espada y la pared: la falta de acción por parte de los españoles le hizo cuestionar la posibilidad de que alguna vez fuera rescatado.
El momento decisivo llegó en 1515, cuando Francisco I de Francia, el nuevo monarca francés, le ofreció una salida: en lugar de continuar su vida en prisión, Pedro Navarro podía unirse a las filas francesas, a cambio de la libertad y la oportunidad de retomar sus carrerera militar. Tras reflexionar sobre las circunstancias, Pedro Navarro decidió aceptar la oferta, explicando que nunca habría tomado tal decisión si hubiera tenido la seguridad de que Fernando el Católico procuraba su liberación. El gesto de Francisco I, que lo liberaba del cautiverio a cambio de su apoyo, fue un cambio trascendental en su vida. Navarro no solo ganó su libertad, sino también una nueva oportunidad de luchar, aunque bajo bandera enemiga.
Una vez liberado, Pedro Navarro se unió a las filas de Francisco I de Francia, lo que supuso su cambio de bando. La decisión fue muy polémica, ya que dejó de lado su lealtad a los Reyes Católicos y se alineó con el principal enemigo de España en ese momento: Francia. Esta traición a la Corte española fue vista por muchos como un acto de desesperación, pero también como una consecuencia natural de su sentimiento de abandono y frustración tras años de cautiverio sin esperanza de rescate.
Su primer destino al servicio de Francisco I fue la región de Béarn, donde Juan de Albret, el rey depuesto de Navarra, buscaba recuperar su reino. Navarro, conocido por su capacidad para entrenar y comandar tropas, fue asignado a instruir a los soldados franceses y a organizar la defensa de las posiciones galas en esa región. Sin embargo, su intervención en Béarn no fue más que el preludio de lo que sería su gran regreso a los campos de batalla, pues pronto fue llamado a Italia para tomar parte en la lucha por el control de Milán y el Milanesado.
En 1515, tras la exitosa victoria de Francisco I en la batalla de Marignano (en la que Pedro Navarro jugó un papel fundamental en la dirección de la artillería), los franceses lograron un importante avance en Italia. Navarro, al mando de tropas francesas, mostró de nuevo su destreza con la artillería, esta vez al servicio de su nuevo monarca. La victoria francesa permitió a los galos tomar Milán y otras ciudades clave, mientras que Pedro Navarro fue reconocido como un hábil estratega y artillero, aunque su cambio de lealtad seguía siendo un tema de discusión.
Las Consecuencias de la Traición: La Tensión con los Españoles y la Guerra en Italia
A pesar de las victorias, el cambio de bando de Pedro Navarro no estuvo exento de tensiones. Los españoles, especialmente los defensores de la política de Carlos I (futuro Carlos V), nunca olvidaron su traición. A lo largo de los siguientes años, Navarro se vio envuelto en numerosas contiendas políticas y militares que involucraron tanto a Francia como a España. Su relación con sus antiguos camaradas de armas, como el Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, se deterioró por completo. Sin embargo, Pedro Navarro mantuvo un nivel de prestigio militar que lo convirtió en un personaje respetado, aunque controversial, tanto en España como en Francia.
El regreso de Pedro Navarro a Francia y su participación en la guerra italiana representó la culminación de una carrera llena de altibajos, que comenzó en los campos de batalla de Italia, pasó por su ascenso al título nobiliario de conde de Oliveto y terminó con un cambio de lealtad que marcó su vida para siempre. Sin embargo, a pesar de las dificultades y la controversia que lo rodearon, su nombre permaneció en la historia como uno de los grandes innovadores militares de su tiempo, cuya contribución al uso de la artillería y los explosivos dejó una huella indeleble en la evolución de las tácticas militares del Renacimiento.
Últimos Años y Posteridad
Los últimos años de Pedro Navarro, Conde de Oliveto, estuvieron marcados por la madurez de un hombre veterano, cuyas hazañas y estrategias militares seguían siendo clave para la historia de la guerra en el siglo XVI. Tras años de servicio bajo la bandera de Francia, su vida llegó a un desenlace que, a pesar de sus logros, estuvo marcado por la traición, las tensiones políticas y las últimas batallas que definieron su destino.
La Defensa de Génova y la Última Captura
Tras un periodo de relativa calma y varias victorias para Francia, Pedro Navarro se encontró, en 1522, en una situación delicada, ya que la influencia de Carlos V (Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de España) aumentaba cada vez más en Italia. En este contexto, Francisco I de Francia intentó resistir el poderío español en la península itálica, enviando a Navarro a Génova, una de las últimas plazas fuertes que quedaban bajo control francés en Italia.
Génova era un punto estratégico crucial en la guerra italiana. La ciudad estaba defendida por fuerzas francesas, pero los españoles, liderados por el Duque de Borgoña y el Emperador Carlos V, tenían como objetivo recuperarla. En ese momento, Pedro Navarro recibió el encargo de defender la ciudad ante el ataque de las fuerzas hispanas. A pesar de su experiencia y de los métodos innovadores que había aplicado durante toda su carrera, la defensa de Génova no pudo evitar el inevitable colapso ante la presión militar de los españoles.
En 1522, tras un asedio brutal y una serie de derrotas en las batallas cercanas, Pedro Navarro fue capturado por las tropas españolas, que lo llevaron prisionero a Castelnuovo de Nápoles, una fortaleza que, irónicamente, él mismo había ayudado a conquistar décadas antes durante sus victorias junto al Gran Capitán. Esta captura marcó el último giro de su historia, un ciclo cerrado entre las fuerzas que alguna vez defendió y las que finalmente lo apresaron.
El Carácter de la Captura: ¿Muerte por Traición?
El tema de la muerte de Pedro Navarro está rodeado de controversia y misterio. La versión más difundida en la historiografía afirma que fue una decisión política tomada por Carlos V, quien, a pesar de las demandas de Luis de Icart, alcaide de Castelnuovo y amigo cercano de Pedro Navarro, decidió no permitir que el condenado recibiera una muerte honorable en manos españolas.
Sin embargo, el relato más intrigante sugiere que Luis de Icart, quien también había sido prisionero en Castelnuovo, pudo haber actuado en favor de Pedro Navarro. Según algunas fuentes, ante la posibilidad de que Navarro fuera ejecutado por orden de Carlos V, Luis de Icart intervino para evitar una ejecución pública que habría sido un deshonor para ambos. En lugar de ello, se asegura que Icart optó por asesinar a Navarro de forma discreta, asfixiándolo en su celda para evitar la humillación de un juicio o ejecución oficial.
La versión de la muerte por asfixia en la celda ha sido vista como un acto de compasión, pero también como una tragedia final para un hombre que, a pesar de sus victorias, se había ganado tanto amor como desprecio a lo largo de su vida. Su muerte, aunque sombría, resalta el fin de una época, la de un soldado experto en el uso de la artillería y los explosivos, que había sido fundamental en la evolución de la guerra moderna.
El Legado Militar y la Evaluación Histórica
A pesar de las circunstancias trágicas de su final, el legado de Pedro Navarro como militar ha perdurado a través del tiempo. Fue uno de los pioneros en la utilización de pólvora y artillería en la guerra, transformando radicalmente la naturaleza de los asedios y las batallas de su tiempo. Su habilidad para utilizar la dinamita en la destrucción de fortificaciones y su innovador uso de la artillería pesada permitieron a los ejércitos de su época superar obstáculos que antes eran insuperables. En sus manos, los cañones y los explosivos no solo se convirtieron en herramientas de destrucción masiva, sino en instrumentos tácticos clave en los enfrentamientos bélicos.
Su nombre, Pedro Navarro, ha sido a menudo relegado en las crónicas de historia, especialmente por sus acciones posteriores, cuando se unió a las filas de los franceses, lo que provocó que muchos en España lo consideraran un mercenario y un traidor. No obstante, su capacidad para adaptarse a nuevas tecnologías y tácticas bélicas, combinada con su destreza y valentía, lo convierten en uno de los más grandes innovadores militares de la historia temprana de la edad moderna.
En cuanto a la historiografía española, su figura ha sido una de las más controvertidas. El resentimiento generado por su cambio de bando a favor de Francia y su participación en campañas francesas en lugar de las españolas, ha afectado la forma en que se le recuerda. Los cronistas, en su mayoría cercanos a la corte de Cisneros o a la familia real de los Reyes Católicos, tendieron a eclipsar su legado, a pesar de los evidentes logros en las batallas y las innovaciones en la guerra.
No obstante, en la historia militar y en la teoría bélica, Pedro Navarro es reconocido por su pericia estratégica, por su capacidad de innovar con los medios de guerra de su época y por su contribución a la transición de la guerra medieval a las técnicas más modernas de la edad moderna.
Reconocimiento Póstumo y Homenajes
Después de su muerte en 1528, el nombre de Pedro Navarro quedó en gran medida fuera de la historia popular debido a su traición a España, pero con el tiempo, su legado fue lentamente recuperado por algunos historiadores y estudiosos de la historia militar. En 1928, su villa natal, Garde, le rindió un homenaje significativo al erigir una estatua de bronce en su honor, colocada en un parque junto al río Esca. Esta estatua representa un símbolo de reconocimiento tardío, que se ha consolidado como un recordatorio de la importancia de Pedro Navarro en la evolución de la guerra y en la historia de España, aunque su figura sigue siendo ambiguamente vista por la historiografía oficial.
En la iglesia de Santa María la Nueva en Nápoles, donde Pedro Navarro fue sepultado, se construyó un sepulcro en su memoria, lo que también subraya el respeto que le fue finalmente otorgado, aunque este homenaje no fue completo hasta mucho tiempo después de su muerte. Su epitafio latino, inscrito en su tumba, es un recordatorio de la valía de un hombre que, a pesar de las vicisitudes y las controversias que marcaron su vida, fue un gran estratega y un hombre de guerra cuya innovación y habilidad han dejado una huella indeleble en la historia de la guerra.
Pedro Navarro, Conde de Oliveto, fue un hombre que vivió en los márgenes de la historia oficial pero que, sin embargo, destacó por su habilidad como estratega militar, por su innovación y por su capacidad para adaptarse a los cambios del mundo de la guerra. A pesar de las dificultades, su legado como pionero en el uso de la artillería y los explosivos sigue siendo una parte fundamental de la historia de la guerra. Aunque su traición a la Corona de Aragón marcó su vida y su final, no debe oscurecer su brillantez y contribución a la historia militar de su época.
MCN Biografías, 2025. "Pedro Navarro, Conde de Oliveto (1460–1528): Ingeniero Militar y Pionero de la Artillería en la Guerra Moderna". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/navarro-pedro-conde-de-oliveto [consulta: 28 de septiembre de 2025].