Giuseppe Garibaldi (1807–1882): El Héroe de Dos Mundos que Unificó Italia

Giuseppe Garibaldi (1807–1882): El Héroe de Dos Mundos que Unificó Italia

De sus orígenes a la adhesión a la causa nacionalista

Primeros años y formación

Giuseppe Garibaldi nació el 4 de julio de 1807 en Niza, un territorio entonces perteneciente al Imperio Francés, en el seno de una familia de clase media. Su padre, Domenico Garibaldi, era un marinero originario de Chiavari, en la región de Liguria, mientras que su madre, Rosa Raimondi, provenía de Loano, también en Liguria. Desde temprana edad, Garibaldi estuvo inmerso en un entorno marítimo, que marcaría su futuro y sus ideales. Sin embargo, a pesar de la tradición familiar, no mostró interés por seguir los pasos de su padre en la marina ni en otros oficios relacionados con el comercio o la abogacía, que eran las aspiraciones de su familia para él.

Desde joven, Garibaldi sintió una fuerte atracción por la libertad y el cambio social. Su entorno familiar, aunque de clases humildes, estuvo marcado por un sentimiento de pertenencia a una Italia dividida y sometida, una Italia que Garibaldi soñaba con unificar. El proceso de formación de Garibaldi fue un tanto autodidacta, con el joven navegante aprendiendo astronomía, geografía y matemáticas por su cuenta, desarrollando habilidades prácticas que más tarde utilizaría en su vida militar. Este afán por adquirir conocimientos de manera independiente reflejaba su carácter rebelde y su inclinación hacia la autonomía.

A los 14 años, comenzó a trabajar como marinero, siguiendo el oficio de su padre. Realizó varios viajes largos por Europa, alcanzando lugares tan distantes como el Mar Negro y las Islas Canarias. En 1832, a la edad de 25 años, alcanzó el grado de capitán de altura. Fue en este periodo cuando Garibaldi comenzó a forjar su identidad como hombre de mar, al mismo tiempo que se involucraba en la vida política de Italia.

De la marina de guerra a los exilios

El contacto con ideas republicanas y nacionalistas comenzó en su juventud. Durante uno de sus viajes a Marsella, Garibaldi conoció a Giuseppe Mazzini, un ferviente defensor de la unificación de Italia. Mazzini, quien lideraba el movimiento «Joven Italia», una sociedad secreta que abogaba por la creación de una Italia unificada bajo los principios republicanos, influyó profundamente en Garibaldi. A través de esta organización, Garibaldi adoptó el nacionalismo y el republicanismo como sus principales ideales.

En 1834, Garibaldi participó en una fallida sublevación republicana en Génova, un levantamiento que fue sofocado por las autoridades del reino de Cerdeña. Como consecuencia, Garibaldi fue condenado a muerte por traición. Ante la persecución de las autoridades, se vio obligado a huir a Francia, donde inició su exilio. Tras pasar un tiempo en Niza y Marsella, se embarcó hacia Sudamérica en 1835, donde comenzó una nueva etapa en su vida, lejos de la Europa que tanto le pesaba.

En Brasil, Garibaldi se dedicó al comercio marítimo, pero nunca abandonó su conexión con el movimiento republicano italiano. Fue en este país donde se enamoró de Anita Ribeiro da Silva, una mujer brasileña que se convirtió en su esposa y fiel compañera en la lucha. Juntos participaron en las guerras civiles que agitaron Brasil en la década de 1840. Durante este periodo, Garibaldi luchó junto a los rebeldes del estado de Rio Grande do Sul contra el gobierno imperial de Pedro II. Fue en este contexto de guerra civil que Garibaldi comenzó a forjar su reputación como líder militar, siendo el jefe de la marina del ejército rebelde.

Después de la derrota de los rebeldes en 1840, Garibaldi se trasladó a Uruguay, donde se estableció en Montevideo. Aquí, continuó sus actividades revolucionarias, ayudando a la facción liderada por José Fructuoso Rivera contra el dictador argentino Juan Manuel de Rosas. Durante este tiempo, Garibaldi organizó una legión de voluntarios italianos, conocidos como las «Camisas Rojas», que lucharon junto a él en las batallas. En Uruguay, Garibaldi también se dedicó a diversas actividades económicas, entre ellas la cría de caballos, y fue aquí donde nacieron sus cuatro hijos con Anita: Rosa, Menotti, Teresa y Ricciotti.

Sin embargo, Garibaldi no pudo mantenerse alejado de la política. En 1843, a pesar de sus éxitos militares, se sintió frustrado por la corrupción interna en Uruguay y las disputas políticas locales. Fue entonces cuando, al enterarse de que la guerra de unificación italiana había comenzado entre el Reino de Piamonte y el Imperio Austriaco, decidió regresar a Europa.

Regreso a Italia y las primeras luchas

En 1848, cuando las tensiones en Italia alcanzaron su punto máximo con el levantamiento de las ciudades italianas contra el dominio austriaco, Garibaldi regresó a su ciudad natal, Niza, tras trece años de ausencia. Durante esta etapa, la Revolución de 1848, que provocó una serie de levantamientos en toda Europa, se extendió hasta Italia. Garibaldi decidió sumarse a la causa de la unificación italiana, ofreciendo sus servicios tanto al gobierno de Piamonte-Cerdeña como a la República Romana que había surgido en Roma. Sin embargo, sus esfuerzos se vieron frustrados en varias ocasiones.

Cuando la ciudad de Milán se sublevaron contra Austria, Garibaldi ofreció sus servicios como líder militar, pero fue rechazado tanto por el Papa Pío IX como por el rey Carlos Alberto de Saboya, soberano del Reino de Piamonte. A pesar de la desconfianza de los líderes tradicionales, Garibaldi se unió a la resistencia popular en Milán y luchó contra las tropas austriacas. Después de varios meses de combates, Garibaldi tuvo que retirarse hacia el norte, donde se refugió en Suiza tras la derrota en Custoza.

A pesar de los reveses, Garibaldi continuó siendo un ferviente defensor de la unificación italiana, decidido a conseguir la libertad de su país. Esta lucha constante por la independencia y unificación de Italia marcaría los siguientes años de su vida, llevándolo a la historia como uno de los grandes héroes de la unificación.

Los primeros combates y la lucha por la independencia italiana

Regreso a Italia y las primeras luchas

El regreso de Garibaldi a Italia en 1848 coincidió con una época convulsa, caracterizada por una serie de revoluciones que recorrían Europa. La agitación social y política fue especialmente fuerte en los estados italianos, bajo el dominio de potencias extranjeras como Austria y el Papado. La situación en Italia se volvía insostenible y, mientras la República Romana proclamaba su independencia, la lucha por la unificación del país cobraba mayor relevancia.

Garibaldi, que ya había adquirido cierta notoriedad en Sudamérica, se alineó con las fuerzas republicanas italianas. En un primer momento, el gobierno del Reino de Piamonte-Cerdeña, que había asumido el liderazgo del movimiento unificador, le negó el reconocimiento como comandante, dado su perfil republicano y su falta de lealtad a la monarquía. Sin embargo, la situación en Italia exigía acciones rápidas, y Garibaldi encontró en la ciudad de Milán una de las primeras batallas de su carrera en Italia. A pesar de no contar con el apoyo de las autoridades del Piamonte, Garibaldi se unió a la lucha popular en el norte del país contra el Imperio Austriaco, que dominaba Lombardía y otros territorios italianos.

A finales de abril de 1848, Garibaldi se unió a la defensa de Milán, que estaba siendo sitiada por las tropas austriacas. Durante semanas, Garibaldi dirigió una guerrilla feroz contra los austriacos, empleando tácticas de resistencia que serían características de su estilo militar. Aunque la lucha fue dura, no pudo evitar la derrota en la batalla de Custoza en julio del mismo año, un revés importante para el ejército del Piamonte y los republicanos italianos. A pesar de la derrota, Garibaldi demostró un gran coraje y habilidad en el campo de batalla, lo que lo convirtió en un héroe para muchos.

Al final, Garibaldi se vio obligado a retirarse y buscar refugio en Suiza, dejando atrás la ciudad de Milán y la esperanza de una pronta unificación. Fue entonces cuando se exilió nuevamente, una constante en su vida, pero su determinación por unificar Italia no se desvaneció. En Suiza, Garibaldi permaneció durante algún tiempo, donde se dedicó a escribir sus memorias y a organizar su siguiente movimiento.

La guerra de 1849: Roma y la República Romana

A pesar de las adversidades, el espíritu republicano seguía vivo en Italia, y en Roma se había proclamado la República Romana, un intento de crear una nación italiana unificada, inspirada en los ideales de la Revolución Francesa. El Papa Pío IX había huido a Gaeta debido al levantamiento popular en la ciudad, y Garibaldi se unió al gobierno republicano para defender la ciudad de Roma, convirtiéndose en uno de los comandantes principales del ejército republicano.

La República Romana, aunque de corta duración, fue un ejemplo emblemático del sueño de un Italia unificada y republicana. Garibaldi, al ser designado jefe del ejército, se preparó para enfrentar las fuerzas francesas que, bajo el mando de Napoleón III, marchaban hacia Roma para sofocar la rebelión republicana. La resistencia de Garibaldi fue heroica, pero los republicanos italianos no pudieron hacer frente a la gran superioridad militar de las fuerzas francesas.

Entre finales de abril y mayo de 1849, Garibaldi libró una serie de batallas importantes en los alrededores de Roma, en ciudades como Civitavecchia, Palestrina y Velletri. Aunque Garibaldi y sus tropas lograron algunas victorias, la desventaja numérica y la intervención de las tropas francesas terminaron por aplastar la República Romana. A principios de julio, Garibaldi se vio obligado a rendir la ciudad tras meses de lucha. Durante su retirada, Garibaldi sufrió la pérdida de su esposa, Anita, quien murió en el exilio mientras acompañaba a su marido en su fuga.

La caída de Roma significó un duro golpe para las aspiraciones republicanas en Italia. Garibaldi, a pesar de la derrota, no se rindió. Continuó su lucha en los pantanos de la Romaña y, después de una serie de dificultades, logró llegar a San Marino, donde se refugió temporalmente. En un nuevo golpe de suerte, Garibaldi embarcó en un viaje hacia Venecia, una ciudad que también luchaba por su independencia bajo el sitio austriaco. Sin embargo, la situación en la ciudad no mejoró, y Garibaldi se vio nuevamente forzado al exilio.

El exilio en América

Tras ser derrotado en Italia, Garibaldi se vio obligado a abandonar el país por segunda vez, comenzando su nueva etapa en el continente americano. En esta ocasión, Garibaldi se dirigió a los Estados Unidos, donde vivió durante un tiempo en Nueva York. En la ciudad, trabajó como cerero en una fábrica dirigida por el inventor italiano Antonio Meucci. A pesar de estar alejado de los campos de batalla, Garibaldi no perdió de vista su objetivo de unificar Italia, y siguió manteniendo contacto con los movimientos republicanos italianos.

Su estancia en América, aunque relativamente tranquila, no fue en vano. Durante su tiempo en el continente, Garibaldi escribió las primeras versiones de sus memorias, en las que relataba su experiencia en las luchas por la independencia y la unidad de Italia. Mientras tanto, continuó sus viajes por Sudamérica, donde se embarcó en la travesía por el Pacífico a bordo de un barco peruano, de cuyo capitán Garibaldi se convirtió más tarde.

La decisión de regresar

Aunque el exilio le ofreció una aparente calma, Garibaldi nunca abandonó su sueño de ver a Italia unificada. En 1854, decidió regresar a Europa, tras una reunión con Giuseppe Mazzini, el líder de la Joven Italia. Garibaldi, aunque republicano convencido, optó por unirse al movimiento unificador dirigido por los Saboya, los reyes de Piamonte, pues consideraba que esa era la única opción viable para lograr la independencia y unidad del país. Este pragmatismo sería una constante en su carrera, aunque siempre mantenía una profunda ambigüedad respecto al modelo de gobierno que debía adoptar Italia una vez unificada.

La consolidación y el liderazgo de Garibaldi

La guerra contra Austria y la intervención en el norte

En 1859, Garibaldi regresó a Italia tras su largo exilio y se unió al movimiento que buscaba la unificación del país bajo la dirección del Reino de Piamonte-Cerdeña. La unificación estaba siendo promovida por Cavour, el primer ministro del Piamonte, quien había logrado convencer a Garibaldi de que la monarquía de los Saboya podría ser la fuerza que uniera Italia. Aunque Garibaldi seguía siendo un ferviente republicano, comprendió que el apoyo a los Saboya era la mejor opción para cumplir sus ideales de independencia.

La guerra contra Austria fue el escenario perfecto para que Garibaldi se destacara. En 1859, después de la batalla de Solferino, que culminó con la victoria de las fuerzas piamontesas y francesas contra los austriacos, Garibaldi y su ejército de voluntarios se unieron a la lucha. A pesar de su conocida aversión por la monarquía, Garibaldi luchó junto a las fuerzas del Piamonte en el norte de Italia, en lo que resultó ser una serie de victorias clave para el proceso de unificación.

Su participación en la batalla de San Fermo y en la toma de Brescia y Bérgamo, entre otras, le valió un reconocimiento generalizado por su valentía y habilidad táctica. Garibaldi formó parte de la victoria general, aunque la firma del armisticio de Villafranca en 1859 frenó parcialmente el avance de la unificación, ya que en ella se acordaba una paz entre los franceses y los austriacos que no incluía todos los objetivos del movimiento nacionalista. A pesar de ello, Garibaldi continuó siendo un líder influyente, con el apoyo de las masas italianas que le veían como el principal artífice de la unificación.

La campaña en el sur: El desembarco en Sicilia

La oportunidad que Garibaldi había estado esperando para emprender una campaña militar en el sur de Italia se presentó en 1860, cuando una sublevación popular estalló en Sicilia contra los Borbones, la dinastía que gobernaba el Reino de las Dos Sicilias. El movimiento insurrecto buscaba liberarse del dominio borbónico, pero carecía de un liderazgo militar efectivo. Garibaldi, al enterarse de la revuelta, se comprometió a liderar la causa y reunirse con un pequeño ejército de voluntarios, conocidos como los «Mil» (o «Los Mil de Garibaldi»), para unirse a los sublevados.

El 11 de mayo de 1860, Garibaldi desembarcó en Sicilia con su ejército de voluntarios. A lo largo de su campaña en la isla, Garibaldi demostró una destreza militar impresionante, capturando ciudades clave como Palermo, Catania y Messina. Su habilidad para ganar la confianza de la población local, combinada con la participación activa de los sicilianos en el levantamiento, convirtió a Garibaldi en una figura aún más popular. En septiembre de 1860, Garibaldi y sus tropas conquistaron Nápoles, lo que marcó un golpe decisivo en la lucha contra los Borbones.

Tras la toma de Nápoles, Garibaldi se autoproclamó «Dictador de las Dos Sicilias», asumiendo el control de las regiones del sur de Italia. Sin embargo, Garibaldi no buscaba la creación de un nuevo régimen personalista. En cambio, su objetivo era liberar las regiones italianas y entregarlas al rey Víctor Manuel II, monarca de Piamonte, para completar la unificación. En un acto de generosidad hacia los Saboya, Garibaldi cedió el control de las áreas que había conquistado, entregando Nápoles y Sicilia al rey, el 7 de noviembre de 1860, en el famoso encuentro en Teano.

Este gesto de desinterés personal resultó en un paso crucial para la consolidación del reino de Italia. La colaboración entre Garibaldi y Víctor Manuel II permitió la creación del nuevo Estado italiano, que pasaba a estar bajo la dinastía de los Saboya. No obstante, Garibaldi no pudo evitar sentirse traicionado por las cesiones territoriales que los Saboya habían hecho a cambio de su apoyo a Francia, como en el caso de Niza, su ciudad natal. Esta situación generó una serie de tensiones internas, y Garibaldi se retiró a su isla de Caprera, desde donde continuaría observando los acontecimientos.

La lucha por los territorios irredentos

Con la unificación casi lograda, Garibaldi fijó su mirada en los territorios que aún permanecían bajo el control de otras potencias extranjeras, en particular, Venecia, que seguía siendo parte del Imperio Austriaco, y Roma, que permanecía bajo el dominio del Papado.

En 1862, Garibaldi intentó nuevamente avanzar hacia el sur de Italia para tomar Roma. Sin embargo, el gobierno del Piamonte se opuso a sus planes, pues temía que la intervención de Garibaldi pudiera desatar un conflicto con los franceses, quienes aún mantenían tropas en Roma para proteger al Papa. Garibaldi, que había sido durante mucho tiempo un líder de la resistencia popular, no se detuvo ante la oposición. En el mes de agosto, comenzó su campaña hacia el sur, pero las tropas piamontesas lo detuvieron en la Batalla de Aspromonte, donde fue herido y capturado. Este incidente fue un gran escándalo en Italia y marcó un punto de inflexión en la relación de Garibaldi con el gobierno piamontés.

Garibaldi pasó un año recuperándose de sus heridas en Caprera. A pesar de su derrota, no abandonó la lucha por la unidad italiana. En 1866, con el nuevo contexto internacional marcado por la Guerra Austro-Prusiana, Garibaldi volvió a involucrarse en la lucha, esta vez en el norte de Italia, donde participó en la guerra para liberar el Véneto de la ocupación austriaca. Sin embargo, las relaciones con el gobierno piamontés volvieron a complicarse debido a las diferencias sobre la conducción de la guerra. De nuevo, Garibaldi tuvo que enfrentarse a la subordinación a un poder central que no siempre compartía sus ideales republicanos.

Últimos años y legado de un héroe internacional

La defensa de la Comuna de París y el final de su carrera militar

En 1870, Garibaldi regresó a la escena política y militar europea, esta vez en el contexto de la Guerra Franco-Prusiana. A pesar de sus años de retiro, la figura de Garibaldi seguía siendo emblemática en Europa. Durante la guerra, apoyó abiertamente la causa de los republicanos franceses, que luchaban contra la invasión prusiana. En octubre de ese año, Garibaldi desembarcó en Marsella y asumió el mando de un ejército de voluntarios que luchó contra las fuerzas prusianas. Su destacada participación en las victorias en Châtillon-sur-Seine y Autun contribuyó a la resistencia francesa, aunque no fue suficiente para cambiar el curso de la guerra.

Con la caída de París y la posterior proclamación de la Comuna de París en 1871, Garibaldi mostró su simpatía por la causa revolucionaria. A pesar de su edad avanzada, ofreció sus servicios como comandante de las fuerzas de la Comuna, pero, aunque estaba dispuesto a apoyar a los revolucionarios, se mostró reticente a participar directamente en la lucha armada. La represión de la Comuna por el gobierno de Adolphe Thiers significó el fin de las aspiraciones republicanas en Francia, y Garibaldi, una vez más, se retiró del frente.

Su intervención en la Comuna de París no solo reforzó su imagen de líder internacional, sino que también profundizó su vinculación con los movimientos de izquierda y socialistas. A medida que sus años avanzaban, Garibaldi adoptó posturas más progresistas y cercanas al socialismo. En 1873, fundó la «Lega della Democrazia» (Liga de la Democracia), que abogaba por el sufragio universal, la confiscación de las propiedades eclesiásticas y la abolición del ejército permanente. Fue un paso más en la evolución de su pensamiento político, un giro hacia posturas que se distanciaban de sus primeras inclinaciones republicanas para acercarse a las ideas socialistas.

El retiro definitivo en Caprera y el legado de Garibaldi

Garibaldi pasó los últimos años de su vida en la isla de Caprera, un pequeño paraíso en el mar Mediterráneo, cerca de la isla de Cerdeña. Su vida en Caprera fue tranquila, aunque estuvo marcada por sus reflexiones sobre el futuro de Italia y el mundo. En la isla, Garibaldi escribió sus memorias, que se convirtieron en un testimonio clave de su vida y sus luchas. Además, en sus últimos años, Garibaldi se comprometió aún más con las ideas socialistas y republicanas. La admiración por su figura creció, tanto dentro de Italia como en el resto del mundo.

En 1879, Garibaldi fundó la «Lega della Democrazia», una organización que promovía la participación popular en la política italiana y la creación de un Estado más democrático. A pesar de sus esfuerzos, Garibaldi nunca logró ver concretados muchos de los cambios que defendió hasta su muerte.

Garibaldi también se mostró progresista en su vida personal. A lo largo de su vida, fue un hombre de pasiones profundas, no solo en la lucha por la libertad de su país, sino también en su vida familiar. Se casó tres veces y tuvo varios hijos, mostrando siempre una cercanía a su familia que contrastaba con su imponente figura pública.

En 1882, Garibaldi murió en la isla de Caprera, a la edad de 75 años. Su muerte marcó el fin de una era en la historia de Italia. La unificación del país que él había contribuido a lograr estaba ya consolidada, y la figura de Garibaldi se había convertido en un símbolo de lucha y de sacrificio por la independencia y la libertad. Fue enterrado en Caprera, en un mausoleo que todavía hoy recibe a miles de visitantes que rinden homenaje a uno de los grandes héroes de la historia de Italia y del mundo.

El legado de Garibaldi

El legado de Garibaldi es profundo y duradero. Si bien no logró materializar todas sus ideas políticas, especialmente en cuanto a la forma de gobierno que debería adoptar Italia, su figura es reconocida en todo el mundo como un símbolo de lucha por la libertad, la justicia y la unificación. A lo largo de su vida, Garibaldi mostró un fervor inquebrantable por la causa de la independencia y la unidad nacional, ya sea en Italia, en Sudamérica o en otros lugares del mundo.

Su nombre está asociado con la unificación de Italia, conocida como el «Risorgimento», y con la consolidación de un país moderno que aspiraba a ser libre de la dominación extranjera. A pesar de las contradicciones y los giros ideológicos a lo largo de su vida, Garibaldi mantuvo una coherencia fundamental en su lucha por los ideales republicanos y democráticos.

Hoy en día, Garibaldi es considerado no solo un héroe nacional italiano, sino también una figura internacional de gran influencia. Su vida y sus hazañas han sido objeto de numerosas biografías, películas, y homenajes, y su imagen sigue siendo un modelo de valentía y dedicación a los ideales de libertad y justicia social. A lo largo de las décadas, ha sido reinterpretado por diferentes generaciones, pero siempre permanece como una figura crucial en la historia de Italia y en la lucha por la independencia de los pueblos.

Garibaldi también dejó un impacto duradero en la política internacional. Su ejemplo inspiró a movimientos de liberación en América Latina, y su figura ha sido tomada como modelo por diversos movimientos revolucionarios en el siglo XX. A través de sus campañas en Italia y Sudamérica, Garibaldi se consolidó como un verdadero «Héroe de los dos mundos», un hombre cuya vida estuvo marcada por su lucha incansable por la libertad, la independencia y la justicia para los pueblos.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Giuseppe Garibaldi (1807–1882): El Héroe de Dos Mundos que Unificó Italia". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/garibaldi-giuseppe [consulta: 26 de septiembre de 2025].