Juan Francisco Andrés de Uztarroz (1606–1653): Cronista de Aragón, Poeta del Culteranismo y Erudito del Siglo XVII
Orígenes, formación y primeros pasos en la cultura barroca
Aragón en el Siglo XVII: cuna de erudición y conflictos
En el corazón de la Corona de Aragón, la ciudad de Zaragoza vivía en el siglo XVII una intensa efervescencia cultural e intelectual, a pesar del clima de tensiones políticas que marcaban la España de los Austrias. Esta urbe, con una sólida tradición universitaria y una vibrante vida literaria, se convirtió en semillero de figuras notables que desde sus múltiples disciplinas contribuyeron al desarrollo del pensamiento barroco. Entre estos nombres destaca el de Juan Francisco Andrés de Uztarroz, nacido en 1606 en el seno de una familia acomodada de juristas y académicos profundamente arraigada en el ámbito aragonés.
Zaragoza, además de ser capital administrativa del Reino de Aragón, funcionaba como foco de irradiación del nuevo humanismo contrarreformista y como enclave estratégico donde se cruzaban las rutas del saber y de la política. Fue en este ambiente donde el joven Uztarroz creció, respirando una mezcla de espíritu jurídico, culto religioso y refinamiento artístico, características que marcarían para siempre su obra.
El legado familiar de los Andrés de Uztarroz
La familia de Baltasar Andrés de Uztarroz, padre de Juan Francisco, tenía un prestigioso linaje vinculado al mundo del derecho, lo que sin duda facilitó el acceso del joven a una formación superior de alto nivel. Este entorno familiar no sólo favoreció el desarrollo de su carrera académica, sino que también inculcó en él una devoción por los documentos, los textos jurídicos y el estudio sistemático, herramientas que más adelante trasladaría al campo de la historia y de la crítica literaria.
No obstante, Juan Francisco no se conformaría con seguir los pasos de su padre. Aunque inició su formación en el estudio del Derecho civil y canónico (in utroque iure), donde llegó a doctorarse, muy pronto dejaría entrever un espíritu inquieto y una vocación estética que lo conducirían hacia el mundo de las letras, en una época donde poesía, teología, historia y política se entrelazaban con frecuencia.
Formación académica y primeros pasos literarios
Los estudios de Derecho realizados en Zaragoza le permitieron a Andrés de Uztarroz acceder a una amplia red de contactos intelectuales y académicos, reforzando su papel como futuro jurista, pero también como un joven atento a los cambios estéticos del Barroco. Fue en estos años cuando entró en contacto con las corrientes literarias más influyentes del momento, en particular con el culteranismo, una tendencia poética que llevaba al extremo el ornamento lingüístico, la complejidad sintáctica y el simbolismo mitológico.
La admiración por Luis de Góngora, el máximo exponente del culteranismo, marcaría su vida y lo convertiría en uno de los más fieles defensores del estilo. A diferencia de otros autores aragoneses que optaban por una estética más sobria o conceptista, Uztarroz asumió sin reservas la sofisticación de la forma, incluso cuando esto significaba enfrentarse a críticos tan feroces como Francisco de Quevedo. Su opción estilística no era una simple imitación de modas, sino un compromiso estético que desarrolló también desde la teoría crítica.
Aparición como poeta bajo pseudónimo
Su debut oficial en el mundo literario tuvo lugar en 1640, cuando, bajo el seudónimo de Gastón Daliso de Orozco, publicó una serie de poemas en la segunda parte de la obra «Universidad de Amor, y escuelas del interés». Esta obra, de tono moral y satírico, proporcionó el marco perfecto para que Uztarroz explorara temas amorosos con el lenguaje recargado y lúdico que caracterizaba al culteranismo. Su contribución no pasó inadvertida entre sus contemporáneos y lo posicionó como un autor a seguir dentro del panorama regional aragonés.
No tardarían en llegar nuevas publicaciones que reafirmaban su doble papel como autor y editor. En 1642, dio a la imprenta un panegírico dedicado a Tomás Tamayo de Vargas, historiador y teólogo de renombre. Este texto evidenciaba no solo su sensibilidad poética, sino también su capacidad para integrar elogio, documentación histórica y ornamentación lírica, tres pilares que sostendrían gran parte de su obra posterior.
Vinculación con el círculo de Lastanosa y la amistad con Gracián
Uno de los aspectos más decisivos en la carrera de Uztarroz fue su integración en el círculo cultural promovido por Vincencio Juan de Lastanosa, un noble aragonés amante del arte, la ciencia y la literatura, cuya mansión en Huesca se convirtió en verdadero centro de irradiación del saber. Lastanosa no solo actuaba como mecenas de talentos emergentes, sino también como organizador de certámenes poéticos, reuniones académicas y proyectos editoriales de gran alcance.
Fue en este ambiente donde Uztarroz trabó amistad con figuras como el jesuita Baltasar Gracián, uno de los grandes pensadores del Barroco español. La cercanía con Gracián no solo lo acercó a los debates filosóficos sobre el ingenio, la prudencia y la retórica, sino que le permitió desarrollar una visión crítica sobre la literatura y sus usos sociales, cada vez más presente en sus trabajos.
Esta etapa de maduración intelectual coincidió con la publicación de varios certámenes poéticos organizados en Zaragoza, entre ellos el Certamen de Nuestra Señora de Cogolluda (1644) y el Obelisco histórico, i honorario (1646), en los cuales Uztarroz participó tanto como autor como editor. Estos certámenes, típicos del Barroco literario, permitían demostrar el dominio técnico del verso, pero también servían como escaparates de erudición y como plataformas para ascensos institucionales. A través de ellos, Uztarroz no solo consolidó su reputación como poeta, sino que amplió su prestigio como animador cultural y compilador de talentos.
Al mismo tiempo, su prosa se hacía cada vez más refinada y expresiva, como demuestra la «Descripción de las antigüedades i jardines de don Vincencio Juan de Lastanosa» (1647), una obra que, más allá de ser un catálogo artístico, constituye un verdadero tratado barroco sobre la simbiosis entre arte, naturaleza y erudición. La admiración de Uztarroz por su protector se traduce aquí en una escritura vibrante, rica en metáforas y referencias clásicas, perfectamente alineada con el ideal estético del culteranismo.
Trayectoria intelectual y actividad creativa
El poeta culterano y su compleja recepción crítica
A pesar de su amplia producción poética y de su activa participación en el medio literario de su época, Juan Francisco Andrés de Uztarroz nunca alcanzó el reconocimiento nacional de otros poetas del Siglo de Oro. La crítica especializada suele considerarlo un autor menor dentro del canon barroco, sin embargo, su obra merece una reevaluación más cuidadosa debido a su función como puente entre la poesía culta y los estudios humanísticos en Aragón.
Los certámenes poéticos y panegíricos que publicó a lo largo de las décadas de 1640 y 1650 —como el ya citado Panegyrico sepulcral a la memoria pósthuma de don Thomás Tamayo de Vargas (1642), o su participación en el Certamen poético de la Universidad de Zaragoza por don Pedro Apaolaza (1642)— son testimonio de su esfuerzo por integrar lo literario con lo histórico, lo emocional con lo doctrinal. Uztarroz convirtió la poesía en un vehículo para expresar valores sociales, virtudes morales y fidelidades ideológicas, todo ello revestido del lenguaje florido y conceptual propio del culteranismo.
Uno de los hitos más importantes de su legado lírico es el poemario titulado Aganipe de los cisnes aragoneses celebrados en el clarín de la fama por Juan Francisco Andrés de Uztarroz, una obra inédita en su tiempo, que no vería la luz hasta 1781 gracias a la labor del ilustrado Ignacio de Asso. Este libro constituye una antología de poetas aragoneses del Siglo de Oro, y demuestra el deseo de Uztarroz por consolidar una tradición literaria regional con identidad propia. Su valor reside no sólo en las composiciones originales incluidas, sino también en su función como archivo de la memoria poética de Aragón.
Producción lírica y participación en certámenes poéticos
Durante su vida, Uztarroz participó activamente en numerosos concursos poéticos y homenajes fúnebres, una forma característica de sociabilidad literaria en el Siglo de Oro. El Mausoleo de 1636, obra colectiva que glosa la figura de su padre, revela cómo la poesía podía funcionar como instrumento de recuerdo familiar, combinando la elegía personal con la exaltación pública del linaje. Estos eventos eran mucho más que ejercicios retóricos: constituían escenarios de visibilidad cultural donde los autores mostraban su talento, se alineaban con mecenas poderosos y trazaban redes de influencia.
El interés de Uztarroz por la recopilación y edición de estos textos responde también a su concepción archivística de la literatura: el poema no como obra individual, sino como documento que articula una comunidad cultural. Desde esta perspectiva, obras como el Certamen poético de Nuestra Señora de Cogolluda (1644) o el Obelisco histórico (1646) deben entenderse no sólo como producciones estéticas, sino como verdaderos monumentos tipográficos del barroco aragonés.
Publicaciones editoriales como vehículo de su obra
Además de autor, Uztarroz fue un hábil editor y compilador, roles que en el siglo XVII eran fundamentales para la difusión de las letras. Como editor, seleccionaba textos, añadía prólogos y notas, organizaba certámenes y supervisaba la impresión de obras que combinaban lirismo con pedagogía histórica o religiosa. En muchos casos, insertaba sus propias composiciones en estos volúmenes, desplazando el ego autoral hacia un gesto colectivo.
Su edición de la obra Certamen poético de 1986 (reeditada por A. Egido y A. San Vicente) y su inclusión en publicaciones como el Cancionero de 1632 muestran que, incluso cuando no firmaba como autor principal, Uztarroz actuaba como curador de sensibilidades, de estilos y de tradiciones. Esta función editorial fue clave en la conservación de numerosas obras y en la consolidación de un corpus literario aragonés.
Andrés de Uztarroz como editor y animador cultural
La actividad cultural de Uztarroz no se limitó al ámbito de las letras. Fue también un promotor de eventos intelectuales, presidió la Academia de los Anhelantes, y fue figura central en las tertulias organizadas por Lastanosa. Estas reuniones, de las que participaban eruditos, poetas y científicos, eran foros donde se compartían ideas, se leían obras en voz alta, y se discutían las principales corrientes estéticas del momento.
Uztarroz tenía una visión moderna del intelectual como mediador entre el saber y la sociedad, capaz de integrar historia, literatura y filosofía en una misma propuesta. Su elogiosa Descripción de las antigüedades i jardines de don Vincencio Juan de Lastanosa (1647) es un ejemplo emblemático: no sólo documenta el patrimonio artístico de su mecenas, sino que lo convierte en símbolo de una armonía barroca entre naturaleza, erudición y arte.
Certámenes religiosos y elogios fúnebres
Los elogios fúnebres y certámenes de contenido religioso fueron un pilar de su producción. En ellos, Uztarroz no sólo desplegaba su habilidad formal, sino que también canalizaba su compromiso con la devoción católica y la exaltación del modelo de virtud cristiana. Ejemplos de esta vertiente incluyen las composiciones incluidas en el Certamen poético de Nuestra Señora de Cogolluda y las Memorias panegíricas en honor a Bartholomé Juan Leonardo de Argensola, publicadas póstumamente en 1876.
Estos textos reflejan una combinación de espiritualidad, retórica humanista y agudeza barroca que conforman una de las señas de identidad del autor. A través de ellos, Uztarroz logra equilibrar su formación jurídica y su inclinación estética en un tono elevado, solemne y profundamente simbólico.
La “Aganipe” y la reivindicación póstuma de la poesía aragonesa
Como se ha mencionado, su obra Aganipe de los cisnes aragoneses representa el esfuerzo más ambicioso por parte de Uztarroz para dar voz a una tradición poética regional. Este volumen funciona como una antología y también como un manifiesto literario, en el que el autor se erige como custodio del legado de sus contemporáneos.
No sólo selecciona con criterio a los poetas incluidos, sino que los interpreta, los contextualiza y los celebra con un estilo impregnado de referencias mitológicas y metáforas gongorinas. Su decisión de no publicarlo en vida pudo deberse a la falta de un público suficientemente receptivo, o quizá a una autoconsciencia crítica de su papel como testigo más que protagonista del Siglo de Oro aragonés.
La edición póstuma de Ignacio de Asso en 1781 revela la vigencia de su proyecto intelectual, ya que demuestra cómo, un siglo después, la Ilustración encontró en Uztarroz a un valioso precursor de la filología, la crítica literaria y la conservación de la memoria cultural.
Defensa del culteranismo y polémicas teóricas
Uztarroz llevó su adhesión al culteranismo más allá de la imitación estilística. En una época en que las guerras literarias eran frecuentes, no dudó en enfrentarse públicamente a Francisco de Quevedo, autor conceptista y feroz detractor del estilo gongorino. La obra Aguja de navegar cultos (1631), donde Quevedo satiriza el culteranismo, fue respondida por Uztarroz con un Antídoto que hoy permanece inédito, pero que se conoce por menciones contemporáneas.
Este “antídoto” no era sólo una refutación personal, sino un intento de legitimar teóricamente el estilo culterano, defendiendo su complejidad, su musicalidad y su capacidad simbólica. Uztarroz no se limitó a la poesía, también incursionó en la crítica textual, redactando una serie de enmiendas a los comentarios de Salcedo Coronel y Pellicer sobre Góngora, demostrando un conocimiento profundo de las fuentes clásicas, del simbolismo poético y de la tradición filológica.
Enmiendas a Salcedo Coronel y Pellicer
Su faceta como crítico literario se expresa especialmente en su labor aún inédita sobre las anotaciones de Salcedo Coronel y José Pellicer, dos de los principales intérpretes de Góngora. En sus observaciones, Uztarroz no se limita a corregir errores, sino que propone nuevas interpretaciones, señala omisiones relevantes y defiende una lectura más sutil y estructural del culteranismo.
Este enfoque crítico revela su formación jurídica, su precisión conceptual y su capacidad para el análisis filológico. Aunque estos manuscritos no llegaron a circular ampliamente en su tiempo, constituyen hoy un testimonio excepcional de la crítica barroca desde dentro del movimiento culterano, ofreciendo una perspectiva alternativa al predominante enfoque quevediano.
Labor historiográfica, legado y muerte
El historiador de Aragón y cronista real
Más allá de su reconocida actividad como poeta y editor, Juan Francisco Andrés de Uztarroz destacó en su tiempo como uno de los intelectuales más comprometidos con la historiografía aragonesa. Su pasión por la documentación, los archivos y la reconstrucción del pasado lo llevó a seguir los pasos de figuras clave como Jerónimo de Zurita, a quien admiraba profundamente. Desde esta perspectiva, su obra histórica no debe interpretarse como un complemento a su producción literaria, sino como uno de sus pilares fundamentales.
En 1646, fue nombrado cronista del Reino de Aragón, cargo que conllevaba una gran responsabilidad intelectual y política. Esta posición le permitía acceder a fuentes privilegiadas y participar activamente en la elaboración de la memoria oficial del reino. Poco después, fue llamado a la Corte de Madrid, donde asumió la función de cronista real al servicio de Felipe IV, lo que consolidó su reputación como figura central del saber histórico barroco en España.
Una de sus principales aportaciones fue la obra Progresos de la historia en el Reino de Aragón y elogios de Don Gerónimo Zurita (1648), editada póstumamente en 1680. Esta obra se estructura en dos partes: en la primera, Uztarroz relata el desarrollo de la historiografía aragonesa hasta finales del siglo XVI; en la segunda, traza un mapa de los cronistas que sucedieron a Zurita, entre ellos Jerónimo de Blancas, Martel, Lupercio Leonardo de Argensola, y José Pellicer. El texto es a la vez una historia de la historiografía y un ejercicio de crítica erudita, donde Uztarroz combina su formación jurídica con su sensibilidad literaria para evaluar los méritos de cada autor.
Obras historiográficas inéditas y proyectos truncados
La vocación de Uztarroz por la historia no se limitó a lo publicado. Dejó varios proyectos en estado de borrador o incompletos, como sus intentos de continuar los Anales de Aragón, una “Biblioteca de Autores Aragoneses” y una biografía del emperador Carlos V, todos ellos indicios de un ambicioso programa de recuperación y organización del saber regional e imperial. Aunque estos trabajos no vieron la luz en su época, el hecho de que los emprendiera revela su deseo de articular una tradición historiográfica sólida, metódica y profundamente vinculada con la identidad aragonesa.
Otro ejemplo significativo es su obra Descripción de los reyes de Aragón por el orden que están en la Sala de la Diputación (1634), en la que glosaba los retratos que adornaban el palacio de la Diputación del Reino de Aragón. Este manuscrito, que se creyó perdido durante siglos y fue recuperado y editado en 1979, constituye un testimonio valioso tanto de la iconografía regia como de la cultura visual e historiográfica del barroco aragonés.
Otras facetas: arqueología, bibliografía y coleccionismo
Además de poeta e historiador, Uztarroz fue un anticuario, numismático y coleccionista, facetas menos conocidas pero fundamentales para entender su figura como polígrafo. En la línea de otros eruditos barrocos, combinó su interés por el pasado con una sensibilidad estética que lo llevó a recopilar objetos, manuscritos y monedas, y a describirlos con precisión casi científica.
Su trabajo Diseño de la insigne i copiosa bibliotheca de Francisco Filhol (1944) documenta la riqueza de la biblioteca del erudito oscense y es una de las primeras manifestaciones del género bibliográfico como disciplina autónoma en la península ibérica. También en esta línea se inscribe su edición de las Coronaciones de los Sereníssimos Reyes de Aragón (1641), obra de Jerónimo de Blancas, a la que aportó aparato crítico y visión historiográfica.
En este contexto, Uztarroz aparece como una figura total del saber barroco, capaz de moverse entre géneros y disciplinas con una fluidez que anticipa los métodos modernos de la historia cultural. Su interés por lo material (monedas, retratos, jardines, bibliotecas) y por lo simbólico (elogios, genealogías, panegíricos) refleja un pensamiento estructurado en torno al valor de los signos, los textos y los objetos como fuentes de verdad histórica.
Inventarios bibliográficos y mansiones culturales
La ya mencionada Descripción de las antigüedades i jardines de don Vincencio Juan de Lastanosa (1647) es también, en cierto modo, una guía curatorial avant la lettre. En ella, Uztarroz actúa como mediador entre el espacio privado del coleccionista y el público lector, al documentar con esmero los elementos más destacados de la mansión oscense, convertida en un museo barroco viviente. Esta obra encarna la fusión entre la poesía y la arqueología, la estética y la documentación, tan propia del espíritu enciclopedista barroco.
Asimismo, sus proyectos bibliográficos inacabados, como la citada “Biblioteca de Autores Aragoneses”, señalan un claro deseo de sistematizar el conocimiento, de preservar la memoria de sus contemporáneos y de articular una historia literaria de Aragón que, de haberse completado, habría sido una de las más avanzadas de su tiempo.
Muerte en Madrid como cronista del rey
La última etapa de la vida de Uztarroz transcurrió en la Corte madrileña, donde fue llamado para ejercer como cronista de Felipe IV. Esta función, que no sólo implicaba tareas de redacción y archivo, sino también la asesoría en materias de protocolo, genealogía y legitimación monárquica, colocó a Uztarroz en el centro de los mecanismos simbólicos del poder imperial. Su nombramiento es una clara muestra del reconocimiento institucional de su erudición.
Falleció en Madrid en 1653, dejando varios manuscritos inéditos y obras que serían publicadas póstumamente, como la continuación de los Anales de la Corona de Aragón, que prosigue los del doctor Bartholomé Leonardo de Argensola desde 1521 hasta 1628. Aunque este texto fue impreso en 1663, una década después de su muerte, su autoría estaba ya bien establecida y reconocida en los círculos académicos.
Redescubrimiento de su obra en los siglos XIX y XX
Durante el siglo XIX, la figura de Uztarroz fue recuperada por historiadores y bibliógrafos como Félix de Latassa y Ortiz, quien lo incluyó entre los más ilustres escritores aragoneses. El redescubrimiento de algunos de sus manuscritos inéditos, como las Memorias panegíricas o la mencionada Descripción de los reyes de Aragón, permitió valorar de nuevo su importancia tanto como poeta como historiador.
En el siglo XX, estudiosos como E. J. Gates profundizaron en la dimensión filológica y crítica de su obra, desenterrando textos olvidados, editando composiciones inéditas e identificando las conexiones intertextuales que tejía con los grandes del Siglo de Oro. Estas investigaciones han permitido restituir a Uztarroz su lugar dentro del panorama cultural del Barroco español, no como figura secundaria, sino como articulador clave entre literatura, historia y crítica.
A la luz de estas recuperaciones, puede afirmarse que Juan Francisco Andrés de Uztarroz fue mucho más que un poeta de segunda línea o un cronista local. Fue un intelectual barroco de vocación enciclopédica, cuya obra, dispersa y a menudo inédita, conforma un testimonio inestimable de los cruces entre saber, poder y estética en la España del siglo XVII. Su legado, aunque parcialmente oculto por siglos, habla de un proyecto cultural ambicioso, de una erudición sin fronteras y de un amor profundo por las letras y la historia de Aragón.
MCN Biografías, 2025. "Juan Francisco Andrés de Uztarroz (1606–1653): Cronista de Aragón, Poeta del Culteranismo y Erudito del Siglo XVII". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/andres-de-uztarroz-juan-francisco [consulta: 29 de septiembre de 2025].