Yunque, Álvaro (1889-1982).
Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, historiador y periodista argentino, nacido en la ciudad de La Plata el 20 de junio de 1889, y fallecido en Tandil (en la provincia de Buenos Aires) 8 de enero de 1982. Aunque su verdadero nombre era el de Arístides Gandolfi Herrero, firmó sus obras con el pseudónimo literario de Álvaro Yunque, con el que fue conocido dentro y fuera de su país natal. Humanista fecundo y polifacético, dotado de una singular capacidad para expresarse con acierto y soltura en los géneros más variados -desde la poesía social al ensayo riguroso y documentado, pasando por la narrativa destinada a los jóvenes lectores-, está considerado como una de las voces más significativas de la intelectualidad progresista argentina del siglo XX, a la que ha aportado un acento airado y reivindicativo que clama contra la injusticia y aboga por la solidaridad y la ternura.
Vida
Nacido en el seno de una familia acomodada -era hijo del milanés Adán Gandolfi y de la ciudadana argentina Angelina Herrero Palacios, nieta de un coronel rosista y bisnieta de un regidor que, durante la Revolución de Mayo, se había mostrado contrario al bando independentista-, fue el mayor de ocho hermanos cuyos nombres, en acatamiento a una peregrina tradición familiar, empezaban todos por la letra A (Arístides, Ángel, Adrián, Angelina, Augusto, Ada, Alejandro y Alcides). Adán Gandolfi, que ejercía labores de constructor en su Italia natal, había llegado a Mar del Plata en 1883 para hacerse cargo de la edificación de la catedral de San Pedro, en calidad de hombre de confianza del arquitecto francés Pedro Benoît, responsable final de la obra. Casi todos los vástagos del matrimonio Gandolfi-Herrero habrían de alcanzar gran notoriedad en la vida cultural, artística o deportiva de la Argentina del siglo XX: además de la ingente labor intelectual y literaria del mayor de ellos, Ángel Gandolfi -bajo el pseudónimo artístico de Ángel Walk– protagonizó numerosos seriales de teatro radiofónico que gozaron de gran aceptación entre la audiencia de su tiempo; Augusto, reputado reumatólogo, emuló las inquietudes poéticas de su hermano mayor tras el nombre literario de Juan Guijarro; y Alcides, que triunfó en su carrera deportiva como boxeador -llegó a ser campeón sudamericano del peso ligero-, fundió sus aficiones pugilísticas con sus veleidades literarias y publicó, en lunfardo, el poemario titulado Nocau lírico (Buenos Aires: Editorial Americana, 1970).
En 1896, cuando el pequeño Arístides contaba siete años de edad, la familia Gandolfi-Herrero se afincó en el número 1822 de la calle Estados Unidos de Buenos Aires, ciudad en la que habría de desarrollarse la formación académica del futuro escritor. En 1901, el primogénito de la familia ingresó en el Colegio Nacional Central -fundado en el siglo XVIII por el virrey Vértiz (1718-1798), bajo el nombre original de Real Colegio de San Carlos-, y siete años después Arístides Gandolfi Herrero se matriculó en la Universidad de Ciencias Exactas y Naturales de Buenos Aires para cursar estudios superiores de Arquitectura, cumpliendo así uno de los últimos deseos de su progenitor, que había fallecido dos años antes (23 de julio de 1906). Pero en 1913, cuando estaba a punto de licenciarse como arquitecto, el futuro escritor asumió que la profesión de su padre no se correspondía con su auténtica vocación, y abandonó sus estudios de arquitectura para consagrarse de lleno al periodismo y al cultivo de la creación literaria. Poco después, Arístides Gandolfi contrajo nupcias con Albina, profesora de dibujo y pintura en la Academia Nacional de Bellas Artes -oficio que desempeñó a lo largo de toda su vida-, e integrante activa de los movimientos feministas que surgieron en Argentina a comienzos del siglo XX (en 1920 llegó a ser secretaria de la Unión Feminista Nacional, presidida por la Dra. Alicia Moreau de Justo). El escritor platense, que siempre elogió a su esposa por su inteligencia y su belleza, reconoció hasta el final de sus días que el apoyo constante y sostenido de Albina le había permitido alcanzar el sosiego y la serenidad necesarios para pergeñar su fructífera producción literaria. De este matrimonio nacieron dos hijos con los que Arístides prolongó la tradición onomástica familiar (Alba y Adalbo).
Desde comienzos de la década de los años veinte, Arístides Gandolfi ejerció como uno de los más bulliciosos animadores de la vida cultural bonaerense. Adscrito primero a la denominada «Generación del 22», pasó luego a convertirse en una de las figuras centrales del «Grupo Boedo», un colectivo de escritores que, desde los planteamientos estéticos del realismo y la ideología izquierdista, propugnaba que el arte había de cumplir una función social, en contra de los postulados de otros grupos argentinos contemporáneos -como el de los martinfierristas, agrupados alrededor de la revista Martín Fierro e integrados, a su vez, en la línea vanguardista del «Grupo de Florida»-, sólo atentos a la mera función estética del discurso literario. Esta agrupación de autores progresistas -que había tomado su nombre de la calle Boedo, la arteria principal de uno de los mayores barrios proletarios de Buenos Aires-, estaba formado por algunos escritores de la talla de Roberto Mariani (1892-1946), Elías Castelnuovo (1893-1982), Enrique Amorim (1900-1960), Leónidas Barletta (1902-1975), Pedro Juan Vignale y César Tiempo (1906-1980); su cabeza visible era Roberto Arlt (1900-1942) -uno de los escritores que mayor influencia han ejercido en las generaciones literarias posteriores en toda Hispanoamérica-, y la publicación que unificaba sus criterios estéticos e ideológicos era la revista Claridad, en cuya colección literaria «Los Nuevos» fueron apareciendo las primeras obras de todos estos autores primerizos.
El propio Arístides Gandolfi, ya desde su nueva «personalidad literaria» de Álvaro Yunque, difundió sus primeros poemas y relatos a través de esta valiosa colección de la revista Claridad. Publicó, en efecto, a mediados de los años veinte una recopilación de poemas titulada Versos de la calle (Buenos Aires: Claridad, 1924), a la que vino a sumarse, un año después, el libro de narraciones breves Barco de papel (Buenos Aires: Claridad, 1925), obra galardonada con el segundo premio en el certamen municipal de la capital argentina. Consagrado, merced a estos dos primeros títulos, como una de las grandes revelaciones de las Letras australes del momento, el autor platense, inmerso en una fecunda actividad creativa que habría de mantener a lo largo de toda su vida, dio a la imprenta un nuevo poemario –Nudo Corredizo (Buenos Aires: Claridad, 1927)- y otros volúmenes de relatos –Zancadillas (Buenos Aires: Claridad, 1925), Espantajos (Buenos Aires: Claridad, 1927), Ta-te-tí (Buenos Aires: Claridad, 1928), Bichofeo (Buenos Aires: Claridad, 1929) y Jauja (Buenos Aires: Claridad, 1929)- que, antes de la conclusión de dicha década, le situaron a la cabeza de la nueva literatura argentina, con una posición de privilegio entre los autores dedicados al cultivo de la narrativa dirigida a los jóvenes lectores.
Simultáneamente, Álvaro Yunque participaba de un modo activo en el periodismo progresista, con frecuentes y polémicas colaboraciones en los principales rotativos y revistas de la izquierda argentina. A lo largo de los años veinte había dirigido las publicaciones Rumbo y Campana de Palo, y colaborado asiduamente en Claridad y Los Pensadores, los dos medios de comunicación portadores de las ideas políticas y los postulados artísticos del «Grupo Boedo»; luego se vinculó al diario La Protesta, de ideario anarquista, y posteriormente asumió la dirección del suplemento literario del cotidiano socialista La Vanguardia. En su dilatada trayectoria periodística, el escritor platense colaboró también en la revista Nosotros y en los rotativos Crítica, La Nación y La Prensa, y dirigió en 1945 el semanario antifascista El Patriota, lo que dio pie a su detención, encarcelamiento y destierro en Montevideo durante la dictadura militar de Edelmiro Julián Farrell (1887-1980). Pero su etapa más fructífera dentro del periodismo argentino tuvo lugar a mediados de los años treinta, cuando, merced a sus colaboraciones publicadas en la célebre revista Caras y Caretas (1898-1939), se sumó a una prestigiosa nómina de escritores que habían mantenido viva y despierta la conciencia intelectual y artística del país a lo largo de cuatro décadas, como Roberto J. Payró (1867-1928), Leopoldo Lugones (1874-1934), José Ingenieros (1877-1925), Horacio Quiroga (1878-1937), Manuel Ugarte (1878-1951), Ricardo Rojas (1882-1957), Evaristo Carriego (1883-1912), y, entre otros muchos, los uruguayos Javier de Viana (1868-1926) y Florencio Sánchez (1875-1910), y el español Francisco Grandmontagne (1866-1936).
Entretanto, Yunque seguía cultivando con fruición la creación literaria, con amplio protagonismo en todos sus géneros, incluido el dramático, al que aportó varios trabajos dentro del teatro independiente. Hacia 1940, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el autor platense comenzó a interesarse vivamente por el pasado histórico argentino, al tiempo que hacía pública su activa militancia antifascista. La dirección del rotativo El Patriota -como ya se ha apuntado más arriba- le condujo a la cárcel y al destierro, por lo que convivió en Montevideo con numerosos exiliados argentinos. A partir de 1946, sus indagaciones sobre la historia de su patria fructificaron en numerosos estudios y ensayos que fueron apareciendo desde el término de la contienda internacional hasta 1960, junto a otros trabajos de análisis e investigación -como el titulado La poesía dialectal porteña (1960)- que le valieron, entre otros honores y distinciones, su nombramiento como miembro de número de la Academia Nacional del Lunfardo (1960).
Entre 1961 y 1975, Álvaro Yunque continuó escribiendo nuevos poemarios, relatos y estudios históricos que, publicados junto a otras reediciones de sus obras anteriores, le convirtieron en uno de los autores más prolíficos de la Literatura argentina. Algunas de sus nuevas publicaciones siguieron incrementando su larga nómina de premios y reconocimientos, como el ensayo crítico Aníbal Ponce o los deberes de la inteligencia (1975), galardonado en 1975 por la Sociedad Argentina de Escritores con el premio «Aníbal Ponce». Pero sus posiciones políticas y su reivindicaciones sociales no eran del agrado de los dirigentes de la dictadura militar implantada en Argentina en la década de los setenta, por lo que en 1977 sus nuevas obras fueron censuradas y se prohibió la difusión de sus antiguos escritos, muchos de los cuales fueron echados a la hoguera. A pesar del ominoso silencio al que se condenó, por parte de la dictadura militar, a quien ya era uno de los grandes patriarcas de las Letras argentinas del siglo XX, Álvaro Yunque siguió siendo querido y respetado en los foros intelectuales y artísticos de su país, donde, en 1979, ya nonagenario, se le honró con el Gran Diploma de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Discretamente recluido en la ciudad de Tandil, perdió la vida a comienzos de 1982, aún en pleno período dictatorial, cuando contaba noventa y dos años de edad.
Obra
En líneas generales, la producción literaria, ensayística y periodística de Álvaro Yunque parte de una concepción maniquea de la sociedad contemporánea, en la que la convivencia entre dos grandes grupos humanos -el de los explotadores y el de los explotados- acentúa las injusticias y rompe la armonía, la paz y la igualdad a las que aspira el autor. Los conflictos sociales y culturales que Yunque conoció a lo largo de toda su vida, enmarcados en un momento histórico en el que surgieron en Argentina el populismo de izquierdas y la conciencia progresista, le llevaron a veces a simplificar en extremo la problemática de la lucha de clases; pero ello no fue óbice para que su obra lograra consolidar una temática político-social que atrajo a numerosos lectores pertenecientes a los grupos sociales menos favorecidos, con singular difusión entre la población urbana sometida a la voracidad de los explotadores. Su producción impresa progresa, así, a través de dos grandes cauces temáticos: el de la denuncia político-social, y el de la instrucción pedagógica (recorrido por sus libros infantiles y juveniles).
Narrativa
Dentro de esa predilección por la temática urbana, la prosa de ficción de Álvaro Yunque se adentra en los terrenos resbaladizos del suburbio para poner de manifiesto la violencia, la injusticia y la desigualdad a las que se ven sometidos los integrantes más bajos del escalafón social; entre ellos, las víctimas más inocentes -y las que sufren en mayor grado los efectos de los explotadores- son los chicos de barrio, esos niños de la calle que se convierten en protagonistas de unas historias en las que el grito airado de protesta se funde con la mirada solidaria y compasiva del autor platense. La reacción de estos menores -unas veces dictada por el odio y el resentimiento, otras por el dolor y la rebeldía, y otras, en fin, por el humor y el desparpajo- sostiene unas tramas argumentales muy cercanas a la vida cotidiana en el suburbio, lo que hace explicable el éxito de la narrativa de ficción entre las clases populares ( y no sólo argentinas: los relatos de Yunque han sido traducidos al inglés, italiano, ruso, alemán, yiddish, chino, rumano, checo, polaco y portugués).
La extensa producción narrativa del escritor platense comprende títulos tan relevantes como Zancadillas (Buenos Aires: Claridad, 1925), Barcos de Papel (Buenos Aires: La Campana de Palo, 1925), Espantajos (Buenos Aires: Claridad, 1927), Ta-te-tí (Buenos Aires: Claridad, 1928), Bichofeo (Buenos Aires: Claridad, 1929), Jauja (Buenos Aires: Claridad, 1929), Los animales hablan (Santiago de Chile: Ed. Ercilla, 1930), No hay vacaciones (Buenos Aires: Tor, 1933), Trece años (Buenos Aires: Atlas, 1935), Poncho (Buenos Aires: Claridad, 1936), Pirata [novela corta] (Buenos Aires: Nuestra Novela, año, 1 Nº12, 1941), Tutearse con el peligro (Buenos Aires: Futuro, 1946), Muchachos pobres (Buenos Aires: Cartago, 1956), Muchachos del sur (Buenos Aires: Eurindia, 1957), La barra de siete ombúes (Buenos Aires: Futuro, 1959), El amor sigue siendo niño (Buenos Aires: Cátedra L. De la Torre, 1960), Hombres de 12 años (Moscú, 1965), Mocho y el espantapájaros (Buenos Aires: Eudeba, 1966), Gorriones de Buenos Aires (Buenos Aires: Plus Ultra, 1971), Juventud (Buenos Aires: Plus Ultra, 1973), Aventureros de todas las noches (Buenos Aires: Lagos, 1973), Adolescentes (Buenos Aires: Plus Ultra, 1973), Los que aman se aman (Buenos Aires: Plus Ultra, 1974), Niños de hoy (Buenos Aires: Plus Ultra, 1974), Nuestros muchachos (Buenos Aires: Plus Ultra, 1975), Muchachos del sur [reedición] (La Habana: Gente Nueva, 1980), Laberinto infantil (Buenos Aires: Cartago, 1984), Las alas de la mariposa (Buenos Aires: Orión, 1984), Animalía (Buenos Aires: Alfaguara, 1999) y Cuentos con chicos (Buenos Aires: Alfaguara, 2001).
Poesía
A pesar del éxito alcanzado con sus relatos en prosa, Álvaro Yunque siempre antepuso su condición de poeta a la de narrador, y prefirió que le recordaran por sus versos antes que por sus cuentos, sus ensayos, sus artículos periodísticos o sus piezas teatrales. En su opinión, ser poeta en Argentina durante el tiempo que le había tocado vivir, y mantener a lo largo de toda su vida esta inflamada vocación lírica, constituía un mérito difícil de alcanzar; por eso le llenaba de orgullo y satisfacción su insistencia en el cultivo del verso, que interpretaba como una de las mejores manifestaciones de su capacidad de resistir, obstinada y silenciosamente, en un mundo hostil, carente de cualquier estímulo para el poeta. Al cumplir los sesenta años de edad (1949), dio a la imprenta una muestra antológica en la que reunía algunos de los mejores poemas que había venido publicando a lo largo de cinco lustros, desde que, a mediados de los años veinte, irrumpiera en el panorama literario bonaerense con Versos de la calle (Buenos Aires: Claridad, 1924); y, para sorpresa de críticos y lectores, añadía junto a estos poemas conocidos otras composiciones líricas extraídas de una veintena de poemarios inéditos que venían a confirmar esa capacidad de Yunque para la creación callada y tenaz.
En la vasta producción poética del escritor platense se aprecia un hilo conductor que, enraizado en su condición de poeta del pueblo, recorre los registros coloquiales del habla argentina para convertir en lenguaje poético los giros populares de su tierra. Este inconfundible acento argentino, presente ya en los citados Versos de la calle (Buenos Aires: Claridad, 1924), se mantiene y adensa en otras colecciones de poemas tan relevantes como las tituladas Nudo corredizo (Buenos Aires: Claridad, 1927), Cinco poemas (Buenos Aires, 1927) -escrita en colaboración con Antonio Gil, Juan Guijarro Rodolfo Tallon y Juan Sebastian Tallon, como homenaje a Roberto Payró-, Descubrimiento del hijo (Buenos Aires: Adah, 1931), Cobres de dos centavos (Buenos Aires: Reja, 1931), Poemas gringos (Buenos Aires: Claridad, 1932), La O es redonda (Buenos Aires: Tor, 1933), España 1936 (Buenos Aires: Grabo, 1936), Antología poética (Buenos Aires: Ayer y Hoy, 1949), El guerrero sabio (Buenos Aires: Ayer y Hoy, 1950), 100 hai-cais y un soneto (Buenos Aires: Peña Lillo, 1966), Ondulante y diverso (Buenos Aires: Tallon, 1967), Versos rantes (Buenos Aires: Metrópolis, 1971) y Poemas para encontrar a Cervantes (Buenos Aires: Papeles de Buenos Aires, 1975). Asimismo, Yunque es autor de la traducción al castellano, a partir de un original en francés, de la selección antológica titulada Poetas chinos (Buenos Aires: Quetzal, 1958); de la interesante antología La poesía dialectal porteña (Buenos Aires: Peña Lillo, 1961); y del no menos valioso trabajo de investigación Fray Mocho, precursor del lunfardo (Buenos Aires: Metrópolis, 1971).
El tema de la condición humana, tan presente en el resto de la producción literaria de Álvaro Yunque, cobra en su acento lírico un singular protagonismo, como bien puede apreciarse en los poemas que a continuación se copian: «Ser un hombre no es ser una frustrada / tentativa de dios. El hombre es dios. / Lo sabes tú que huellas el camino, preñada / de angustia la pupila, desgarrante la voz. / Si, resignado, sigues con la testa abajada / (toro bravo al que llevan preso de la nariz), / bestia serás, no hombre, tendrá fin tu jornada: / Ser bestia es ser feliz» («Ser un hombre…»). «¿Cómo un hombre va a ser puro / si su mano abierta, esa ala, / puede convertirse en puño?» («Pureza»). «Con el hombre que soy, risueñamente, / miro al hombre que fui, tremante niño. / Y también jubiloso miro al hombre / que, presiento, seré… Mas, ¿Cómo miro / al hombre que no fui? ¿Con qué tristeza, / al que podría ser y que no he sido?» («Hombres»).
Teatro
La vocación dramática de Álvaro Yunque se puso de manifiesto a finales de la década de los años veinte, cuando, en colaboración con otros miembros del «Grupo Boedo» como Leónidas Barletta, Elías Castelnuovo y Octavio Palazzolo, intentó poner en marcha el colectivo «Teatro Libre» (1927), en una época en la que aún no se hablaba en los dominios de Talía de lo que más tarde sería conocido como «Teatro independiente». Tras el fracaso de este proyecto pionero, Yunque, Barletta y Castelnuovo volvieron a la carga con el «Teatro Experimental de Arte», más conocido como TEA, siglas que sugerían la voluntad de alumbrar un nuevo espacio escénico y la vocación rebelde y transgresora -difícil de controlar y reducir, como el fuego- de sus promotores.
A finales de la década siguiente, el escritor de La Plata mantuvo vivo su afán renovador al integrarse en el colectivo «La Máscara» (1939), cuya tarjeta de presentación venía ilustrada con estas sugerentes palabras del propio Yunque: «El teatro no es un templo, es un taller. Bienvenidos a este taller donde venís a trabajar con nosotros«. Hasta entonces, Álvaro Yunque había estrenado algunas obras en diferentes círculos independientes: debutó como autor dramático con la obra en un acto titulada Los cínicos, a la que siguieron otras piezas como Comedieta burguesa (estrenada en el Teatro del Pueblo), Miguel Cantó (representada por vez primera en el Teatro Rodante), Sonreír (cuya primera puesta en escena se llevó a cabo en el Teatro Smart), El hígado y los riñones y Somos hermanos (ambas estrenadas en el teatro Juan B. Justo), e Intrusa (montada por la Compañía Pearson-Walk); La Muerte es hermosa y blanca supuso su primera colaboración con los actores del teatro La Máscara, en un montaje en el que el propio Yunque se hizo cargo de la puesta en escena. Su activa presencia en estos foros dramáticos ajenos a los círculos oficiales del teatro comercial explica que, al contrario de lo ocurrido con su obra narrativa, poética y ensayística, su vasta producción teatral haya quedado, en su mayor parte, inédita y sin estrenar, como oportunamente apunta el crítico Luis Ordaz: «Yunque participó en muchos de los intentos realizados en procura de un teatro digno y ha colaborado en la formación y desarrollo del movimiento de escenarios independientes. Sin embargo, si hemos sabido de su maduro talento a través de cuentos admirables y de ensayos y biografías magistrales, su actividad de autor teatral permaneció casi ignorada. Pocas de sus obras llegaron a escena y alrededor de treinta continúan sin estrenar. Yunque decidió comenzar a publicarlas y así conocimos algunas de ellas en las que se advierte su destreza en el manejo de la farsa y cierto humorismo satírico que evidencia su honda comprensión humana«.
Tras esta decisión de reunir y publicar sus piezas teatrales, el propio Yunque clasificó sus obras en los siguientes apartados temáticos: teatro para la imaginación, para la revolución, para sonreír y pensar, para que el espectador se reconozca, para la emoción, y para reírse de uno mismo. De esta tipología se infiere que el escritor platense cultivó casi todos los géneros teatrales conocidos, desde la farsa hasta el drama, pasando por el teatro del absurdo, la comedia y el teatro infantil y juvenil; además, muchos de sus relatos fueron dramatizados y puestos en escena por parte de algunos de los grupos independientes con los que Yunque mantuvo una fructífera relación. Entre sus obras publicadas o estrenas, cabe destacar -recordando algunas de las ya citadas en el parágrafo anterior- Los cínicos, Comedieta burguesa, Miguel Cantó, Sonreír, El hígado y los riñones, Intrusa, La Muerte es hermosa y blanca, Un diamante en el apéndice -uno de sus mayores éxitos de crítica y público, estrenada en 1962 en el Teatro Marconi bajo la dirección de Ricardo Pasano, e inspirada en un comunicado policial aparecido en las páginas de El Telégrafo el día 7 de febrero de 1928-, El último tren, Violín y Violón, Tres poetas y un pan, 13.313 y Dos humoristas y ella. Y, dentro de su producción dramática destinada a los más jóvenes, conviene subrayar algunas piezas tan brillantes como Cinco muchachos, Somos hermanos, Los libertadores, El perro atorrante, El vestido nuevo, El hijo de la Paula, Las mulas de Quimbo, Un muchacho de San Martín, El contingente, Ariel y Calibán, Inocentes y El tigre y el zorro.
Ensayo
En su faceta de ensayista, Álvaro Yunque también mostró la amplia variedad de sus conocimientos e inquietudes, por medio de numerosos volúmenes que abarcan temas y materias tan diversos como la pedagogía, la historia de la literatura argentina, la denuncia político-social, etc. Especialmente celebrada fue la aparición de su primer ensayo, Lectura libre (Buenos Aires: Claridad, 1933), una obra alentada por ese afán educativo que anima gran parte de su obra, y concebida como una antología de textos capaces de inculcar en los niños y jóvenes algunos valores tan apreciados por Yunque como la solidaridad, el amor a los animales, la exaltación del trabajo, la libertad, el amor a la verdad, la alegría, el idealismo, el heroísmo, el altruismo y los progresos morales de la Humanidad. Las palabras impresas por el propio autor platense en el prólogo de esta obra ponen de relieve su intención de hurtarse a la temática habitual en la literatura infantil y juvenil, y su propósito de ahondar en otros aspectos más cercanos a la vida cotidiana de los menores: «En este libro se pone al niño en contacto con páginas que no fueron especialmente escritas para los niños. Es un libro serio, pero no es un libro triste. Aquí los niños no hallarán cuentos fantásticos, narraciones inverosímiles en las que figuran el demonio, hadas, grifos, gnomos, sirenas, brujas, magos, príncipes libertadores, ricos generosos y demás seres que no existen. En este libro encontrarán lo que encuentran en la vida. Y en él hallarán cosas entretenidas, también, porque nada más interesante que la vida, la vida verdadera, la de todos los días«.
Tras este ensayo antológico, Yunque dio a la imprenta un estudio sobre uno de los mayores poetas románticos argentinos –Esteban Echeverría (Buenos Aires: Claridad, 1837)-, obra con la que vino a demostrar sus aptitudes para la crítica y la investigación literarias. Cuatro años después, consolidó esta agudeza crítica con el valiosísimo ensayo titulado La Literatura Social en la Argentina (Buenos Aires: Claridad, 1941), cuyo elocuente subtítulo –Historia de los movimientos literarios desde la emancipación nacional hasta nuestros días– anunciaba el monumental esfuerzo emprendido por el autor platense con el propósito de esclarecer algunos de los períodos más fecundos en la historia de la creatividad artística de su pueblo. Al hilo de este afán divulgativo y esclarecedor, Yunque dejaba patente en esta obra las claves esenciales de su poética, orientada siempre hacia el tratamiento de unos temas que apuntan a rescatar al ser humano de ese medio hostil que le rodea en las sociedades modernas: «El arte social era el viejo arte épico, expresión de la secular lucha de clases. Guerrero en Grecia y Roma; épico y religioso en la Edad Media; luego épico-filosófico: Fausto, La Leyenda de los Siglos de Víctor Hugo; y luego épico-patriótico: «La Marsellesa», «Himno Nacional Argentino» y «Oda a los Padres de la Patria». Y el arte se llama luego ideológico o izquierdista o libertario o tendencioso o socialista o revolucionario o dirigido […]. Hay arte que, como la débil y bella luz de la luna, ilumina y no calienta. Pero hay un gran arte que, como la hermosa y fecunda luz del sol, calienta e ilumina: Este arte señala al hombre«.
Otros notables ensayos de Álvaro Yunque son los titulados Don Pedro y Almafuerte (Buenos Aires: Revista Nosotros, 1942), Poetas sociales de la Argentina (Buenos Aires; Problemas, 1943), Diario de Jules Renard (Buenos Aires; Futuro, 1944) -traducción, selección y prólogo de Álvaro Yunque, quien firmó con el pseudónimo de Enrique Herrero, por hallarse en aquellos momentos censurado por la dictadura de Farrell-, Presencia, vacilación y esperanza del teatro argentino (Buenos Aires: Anteo, 1946), La moderna poesía lírica rioplatense (Buenos Aires: Periplo, 1952) -recopilación realizada en colaboración con Humberto Zarrilli-, Poesía gauchesca y nativista rioplatense (Buenos Aires: Periplo, 1952), Aníbal Ponce o los deberes de la inteligencia (Buenos Aires: Futuro, 1958) -otro de sus ensayos mayores, centrado en la vida y obra del fecundo pensador argentino, con ricas aportaciones biográficas y analíticas que muestran su evolución ideológica desde el pensamiento liberal hasta el marxismo militante- y Reflexiones no mansas (Buenos Aires: Derechos Humanos, 1981).
Cabe anotar, por último, dentro de esta faceta ensayística de Yunque, su deslumbrante capacidad crítica, analítica y divulgadora puesta de manifiesto en los numerosos prólogos y estudios preliminares que realizó a lo largo de su prolongada trayectoria literaria; entre ellos, conviene recordar aquí los que ilustraron algunos títulos como La cultura frente a la Universidad (de C. Sánchez Viamonte), Sin novedad en el frente (de Erich M. Remarque), Roberto Payró (del prestigioso crítico Raúl Larra), Instrucción del estanciero (de José Hernández), Teatro (de Nicolás Rapoport), Teatro completo (de Gorky), Croquis y siluetas múltiples (de Eduardo Gutiérrez), Fronteras y territorios de las Pampas del Sur (de Álvaro Barros) y Obras completas (de Almafuerte).
Historiografía
Capítulo aparte merecen los estudios históricos del intelectual platense, iniciados cuando estaba ya próximo a cumplir el medio siglo de existencia, y concebidos como un intento exigente y riguroso de interpretar la historia de su nación a través de un prisma sociológico. El centenario de la aparición de «La Cautiva» (1837), el gran poema romántico de Esteban Echeverría (1805-1851), suscitó en Yunque un vivo interés por el estudio de la pampa y sus pobladores decimonónicos, magníficamente descritos en el citado poema. A partir del análisis de las causas que provocaron la Revolución de Mayo (1810) y de la reacción ideológica que dio pie a la dictadura de Juan Manuel de Rosas (1793-1877), Álvaro Yunque se adentra en las peculiaridades de la sociedad, los grupos humanos, los valores culturales y las razones económicas que llevaron a la recién creada república a un violento período de enfrentamientos sostenidos durante siete décadas, en una búsqueda torpe y titubeante de una identidad nacional que no halló unos cauces pacíficos hasta finales del siglo XIX.
Entre los estudios históricos más relevantes de Yunque, conviene dejar constancia de los titulados Leandro N. Alem, el hombre de la multitud (Buenos Aires: Claridad, 1946), Calfucura. La conquista de las Pampas (Buenos Aires: Claridad, 1956), Breve historia de los argentinos (1492-1956) (Buenos Aires: Futuro, 1957), Síntesis histórica de la literatura argentina (Buenos Aires: Claridad, 1957), Historia de l