Vázquez, Manolo (1930-2005)
Matador de toros español nacido en Sevilla el 21 de agosto de 1930 y fallecido en la misma ciudad el 14 de agosto de 2005. En el planeta de los toros es conocido por el sobrenombre de «Manolo Vázquez». Miembro de una de las más célebres dinastías hispalenses del Arte de Cúchares, es hermano del genial coletudo José Luis Vázquez Garcés («Pepe Luis Vázquez») y del también matador de reses bravas Antonio Vázquez Garcés, y tío del espada José Luis Vázquez Silva (apodado, al igual que su progenitor, «Pepe Luis Vázquez»).
Alentado por el ejemplo de su hermano mayor, con apenas quince años de edad tomó parte en un festejo sin picadores verificado en el coso sevillano de Carmona. Tras superar las asperezas inherentes a los duros comienzos del oficio, el día once de agosto de 1947 consiguió estrenar su primer terno de alamares sobre las arenas de Ciudad Real, y al mismo ruedo volvió, al cabo de un año, para debutar en una novillada asistida por el concurso de los varilargueros. Corría, a la sazón, el día 11 de agosto de 1948, fecha en la que Manolo Vázquez compartió cartel con los novilleros Pablo Lalanda y «Frasquito» para enfrentarse con un encierro procedente de la vacada de Pérez Centurión. Las buenas maneras apuntadas por el joven torero sevillano le permitieron intervenir, antes del fin de aquella temporada, en otras doce novilladas picadas, para enfundarse el traje de luces en diecinueve ocasiones durante la campaña siguiente.
Su nombre ya había comenzado a levantar cierto revuelo entre los aficionadas más atentos cuando, el día 4 de junio de 1950, el mediano de los Vázquez Garcés se presentó por vez primera en calidad de novillero ante el severo público de la plaza Monumental de Las Ventas, donde, acompañado en los carteles por «Juan de la Palma» y el hermano menor de éste, Antonio Ordóñez Araujo, enjaretó una soberbia faena a un novillo marcado con la señal de don Graciliano Pérez-Tabernero, que le valió la recompensa de una oreja. Entusiasmada con este triunfo, la primera afición del mundo reclamó de nuevo la presencia del joven novillero sevillano para el día 11 de aquel mismo mes, fecha en la que Manolo Vázquez no sólo confirmó las expectativas levantadas tras su primera actuación en Madrid, sino que superó con creces las esperanzas albergadas por sus más acérrimos partidarios, ya que desorejó a los dos novillos de su lote, pertenecientes a la acreditada ganadería de don Antonio Pérez. Después de haber paseado, entre ruidosas aclamaciones, los cuatro apéndices auriculares de sus enemigos, el joven Manuel Vázquez Garcés salió por la Puerta Grande a hombros de una enfervorizada afición que intuía, con fundados indicios, que transportaba en volandas a una de las grandes revelaciones del toreo de los años cincuenta.
Tan comentado triunfo le permitió vestirse de luces en treinta y ocho ocasiones a lo largo de aquella campaña de 1950 (en la que, sin embargo, fracasó en su presentación ante sus paisanos el día 18 de junio, cuando sufrió una inoportuna fractura de clavícula), y afrontar la siguiente con la ilusión de ver colmado el sueño de todo aspirante a gran figura del Arte de Cúchares: convertirse en matador de toros. Y así, en efecto, imprimió nuevos bríos a su brillante trayectoria novilleril en 1951, año en el que volvió a triunfar ruidosamente en Madrid (el 21 de mayo), en Sevilla (el día 2 de septiembre) y de nuevo en la capital de España (el 20 de aquel mismo mes), donde la primera afición del mundo premió con dos orejas la espléndida actuación de quien ya era considerado, a pesar de sus sólidas raíces hispalenses, como un «torero de Madrid».
Así las cosas, el día 6 de octubre de aquel año de 1951, sobre el redondel de su Sevilla natal, cuando ya había intervenido en treinta y dos novilladas a lo largo de dicha campaña, Manuel Vázquez Garcés hizo el paseíllo acompañado por su hermano mayor «Pepe Luis Vázquez», quien, a título de padrino de alternativa, le cedió la lidia y muerte de Perdulario, un burel criado en las dehesas de Domingo Ortega. Cartel más rematado era imposible hallar por aquel entonces, ya que el padrino de tan emotiva ceremonia fue el genial coletudo madrileño -aunque nacido accidentalmente en Caracas- Antonio Mejías Jiménez («Antonio Bienvenida»).
En un gesto torero difícil de entender en estos tiempos de trayectorias profesionales artificialmente amañadas por los intereses espurios de matadores, apoderados y empresarios, los tres protagonistas de aquella espléndida función de toros volvieron a hace el paseíllo en Madrid al día siguiente de haber actuado en Sevilla, con el propósito de que el nuevo doctor en tauromaquia confirmara cuanto antes, en la capital mundial del toreo, los méritos que le acreditaban como tal. La suerte, empero, no acudió aquella tarde del 7 de octubre de 1951 a su cita frecuente con Manolo Vázquez, ya que, después de que éste despachara sin pena ni gloria al toro de su confirmación (un morlaco criado en las dehesas de Bohórquez, que atendía a la voz de Calamar), el segundo enemigo de su lote le asestó una grave cornada en la región glútea derecha, percance que puso fin a aquella brillante temporada del joven diestro sevillano.
Los éxitos alcanzados por Manolo Vázquez en la Monumental de Las Ventas durante su fulgurante trayectoria novilleril propiciaron que, en su primera campaña como matador de toros (la correspondiente al año de 1952), apareciera anunciado tres tardes en el abono de la Feria de San Isidro. A pesar de que llegó a Madrid después de haber fracasado en la Feria de Abril de su Sevilla natal, no defraudó a la afición que le había entronizado como gran figura del toreo, puesto que en una de esas tres comparecencias venteñas (concretamente, la verificada el día 24 de mayo) desorejó al tercer astado de la tarde. Artista sereno y sosegado, poseedor de un estilo propio que, dentro del inevitable influjo «pepeluisista», resaltaba en todo momento su genuina concepción del toreo y su auténtica personalidad delante de los toros, Manolo Vázquez no se creyó obligado a justificar su dimensión de figura del Arte de Cúchares por medio de la mera acumulación de contratos; y así, puso fin a aquella temporada de 1952 después de haberse vestido de luces en treinta y ocho ocasiones, para intervenir tan sólo en veintiséis corridas durante la campaña siguiente. Fue, este de 1953, un mal año para el mediano de los Vázquez Garcés, ya que no logró ningún triunfo clamoroso en las principales plazas del planeta de toros, y resultó herido el día 21 de abril en el coso hispalense; a pesar de ello, dejó abundantes muestras de ese honrado pundonor que venía jalonando toda su carrera profesional, como queda patente en el detalle de que volviera a hacer el paseíllo en Sevilla al día siguiente de haber sufrido dicho percance.
Se le seguía negando, empero, el triunfo ante sus paisanos, a los que no logró convencer en ninguna de sus cuatro comparecencias en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla durante la temporada de 1954, en la que, fiel a su tradición, volvió a cortar una oreja en Madrid (el día 16 de mayo). Sólo cumplió veinte ajustes durante dicha campaña, y en la siguiente, en la que de nuevo cortó una oreja en Las Ventas (19 de mayo), alcanzó la cifra de veintinueve actuaciones vestido de alamares. Cada vez más consagrado como una de las pocas figuras merecedoras del honroso título de «torero de Madrid», el coletudo hispalense triunfó nuevamente en la capital durante el ciclo isidril de 1956, en el que protagonizó dos exitosas actuaciones (los días 12 y 16 de mayo) que le valieron la recompensa de quedar incluido en los carteles de la corrida de Beneficencia de aquel año (en la que fue premiado con una oreja) y, unos días después, en la función extraordinaria de la Prensa. Aquel año -en el que, para no variar, también había pasado inadvertido en su Sevilla natal-, Manolo Vázquez volvió a ser víctima de los rigores del oficio, que se hicieron dolorosamente presentes en una gravísima cornada recibida en las arenas de Valencia el día 26 de julio; pese a ello, cumplió, al término de aquella campaña de 1956, veintitrés contratos.
Por fin logró triunfar en el coliseo sevillano en 1957, aunque la oreja allí conseguida fue pronto eclipsada por el ya casi rutinario éxito isidril, plasmado esta vez en dos apéndices auriculares arrancados a un astado el día 14 de mayo. Una vez más, esta brillante actuación en el ciclo ferial madrileño le permitió volver a hacer el paseíllo en la primera plaza del mundo con motivo de los festejos de Beneficencia y de la Prensa, en sendas tardes en las que no logró superar su deslumbrante faena del citado 14 de mayo, realizada con la «inestimable colaboración» del toro Lagunillo, de don Juan Cobaleda, y considerada por el propio Manolo Vázquez como la intervención más inspirada de toda su andadura profesional.
Ubicado, en fin, en los puestos cimeros del escalafón, durante los restantes años de la década del cincuenta el espada sevillano mantuvo una trayectoria similar: en 1958 triunfó en dos comparecencias isidriles, intervino en la función de Beneficencia y resultó gravemente herido en agosto, en las arenas de San Sebastián; y en 1959 se hizo aplaudir en Sevilla (23 de marzo), volvió a entusiasmar en Madrid (19, 21 y 30 de mayo), ocupó de nuevo un sitio en el cartel de Beneficencia (donde resultó galardonado con una oreja) y regresó a Las Ventas a finales de año, para hacer el paseíllo con su hermano «Pepe Luis» y con el paisano de ambos Francisco Romero López («Curro Romero»).
A pesar de esta presencia constante en los principales cosos del planeta de los toros, la carrera de Manolo Vázquez había experimentado un evidente declive, manifiesto en el hecho de haber toreado sólo en diecisiete ocasiones en 1959, que se redujeron alarmantemente a siete en 1960, por culpa de otra grave cogida en Madrid, cuando intervenía por quinta vez consecutiva en la corrida extraordinaria de Beneficencia. Corría, a la sazón, el día 8 de junio, fecha en la que un toro de don Samuel Flores hirió a Manolo Vázquez en el muslo derecho, lo que no le impidió reaparecer en Las Ventas, un mes después, con motivo de la función organizada en beneficio de la Prensa.
Un atisbo de recuperación se advirtió en la campaña de 1961, en la que cumplió veintiún ajustes. Pero la desgracia volvió a cebarse en el coletudo hispalense al año siguiente, cuando, el día 20 de mayo, de nuevo en su querida plaza madrileña, fue sañudamente corneado en el muslo izquierdo, circunstancia que le forzó a vestirse de luces en tan sólo seis ocasiones a lo largo de dicha campaña, y a permanecer inactivo durante toda la temporada siguiente. En 1964, su regreso a los ruedos se vio empañado por su incomparecencia en Madrid, así como por otra grave cornada recibida el día 12 de julio en las arenas de la Ciudad Condal, lo que precipitó el curso de su decadencia, plasmada definitivamente en mayo de 1965, cuando, después de haber intervenido tan sólo en dos festejos isidriles -los dos únicos en que se había vestido de luces en dicha temporada- decidió, ante su escasa fortuna, retirarse del ejercicio activo del toreo.
Tras un par de campañas inactivo, a comienzos de 1968 Manolo Vázquez decidió reaparecer en el coliseo taurino de Santa Cruz de Tenerife, donde un astado marcado con el hierro de Galache le asestó una cornada en la pierna izquierda. Pasó, poco después, sin pena ni gloria por la Feria de Abril sevillana (en la que intervino en dos ocasiones) y, sin anunciarse tampoco en Madrid, toreó la cuarta y última corrida de su reaparición en la Real Maestranza hispalense el día 28 de septiembre, fecha en la que, tras haber despenado a un burel de Concha y Sierra que atendía a la voz de Mondeño, volvió a anunciar su abandono de los ruedos.
Permaneció, a partir de entonces, retirado del ejercicio activo de la profesión durante una docena de años, consagrado a unos negocios que dejaban patente su alejamiento definitivo de los útiles de torear. Pero en 1981, cuando contaba ya cincuenta y un años de edad, dos circunstancias coincidentes le animaron a enfundarse de nuevo el terno de alamares. La primera de ellas fue la exitosa reaparición de un compañero de generación, el madrileño Antonio Chenel Albadalejo («Antoñete»), recibido por los viejos aficionados y por el público joven que había retornado a los ruedos como uno de los grandes maestros del momento; la segunda vino protagonizada por la incipiente carrera de su sobrino «Pepe Luis», quien consideraba un honor recibir el título de doctor en tauromaquia de manos de su célebre tío.
Así las cosas, el día 19 de abril de 1981 Manolo Vázquez volvió a vestirse de torero en su Sevilla natal, para apadrinar la alternativa de su sobrino bajo la atenta mirada de un testigo de excepción: el diestro de Camas «Curro Romero». Decidido a volver por sus fueros, el día 11 de junio de aquel mismo año se anunció en los carteles madrileños de la Beneficencia, y al cabo de siete días regresó al albero sevillano para, ante el asombro del citado Romero y del jerezano Rafael Soto Moreno («Rafael de Paula»), acabar paseando dos orejas por el anillo de la Real Maestranza. A partir de entonces, su nombre ocupó un puesto fijo en los denominados «carteles del Arte», que le llevaron a Las Ventas el día 20 de septiembre de aquel año de su reaparición (en compañía de los susodichos «Antoñete» y «Curro Romero»), y de nuevo a Sevilla el día 27 de aquel mismo mes (para alternar otra vez con el camero y el jerezano), fecha en la que sus paisanos reconocieron su arte con la entrega de una oreja.
Reverdecían, pues, ya en plena madurez, los antiguos esplendores de la carrera taurina de Manolo Vázquez, quien firmó veintiún contratos durante aquella campaña de 1981. En la temporada siguiente sólo realizó trece paseíllos, pero con citas tan relevantes como las dos que le llevaron a la Feria de Abril, las otras dos que le anunciaron en los carteles isidriles, y, finalmente, la que le permitió regresar al coliseo madrileño en la Feria de Otoño, donde renovó la vieja devoción que le profesaba el público de la capital, que le otorgó dos orejas. Un mes antes (concretamente, el día 18 de agosto), el veterano espada sevillano había protagonizado una función memorable en el redondel de Ciudad Real.
Pero su triunfo más clamoroso -a pesar de haber rebasado ya con creces los cincuenta años de edad- aún estaba por llegar. En efecto, en la temporada de 1983 alcanzó diversos éxitos en cosos tan relevantes como el de Sevilla (18 de abril), Madrid (Feria de San Isidro) Barcelona (17 de julio) y Logroño, aunque no pudo despedirse con agrado de su querida afición de Madrid, ya que, en la que habría de ser su última actuación en Las Ventas, verificada el 17 de septiembre, resultó herido de pronóstico reservado y hubo de pasar a la enfermería. Finalmente, su definitiva despedida de los ruedos tuvo lugar, en el albero sevillano, el día 12 de octubre de aquel año de 1983, fecha en la que compartió cartel, mano a mano, con «Antoñete» para poner un broche apoteósico a su deslumbrante andadura torera. A sus cincuenta y tres años de edad, Manolo Vázquez salió, por primera vez en su vida, a hombros de sus paisanos por la Puerta del Príncipe, después de haber dictado una soberbia lección de tauromaquia en la que brilló a gran altura no sólo en el manejo del capote y la muleta, sino también a la hora de ejecutar la suerte suprema (que había sido siempre su talón de Aquiles). Aquella gloriosa tarde de su despedida, poco antes de que su hijo le cortara simbólicamente la coleta sobre el albero de su tierra natal, Manolo Vázquez había cortado una oreja a un toro de Juan Pedro Domecq, dos a un morlaco criado en las dehesas de González Sánchez-Dalp, y otra a una res perteneciente a la vacada de Núñez Moreno de Guerra.
Un buen resumen del paso estelar de Manolo Vázquez por el firmamento taurino puede leerse en las palabras del estudioso del torero Carlos Abella, para quien el diestro del barrio hispalense de San Bernardo «ha sido un torero sevillano, pero de los que Madrid adopta como hijo pródigo, lo que explica que en Las Ventas interviniera en cuarenta y siete corridas de toros, de las cuales treinta en San Isidro, superando en más de veinte las que suma su coetáneo Antonio Ordóñez. Intervino en las seis corridas de la Beneficiencia [sic], ya reseñadas, y en cuatro de la Prensa, 1953, 1956, 1957 y 1960. Cortó en ese casi medio centenar de corridas catorce orejas, y dos veces obtuvo dos orejas de un mismo toro«. Por su parte, el celebérrimo tratado Los Toros (conocido popularmente como «El Cossío«) afirma que el genial espada sevillano «ha dotado a su trabajo de auténtica personalidad, enriqueciéndola con elementos propios que alejan toda idea de imitación. Su estilo, alado y garboso, no es la envoltura de un torero superficial y frívolo; es decidido ante los toros, y su cotización, siempre sostenida, habla con elocuencia de la solidez de su arte«.
Bibliografía.
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– ABELLA, Carlos y TAPIA, Daniel. Historia del toreo (Madrid: Alianza, 1992). 3 vols. (t. 2: «De Luis Miguel Dominguín a «El Cordobés», págs. 254-260).
– COSSÍO, José María de. Los Toros (Madrid: Espasa Calpe, 1995). 2 vols. (t. II, pág. 790).