Gómez Suárez de Figueroa (1539–1616): El Inca Garcilaso de la Vega, Cronista del Mestizaje Hispano-Andino

Gómez Suárez de Figueroa (1539–1616): El Inca Garcilaso de la Vega, Cronista del Mestizaje Hispano-Andino

Contexto histórico, orígenes y primeros años

1.1. Los orígenes familiares y el mestizaje

La figura de Gómez Suárez de Figueroa, conocido más tarde como El Inca Garcilaso de la Vega, representa la fusión de dos mundos antagónicos: el de los conquistadores españoles y el de los pueblos indígenas de América. Nació en el corazón del Imperio Inca, en la ciudad de Cuzco hacia el año 1539, hijo del capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, quien fue un notable militar en la conquista del Perú, y de Chimpu Ocllo, una mujer que pertenecía a la alta nobleza incaica, hija de la coya Mama Ocllo y hermana de Huayna Capac, último gran Inca antes de la llegada de los conquistadores. A través de su madre, el joven Gómez mantenía una conexión directa con los linajes imperiales del Tahuantinsuyu, mientras que por parte de su padre, se vinculaba con la aristocracia española.

La mezcla de sangre indígena y europea, como en el caso de Garcilaso, no era un hecho inusual en el Perú colonial, pero su caso se destacó debido a las particularidades de su familia. Mientras que los españoles comenzaron a crear una nueva sociedad mestiza, Garcilaso creció en un contexto de intensas tensiones entre las culturas indígena y europea, donde las influencias de ambas marcarían su vida.

El nombre con el que fue bautizado, Gómez Suárez de Figueroa, reflejaba la tradición española, sin dar cuenta de su mestizaje. Su padre, al ser de una familia de gran linaje, se reservaba este apellido para sus primogénitos, lo cual evidenciaba la importancia que otorgaba a la línea paterna. Sin embargo, su madre, Chimpu Ocllo, le legó una conexión con los nobles Incas que influiría profundamente en su vida y en su obra literaria.

1.2. La niñez en el Cusco y las tensiones de la conquista

Los primeros años de vida de Garcilaso estuvieron marcados por la ciudad de Cuzco, capital del Tahuantinsuyu y centro neurálgico de la colonia española. Allí, en un contexto de continuas luchas y divisiones entre los conquistadores, Gómez fue testigo de los cambios dramáticos que se producían a su alrededor. Durante su niñez, las tensiones políticas entre las facciones de los conquistadores se hicieron evidentes en la ciudad, especialmente tras la muerte de Francisco Pizarro a manos de los seguidores de Diego de Almagro. En el mismo año de 1541, su vida se vería alterada por el conflicto de los almagristas contra los pizarristas, lo que significó la caída del primer virrey del Perú y la creciente desestabilización política.

Un episodio significativo en su vida temprana fue el asedio a su casa durante la rebelión de Gonzalo Pizarro en 1544. Siendo apenas un niño de seis años, sufrió el hambre y la amenaza constante de muerte mientras su madre y varios sirvientes se refugiaban en su hogar. Esta vivencia marcó al joven Gómez, quien pudo observar desde su propia casa la brutalidad de los conflictos civiles y la continua violencia que definía la relación entre los colonizadores.

A pesar de este clima de tensión, su madre desempeñó un papel fundamental en su educación, y desde temprana edad, Gómez Suárez comenzó a familiarizarse tanto con el quechua como con el castellano, viviendo en un mundo que reflejaba el mestizaje y las contradicciones inherentes a la nueva sociedad colonial. De un lado, su madre y su abuelo, Huallpa Tupac Yupanqui, le impartieron conocimientos sobre las costumbres y leyes del Tahuantinsuyu; del otro, su padre le enseñó la cultura hispana, a través de relatos sobre las guerras en España y la vida en la península.

En este ambiente de intercambios culturales, el joven Gómez fue influenciado por las dos civilizaciones que convivían, sin que ninguno de sus mundos se disolviera completamente en el otro. La educación dual que recibió, tanto en la lengua materna quechua como en el castellano, le permitió entender las diferentes cosmovisiones que se enfrentaban en su vida.

1.3. La formación de Gómez Suárez de Figueroa

La educación formal de Gómez Suárez no fue ajena a las complejidades de su identidad mestiza. En los primeros años de su vida, su madre le inculcó el quechua, lo que le permitió entender y sentirse parte de la cultura quechua. Además, el contacto constante con miembros de su familia materna, como su abuelo Huallpa Tupac, quien había sido un destacado líder militar durante el reinado de Huayna Capac, le dio acceso a relatos sobre el Tahuantinsuyu y la historia de su linaje. Mientras tanto, los españoles que rodeaban su vida también le transmitieron los valores de la cultura occidental, y su padre, al ser un hombre ilustrado, no dejó de proporcionarle ejemplos de la educación clásica que él mismo había recibido.

La educación que recibió fue tanto cultural como militar. A los doce años, en 1551, su padre contrajo matrimonio con una dama española, Luisa Martel de los Ríos, lo que desató un conflicto familiar, ya que la unión con una mujer de origen español revelaba un punto de ruptura con las tradiciones mestizas que Gómez vivía en su hogar. Tras esta boda, el joven comenzó a pasar más tiempo con su padre, quien lo instruyó en el uso de la lengua latina y en los aspectos de la cultura greco-latina que caracterizaban la formación de los jóvenes españoles de la época. Sin embargo, a pesar de la profunda formación que recibió en la cultura hispana, las huellas de su herencia incaica nunca se desvanecieron, y las tensiones entre sus dos mundos seguían presentes en sus recuerdos y su visión del mundo.

La dicotomía entre su ascendencia española y su origen indígena marcó la vida del futuro escritor y cronista. Sin embargo, fue este mestizaje, esta fusión de identidades, la que resultó ser clave para su obra literaria posterior, donde las influencias tanto europeas como indígenas se entrelazaron en una síntesis única.

Desarrollo de su vida, carrera y obra literaria

2.1. El viaje a España y la reinvención personal

A la edad de 21 años, tras la muerte de su padre en 1559, Gómez Suárez de Figueroa emprendió un viaje a España, siguiendo el deseo de su padre de que fuera a estudiar en la península. Su partida fue un hito significativo, ya que el joven mestizo se adentraba en una cultura que, si bien era parte de su linaje, resultaba lejana y ajena a la realidad vivida en Cuzco. Fue en España donde el joven Gómez adoptó el nombre con el que sería conocido a lo largo de su vida: Garcilaso de la Vega, tomando el apellido de su familia paterna y alineándose, simbólicamente, con los grandes poetas del Renacimiento español, como Garcilaso de la Vega (el poeta).

A su llegada a Sevilla en 1561, comenzó a recorrer el país para reencontrarse con sus raíces familiares y para establecer una identidad más definida. Su vínculo con el Renacimiento español fue claro, especialmente al establecerse en la ciudad de Montilla, donde se unió a su tío Alonso de Vargas y Figueroa, quien lo acogió como un padre. Fue allí donde comenzó a tomar más en serio su formación literaria y humanística, y a profundizar en sus intereses de escritura.

El encuentro con el entorno literario español y su vinculación con escritores y humanistas de la época ayudaron a modelar la nueva identidad de Garcilaso. Sin embargo, no todo en su viaje fue satisfactorio. A pesar de su estancia en Madrid y sus esfuerzos por obtener reconocimiento y justicia para su familia, los trámites ante la corte fueron un fracaso, especialmente debido a la polémica que envolvía a su padre, un hombre que había estado involucrado en la rebelión de Gonzalo Pizarro. El hecho de que el capitán Garcilaso de la Vega hubiera sido aliado de un rebelde le cerró las puertas en la corte española.

Con su identidad familiar y política cuestionada, el joven mestizo se vio forzado a continuar su vida en el ámbito militar, buscando reivindicarse a través de su propio esfuerzo. Su participación en las guerrillas de las Alpujarras en 1568, donde luchó contra los moriscos, le permitió ganarse el respeto de los oficiales y del propio Juan de Austria, lo que le permitió ascender a capitán. Esta experiencia fue crucial, ya que le brindó no solo una validación como hombre de armas, sino también la oportunidad de afianzar su lugar en una sociedad profundamente marcada por la jerarquía y la pureza de sangre.

2.2. La vida militar y la vinculación con el Renacimiento

Aunque la vida militar fue solo una parte de su existencia, fue clave en la construcción de su figura. Garcilaso de la Vega no solo se consagró como soldado, sino que en ese mismo contexto encontró su vocación literaria. Durante su estancia en Montilla, Garcilaso experimentó el contacto con la cultura renacentista. Los clásicos de la literatura, tanto latinos como italianos, como Plutarco, Ariosto y Boccaccio, marcaron su proceso de maduración literaria. La influencia de Boccaccio y su obra influyó profundamente en el joven cronista, quien adoptó el estilo y las estructuras narrativas del Renacimiento europeo.

Garcilaso también estudió las crónicas de América, absorbiendo todo lo relacionado con la historia de su tierra natal y reflexionando sobre la importancia de sus orígenes. Fue en este periodo donde, influenciado por la lectura de autores como Cieza de León y Blas Valera, decidió involucrarse en la creación de una obra que retratara el Perú de la época de los Incas y la colonización española. A lo largo de este tiempo, Garcilaso se dedicó tanto a la narración histórica como a la crítica social, reflejando en sus escritos la tensión entre su identidad indígena y su adopción de los valores del Renacimiento.

La vida militar y sus estudios literarios lo llevaron a crear una narrativa mestiza, que reflejaba la fusión de los dos mundos en los que había sido formado. Su obra literaria sería, a partir de entonces, una amalgama de historia, cultura y valores, con un fuerte enfoque en la reconciliación de su herencia indígena y su vida en la España del siglo XVI.

2.3. El Inca Garcilaso de la Vega: Obras y legados literarios

A partir de 1586, Garcilaso comenzó a trabajar en su gran obra literaria, que se desarrollaría durante varias décadas. Su primer gran logro fue la traducción de Los Diálogos de Amor de León el Hebreo, publicada en 1590. En esta obra, Garcilaso no solo se muestra como un escritor consumado, sino que también hace una declaración personal de su identidad mestiza, al presentarse no solo como un hombre de letras sino también como un inca, al anteponer su apellido Inca al de Garcilaso.

El mestizaje de Garcilaso no solo se reflejó en sus orígenes, sino en la manera en que los fusionó en su escritura. Su traducción de Los Diálogos de Amor fue considerada una de las mejores de la época, lo que lo consolidó como un autor renacentista destacado. En ella, además, plasmó la armonía y equilibrio que definían su estilo literario, mostrando la influencia de la filosofía clásica que había estudiado a lo largo de su vida.

No obstante, fue su trabajo historiográfico el que realmente definió su legado. En 1609, publicó la primera parte de los Comentarios Reales de los Incas, una crónica que rescataba las historias y las costumbres de los pueblos indígenas del Perú antes de la llegada de los españoles. En este trabajo, Garcilaso no solo demostró su dominio del lenguaje y la escritura, sino que también ofreció una visión objetiva y personal de la historia, en la que convivían los relatos de la conquista y las leyendas incas.

En 1613, terminó la segunda parte de los Comentarios Reales, que se publicó en 1617 bajo el nombre de Historia General del Perú. En esta obra, Garcilaso se sintió más cerca de su linaje paterno, y su narrativa refleja un equilibrio entre el relato histórico y la memoria personal. Sus textos, cargados de nostalgia y melancolía, ofrecen una visión crítica de la realidad política española y, al mismo tiempo, exaltan las virtudes del Tahuantinsuyu, que nunca dejaron de formar parte de su identidad.

Últimos años, consolidación del legado y cierre de su vida

3.1. El retorno a la cultura indígena y la reconciliación con sus raíces

Con los años, y tras una vida dedicada tanto a la literatura como a la reflexión sobre su identidad, Gómez Suárez de Figueroa, quien ya se había renombrado como Garcilaso de la Vega, experimentó una profunda reconciliación con sus raíces indígenas. A medida que avanzaba en la escritura de sus Comentarios Reales de los Incas y la Historia General del Perú, la figura de su madre, Chimpu Ocllo, y la de su abuelo Huallpa Tupac Yupanqui cobraron un lugar preeminente en su obra.

Esta reconciliación no fue simple ni lineal, ya que el conflicto interno del mestizo estaba profundamente enraizado en las circunstancias históricas que vivió. Si bien durante sus primeros años en España intentó asimilarse completamente a la cultura española, sus escritos más tardíos reflejan la necesidad de reivindicar sus orígenes y dar voz a una cultura que, aunque había sido suprimida por la llegada de los conquistadores, nunca desapareció por completo en su memoria.

Garcilaso, al recuperar su vínculo con la cultura indígena, comenzó a estudiar de manera más profunda las costumbres, leyes y organización social de los incas. Al hacerlo, no solo reconcilió su herencia indígena con su identidad española, sino que además proporcionó una visión única del Tahuantinsuyu desde adentro. Esta fue la base de su proyecto literario, en el cual se dedicó a contar la historia de los incas no como una crónica externa, sino como un relato de la memoria vivida, de lo perdido, de la nostalgia por un imperio que había caído.

3.2. La figura del Inca Garcilaso en el contexto histórico

Si bien Garcilaso era un hombre profundamente consciente de su mestizaje, sus escritos lo convirtieron en uno de los primeros autores de la literatura mestiza en América. A través de sus Comentarios Reales de los Incas y Historia General del Perú, planteó un relato que no solo abordaba la historia de los incas y su relación con los conquistadores, sino que también representaba una crítica velada a la política colonial y a la administración de Felipe II. Garcilaso se mostró como un observador crítico, y en muchos aspectos sus obras son también una reflexión sobre la conquista y las tensiones de la época.

Uno de los elementos más destacados de su obra fue la capacidad para integrar elementos culturales indígenas en su narrativa, como la utilización de vocabulario quechua y referencias a los quipus, el sistema de registros incaicos. A través de esta integración, Garcilaso no solo cumplió una función literaria, sino también una función identitaria: su obra era un testimonio del mestizaje que representaba, y también un medio de reivindicación para los pueblos indígenas que, a pesar de la colonización, seguían siendo una parte fundamental de su mundo interior.

A lo largo de su vida, Garcilaso nunca dejó de identificarse con su tierra natal, Cuzco, y su visión de la historia del Perú estaba profundamente influenciada por una perspectiva indígena que lo distinguía de muchos otros cronistas contemporáneos. Su trabajo representó una especie de mediación entre las culturas indígena y española, y fue una de las primeras tentativas de construir una historia mestiza de América Latina, que reconociera y valorara ambos orígenes.

3.3. El final de su vida y el cierre simbólico

Gómez Suárez de Figueroa, conocido ya como El Inca Garcilaso de la Vega, murió el 22 de abril de 1616 en Córdoba, a los 77 años, dejando atrás un legado literario que, aunque poco reconocido en su tiempo, con el paso de los siglos ha ganado el reconocimiento que merece. Su muerte marcó el final de una vida intensa, marcada por el mestizaje, la nostalgia por la tierra natal y el compromiso con una visión crítica de la historia colonial.

Curiosamente, al morir, Garcilaso eligió ser enterrado en la mezquita de Córdoba, en la Capilla de las Ánimas, un lugar que representaba la fusión de culturas, un símbolo de su propia identidad mestiza. En su tumba, los escudos de los Suárez de Figueroa y Vargas se hallaban junto a los símbolos incaicos, como si la España y el Perú convivieran en la eternidad. Este acto final de su vida no solo reflejaba su reconciliación con sus raíces indígenas, sino también su voluntad de dejar un legado que trascendiera las barreras de la identidad, de la pureza de sangre y de los conflictos históricos que habían marcado su existencia.

El legado de Garcilaso se consolidó en sus Comentarios Reales, una obra que sigue siendo una de las más importantes de la literatura colonial y que, con el paso del tiempo, ha sido reconocida como un referente para la comprensión de la historia del Perú y de América Latina en su conjunto. Garcilaso fue un cronista excepcional, cuya obra no solo ofrece una descripción detallada de los hechos históricos, sino también una profunda reflexión sobre la identidad mestiza y los efectos de la colonización.

En su obra, las tensiones entre el mundo indígena y el español, entre el pasado glorioso de los incas y el presente colonizado, se entrelazan con una sensibilidad única. Garcilaso se convirtió en un puente entre dos mundos, ofreciendo una voz literaria que representaba lo mejor de ambos. Su mestizaje y su visión crítica de la historia colonial lo convierten en un autor fundamental para entender no solo la historia de Perú, sino también los procesos de construcción de la identidad latinoamericana.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Gómez Suárez de Figueroa (1539–1616): El Inca Garcilaso de la Vega, Cronista del Mestizaje Hispano-Andino". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/suarez-de-figueroa-gomez [consulta: 30 de septiembre de 2025].