Suárez de Figueroa, Gómez [cronista español] (1539-1616).
Cronista hispano-inca, hijo de uno de los compañeros de Pizarro, Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, y de una princesa de sangre imperial de los Incas, es conocido como El Inca Garcilaso de la Vega. Nació en Cuzco hacia el año 1539 y murió en Valladolid en 1616.
El capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas llegó a tierras americanas, a sus 35 años, con el ímpetu y el afán arrollador del conquistador, respaldado por su alcurnia y sus armas. La palla Chimpu Ocllo habla quechua, su alto linaje no la protege del fragor de la conquista, su único vínculo con lo hispano es el nombre Isabel con el cual la bautizaron. Ninguno conoce «al otro» y sin embargo el capitán y la ñusta se encuentran, y establecen sus propios códigos de comunicación: para él no será el primer hijo, para ella sí. La suerte incierta de un genuino mestizaje está echada.
Era la tercera década del 1500 y la corona española se había establecido en lo que llamaría después el Virreynato del Perú -el otrora legendario Tawantinsuyu-. Los cronistas indios, mestizos y, en su mayoría, criollos, escribían maravillados, en lengua española, de sucesos, pueblos y paisajes exóticos, sin lograr o sin buscar una conciliación «desde dentro» de sí mismos de la cultura incaica/andina y la española/occidental. El quechua se había retraído, pero continuaba a la creciente sombra del idioma dominante.
La llegada al continente americano de un cronista y, especialmente, de un nuevo hombre, que pudiera superar la violencia de la irrupción de una cultura en otra y lograra hacer converger en su fuero íntimo ambas, se da con el nacimiento de una niño tan mestizo como que sus antepasados son españoles ilustres y descendientes de un notable linaje inca.
Ese niño mestizo llegaría a ser el Inca Garcilaso de la Vega (Cusco, 12 de abril de 1539), según nombre que él mismo, en algún momento de su vida, escogería.
En este símbolo de los nuevos tiempos, confluyen, por el lado paterno, el Marqués de Santillana, Jorge Manrique y el poeta toledano Garcilaso de la Vega; por el lado materno, se vincula con los altos estamentos quechua al ser su madre hija de la coya Mama Ocllo y de Huallpa Tupac Inca -hermano del inca Huayna Capac y por tanto sobrina de éste y nieta de Tupac Yupanqui.
El recién nacido es bautizado con el nombre de Gómez Suárez de Figueroa que, aún no siendo el patronímico de su padre -pues éste se reservaba para los primogénitos y los mayorazgos-, sí lo era de la familia paterna; en efecto, el hermano mayor y el abuelo del capitán español se llamaban así. En todo caso, ello nos hace notar que, a pesar de su condición, no hay asomo de mestizaje en su nombre.
Gómez vive en la ciudad andina del Cusco, centro del Tawantinsuyu, con su madre; primero en la casa de Juan de Alcobaza y, a partir de 1542, en una hermosa casona, actualmente restaurada, que da a la plaza Cusipata. Allí observaría algunas escenas de la vida cotidiana de españoles e indios, así como fiestas y costumbres que irían amalgamándose con el tiempo.No todo era observación: el niño vivirá directamente episodios de las guerras civiles desatadas entre los propios conquistadores.
En 1541, al caer Francisco Pizarro frente a los almagristas, los socios de la conquista en tierras peruanas han muerto. En 1542 es nombrado el primer virrey del Perú. Gómez cuenta apenas tres años pero el capitán Garcilaso no podía ofrecerle mucha seguridad, pues él mismo toma partido en estas pugnas y, por su facilidad en cambiar de bando, se gana el mote de «el leal de tres horas».
En la rebelión de Gonzalo Pizarro y en ausencia del padre, la casa de Gómez es asediada y el niño, de aproximadamente seis años, con su madre y seis personas más, sufren hambre y viven el peligro de ser degolladas hasta la derrota de los rebeldes ocho meses después. Cuando se subleva Hernández Girón, el Gómez adolescente le facilita la huida a su padre por los tejados del Cusco.
En los primeros años y según tradición quechua, es criado por su madre con gran dedicación, mamando la lengua materna. Paralelamente, aprende a hablar el castellano, formándose así en las dos culturas. Su abuelo, Huallpa Tupac Yupanqui, tuvo gran actuación durante el reinado de su hermano Huayna Capac. El tío-abuelo, Cusi Huallpa, y los capitanes de Huayna Capac, Juan Pechuta y Chauca Rimachi, le cuentan los usos, costumbres y leyes del Tawantinsuyu; la madre y el tío Francisco Huallpa le hablan de temas más cercanos y cotidianos.
Por el otro lado, su ayo, Juan de Alcobaza, le enseña la cultura hispana y el capitán Gonzalo Silvestre le cuenta de las guerras de España. Posteriormente, en el colegio que existía en el Cusco para los hijos de los conquistadores, aprende la cultura greco-latina con Juan de Cuéllar; pero no por eso descuida el lenguaje de los quipus.
Cuando Gómez tendría alrededor de 12 años, su padre, siguiendo la idiosincrasia española según la cual no era de su rango casarse con indias, contrae matrimonio con una dama española, Luisa Martel de los Ríos. Esto motivaría que el Inca escribiera:
«… pocos ha habido en el Perú que se hayan casado con indias para legitimar los hijos naturales y que ellos heredasen, y no el que escogiese la sevora para que gozase de lo que él había trabajado y tuviesen a su hijos por criados y esclavos.» Comentarios Reales (CR), L.VI.
Durante esta época, Gómez va a casa de su padre y lo ayuda como escribiente; al regresar a la casa materna, escucharía como los visitantes
«… lloraban sus reyes muertes, enagenado su imperio y acabada su república… Y con la memoria del bien perdido, siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: «Trocósenos el reinar en vasallaje». CR, L.I.
En 1559 muere su padre y la esposa oficial es la encargada de cuidar a las hijas nacidas en el matrimonio y a una natural residente en España. A su cuñado, Antonio de Quiñones, le pide velar por Garcilaso, dejando expresa voluntad de que la renta que le había heredado era para que fuera a estudiar a España.
En 1560, con 21 años, va a España. Antes de embarcarse, visita a Polo de Ondegardo, quien le muestra los fardos funerarios de los incas, recientemente descubiertos; posteriormente, impresionado por la visión, se dirige a Lima a caballo aprovechando para retener los olores y colores de su tierra.
En 1561 llega a Sevilla y desde allí pasa a Extremadura para visitar a sus familiares, especialmente al hermano mayor de su padre, de quien lleva el nombre. De Córdoba viaja a Montilla, donde se vincula con Alonso de Vargas y Figueroa, su tío, que le cobra gran afecto y en quien encuentra un padre:
«Este cuento, y otros muchos de aquellos tiempos y de otros más atrás y más adelante, me contó don Alonso de Vargas, mi tío, que se halló presente y sirvió en toda aquella jornada …» La Florida. L.II.
En Madrid realiza gestiones ante la corte para obtener una recompensa a los servicios de su padre, que se ven totalmente obstaculizadas cuando se saca a relucir una copia de la crónica de el Palentino en la que el capitán figura al lado de Gonzalo Pizarro, el rebelde, en la batalla de Huarina. Para no remover estos asuntos inconvenientes a la política española, la corte le impide probar que su padre se había pasado posteriormente al lado de La Gasca. Tampoco se anima entonces a reclamar los bienes patrimoniales de los cuales su madre había sido despojada. Curiosamente, Garcilaso y otros mestizos en su situación, reclaman por sus derechos como hijos de españoles, pero también por sus derechos como despojados.
Abatido, sin fortuna, mestizo en una tierra obsesionada por la pureza de sangre, en 1563 solicita permiso para volver al Perú. Sus biógrafos más insignes desconocen por qué no regresó.
Si su padre había sido humillado en la corte, y por tanto él también, aparentemente Garcilaso decide reforzar en su interior la imagen paterna devaluada pasando a llamarse él mismo Garcilaso de la Vega y enrolándose en el ejército español para demostrar su propia valía. En 1564 sirve en las guarniciones de Navarra y combate en 1568 la sublevación de los moros en las Alpujarras (valles situados en la falda meridional de Sierra Nevada) ganando la confianza de Juan de Austria y siendo ascendido a capitán.
En 1570 muere el tío, Alonso de Vargas, quien le deja una cierta renta y le hace patrón de una capellanía.
Al terminar la guerra, se traslada a Montilla «entre armas y caballos, pólvora y arcabuces» (CR,L.II), siguiendo una vez más los pasos del padre.
En 1571 muere su madre quien, a pesar de haberse casado con el anónimo Juan del Pedroche, de quien se sabe muy poco y con quien tuvo varias hijas, lo nombra en su testamento dejándole lo poco que tenía. Alrededor de 1579, toma las órdenes menores y viste los hábitos eclesiásticos.
En 1580, aprovechando el legado del tío, se establece en Córdoba donde se dedica por entero al estudio. Conocedor del latín, emprende la lectura de Plutarco y Julio César, pero sus lecturas preferidas son los italianos Boyardo, Ariosto y Boccaccio. Lee también las crónicas de América; las poesías de Garcilaso y Boscán.
De todas estas lecturas, escoge Los Diálogos de Amor de León el Hebreo para traducirlos, en 1590, dedicándolos a Felipe II. Es la primera vez que el nombre de un escritor peruano aparece en una obra impresa en España y, a decir de los críticos, es la mejor de las traducciones hechas. En la obra demuestra caminar hacia el orden y el equilibrio renacentista, características que se encontrarán también en su obra mayor. Aquí, Garcilaso no sólo se declara indio sino que se adueña de la palabra Inca al posponerla a su primer nombre.
En 1596 escribe Genealogía de Garcí Pérez de Vargas en la cual nos cuenta de sus antepasados. Al retomar su amistad de 1552 con Gonzalo Silvestre, conquistador afincado en el lugar, éste le proporciona la materia prima para escribir la obra.
En 1605, con Historia de la Florida, narra la expedición de Hernando de Soto.
Uno de sus méritos es introducir ataques velados a la política de Felipe II, logrando criticar el presente refiriéndose al pasado, y teniendo un pretexto para referirse al Perú «… soy natural de aquella tierra y no de otra» nombrando en quechua algunos elementos culturales.
Sin embargo, aún faltaba su obra cumbre, aquella con la que alcanzaría su realización completa como persona y escritor. Desde 1586 había empezado a compilar datos y documentos sobre el Perú; el mismo autor nos describe el método empleado para construir su obra: investiga directamente con los naturales, apela a sus recuerdos, lee cartas y revisa las crónicas anteriores. Quienes lo ayudaban desde la patria lejana eran, entre otros, su tío, Francisco Huallpa, y las noticias de Alonso Márquez Inca de Figueroa, hijo de su hermana materna, Luisa de Herrera. Asimismo, relee a Cieza, al Padre Acosta y a Blas Valera. Sin duda, el inca ha sabido ver y escuchar en su juventud; rasgos que utiliza ahora con habilidad para crear su obra.
Acomete la tarea de escribir, mayormente en Córdoba. Los recuerdos, las impresiones de la primera infancia, las vivencias, sus íntimas y fuertes contradicciones, pero también sus críticas y reservas logran amalgamarse en una obra que, más allá del dato histórico fidedigno y objetivo a ultranza, nos presenta el testimonio más humano, ponderado y sólido, el relato «desde dentro». Para ello, se toma toda una vida para reelaborar su situación y las precisas pero dramáticas circunstancias históricas que le había tocado vivir.
En este propósito es secundado espléndidamente por los elementos renacentistas cuales la armonía de los elementos, el ordenamiento social y las jerarquías que le permiten armonizar las reminiscencias, las críticas y los datos los cuales, al igual que en el trenzado de un quipu, se trenzan con el lenguaje, que usa con esmero, y el perfeccionamiento en el estilo.
La primera parte de la obra los Comentarios Reales de los Incas, se publica en Lisboa en 1609, dedicada a la princesa Catalina de Portugal, duquesa de Braganza. En ella, decidido a retomar sus raíces indias, nos mostrará el origen de los incas, su gobierno, sus leyes, las costumbres y la cultura del antiguo Perú.
En 1613 termina la segunda parte que se publicará en Córdoba con el título de Historia General del Perú, en 1617. Si en la primera parte se reconcilia con sus raíces indígenas y por tanto con la figura materna, en esta segunda se siente hispano y hace alianza con la figura del padre.
Junto a la autobiografía están las interesantes leyendas, las acuciosas y, a menudo, melancólicas descripciones, entre ellas la del Cusco, con diferentes matices.
En la naturaleza, están presentes los productos autóctonos como la palta, el pepino o la «lucma» y los identificatorios de la cultura inca como el maiz y la quinua.
Si el mestizo cusqueño, hasta entonces, había privilegiado su identificación con lo español para poder sobrevivir en España y para poder procesar lo vivido, mientras escribe su obra recompone y fusiona las dos vertientes de su mestizaje, hecho que se hace explícito en su propio nombre. El autor de la obra es ahora, en efecto, el Inca Garcilaso de la Vega.
El 22 de abril de 1616, a los 77 años de edad, el Inca muere. Según su voluntad, es enterrado en la mezquita de Córdoba, en la Capilla de las Ánimas, donde resaltan los escudos de los Suárez de Figueroa y los de Vargas al lado de las insignias incaicas. Curiosamente, el lugar elegido para su descanso eterno es mestizo.
Bibliografía.
-
GARCILASO DE LA VEGA, Historia general del Perú : trata el Descubrimiento, de el y como lo ganaron los españoles […] (Bogotá: Carvajal, 1990-1991).
GARCILASO DE LA VEGA, Comentarios reales, Edición de Enrique Pupo-Walker (Madrid : Cátedra, 1996).
GARRIDO ARANDA, A. comp. Pensar América : cosmovisión mesoamericana y andina. [Actas de las VI Jornadas del Inca Garcilaso celebradas en Montilla del 11 al 13 de septiembre de 1996, (Córdoba: Obra Social y Cultural Cajasur-Ayuntamiento de Montilla, 1997).
HERNANDEZ, M. Memoria del bien perdido: Conflicto, identidad y nostalgia en el Inca Garcilaso de la Vega (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1993).
MIRO QUESADA, A. El Inca Garcilaso (Lima : Pontificia Universidad Católica del Perú, 1994).
PINO, F. DEL. «¿Literatura, historia o antropología?. A propósito del mestizaje en los Andes y la obra del inca Garcilaso», Anthropologica, Nº 10, (Lima, Pontificia Universidad Católica, 1992).
Anna María Lauro