Sartre, Jean Paul (1905-1980).
Filósofo y escritor francés, nacido en París el 21 de junio de 1905, y muerto en la misma ciudad en 1980. Es uno de los máximos representantes de la corriente de pensamiento conocida como existencialismo.
Vida y obra
Jean Paul Sartre nació en París y quedó huérfano de padre cuando contaba con dos años de edad. Estudió en los liceos de Henri IV y de la Rochelle y, posteriormente, en 1924, ingresó en la Escuela Normal para cursar sus estudios superiores. Tras doctorarse en Filosofía, ejerció como profesor en distintos liceos. Entre 1933 y 1935 realizó cursos de especialización en Berlín y en Friburgo, en donde tomó contacto con los sistemas filosóficos alemanes, de los cuales se sintió particularmente atraído por la fenomenología de Husserl y la analítica existencial de Heidegger. A su vuelta empezó a dar clase en el Liceo Condorcet de París, pero, tras estallar la II Guerra Mundial, se incorporó al ejército francés y fue hecho prisionero por los alemanes en 1940. Liberado en 1941, volvió a enseñar filosofía al tiempo que participaba activamente en la Resistencia francesa. Durante los primeros años de la postguerra se convirtió en intérprete de la profunda disgregación de los valores tradicionales; es aquí cuando desarrolla todo su pensamiento y una extensa producción literaria en términos de constante polémica antiburguesa. En 1945 fundó la revista Les temps modernes, en la que vieron la luz varios de sus escritos, y desde entonces se consagró por completo a la actividad literaria. En 1964 le fue concedido el Premio Nobel de literatura, premio que rechazó aduciendo proteger así su integridad literaria.
Sus primeras obras datan de los años anteriores a la guerra. Así, en 1936 publicó un par de ensayos, y en 1938 su famosa novela La náusea. En 1939 publicó en prensa una obra sobre las emociones (Esquisse d’une théorie des émotions), y varios relatos recogidos bajo el título de Le mur. Después, durante la guerra, publicó un libro sobre la imaginación, L’imaginaire: psychologie phénoménoligique de l’imagination (Lo imaginario: psicología fenomenológica de la imaginación), y el que tal vez sea su más famoso escrito filosófico, L’être el le néant: essai d’une ontologie phénoménologique (El ser y la nada: ensayo de una ontología fenomenológica), que data de 1943. En ese mismo año se representó su obra de teatro Les mouches (Las moscas), y dos años más tarde aparecieron los dos primeros volúmenes de su novela Les chemins de la liberté (Los caminos de la libertad), así como la pieza teatral Huis clos (A puerta cerrada). En 1946 aparecieron otras dos obras escénicas, Morts sans sépulture y La putain respectuese, y se publicaron sus Réflexions sur la question juive. En los años subsiguientes publicó un número considerable de obras de teatro, y en 1947, 1948, 1949 y 1964 aparecieron unas series de ensayos reunidos bajo el título de Situations. Debe destacarse, asimismo, la publicación de Critique de la raison dialectique (Crítica de la razón dialéctica), en donde tras una larga y atenta reconsideración del marxismo, desarrolla la idea de que los problemas centrales no son ya los del individuo y los de su conciencia en relación con el mundo exterior, sino el del condicionamiento histórico y social al que está sometido el individuo y del que no puede escapar, mezclando de esta forma el punto de vista marxista con el existencialista.
Además de los citados, también deben mencionarse los siguientes escritos filosóficos: El existencialismo es un humanismo (1946), Baudelaire (1947), San Genet, comediante y mártir (1952), Huracán sobre el azúcar (1960), Las palabras (1963), El idiota de la familia, 3 vols. (1971-1972), y su colaboración en Marxismo y existencialismo, junto con Roger Garaudy, Jean Hyppolite y Jean Pierre Vigier, entre otros. En cuanto a su producción teatral, destacan también Les mains sales (1948), Le diable et le bon Dieu (1951), Nebrassov (1956), Les séquiestrés d’Altona (1960) y Un théâtre de situations (1973).
Doctrina filosófica
La doctrina filosófica de Sartre nace de la conjunción de varios focos de influencia ejercidos en el autor por distintas corrientes por las que se sintió especialmente atraído: en primer lugar, la corriente fenomenológica instaurada por Edmun Husserl (véase fenomenología); en segundo lugar, el pensamiento de Martin Heidegger; y, finalmente, la tendencia marxista que siempre marcó su actividad y su pensamiento político.
El ser y la nada
El ser y la nada es la obra filosófica fundamental de lo que podríamos llamar una primera etapa del pensamiento sartriano. En ella defiende la idea de una ontología fenomenológica basada en una distinción básica entre ser en sí y ser para sí. Partiendo de la concepción fenomenológica husserliana de la naturaleza intencional del yo, Sartre se centra en el análisis de la conciencia como conciencia intencional (es decir, conciencia que siempre tiende hacia algo, conciencia que es siempre conciencia de algo), para lo cual es fundamental analizar la relación entre sujeto y objeto. Sujeto y objeto son los dos polos de la ontología fenomenológica. El objeto se caracteriza como aquello que aparece a la conciencia, y en este sentido el objeto es fenómeno. Pero no es fenómeno en el sentido en que tradicionalmente había defendido la filosofía tradicional; en efecto, la tradición filosófica occidental hacía ver que las cosas constan, por así decirlo, de dos caras: el fenómeno y el nóumeno. El fenómeno es lo que aparece, mientras que el nóumeno es aquello que queda oculto, algo incognoscible que constituye la esencia genuina de la cosa y que se sitúa más allá de nuestros mecanismos de conocimiento. Sartre, contra este punto de vista, defiende que la cosa es puro fenómeno, es decir, que no hay nada que se oculte; simplemente, lo que aparece es, y el ser o lo que es, es lo que aparece. El objeto así entendido es lo que Sartre denomina ser en sí. Frente a él, la conciencia se caracteriza como ser para sí; el ser para sí es nada, en el sentido de que la conciencia es siempre conciencia de algo, es decir, se dirige siempre a un ser que no es ella misma; el propio «yo», a veces identificado con la conciencia, viene a ser aquí algo que no se diferencia esencialmente de los propios objetos, y se sitúa ontológicamente al mismo nivel que los fenómenos del mundo externo. La conciencia no se entiende como una entidad «espiritual» o de cualquier otro tipo, sino como una intencionalidad que no es nada en sí misma, pero que tiene que relacionarse con el mundo en el que se halla.
De esta forma, en El ser y la nada se anuncia un dualismo ontológico entre la nada de la conciencia que tiende perpetuamente a la superación de la facticidad y el ser como presencia bruta de lo que es. Por otra parte, Sartre desarrolla sobre la base de lo expuesto una analítica de marcado carácter ético en la que cobra especial relevancia la noción de libertad. Efectivamente, la conciencia ha quedado caracterizada como una estructura abierta, como mero proyecto, lo que desemboca en la constatación de la absoluta libertad de elección de que está dotado el ser humano. Esta libertad absoluta genera angustia frente a lo posible y el sentimiento de una responsabilidad igualmente absoluta; esto es así porque, según una conocida máxima sartriana, «la existencia precede a la esencia». La existencia es ahí la conciencia, el ser para sí, mientras que la esencia son los objetos, el ser en sí. Así se intenta expresar la originariedad e irreductibilidad de la subjetividad, frente a la facticidad y el carácter compacto del ser en sí: «el hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente». Y en cuanto que pura subjetividad, el hombre se distancia de todo lo demás y no es nada, sino una estructura en constante inadecuación consigo misma. Eso es la libertad: la estructura misma de la existencia, de la conciencia o del ser para sí.
En medio de esta libertad, lo que persigue la existencia es el poder determinar o conquistar su esencia; en este sentido, el proyecto de la existencia humana es el empeño constante por salvar la distancia o inadecuación entre el ser para sí y el ser en sí. El sujeto tiende a un ideal que es la perfecta coincidencia del en-sí y el para-sí, pero tal ideal está abocado al fracaso, porque el en-sí y el para-sí son contradictorios. Por eso la tragedia del hombre en cuanto que es ese proyecto es que su pasión es inútil.
Aun así, Sartre insiste apasionadamente en defender que «el existencialismo es un humanismo» (como reza el título de uno de sus más famosos y polémicos ensayos). ¿Cómo justifica y explica tal afirmación? En primer lugar, el hombre es la única trascendencia, puesto que el universo de la subjetividad humana (en último extremo, el único universo que existe) es el de una realidad que está fuera de sí, y que proyecta y existe justamente en la medida de su proyección. En segundo lugar, el orden del resto de las cosas se establece en relación a esa trascendencia que ella misma es, y que carece de otra ley que la que se da a sí misma. Es esta suerte de centralidad del hombre la que identifica al existencialismo con el humanismo.
La crítica de la razón dialéctica
Con esta obra, publicada en 1960, el pensamiento de Sartre inicia un viraje con respecto a los planteamientos anteriores que se plasmaban en El ser y la nada. El existencialismo, tal y como había sido expuesto hasta aquel momento, adolecía de una carencia fundamental que el propio Sartre supo ver: una dimensión social, histórico-práctica, que el propio talante comprometido del filósofo enseguida echó en falta. En un intento de superación del existencialismo y de suprimir esta carencia, Sartre inició un complejo trabajo de aproximación al marxismo, entendido como filosofía concreta de la clase obrera y «horizonte insuperable de nuestro tiempo». En la Crítica de la razón dialéctica, se propone un examen de la razón con el deseo de que ésta reoriente críticamente su marcha, y ello desde dos coordenadas fundamentales: en primer lugar, el supuesto de que el marxismo es la filosofía del tiempo presente, la filosofía viviente; en segundo lugar, la constatación de que el marxismo debe ser reconducido a su condición de posibilidad, despojándolo de ciertos caracteres que, en particular desde su utilización por parte de la Unión Soviética, habían traído consigo la aniquilación del individuo y el desprecio por lo particular. De esta forma, la tarea que Sartre se propone es una especie de complementariedad recíproca entre existencialismo y marxismo; si bien queda admitido que el marxismo es la única filosofía viviente de nuestro tiempo, y que el existencialismo como tal queda relegado a ser una ideología al margen del marxismo (aunque no contra él) y, por tanto, una ideología «parasitaria», también es cierto que la aportación existencialista está en condiciones de proporcionar una antropología y una teoría del sujeto de las que el propio marxismo carece. Así, el marxismo sólo llegará a ser doctrina «eurística» si utiliza los instrumentos ofrecidos no sólo por el existencialismo, sino también por el psicoanálisis, la microsociología y el resto de ciencias humanas.