Santa Cruz y Espejo, Francisco Javier Eugenio de (1747-1795).
Polígrafo ecuatoriano, figura cumbre de su tiempo en Ecuador, nacido en Quito en 1747 y muerto en la misma ciudad el 27 de diciembre de 1795. Junto con Miguel de Ugarte y Miguel de Jijón, forma el trío pionero de la independencia ecuatoriana. Fue hijo del indio cajamarqués Luis Chusig -quien luego cambió sus apellidos por los de Santa Cruz y Espejo-, y de la mulata María Catalina Aldaz y Larraincar. Experto en medicina, leyes y teología, fue también ensayista, panfletista, traductor, humorista, periodista, bibliotecario público, maestro de juventudes y precursor de la Independencia. Graduado en Medicina a los veinte años y lector incansable de los clásicos, durante toda su vida tuvo que enfrentarse a un ambiente hostil al mestizo, y más aún al casi indio que él era. Espejo se desquitaba con sus críticas certeras e irónicas, que, al mismo tiempo que despertaban admiración por su inteligencia, aumentaban también sus enemistades. Nunca atacó de frente, porque lo habrían apresado y aniquilado; minaba lentamente las posiciones enemigas basándose en la burla y la sátira. Neto agitador revolucionario, fue un auténtico maestro en el arte de disfrazar su verdadero pensamiento; en todo momento fomentó la crítica indirecta, pero corrosiva, contra la Colonia y las autoridades españolas. En 1779 publicó El nuevo Luciano (o Despertador de los ingenios quiteños), obra en la que presenta el saber de su época con gran penetración y cáustico humor. Escrita en nueve conversaciones, está dedicada al Presidente José Diguja, y firmada bajo el seudónimo de Javier de Cía Apéstegui y Perochena, apellidos tomados de sus antepasados maternos; la obra despertó numerosas controversias, por lo cual al año siguiente escribió Marco Porcio Catón o Memorias para la nueva imputación del Nuevo Luciano (1780), que firmó como Moisés Blancardo; a esta obra siguió La Ciencia Blancardina, con la que continuó la polémica. En estas obras Espejo se presentaba como «crítico literario» y dentro de los principios de la «investigación inductiva y de las ciencias exactas». En 1785 y con motivo de la grave epidemia de sarampión y viruela, fue encargado de combatir dicha enfermedad, y escribió Reflexiones sobre la viruela (1785), en la que con excelente intuición se adelanta a la ciencia de su tiempo. No obstante, acusado ante el Presidente por algunas afirmaciones emitidas contra los «falsos médicos«, fue conminado por la autoridad para que destruyera el libro; ante la negación de Espejo, el Presidente le invitó para que se retirara al Perú durante algún tiempo, mientras se calmaba la ira de sus enemigos. Pero en lugar de viajar hacia el destierro, Espejo se retiró a Riobamba, donde escribió Cartas riobambenses; en ellas cometió el error de poner al descubierto las debilidades de algunas familias de la ciudad, por lo cual fue de nuevo acusado, apresado y trasladado a Quito por orden del Presidente Villalengua. Habiéndosele encontrado un ejemplar de El retrato de Golilla (sátira supuestamente escrita en España contra el rey Carlos III), fue enviado a Bogotá a disposición del Virrey. Allí se hizo amigo de Antonio Nariño, Antonio Zea y otros, y aumentó su radio de influencia y de propaganda libertaria. En 1790 regresó a Quito. Aquí fundó la «Sociedad Patriótica de amigos del País»; dirigió los trabajos de adecuación del edificio de la antigua Universidad de San Gregorio, destinado para Biblioteca Pública, de la que fue nombrado director. En 1972 publicó el periódico Primicias de la Cultura de Quito, del cual llegaron a publicarse siete números, el primero salió el jueves 5 de enero. De esta época son también Memoria sobre el corte de quina (1792), Voto de un ministro togado, Segunda carta teológica -en la que, entre otras cosas, se muestra partidario de la teoría de los dominicos, sobre la transmisión del pecado original sin exceptuar a la Virgen María-, y los Panegíricos de Santa Rosa de Lima.
En 1974, solidario con ciertos rumores de levantamiento en Bogotá, mandó colocar en las cruces de Quito unas banderitas escarlatas, en las que había escrito (en latín) «Al amparo de la cruz sed libres, conseguid la gloria y la felicidad«. En esta tarea le ayudaron otros patriotas, como el Marqués de Selva Alegre, Mariano Villalobos y el maestro Peñaherrera. Delatado meses más tarde ante el Presidente, fue encarcelado el 30 de julio de 1795, con grillos en las piernas, en una mazmorra húmeda, fría y maloliente. Allí permaneció hasta el día 20 de diciembre, en que, enfermo de disentería fue conducido al Hospital, donde murió el 27 del mismo mes.
Espejo puede ser considerado como un renovador integral: representó el espíritu de la Ilustración; atacó los métodos tradicionales de enseñanza; preconizó una visión liberal y científica en concordancia con la tradición cristiana; expuso concepciones económicas de tipo moderno, apropiadas para el progreso de Quito, distintas a las que estaban en boga; se atrevió a cuestionar la persona del rey y su autoridad; hizo planteamientos positivos en torno a los derechos de la mujer; elaboró un detallado plan revolucionario perfectamente puntualizado -como se le descubrió en el proceso- y adoctrinó a un grupo de alumnos que luego fueron los próceres quiteños de 1809. El historiador mejicano Carlos Pereyra lo ha definido como «el más formidable agitador del Nuevo Mundo», y Jorge Salvador Lara lo ha calificado como «el hombre que representa la vocación nacional como ningún otro, pues encarna los ideales de fe cristiana, libertad y cultura propios de nuestra patria«.
Bibliografía
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VARGAS, José Mª., Biografía de Eugenio Espejo, Quito, 1968.
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FREILE GRANIZO, C. et al., Espejo, conciencia crítica de su época, Quito, 1978.
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BEDOYA M., A.N., El doctor Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, Quito, 1982.
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NÚÑEZ SÁNCHEZ, J., Eugenio Espejo y el pensamiento precursor de la Independencia, Quito, 1992.