Salinas, Pedro (1891-1951).


Poeta, dramaturgo, prosista, filólogo y profesor español, nacido en Madrid en 1891 y muerto en Boston (Estados Unidos) el 4 de diciembre de 1951. Como poeta se incluye dentro de la Generación del 27, de la que es el miembro de más edad.

Vida

Estudió bachillerato en el instituto de San Isidro de Madrid (que fuera sede, como Colegio Imperial, de los primeros estudios de casi todos nuestros autores del XVII, de Lope a Quevedo) y las carreras de Derecho -que no concluyó- y Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid. Interesado en la poesía, se propuso, en compañía de Enrique Díez-Canedo y Fernando Fortún, renovar la poesía española dándole mayor libertad formal, sobre todo en lo que a ritmo y rima se refiere; publicó en la revista Prometeo sus primeros versos, que más adelante calificó de «espeluznantes». En 1911, durante un veraneo en Santa Pola, conoció a la que sería su mujer, Margarita Bonmatí. Se licenció en 1913, año en el que, además, fue nombrado secretario de la sección de literatura del Ateneo madrileño, del que era socio desde años atrás. Mientras preparaba su doctorado, estuvo como lector de español en la Sorbona parisina. En 1915 contrajo matrimonio y la pareja se fue a vivir a París, hasta que en 1917 volvió a España. Al año siguiente ganó la cátedra de literatura española en Sevilla, donde vivió hasta 1929 con la sola excepción del curso 1922-23, que lo pasó como lector en Cambridge. En estos años sevillanos conoció Salinas a Luis Cernuda, en cuya vocación poética, e incluso vital, había de tener tanta importancia, y al que ayudó a publicar su primer libro, Perfil del aire. Su generosidad para con sus allegados fue siempre reconocida por cuantos le conocieron.

Pedro Salinas, retratado por Álvaro Delgado.

Su labor poética se llevó a cabo en silencio, sin que publicase su primer libro, Presagios, hasta 1924. Vuelto a Madrid, trabajó en el Centro de Estudios Históricos dentro del equipo dirigido por Menéndez Pidal. Desde 1933 fue director de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo.

En 1936 viajó a Estados Unidos invitado por el Wellesley College, donde enseñó hasta 1939, fecha en la que, dada la situación política en España, pasó a la John Hopkins University, de Baltimore, de la que sería profesor hasta su muerte, excepción hecha de los años 1943 a 1946, en los que obtuvo permiso para enseñar en la Universidad de Río Piedras, de Puerto Rico. Allí, animado por el reencuentro con la lengua castellana y el mar, volvió a la escritura, que había dejado un poco de lado (excepción hecha de Todo más claro y otros poemas) merced a su creciente ocupación como crítico literario, inspirándose sobre todo en el mar, lo que dio como resultado El Contemplado. Su amor por la isla portorriqueña se mostró a la hora de elegir el lugar de su entierro, que deseó junto al mar de Puerto Rico. El traslado se llevó a cabo tras su muerte, acaecida en Baltimore el 4 de diciembre de 1951.

Obra

La obra de Pedro Salinas destaca, en general, por ser un intento de defender los valores ideológicos más altos y desinteresados de la cultura europea anterior a la Segunda Guerra Mundial. Su honda humanidad nos lo presenta preocupado por descubrir en el lado oscuro de las cosas, aquello que las explica y nos ayuda, de paso, a encontrar nuestro propio camino.

La obra de Pedro Salinas es, sobre todo, poética, aunque también sea autor de algunos títulos dramáticos y de una novela. Su obra poética, integrada por nueve libros, se ha dividido en tres etapas, cada una formada por tres de ellos.

La primera etapa se inicia con Presagios (1924), libro en el que recoge los poemas escritos en Sevilla entre 1920 y 1924. Aparecen en él las influencias de Rubén Darío, Unamuno y, sobre todo, Juan Ramón Jiménez, al que considera su maestro. Paralelamente, recibe influencias de la poesía francesa, singularmente del belga Emile Verhaeren y de Jules Laforgue. De este último admira Salinas, especialmente, su interés por llevar a la poesía la lengua cotidiana (no hay que olvidar que García Lorca llamó «prosías» a los poemas de Salinas precisamente por su apariencia de lengua hablada).

Sigue a Presagios, en 1928, Seguro Azar, que recoge los poemas aparecidos entre 1924 y el año de su publicación. Aparece en este segundo libro la influencia de la Vanguardia, que triunfa en estos años por Europa. Ello se transparenta, sobre todo, en la aparición de temas maquinistas, presentes en poemas como «Underwood Girls», dedicado a la máquina de escribir; «Navacerrada, abril», donde un viaje en moto al puerto de montaña citado en el título se convierte en una escena de amor; o «33 bujías», donde la luz eléctrica aparece como una princesa encerrada en su prisión (la bombilla), a la que el poeta libera para vivir con ella una historia de amor. De esta manera, inicialmente influido por el futurismo de Marinetti, Salinas comienza a mostrarse como el poeta de una tras-realidad que se oculta tras la apariencia inanimada de las cosas con las que él toma contacto a través de la palabra poética. Asimismo, aparece el tema cinematográfico que, más adelante, ha de llegar a merecer libros enteros como Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, de Rafael Alberti. Al cine dedica Salinas poemas como «Far West» o «Cinematógrafo».

Fábula y Signo (1931) es el tercero de los libros de Pedro Salinas. Se le ha considerado libro de transición entre esta primera etapa de la poesía de Salinas y la segunda, que se había de iniciar con La Voz a ti debida. En él comienzan a parecer la muchachas enamoradas, como la que es objeto de los poemas de la siguiente etapa, centrada toda ella en la temática amorosa. Con todo, predomina en ella el tono juguetón de la Vanguardia de los libros anteriores.

La voz a ti debida.

La segunda etapa se inicia, como ya hemos indicado, con La Voz a ti debida (1933), cuyo título, tomado de un verso de Garcilaso («Égloga III», verso 12: «Y aun no se me figura que me toca / aqueste oficio solamente en vida, / mas, con la lengua muerta y fría en la boca, / pienso mover la voz a ti debida«), presenta ya al poeta agradeciendo a su amada la capacidad de escribir, y la reconoce como autora de sus poemas.

«Ayer te besé en los labios.Te besé en los labios. Densos,rojos. Fue un beso tan cortoque duró más que un relámpago,que un milagro, más. El tiempodespués de dártelono lo quise para nadaya, para nadalo había querido antes.Se empezó, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso;estoy solo con mis labios.Los pongono en tu boca, no, ya no-¿adónde se me ha escapado?-.Los pongoen el beso que te diayer, en las bocas juntasdel beso que se besaron.Y dura este beso másque el silencio, que la luz.Porque ya no es una carneni una boca lo que beso,que se escapa, que me huye.No.Te estoy besando más lejos«.

El amor de Salinas es un amor optimista y primaveral, en el que el poeta busca el conocimiento de la amada como forma de poseerla, de «sacar de ti tu mejor tú». El libro se presenta como un largo poema que abarca desde el nacimiento de la pasión hasta su final. Los versos 702 a 855 presentan el clímax de la pasión, en tanto que, a partir del verso 986, la separación se evidencia en el tono menos optimista, en la conciencia de soledad pese a la presencia de la amada como sombra siempre junto al poeta.

«¡Qué paseo de nochecon tu ausencia a mi lado!Me acompaña el sentirque no vienes conmigo.Los espejos, el aguase creen que voy solo […]».

Más sereno es Razón de Amor (1936), poemario que continúa donde lo dejó el anterior, en busca de esa luz que la amada no ha querido ayudarle a encontrar. El enamorado no se muestra rencoroso, aunque sí triste.

«¿Serás, amor,un largo adiós que no se acaba?Vivir, desde el principio, es separarse.En el primer encuentrocon la luz, con los labios,el corazón percibe la congojade tener que estar ciego y solo un día […]».

Con todo, el final del libro es una esperanza, un acercarse al entendimiento, que apunta ya hacia el título del que será su próximo libro publicado, Todo más claro y otros poemas (1949), que verá la luz ya en América. Sin embargo, antes de pasar a la siguiente etapa, que se abre, precisamente con Todo más claro, es menester reseñar un libro que Salinas no publicó en vida y que se sitúa, cronológica y temáticamente a continuación de Razón de amor; nos referimos a Largo Lamento, libro que el poeta conservó manuscrito y que regaló a su yerno, Juan Marichal, en el transcurso de una limpieza de su despacho en la John Hopkins. El libro había tenido sólo un intento de publicación (en la Editorial Losada de Buenos Aires, toda vez que el autor se negaba a publicar en la España dominada por Franco), intento que no había cuajado, por lo que lo guardó sin preocuparse más de él. Conoció ediciones parciales en vida del autor y después de su muerte, hasta la publicación de las Poesías Completas en 1981, en las que, finalmente, se incluyó completo. Dichas ediciones parciales fueron la plaquette publicada en México por el autor como Error de cálculo, el «Entretiempo romántico» de Todo más claro y la antología póstuma Volverse sombra y otros poemas, aparecida en Milán en 1957. El texto se ha publicado con todas las reservas, toda vez que el poeta se despreocupó de ellos tras la intentona fallida de Losada e incluso los regaló a su yerno sin preguntar más por ellos y no se conoce ni su ordenación definitiva ni tan siquiera si el autor consideró acabados los poemas. Temáticamente, el poeta busca en su recuerdo revivir a través de la palabra la historia de amor ya pasada. En el recuerdo hay una nueva apelación a Garcilaso de la Vega al recordar, con ecos de la Égloga I, a la amada que no obsta para la amargura por el abandono de que ha sido objeto. La relación con los objetos se hace presente de nuevo al comparar a la amada ausente con un abanico guardado en un estuche o en la identificación de ambos con objetos que se venden en escaparates. Todo ello lleva al poeta hacia la búsqueda, tan juanramoniana, de lo esencial más allá de la apariencia física de las cosas, que carece de sentido desde que ella lo ha dejado solo. Así, dado que ella sólo permanece en lo esencial, en el recuerdo y en la huella que ha dejado en el poeta, será en éstos donde él la recuerde. La decisión final de darle la libertad a cambio de que ella no lo olvide, nos lleva de nuevo a ese vivirse en el recuerdo de Garcilaso y a la automitificación de la Égloga III, aunque Salinas no llegue a ese extremo, sino que ofrezca el recuerdo mutuo como espacio donde el amor, incluso el amor traicionado, nunca concluye.

En 1949 y con el ya mencionado Todo más claro y otros poemas se inicia la tercera y última etapa de la poesía de Salinas. Los poemas recogidos en este libro son el fruto de su primer contacto con la realidad americana tras el final de la historia de amor que ha puesto en primer plano en los libros anteriores. El libro es más breve, sólo dieciséis poemas, y en él se entrelazan tres temas: el amor de Largo Lamento, en el mencionado «Entretiempo romántico»; la impresión que la ciudad de Nueva York le causa, sobre todo en la sección titulada «Nocturno de los avisos», donde la comparación entre los anuncios publicitarios en la noche y los mensajes divinos le permite mostrar cuanto de vacío encuentra en la sociedad americana; y, finalmente, la reflexión que, desde su situación de exiliado consciente de la destrucción de su mundo previo con las guerras civil y mundial sobre Europa, realiza. En tal aspecto, destaca el largo poema «Cero» dedicado al lanzamiento de la bomba atómica sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, con el que se cierra el libro. Con todo, no es un libro pesimista, sino que su final busca la esperanza en esa trascendencia de lo que le rodea y que también encontramos al final de Largo Lamento.

El Contemplado es el resultado del encuentro de Salinas con el mar de Puerto Rico en los años en que fue profesor de la Universidad de Río Piedras. Escrito en los años previos a la publicación de Todo más claro, supone el retorno de Salinas a la poesía como oficio diario. Será la impresión del retorno al mar la que lo lleve de nuevo a escribir desde una terraza vecina a la playa. Para ello, pide en la universidad que concentren su horario por las tardes de modo que pueda dejar la mañana para su quehacer literario. El libro toma la forma musical de tema y variaciones (catorce). Cada una de la variaciones lleva un subtítulo que indica su contenido y sugiere el ritmo de la pieza. El contenido del libro muestra la contemplación del mar por parte del literato que es Salinas; así, las referencias al paraíso marino de las variaciones «Las Ínsulas extrañas», o «Civitas Dei» (enfrentado a la ciudad tecnificada y apresurada), o la frecuencia con que aparecen en sus versos las deidades marinas, ausentes de las reflexiones marinas de Juan Ramón Jiménez o Unamuno, ambas presentes en la obra de Salinas aunque sea por exclusión. La mirada con la que el poeta contempla el mar lo hace partícipe de su eternidad.

Póstumo apareció Confianza (1955), título sugerido por Jorge Guillén, prologuista del volumen, para los últimos poemas del amigo muerto, en los que se produce la intensificación final de los rasgos que veníamos contemplando desde el principio de su obra, especialmente de su perfección, identificada por Salinas con espiritualización, aunque sin componente místico.

La producción en prosa de Salinas está integrada por varios cuentos (así los reunidos en Víspera del gozo, de 1926) y, sobre todo, por la novela La bomba increíble, publicada en 1950, así como por una abundante obra ensayística de tema literario de la que destacan Literatura española. Siglo XX (1941); Jorge Manrique o tradición y originalidad (1947) y La poesía de Rubén Darío (1948), así como numerosas ediciones de clásicos, de entre los que destacan San Juan de la Cruz o Meléndez Valdés.

Su obra dramática entra dentro del teatro de vanguardia, bien que se escriba durante los años del destierro, precisamente como medio de salvación contra la barbarie que le llega de España. Así, de la misma manera que su poesía de los años de la guerra es básicamente amorosa, su obra dramática busca salvar el mundo de la destrucción a la que parece abocado (ni más ni menos que el amor cantado en Largo Lamento). De esta manera, Salinas se aparta tanto del teatro de protesta como del teatro de evasión, al buscar en su obra dramática la explicación a todo lo que rechaza del mundo. Por ello, lo fundamental de su teatro es el texto, el mensaje que transmite un texto construido literariamente más que dramáticamente, pero comprometido siempre con la realidad de su tiempo, a la que busca una explicación. El medio de explicársela será, habitualmente, la fábula en la que los finales vienen siempre dados por fuerzas sobrenaturales que ayudan a resolver los conflictos y que son imagen de la necesidad de introspección para descubrir en el interior de cada uno el camino para salir de dichos conflictos.

La producción dramática de Salinas se divide en piezas en un acto y obras de mayor duración (sólo dos). Las primeras están localizadas por lo general en ambientes urbanos y cosmopolitas. Sus personajes son jóvenes, cultos y hermosos. Excepto en tres casos, la acción se sitúa en lugares imaginarios. Estas tres excepciones son: La Estratoesfera, localizada en un barrio madrileño en 1930, cargado de resonancias arnichescas, aunque con otra profundidad en lo que al tratamiento dramático se refiere; La fuente del arcángel, en Andalucía a principios de siglo, precisamente en la Andalucía tópica y folklórica de los Álvarez Quintero para, por contraste, cantar lo que de auténtico hay en el ser humano más allá de los tópicos; y Los Santos, ambientada en un pueblo español durante la guerra civil y en la que la ironía se vuelve trágica en la figura de unos condenados a muerte por las tropas de Franco por equivocación o por unos delitos tan absurdos como inconsistentes, que son salvados de morir por los santos de talla que hay guardados en el sótano donde están encerrados los prisioneros y que cobran movimiento al ser llamados los condenados para su fusilamiento. El resto de su producción breve se divide, a su vez, en «piezas rosas» y «piezas satíricas». Las primeras son: La isla del tesoro, El chantajista, El parecido y La bella durmiente, y tienen como motivo central el amor. Las dos primeras buscan demostrar la existencia del amor único y, a través de ella, la posibilidad de la armonía y la belleza en el mundo a pesar de que no se realicen en las vidas individuales y concretas.

Las «piezas satíricas» están cargadas de ironía nunca amarga y defienden la vida humana contra cualquier tipo de explotación. Son Ella y sus fuentes, en la que, además, aparece el tema de la identidad, tan caro a los dramaturgos de vanguardia, de Unamuno a Pirandello; Sobre seguro y Caín o una gloria científica, en la que plantea el tema de la responsabilidad moral de los científicos junto con el del tirano, que reaparecerá en su obra larga.

Sólo dos títulos integran esta obra larga. La primera es Judit y el tirano, basada en el tema del tirano, tan frecuente en la literatura del exilio, aunque Salinas lo dote de una trascendencia de la que carecen otras obras sobre el mismo tema. Para Salinas, el dictador se divide en dos: su imagen y su humanidad, y la mejor solución a la tiranía sería que el dictador cobrara conciencia de su ser de hombre y de la hermandad que debe tener con los que domina; nada que tenga que ver, y Salinas era consciente de ello, con la realidad. La segunda obra larga es El Director, en la que se plantea la posibilidad o imposibilidad de la felicidad humana a través de un mito que sirve para explicar las dos caras de la Divinidad: la que enseña a ser feliz y la que impide lograr la felicidad en este mundo, la identidad de lo bueno y lo malo en la divinidad desde el punto de vista de las apariencias, que es el humano y que se opone al divino, que busca la felicidad en algo distinto de aquello en que la busca el hombre.

Bibliografía

  • FEAL DEIBE, C. La Poesía de Pedro Salinas (Madrid: 1971).

  • GARCÍA TEJEDA, M.C. La teoría literaria de Pedro Salinas (Cádiz: 1988).

  • RUIZ RAMÓN, Francisco. Historia del Teatro Español (Madrid: Cátedra, 1986, 7ª ed).

  • SALINAS DE MARICHAL, Soledad. Ed. de Poesías Completas (Madrid: Alianza, 1989-1994).

  • ZUBIZARRETA, A. de. Pedro Salinas, el diálogo creador (Madrid: 1969).

G. Fernández San Emeterio.