Saint-Amant, Marc-Antoine-Girard. Señor de (1594-1661).
Poeta francés, nacido en Quevilly (Ruán) el 30 de septiembre de 1594 y fallecido en París a comienzos de 1661. Autor de una notable producción lírica en la que, desde unos postulados estéticos radicalmente «modernos» para el gusto de su tiempo, apostó por la invención y la imaginación en menoscabo de ese recurso a la imitatio tan frecuente en la poesía del Barroco, está considerado como uno de los autores más innovadores y originales de las Letras francesas del siglo XVII.
Vida
Nacido en el seno de una familia de navegantes y mercaderes de confesión protestante, vivió desde su juventud ligado a los viajes y a la aventura, alentado por el ejemplo de su padre -un antiguo marinero que, tras haber prosperado como armador, se instaló en Quevilly y empezó a comerciar con productos de vidrio- y su hermano mayor, que surcó durante muchos años el mar de Java. Merced a la considerable hacienda ahorrada por su progenitor, tuvo acceso a una notable formación académica, aunque en su edad madura se jactó de no haber aprendido nunca las lenguas clásicas, ya que estaba mucho más interesado por el inglés, el español y el italiano, idiomas que llegó a dominar con fluidez y corrección. Abierto siempre, en fin, a las enseñanzas del presente y a su proyección en un futuro inmediato, el joven Marc-Antoine-Girard se interesó también vivamente por las ciencias y la especulación filosófica -llegó a conocer personalmente a Galileo (1564-1642) y Campanella (1568-1639)-, así como por numerosas disciplinas artísticas, como la literatura, la pintura y la música -al parecer, gozó de una gran reputación como intérprete al laúd-. El conocimiento sobre estas materias que integran su variada formación humana e intelectual lo fue adquiriendo no sólo en la escuela, sino a lo largo de los numerosos viajes que realizó desde su adolescencia, ora en calidad de marino, ora como soldado, ora como representante de su país en diferentes misiones diplomáticas.
En efecto, desde su juventud empezó a recorrer el mundo enrolado en las más peregrinas singladuras, entre las que cabe destacar la que le llevó a navegar en un barco negrero que comerciaba con esclavos entre el África negra, Europa -le fascinaron las islas Canarias, a las que dedicó un soneto juvenil- y las Indias Occidentales (es decir, el continente americano). Entusiasmado por esta temprana experiencia como aventurero, se alistó al ejército para seguir conociendo nuevos lugares del mundo y participó en diferentes campañas militares por Italia, España e Inglaterra, países en los que amplió y consolidó su extenso conocimiento de las lenguas modernas.
Hacia 1619, cuando contaba un cuarto de siglo de existencia, Marc-Antoine-Girard de Saint-Amant se instaló en París y entró en contacto con algunas de las figuras más destacadas del panorama literario de la época, como Théophile de Viau (1590-1626), que en 1620 era el poeta de moda en la capital gala, después de haber sido expulsado de la ciudad un año antes bajo la acusación de haber escrito versos impíos. Viau, que aprovechó ese destierro para recorrer también España e Inglaterra, se hizo íntimo amigo de Saint-Amant y lideró durante algún tiempo el grupo de los poetas denominados «libertinos», en el que figuraban -junto al joven escritor de Ruán- otros autores de la talla de Boisrobert (1589-1662), Tristan de l’Hermite (1601-1655), Mainard y Des Barraux.
Siguiendo la estela del citado Viau -prematuramente desaparecido en 1625-, Marc-Antoine-Girard de Saint-Amant inauguró la corriente burlesca dentro de la poesía de su tiempo, apelando a una antigua tradición que parecía olvidada por las generaciones precedentes, a pesar de que en ella habían militado algunas figuras señeras de las Letras francesas, como Rabelais (1494-1553) y Marot (1496-1544). La burla, la sátira, la visión cáustica y mordaz de estos poetas del siglo pasado reaparecieron en los versos libertinos de Saint-Amant, quien pronto pasó a ser considerado como el paradigma de la exaltación de los placeres mundanos y el responsable de haber recuperado para la poesía francesa el «apetito de vivir y de sentir».
Del mismo año de su asentamiento en París (1619) data su celebérrima oda «La solitude» («La soledad»), una composición que cosechó un éxito sin parangón en los foros y cenáculos literarios de la Ciudad del Sena, por los que circuló profusamente en copias impresas y manuscritas (su popularidad fue tal que llegó a ser traducida al latín). A partir de entonces, en compañía del citado grupo de los «libertinos», el señor de Saint-Amant empezó a frecuentar los principales salones literarios de la capital, entre ellos el de Madame de Rambouillet (1588-1665), considerado el punto de reunión de escritores más importante de la época. Y, al mismo tiempo -ante el desagrado de los ceñudos jansenistas que concurrían también a dicho salón-, era cliente asiduo de tabernas y prostíbulos en los que sus versos gozaban de gran aceptación, recitados en numerosas ocasiones por él mismo.
Su ascendente trayectoria social le condujo a ser admitido en el séquito del duque de Retz, al que acompañó en diferentes misiones diplomáticas por el extranjero. Otro de sus grandes mecenas y protectores fue el conde de Harcourt (1601-1666), en cuyo jovial círculo de amigos fue admitido el mordaz, irónico y siempre bienhumorado Saint-Amant, bajo el apodo de le Gros (‘el Gordo’). La condición indispensable para figurar en esta agrupación de ingenios, bautizada por ellos mismo como la «Cofrérie des monosyllabes» («Cofradía de los monosílabos»), era adoptar como mote una palabra de una sola sílaba; así, además de le Gros, en ella figuraban, entre otros, le Rond (‘el Redondo’, que no era otro que el propio conde de Harcourt) y le Vieux (‘el Viejo’, es decir, el mediocre poeta Nicolas Faret, secretario del conde).
En 1625, en una decisión inesperada, el poeta de Ruán se convirtió al catolicismo, confesión que, sin embargo, no profesó con demasiada devoción, al menos durante aquellos años en los que todavía hacía gala de su condición de libertino. Más tarde sí llegó a ser conocido por su sorprendente transformación religiosa, como lo prueba el hecho de que fuera admitido en los salones del Hôtel de Liancourt, frecuentado por católicos devotos.
Tras más de diez años de permanencia en París, a comienzos de los años treinta sintió de nuevo la llamada de su espíritu aventurero y reanudó sus viajes, que le condujeron hasta Inglaterra -en donde estuvo en 1631 con quien era entonces su nuevo protector, el mariscal Bassompierre (1579-1646)-, Roma -a donde llegó en 1633-, las islas de Lérins -a las que acudió dentro de una expedición capitaneada por el conde de Harcourt-, otros puntos del Mediterráneo -como Gibraltar y Cerdeña, visitados por el poeta en 1636 y 1637-, Polonia -donde fue honrado por la propia reina María Luisa de Gonzaga (1612-1667), que le nombre gentilhombre ordinario suyo- y de nuevo Inglaterra -país al que retornó en 1644, en una nueva misión diplomática-. Fruto de todos estos viajes fue su contacto directo con algunas de las personalidades más destacadas de la intelectualidad europea de su época (como los ya citados Galileo y Campanella), y la difusión de su prestigio literario por otras naciones del Viejo Continente.
Antes de reanudar su vida nómada, el poeta de Quevilly había dado a la imprenta en París la primera recopilación de sus versos, publicada bajo el sencillo título de Oeuvres du Sieur de Saint-Amant (Obras del Señor de Saint-Amant, 1627). Muchos años después, tras una agitada existencia consagrada a la navegación marítima, los campos de batalla, la exploración de rutas terrestres, los secretos y las intrigas de las embajadas, el brillo y oropel de los salones y la alegría ruidosa y obscena de las tabernas y los antros de dudosa reputación, Marc-Antoine-Girard publicó un extenso poema épico titulado Moïse sauvé (Moisés salvado, 1653), que se apartaba claramente del tono festivo y satírico de su producción anterior. Por aquel entonces, vivía nuevamente en París, ya resignado a la vida sedentaria que le imponía su edad -próxima ya a los sesenta años-, y prácticamente relegado al olvido por culpa del triunfo de un nuevo gusto literario que se orientaba claramente hacia la severidad clasicista. Poco después, los grandes cultivadores de esta estética contribuyeron a incrementar el desprestigio en que había caído la obra de Saint-Amant, que fue objeto de severas críticas por parte de autores como Boileau (1636-1711), quien llegó a poner al escritor de Ruán como el paradigma del mal gusto, amante de las obscenidades y el libertinaje.
A pesar de este desprecio de las generaciones posteriores -del que empezó a ser rescatado en la centuria siguiente-, Saint-Amant había gozado antes de la fama y los honores propios de los grandes escritores de su época, y llegó incluso a ser elegido miembro de la Académie Française, a la que se incorporó un 13 de marzo de 1634. Como cabía esperar, su trabajo entre los «Inmortales» se redujo a la inclusión en el Diccionario de vocablos satírico-burlescos. Olvidado, en fin, como ese poeta de éxito que había cautivado con su ingenio al París de la década de los años veinte, murió prácticamente en la miseria, después de haber gozado en otras épocas más felices de todos los lujos y las comodidades que le brindaron sus poderosos mecenas.
Obra
Aunque Marc-Antoine-Girard de Saint-Amant fue tenido durante mucho tiempo -debido a juicios como el ya referido de Boileau- por un mero poeta festivo e intrascendente, autor de banales chansos à boire (algo así como ‘canciones de taberna’), lo cierto es que su obra, convenientemente rescatada y evaluada por la crítica posterior, revela la existencia de un escritor que se adelantó a las limitaciones estéticas de su tiempo, anteponiendo a la mera imitación de los clásicos el gusto por la invención, la imaginación y la innovación. Atento, además, a las grandes novedades procedentes de otras culturas europeas, acusó en su obra la beneficiosa influencia de los grandes manieristas y culteranos de Italia y España, con especial atención a los criterios transgresores y rupturistas de un Giambattista Marino (1569-1625) y un Luis de Góngora(1561-1627), sobre todo en aquellos aspectos de sus respectivas obras que coincidían con el espíritu burlesco del poeta de Quevilly.
Otros méritos indudables de su producción poética son su interés por la variedad y la diversidad de temas y argumentos, su permanente curiosidad hacia todo lo que le rodea, y su constante huida de los tópicos manidos de la poesía galante y mundana, tan recurrentes en los poetas coetáneos. Respecto a los contenidos de su obra, cabe señalar la existencia de dos grandes campos temáticos: el que recoge todo lo relacionado con la huella viva y gozosa de la naturaleza, y el que enfoca el conocimiento de todo cuanto rodea al autor a través de una lente burlesca que resalta la comicidad hasta en los momentos de mayor dimensión épica o heroica. Pero lo más destacable de su producción, en las composiciones de uno y otro apartado, es su constante intento de evadirse de la realidad circundante (realismo) o de los modelos del pasado (imitatio) para buscar siempre un terreno propio situado en los dominios de la fantasía y la imaginación (cuando no de la más pura alucinación poética). Surge, así, de la pluma del Señor de Saint-Amant una poesía libre, sensual e imaginativa que, bajo el pretexto de exaltar el placer, la diversión y la variedad, se niega a someterse a las rígidas y encorsetadas reglas clasicistas impuestas por otros grandes autores de su tiempo, como François de Malherbe (1555-1628).
En lo tocante a los aspectos formales más destacados de la poesía de Saint-Amant, conviene empezar por subrayar su espléndido dominio de la descripción, influido sin duda alguna por su gran afición a la pintura. Por lo demás, dentro de su constante esfuerzo por romper con la tradición clásica académica, el poeta de Ruán sobresale por la amplitud, la variedad y el colorido de su vocabulario (capaz de reflejar a la perfección sobre el papel esos ambientes tan diametralmente opuestos que frecuentó Saint-Amant), así como por la brillantez de sus imágenes y la fuerza persuasiva de su ritmo (que le consagran como uno de los mejores exponentes de la estética barroca en las Letras francesas).
Entre sus composiciones poéticas que gozaron de mayor aceptación y difusión en los salones literarios y en los ambientes populares de la Francia de la primera mitad del siglo XVII, cabe recordar -al margen de la ya citada «La solitude»-, «Le palais de la volupté» («El palacio de la voluptuosidad») «La débauche» («La disolución»), «Les visions» («Las visiones», obra de alucinada imaginación fantástica), «Le contemplateur» («El contemplador», en la que triunfa la capacidad emotiva que atesora el poeta de Ruán), «Les saisons» («Las estaciones», poema plagado de lirismo y hondura poética), y, desde luego, sus mejores piezas cómico-burlescas, como «Le passage de Gibraltar» («El paso de Gibraltar»), «Le livre» («El libro»), «Le melon» («El melón»), «Le poète crotté» («El poetastro») y «La Roma ridicule» («La Roma ridícula»).