Ruiz Román, Juan Antonio, o «Espartaco» (1962-VVVV).
Matador de toros español, nacido en Espartinas (Sevilla) el 3 de octubre de 1962. En el planeta de los toros es conocido por el sobrenombre de «Espartaco», remoquete taurino que heredó de su padre, el modesto diestro sevillano Antonio Ruiz Rodríguez. Es miembro de una reciente dinastía taurina que, hasta la fecha (1999), se completa con la figura de su hermano menor, Francisco José Ruiz Román («Espartaco Chico»).
La vocación paterna le animó a ser torero desde muy temprana edad. Los aficionados cabales aún recuerdan un viejo documental televisivo sobre el mundo del toro, en el que aparecía un jovencísimo «Espartaco» dando sus primeros capotazos de entrenamiento y asegurando, con una seriedad impropia de sus años, que pronto se le saludaría como a una gran figura del toreo. El vaticinio resultó ser cierto, aunque en los últimos años un cúmulo de adversidades ha impedido a Juan Antonio Ruiz Román seguir ocupando ese puesto cimero que alcanzó a mediados de la década de los ochenta.
Apenas contaba trece años de edad cuando se desplazó a Colombia para tomar parte en varios festejos taurinos, ya que la legislación española le impedía blandir muleta y acero con tan pocos años. De regreso a España, el día 19 de marzo de 1975 se ciñó en la localidad sevillana de Camas su primer terno de luces, y comenzó a despertar una inusitada expectación entre los aficionados más avisados, que veían con sorpresa y esperanza los espectaculares progresos de una auténtica promesa del toreo. Así, tras curtirse durante tres temporadas en la lidia de numerosas novilladas sin picadores, el día 29 de enero de 1978 hizo el paseíllo en la alicantina plaza de Ondara para intervenir en su primer festejo asistido por el concurso de los varilargueros. A partir de entonces, la progresión de su incipiente carrera cobró matices de vértigo: el día 27 de julio de 1978 compareció en el coso de la Ciudad Condal para enfrentarse, en compañía de los jóvenes novilleros Manuel Rodríguez Blanco («El Mangui») y José Aguilar Álvarez («Aguilar Granada»), con un lote marcado con la divisa de don Baltasar Ibán. El animoso «Espartaco» cortó una oreja de cada uno de sus toros, salió a hombros de la plaza barcelonesa y acabó aquella temporada colocado en el primer puesto del escalafón novilleril, con un total de cincuenta y siete ajustes cumplidos.
Comenzó la siguiente campaña de 1979 como figura indiscutible entre el gremio de los novilleros, muy bien apoderado -y promocionado- por los hermanos Lozano, que le consiguieron numerosos contratos en compañía del susodicho «Mangui». Ya bien avanzada la temporada, el día 1 de agosto se vistió de luces en Huelva para recibir su alternativa, graduación que le otorgó el polémico espada Manuel Benítez Pérez («El Cordobés»), en presencia del coletudo sevillano Manuel Cortés de los Santos («Manolo Cortés»), que asistía en calidad de testigo. Aquella tarde, Juan Antonio Ruiz Román («Espartaco») desorejó al toro de su doctorado (un morlaco marcado con el hierro de los herederos de don Carlos Núñez, que atendía a la voz de Anonimado), y obtuvo también los dos apéndices auriculares de su segundo enemigo, lo que le valió una clamorosa salida a hombros por la puerta principal del coliseo onubense. A pesar de lo adelantada que iba ya la temporada, desde el día en que tomó la alternativa hasta finales de aquella campaña se vistió de luces en veintidós ocasiones, dando a entender ya desde sus comienzos como matador de toros que estaba dispuesto a aceptar todos los compromisos que quisieran ofrecerle (menos el de comparecer en Madrid ante la primera afición del mundo, a la que no visitaría hasta el año de 1982).
Ya al término de aquella campaña de su alternativa marchó a América para torear en Perú y en Colombia, de donde regresó a España dispuesto a afrontar la temporada de 1980, en la que tomó parte en treinta y cinco corridas de toros. Volvió a pisar suelo ultramarino en el invierno de 1980-81, y ya en la campaña española de este último año se enfundó el terno de luces en cincuenta y nueve ocasiones. De nuevo en América durante el invierno de 1981-82, volvió a agradar a su querida afición colombiana y aprovechó para presentarse ante la de México.
No pudieron ser más prometedores sus comienzos de campaña en 1982, puesto que el día 10 de abril salió a hombros de la plaza de toros de Zamora, después de haber cortado cuatro orejas de un lote criado en las dehesas del marqués de Albayda, en un cartel completado por el matador zamorano Andrés Vázquez Mazariegos y el espada Víctor Manuel Martín. Al cabo de medio mes (concretamente, el día 27 de abril de dicho año de 1982), en el transcurso del ciclo ferial sevillano, salió a hombros por la Puerta del Príncipe hispalense después de haber amputado tres apéndices a un lote marcado con el hierro de Jandilla, bajo la atenta mirada de dos figuras del toreo de la talla de Francisco Romero López («Curro Romero») y Francisco Rivera Pérez («Paquirri»). Convertido así en uno de los matadores punteros de la temporada, compareció al fin en las severas arenas de la plaza Monumental de Las Ventas, donde tenía un hueco en plena Feria de San Isidro para trastear y estoquear dos reses bravas de don José Matías Bernardo. Tuvo lugar esta confirmación de alternativa el día 25 de mayo de 1982, fecha en la que también se vistieron de luces en la capital española el susodicho Francisco Rivera Pérez («Paquirri»), que comparecía en calidad de padrino del confirmante, y el malogrado espada abulense Avelino Julio Robles Hernández («Julio Robles»), que hacía las veces de testigo. El burel que confirmó el doctorado del joven «Espartaco» atendía al prosaico apelativo de Frutero. El diestro de Espartinas no halló en aquella ocasión tanta facilidad para cortar orejas como había encontrado en cosos de provincias -de hecho, su labor no fue premiada con ninguna-, pero su toreo dejó una buena impresión en la entendida afición venteña, sobre todo por las posibilidades de gran lidiador que dejó entrever en esta su primera comparecencia.
Al término de dicha campaña de 1982, en la que había lidiado en suelo español sesenta y nueve corridas, «Espartaco» ocupaba el número uno entre los matadores que más paseíllos habían realizado a lo largo toda la temporada. Posteriormente, ya consagrado como figura del toreo, volvería a encabezar el escalafón, de forma consecutiva, durante las campañas de 1985, 1986, 1987, 1988, 1989, 1990 y 1991.
Marchó de nuevo a Hispanoamérica para torear, en el invierno de 1982-83, en Venezuela y Colombia, y a su regreso a España emprendió otra briosa temporada que, a su conclusión, arrojaba en favor del coletudo de Espartinas un saldo de cincuenta y nueve corridas toreadas. Cincuenta y una protagonizó en la campaña siguiente, y comenzó la de 1985 con un clamoroso triunfo en la plaza de toros de Sevilla, de donde salió a hombros por la Puerta del Príncipe el día 25 de abril, tras haber compartido cartel con el espada trianero Emilio Muñoz Vázquezy con el diestro sevillano Tomás Rodríguez Pérez («Tomás Campuzano»). Aquella tarde, «Espartaco» desorejó un morlaco criado en las dehesas de don Manuel González.
No había transcurrido ni un mes desde este triunfo en las arenas hispalenses cuando en la plaza de toros de Madrid, el mismo día de San Isidro, Juan Antonio Ruiz Román volvió a cuajar una extraordinaria faena de muleta frente a un burel marcado con la señal de don Atanasio Fernández, en presencia del lidiador gaditano Francisco Ruiz Miguely del susodicho espada sevillano Emilio Muñoz Vázquez. Puede afirmarse que desde este instante hasta comienzos de la década de los años noventa, «Espartaco» se convirtió en el número uno indiscutible entre todos los matadores de toros, hegemonía basada en la cantidad de contratos que se le ofrecen y -bien es verdad que no siempre- en su excepcional conocimiento de las técnicas de lidia. Además, durante dicho reinado al frente del escalafón hizo gala de unas espléndidas facultades a la hora de ejecutar la suerte suprema, habilidad que le permitió superar a cualquiera de sus compañeros en el número de trofeos recibidos.
Sin embargo, entre los aficionados más puristas pronto empezó a notarse cierta insana predisposición del diestro hacia las suertes de alivio, en un claro ejercicio ventajista que tal vez no era imprescindible en un torero tan poderoso y dominador como mostraba ser «Espartaco». Cierto era que los toros apenas le cogían, por más que a veces pisara terrenos muy comprometidos, y que demostraba su perfecto entendimiento del toreo al ser capaz de dar la lidia más adecuada a las reses de la más variada condición; pero pronto empezó a abusar de algunos defectos muy extendidos con la excesiva proliferación del número de corridas celebradas cada temporada, como el reclamar para sí el ganado más boyante, el descargar la suerte ante los públicos que no reparan en la pureza del toreo ceñido y embraguetado, y el citar fuera de cacho y ejecutar el pase al hilo del pitón, haciendo ver, con recursos muy efectistas, que toreaba dentro de la jurisdicción del astado. Para colmo, la generalización del fraude del afeitado no podía dejar de concurrir en el espada que más reses mataba a lo largo de cada campaña, circunstancia que, poco a poco, fue privándole del favor de los aficionados cabales.
En cualquier caso, «Espartaco» mantuvo su racha arrasadora a lo largo de más de un lustro. En 1985 dio por concluida su temporada en España habiéndose vestido de luces en ochenta y nueve ocasiones, para extender luego el dominio de sus éxitos hasta México, Ecuador, Colombia y Venezuela. El 13 de abril de 1986 volvió a hacer girar los goznes de la sevillana Puerta del Príncipe, que franqueó a hombros de la afición después de haber desorejado un toro perteneciente a la ganadería de los herederos de don Carlos Núñez, con el mencionado Francisco Romero López («Curro Romero») y el sevillano José Antonio Rodríguez Pérez («José Antonio Campuzano») como compañeros de terna. Terminó esta temporada de 1986 habiendo realizado ochenta y ocho paseíllos, y de nuevo fue sacado a hombros por el público hispalense en la tarde del 28 de abril de 1987, fecha en la que, bajo la atenta mirada del maestro madrileño Antonio Chenel Albadalejo («Antoñete») y del torero sevillano Manuel Cortés de los Santos («Manolo Cortés»), extirpó los pabellones auditivos de un toro que había pastado en las dehesas de don Juan Pedro Domecq. A los pocos días de este clamoroso triunfo protagonizó el gesto de encerrarse en solitario con seis miuras en el redondel de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, hazaña que bien vale para añorar sus inicios como torero romántico y, desgraciadamente, para lamentar, por contraste, las ventajas que luego acabaría concediéndose un torero que reunía cualidades de valor y oficio más que sobradas para haber pasado a la historia universal de la Tauromaquia como la gran figura del toreo del último cuarto del siglo XX.
A la conclusión de esa campaña de 1987 había intervenido en cien corridas, para pasar a protagonizar ochenta y dos en la de 1988, ochenta y siete en la de 1989, ciento siete en la de 1990 y ochenta en la de 1991, al término de la cual se llevaba en su esportón el récord de haber ocupado el puesto cimero del escalafón durante ocho temporadas (siete de ellas consecutivas), que superaba en una la marca establecida por el lidiador toledano Domingo López Ortega («Domingo Ortega»).
A partir de 1992, «Espartaco» decidió darse un respiro en esa vertiginosa competición por ver quién toreaba más corridas, competición más propia de los atléticos dominios del deporte que de la atmósfera estética que debe enseñorearse del planeta de los toros. Pero en 1994 volvió a asumir cuantos compromisos se le ofrecían, hasta cerrar la campaña con un balance de setenta y cuatro festejos en su haber. Precisamente fue en este año cuando la desgracia comenzó a cebarse en el diestro de Espartinas, a raíz de su participación en un partido de fútbol convocado con fines benéficos. Una vieja lesión de rodilla, de la que venía resintiéndose en los últimos tiempos, se le reprodujo gravemente y le llevó a una concatenada sucesión de visitas al quirófano que lo mantuvieron durante mucho tiempo apartado de los ruedos. Tras pasar por un auténtico calvario, «Espartaco» -que también ha probado suerte como criador de reses bravas- anunció su reaparición para la campaña de 1999.