Rolland, Romain. (1866-1944).


Narrador, dramaturgo, ensayista, filósofo, musicólogo y profesor universitario francés, nacido en Clamecy (Nièvre) el 29 de enero de 1866 y fallecido en Vézelay (Yonne) el 30 de diciembre de 1944. Autor de una espléndida producción literaria que rinde culto a la genialidad del individuo aislado, proclama la bondad del régimen democrático y denuncia con vehemencia los horrores de la guerra, está considerado como una de las figuras cimeras de las Letras francesas de la primera mitad del siglo XX. En 1915, la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura, «como homenaje al elevado idealismo de su producción literaria, y al amor a la verdad con que ha descrito una gran variedad de seres humanos«.

Hombre de vivas inquietudes humanísticas y extraordinaria sensibilidad artística, marchó a París en su juventud para cursar estudios superiores de Historia y Arte, materias en las que se doctoró con una lúcida y documentada tesis sobre la Historia de la ópera en Europa antes de Lully y Sacarlatti (1895). Posteriormente, enseñó Historia del Arte en la École Normale Supérieure e Historia de la Música en la Universidad de la Sorbona, y a lo largo de toda su vida siguió publicando brillantes estudios de musicología, en los que recogía los frutos de sus constantes investigaciones sobre dicha disciplina artística. Entre ellos, cabe recordar los titulados Vie de Beethoven (Vida de Beethoven, 1903), Musiciens d’autrefois (Músicos de antaño, 1908), Musiciens d’aujourd-hui (Músicos de hoy, 1908) y la monumental monografía sobre su compositor predilecto, integrada por siete volúmenes que fueron apareciendo desde finales de la década de los años veinte hasta muchos años después de la muerte del propio Romain Rolland: Beethoven (1928-1957).

Aficionado a la especulación filosófica, la creación literaria y -cómo no- la interpretación musical, a finales del siglo XIX el joven Romain Rolland estaba claramente influenciado por un positivismo que le animaba a buscar soluciones objetivas para el mantenimiento de la paz y la justicia social, y, al mismo tiempo, por un tardo-romanticismo que le permitía mantener viva en su interior la esperanza de alcanzar dichos ideales. Se dedicó, entonces, a escribir una serie de piezas teatrales de escasos méritos literarios, con las que intentó crear un «teatro del pueblo» en el que fuera posible expresar con sencillez -y, simultáneamente, con elevadas dosis de ilusión- esos principios tendentes a lograr sus anhelos de justicia, paz y solidaridad.

El éxito que no pudo alcanzar con estas mediocres producciones dramáticas le llegó, en cambio, con su ambiciosa y monumental narración titulada Jean-Christophe (1904-1912), compuesta por diez volúmenes que empezaron a ver la luz entre las páginas de la célebre publicación cultural Cahiers de la Quinzaine, fundada por el gran poeta y ensayista de Orleáns Charles Péguy (1873-1914). En esta espléndida obra, concebida como una rabiosa y violenta manifestación de la protesta humanista de Rolland ante la integración empobrecedora del hombre en la voraz cultura de masas, el escritor de Clamecy relata la biografía ficticia de un músico renano que abandona su lugar de origen para afincarse en París, atraído por el fulgor artístico y la riqueza intelectual que piensa hallar a raudales en la capital cultural del mundo. Esta sencilla trama argumental le sirve a Romain Rolland como pretexto para lanzarse a una completa y minuciosa disección del panorama cultural europeo de finales del siglo XIX, en la que van quedando enhebrados algunos de los ideales mejor asentados en su espíritu (el culto a la sinceridad del artista frente a quienes quieren convertir su obra en mercancía; la exaltación del heroísmo individual frente a la mansedumbre gregaria de la colectividad; la creencia -directamente relacionada con la idea anterior- de que la genialidad sólo puede darse en ese plano individual; y la defensa de un cosmopolitismo de sesgo democrático por el que el creador se convierte en un ciudadano del mundo, sin más fronteras que los límites impuestos por la justicia, la paz y la igualdad social). Pero las ilusiones y esperanzas del músico alemán se desmoronan cuando, ya plenamente integrado en los ambientes artísticos e intelectuales de París, tiene ocasión de verificar la vacuidad y artificiosidad de la sociedad y la cultura francesas contemporáneas. Desolado, abandona la capital gala para refugiarse en su propio mundo interior.

Consagrado, merced a la aparición de los diez volúmenes que conforman Jean-Christophe, como uno de los narradores más brillantes de su época, Romain Rolland se lanzó, ya en la segunda década del nuevo siglo, a un análisis en profundidad de los conflictos sociales, con la intención de averiguar si el presente que estaba viviendo era realmente el producto de unas conquistas humanitarias que probaban la superioridad de su época respecto a otros períodos del pasado. Al hilo de este proyecto de estudio social, el humanista de Clamecy acabó manifestando sus preferencias políticas y, sobre todo, sus convicciones profundamente pacifistas, con las que alcanzó una enorme popularidad -dentro y fuera de las fronteras francesas- que acabaría siendo decisiva en la votaciones de la Academia Sueca que le otorgaron el Premio Nobel. Su extenso artículo ensayístico titulado Au-dessus de la melée (Por encima de las pasiones, 1914) causó una auténtica conmoción en los medios intelectuales parisinos, y en la actualidad está considerado como el primer aldabonazo de la conciencia antibelicista que se despertó en algunos sectores de la cultura europea ante el estallido de la Primera Guerra Mundial. Entre otros muchos autores, el poeta de Arras Pierre-Jean Jouve (1887-1976) confesó la influencia del artículo de Rolland en la aparición de esos rotundos ecos pacifistas que enriquecieron algunos poemarios suyos como Vous êtes des hommes (Sois hombres, 1915) y Danse des morts (Danza de los muertos, 1917).

Instalado en Suiza desde 1914, Romain Rolland recibió el Premio Nobel en medio de una encendida polémica desatada entre Francia y Alemania, país -este último- donde la defensa a ultranza de la fraternidad humana emprendida por el escritor de Clamecy se entendió más como una toma de partido en contra de los intereses políticos de la nación germana, que como una sincera proclamación de un pacifismo neutral. Cuatro años después de haber obtenido el máximo galardón de la literatura universal, Rolland volvió a los anaqueles de las librerías con una nueva novela antibelicista, Colas Breugnon (1919), obra en la que relataba la peripecia de un artesano del siglo XVII, natural de la región francesa de Borgoña, que, a pesar de verse asediado por múltiples conflictos armados, logra mantener intacta su confianza en el ser humano, al que sigue considerando bondadoso por naturaleza. Al hilo de este amor incondicional hacia el hombre, Romain Rolland firmó en el transcurso de aquel mismo año la denominada Declaración de independencia del espíritu (1919), subscrita por otras relevantes figuras de la intelectualidad mundial, como el científico Albert Einstein (1879-1955), el escritor Máximo Gorki (1868-1936), el pensador Bertrand Russell (1872-1970) y el filólogo Benedetto Croce (1866-1955).

En la década de los años veinte, Romain Rolland descubrió la honda espiritualidad del pensamiento oriental y dejó que en su obra penetrase ese aliento místico propio de la literatura y la filosofía hindúes, como quedó bien patente, v. gr., en su nueva y extensa narración L’âme enchantée (El alma encantada), publicada en siete entregas entre 1922 y 1933. Autor, por aquel tiempo, de varias biografías sobre filósofos orientales (generalmente, de la India), en su visión ecuménica y ecléctica de una sociedad más abierta y más justa tuvieron cabida los elogios a Gandhi (1869-1948) -por su campaña en pro de la no violencia- y, al mismo tiempo, a los propagadores de la Revolución Soviética, con la que Rolland se identificó ideológicamente a pesar que la violencia de quienes la habían llevado a cabo no parecía encajar demasiado bien en el pacifismo del autor de Clamecy.

En 1937, Romain Rolland volvió a afincarse en su Francia natal, en donde emprendió un nuevo proyecto literario de gran ambición. Se trata de la redacción de su autobiografía, Le voyage intérieur (El viaje interior, 1943), en la que, siguiendo los modelos formales de una especie de diario íntimo, insistió en sus denuncias contra el auge del nazismo y dejó bien plasmada la original posición ideológica a la que había llegado tras su descubrimiento de la riqueza espiritual de la India y su seguimiento de la implantación del comunismo en Rusia: una suerte de humanismo ecléctico, formado a partes iguales por la doctrina marxista y la mística oriental, en el que cobra tanto alcance emblemático la obra de Miguel Ángel (1475-1564) como la de, por ejemplo, León Tolstoi (1828-1910).

Entre las obras de Romain Rolland no citadas en parágrafos superiores, cabe recordar sus piezas teatrales Saint-Louis (1897), Aërt (1898) y Le triomphe de la raison -recogidas luego bajo el epígrafe común de Las tragedias de la fe (1909)-; y Les loups (1897), Danton (1901), Le quatorze-juillet (1902) y el drama pacifista Le temps viendra (1903) -recopiladas en un mismo volumen bajo el elocuente título de Théâtre de la révolution (1909)-. Además, fue autor de otras biografías como François Millet (1902), Michelangelo (1906), Händel (1910) y Tolstoi (1911); y de numerosos ensayos en los que dejó constancia de la amplitud y profundidad de sus saberes humanísticos, como los titulados Les origines du théâtre lyrique moderne (1895), Cur ars picturae apud Italos XVI saeculi deciderit (1895) -escrito en latín-, Les précurseurs (1919), Clerambault: histoire d’une conscience libre pendant la guerre (1920) Le jeu de l’amour et de la mort (1925), Essai sur la mystique et l’action de L’Inde vivante (1929-1930) y Péguy (1944).