Prévert, Jacques (1900-1977).
Poeta, dramaturgo, cineasta y letrista francés, nacido Neuilly-sur-Seine (en el área suburbana de París) en 1900, y fallecido en la capital gala en 1977. Su condición de artista versátil y polifacético, siempre al corriente de cualquier innovación estética, le convirtió en uno de los principales difusores de las corrientes vanguardistas que florecieron en Europa durante el primer tercio del siglo XX (en especial, del movimiento surrealista, en cuyos orígenes intervino directamente el propio Prévert). Además, en las diversas manifestaciones artísticas a las que pudo aproximarse dejó una obra valiente y sincera, dirigida a una variada gama de receptores que comparten con él su preocupación por la justicia, la libertad y la felicidad.
Nacido en el seno de una familia de escasos recursos económicos, apenas recibió una formación académica mucho más amplia de la que puede impartirse en la escuela elemental. Pronto se vio obligado a abandonar los estudios para aceptar, en París, cualquier oficio que se le ofreciera, al tiempo que comenzó a entregarse con ahínco al cultivo de la creación poética. Poco a poco comenzó a integrarse en algunos círculos literarios juveniles de la capital francesa, en los que trabó contacto con ciertos artistas que, en pocos años, habrían de convertirse en el centro de la actividad cultural e intelectual de toda Europa.
Así, conoció al pintor Yves Tanguy y al escritor George Duhamel, con quienes compartió habitación a partir de 1924, en una casa de la rue du Château que, por aquellos años, se convirtió en uno de los principales lugares de encuentro de los surrealistas franceses. También estuvo estrechamente vinculado al poeta y narrador Raymond Queneau y a otros surrealistas como Georges Sadoul; pero pronto abandonó la estética de este movimiento -con cuyo pensamiento filosófico y filiación política nunca había estado totalmente de acuerdo- para continuar en solitario su actividad creadora, caracterizada a partir de esta primera etapa por su radical independencia y su firme compromiso con ser humano, al margen de cualquier tendencia estética, política o filosófica.
Hasta entonces, Jacques Prévert había dejado una obra poética caracterizada por la sensibilidad del autor a la hora de reflejar espontáneamente los aspectos más líricos del vivir cotidiano, dentro de una marcada influencia formal surrealista que continuará presente en muchas de sus obras posteriores (incluso después de 1930, año en el que rompió definitivamente con el Surrealismo).
Su primer gran éxito en el panorama literario francés fue la publicación, en 1931, de un largo poema fantástico en el que la riqueza de figuras retóricas de dicción (en especial, el calambur y la antítesis) se ponía al servicio de un argumento disparatado, todavía muy dependiente de las influencias vanguardista asumida en sus inicios como creador. Por aquellos años triunfó también como escritor dramático, merced a la composición de unas piezas breves que fueron puestas en escena por la sección teatral del grupo literario Octobre. Además, comenzó a cultivar otra faceta artística que, a la postre, sería la que mayor relieve internacional habría de conferirle: el cine.
En efecto, Jacques Prévert colaboró estrechamente con el director parisino Jean Renoir en la redacción del guión de El crimen de Monsieur Lange (1935) y, sobre todo, con Marcel Carné, para quien escribió los guiones de Jenny (1936), Un drama singular (1937), El muelle de las brumas (1938) y Los niños del paraíso (1944). Algunos de estos guiones los redactó en colaboración con su hermano Pierre.
Una tercera etapa en la vida artística de Jacques Prévert se abrió al concluir la Segunda Guerra Mundial, cuando, desde el firme propósito de mantenerse al margen de las disputas políticas y los debates intelectuales que comprometían a casi todos los creadores de su entorno, dio a la imprenta un espléndido poemario titulado Palabras (1945). En una especie de declaración pública acerca de los objetivos que movían su aliento creador desde que empezara a escribir sus primeros poemas, Prévert consolidaba, finalmente, la propuesta global de su variada obra artística: era preciso recobrar el poder del lenguaje sencillo y popular (la palabra que da título al libro) para perseguir esa felicidad, tanto individual como colectiva, que puede hallarse en los pequeños hechos cotidianos. Pero esta búsqueda de la felicidad a través de la naturalidad del lenguaje y la inmediatez de la vida cotidiana no implica -al menos en la propuesta poética de Prévert- un rechazo frontal de los recursos estilísticos que pueden enriquecer un mensaje, sobre todo cuando se utilizan para poner de manifiesto la enorme creatividad popular a la hora de crear una imagen insólita o unos giros lingüísticos cargados de buen humor y doble intención.
Tras el éxito arrollador de Palabras, Jacques Prévert volvió a los anaqueles de las librerías con otros poemarios escritos en esa misma línea, como los titulados Historias (1946), Espectáculo (1951), La lluvia y el buen tiempo (1955). Esta honrada y sincera producción poética (que, desde la humildad de su propia presentación ante el lector, sólo parecía tener palabras duras contra la clase política dominante y las instituciones poderosas), pronto otorgó a Prévert un merecido prestigio como autor valiente y libertario, siempre a favor de las clases menos favorecidas y en contra de cualquier instancia de poder que pudiera oprimir los más humildes. Además, en su firme apuesta por la felicidad del hombre, el poeta clamaba en sus versos por un mundo en el que el amor, la libertad y la capacidad evocadora de la imaginación no le fuera negada a los menos afortunados.
Pero este serio y sereno compromiso -cercano, a veces, a la auténtica compasión- con el pueblo llano no está reñido, en la obra literaria de Jacques Prevért, con una constante apelación al sentido del humor, capaz de restañar muchas heridas. Y es a través de esta ventana abierta siempre al campo del humor por donde se cuelan una y otra vez esas ráfagas surrealistas que, de hecho, nunca abandonaron por completo la creación artística del autor, en cualquiera de sus manifestaciones. Esto se aprecia, sobre todo, en algunas obras tardías de Prévert que, por su propia naturaleza cercana a la técnica del collage, permiten mejor que otras la irrupción de este fresco vendaval de humor surrealista: Fatras (1966) y Cosas y otros (1972).
Al margen de su dedicación a la poesía, el teatro y el cine, Jacques Prévert se ocupó también de la composición de letras para canciones, algunas de la cuales se hicieron muy populares en boca de los principales cantantes franceses del momento (como Juliette Grecó, que hizo mundialmente famosa una letra compuesta por Prévert y Joseph Kosma: «Les feuilles mortes» [«Las hojas muertas»]). Fue al final de su fecunda vida artística cuando Prévert se volcó en esta su faceta de letrista, plasmada en otras muchas canciones célebres (como «Bárbara») y, sobre todo, en una recopilación póstuma que salió a la calle bajo el título de Cincuenta canciones Prévert-Kosma (1977). Además, el poeta de Neuilly-sur-Seine compuso algunas letras para canciones infantiles (recogidas luego, también a título póstumo, en Canción para cantar a voz en grito y a la pata coja, de 1985). No era la primera vez que se había acercado a los géneros destinados específicamente a un público menor, como quedó patente en una edición de sus relatos infantiles que, bajo el título de Cuentos para niños malos, vio la luz a los pocos días del fallecimiento del poeta.