Pinter, Harold (1930-2008).
Dramaturgo, actor teatral y guionista de cine, radio y televisión británico, nacido en Londres el 10 de octubre de 1930 y fallecido en Londres el 24 de diciembre de 2008. Fue autor de una brillante y fecunda producción dramática que mezcló con singular acierto el realismo de la calle con los misterios más insospechados para reflejar sobre la escena las tribulaciones psíquicas del hombre contemporáneo.
La Academia sueca, que le concedió el Premio Nobel de Literatura en 2005, le señaló como el «máximo exponente del teatro dramático inglés de la segunda mitad del siglo XX«. Los académicos destacaron también su capacidad para descubrir «el precipicio que hay detrás de los balbuceos cotidianos y que irrumpe en los espacios cerrados de la opresión». Meses antes de que le fuera concedido este premio, Pinter había anunciado su intención de abandonar el teatro para dedicarse a la crítica política; sin embargo, también manifestó su deseo de seguir escribiendo poemas. En el primer encuentro que celebró con su público tras la concesión del Nobel, en el teatro Royal Court de Londres y durante el mes de octubre de 2005, Pinter declaró: «la poesía es, para mí, un modo natural de expresión y la forma más apropiada para expresar mi repugnancia, que es muy fuerte y mi horror«.
Nacido en el seno de una familia perteneciente a la clase media (era hijo de un sastre judío de origen portugués, afincado en uno de los barrios más populares de Londres), creció rodeado por el ambiente antisemita que se respiraba en el East End, una de las zonas de capital británica que contaba con un mayor número de obreros y trabajadores inmigrantes, circunstancia que, andando el tiempo, habría de tener su reflejo literario en diferentes piezas teatrales del escritor londinense. A pesar del entorno hostil que le rodeaba, a muy temprana edad el pequeño Harold logró destacar por su inteligencia y su curiosidad humanística, lo que le hizo acreedor a diferentes becas que, a su vez, le permitieron frecuentar algunos centros de enseñanza cuyos elevados honorarios difícilmente hubieran podido sufragar sus progenitores si no hubiesen contado con esas ayudas institucionales. Por medio de una beca de estudios ingresó, en efecto, en la prestigiosa Royal Academy of Dramatic Art, llevado ya por una acusada vocación teatral que pronto le haría triunfar en las más diversas modalidades del Arte de Talía, en el que no se dio a conocer como escritor hasta el estreno en la ciudad de Bristol de The room (La habitación, 1957), un pieza compuesta de un solo acto que le granjeó un merecido prestigio como dramaturgo.
Pero antes de enfrascarse de lleno en la escritura teatral, había probado suerte en otros géneros literarios como el de la poesía, en el que realizó una primera incursión a los veinte años de edad, con la publicación de un cancionero titulado Poetry London (1950). Compaginaba por aquellos años la creación poética con su formación como representante, que entre 1951 y 1952 había alcanzado ya el nivel adecuado para permitirle realizar una gira teatral por Irlanda. En la década de 1950 escribió su única novela, The dwarfs (Los enanos), aunque no se publicó hasta tres décadas después; se trata de una historia sobre la amistad en la que Pinter experimenta con los límites entre novela y teatro. Poco a poco, fue afianzándose en su trayectoria profesional sobre los escenarios tras el nombre artístico de David Baron, con el que recorrió los teatros de buena parte del Reino Unido entre 1954 y 1957. Fue a partir de este último año cuando, merced al estreno -como ya se ha apuntado más arriba- de The room, Harold Pinter dejó de ser conocido por su papel sobre las tablas para empezar a ser celebrado por sus dotes creativas, muy pronto ratificadas por otros estrenos tan elogiados por la crítica y el público como The birthday party (La fiesta de cumpleaños, 1958) y The caretaker (El vigilante, 1959). En estos años Pinter fue vinculado con la denominada «generación de los jóvenes airados» (Angry Young Women), a la que también pertenecen John Osborne o Arnold Wesker.
Seguidor entusiasta de la obra de Kafka y, muy especialmente, de ese teatro del absurdo que había alcanzado con el irlandés Samuel Beckett su máxima expresión, Harold Pinter se convirtió en poco más de dos años en uno de los mejores representantes de las corrientes renovadoras del teatro surgidas en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, y, desde luego, en uno de los autores contemporáneos que, por su magnífico conocimiento de los entresijos escénicos, mejor dominaban los efectos teatrales, la administración de pausas y silencios, y las acotaciones destinadas a poner énfasis en la gestualidad de los representantes (si bien una de las principales señas de identidad de su producción teatral es la sensación de inadecuación expresiva entre el gesto del actor y el texto que está declamando).
En líneas generales, puede afirmarse también a propósito del conjunto de su obra dramática que el autor rehúye en todo momento el mensaje doctrinal o moralizante, dentro de unas situaciones escénicas que combinan el realismo y el misterio con el propósito de reflejar un espacio exterior hostil que, en el fondo, es fruto de la propia naturaleza humana y de las contradicciones de esa sociedad opresiva y neurótica creada por el hombre contemporáneo. En medio de esta crítica generalizada contra la perversión del mundo en que vivimos -expresada siempre con un lenguaje llano y corriente que, sin perder por ello un ápice de eficacia dramática, llega directamente hasta el último rincón del patio de butacas-, Pinter ha ido particularizando progresivamente el alcance político y social de su denuncia hasta centrar algunas de sus obras en la violencia ciega -cercana a la brutalidad animal- propia de los regímenes fascistas. Otra de las características más señaladas de su producción escénica es la ambientación de muchas de sus obras en espacios domésticos cuya familiaridad contrasta vivamente con la extrañeza y el misterio de las situaciones que se producen en ellos: se diría que Pinter convierte, en efecto, el salón del hogar en una suerte de cámara de los horrores en la que puede ocurrir cualquier cosa, un espacio que, repentinamente, deja de ser seguro, conocido y confortable para transformarse en un territorio inhóspito acechado por misteriosas fuerzas exteriores.
Pero, por encima de todo, la crítica es unánime a la hora de señalar que la mayor virtud de Harold Pinter como autor dramático estriba en su asombroso dominio del diálogo, que en sus obras sirve no sólo para retratar a la perfección a sus personajes, sino también para reproducir de forma inquietante (y con alarmante llaneza y cotidianidad) el absurdo de las situaciones reales que se producen a cada paso en la vida diaria. En medio de un panorama desolador -tanto más amenazante cuanto más próximo y familiar nos lo pinta el escritor londinense-, se hace patente a cada paso la grave dificultad de comunicación que tiene el ser humano, así como la soledad a la que parece estar condenado entre el resto de los seres que le rodean. Entre los temas más recurrentes en su obra, cabe citar algunas de las consecuencias inmediatas de esta incapacidad para la comunicación, como las disputas y los rencores familiares, los problemas amorosos (celos, obsesiones eróticas, etc.), y, en general, las amenazas que acechan al hombre en su vivir cotidiano.
Tras los títulos iniciales mencionados en parágrafos anteriores, el dramaturgo londinense incrementó su producción teatral en la década de los años sesenta con otras piezas tan relevantes para el drama inglés contemporáneo como The dumb waiter (El montaplatos, 1960), The Lover (El amante, 1963), Tea party (La fiesta del té, 1965), The homecoming (Retorno al hogar, 1965), Landscape (Paisaje, 1967) y Silence (Silencio, 1969). Posteriormente, su obra se enriqueció con otras entregas como Old Times (Viejos tiempos, 1971), No Man’s Land (Tierra de nadie, 1975), Betrayal (Traición, 1978), The hothouse (El invernadero, 1980), One for the Road (La última copa, 1984), Mountain Language (Lenguaje de la montaña, 1988), The New World Order (El nuevo orden mundial, 1991), Party Time (Tiempo de fiesta, 1991) Moonlight (Luz de luna, 1993) Ashes to Ashes (Polvo eres, 1996) y Celebration (Celebración, 1999).
Su extraordinaria habilidad para la escritura dialogada le ha permitido triunfar también en otras modalidades de la creación literaria como el cine, la radio y la televisión, siempre en calidad de guionista y experto en la urdimbre de conversaciones que permiten perfilar nítidamente los caracteres psicológicos de los personajes. Como autor de guiones para la pequeña pantalla, Harold Pinter destacó por su trabajo en algunas piezas tan exitosas como The collection (La colecta, 1961) y The lover (El amante, 1963); y, en su condición de guionista de cine, es autor de algunos guiones tan célebres como los de las películas The Pumpkin Eater (Siempre estoy sola, 1964), del cineasta inglés Jack Clayton, protagonizada por Maggie Smith y Peter Finch; The Quiller Memorandum (1967), de Michael Anderson, protagonizada por Max von Sydow; y French Lieutenant’s Wife (La mujer del teniente francés, 1981), del director checo Karel Reisz, basada en la espléndida novela de John Fowles, amigo personal de Harold Pinter.
Pero sus mejores trabajos dentro del género del guión cinematográfico hay que ubicarlos en la filmografía de su gran amigo el director estadounidense Joseph Losey, a quien Harold Pinter sirvió los guiones de algunas cintas tan célebres como The Servant (El sirviente, 1963) -protagonizada por Dirk Bogarde, James Fox, Sarah Miles y Wendy Craig-, Accident (Accidente, 1967) y The Go Between (El mensajero, 1969) -galardonada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes-. Además de estos títulos, Pinter y Losey intentaron llevar a la gran pantalla una adaptación de A la recherche du temps perdu (En busca del tiempo perdido), del novelista francés Marcel Proust, obra que nunca llegó a realizarse, a pesar de que el dramaturgo londinense concluyó el guión, que fue publicado en 1978.
Pinter es también conocido en su país por su activismo político, especialmente a lo largo de los últimos años, que coinciden con un progresivo alejamiento de su faceta de dramaturgo. Declaró abiertamente su oposición a la guerra de Irak, condenó «la pesadilla de la histeria, ignorancia, arrogancia, estupidez y beligerancia» de Estados Unidos y dedicó también duras críticas a Tony Blair: «Estoy preparado a llamar mentiroso a Blair. Nos ha mentido sobre la guerra, sobre la invasión de Irak«. Preocupado por la situación política internacional, «muy, muy preocupante«, el Nobel británico ha publicado artículos políticos y versos feroces contra la guerra, como en el caso de la colección de poemas War (Guerra, 2003). En su discurso de aceptación del Nobel ante la Academia Sueca, grabado en vídeo y titulado «Arte, verdad y política», Pinter volvió a condenar a la Administración Bush y al primer ministro británico; algo que volvió a repetir en Turín, donde sí asistió a recoger el Premio Europa, concedido por la Unión Europea, el 11 de marzo de 2006.
Falleció el 24 de diciembre de 2008, a la edad de 78 años.
Enlaces en Internet
http://www.haroldpinter.org/home/index.shtml; Página oficial
J. R. Fernández de Cano.