Paz Castillo, Fernando (1893-1981).


Poeta, crítico literario, pedagogo y diplomático venezolano, nacido en Caracas el 11 de noviembre de 1893, y fallecido en su ciudad natal el 30 de julio de 1981. Perteneciente a la llamada «Generación del 18», de la que fue uno de los autores más significativos, elevó la intimidad de su voz poética a altos grados de intensidad lírica e indagación filosófica, dentro de un eclecticismo estético que se plantea grandes interrogantes filosóficas y otros dilemas inherentes al desamparo interior del ser humano.

Tras cursar sus primeros estudios en el Colegio de los Padres Franceses, donde coincidió con su gran amigo Enrique Planchart, ingresó en 1910 en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Caracas, para cursar unos estudios de leyes que hubo de abandonar dos años más tarde, cuando dicho centro superior fue clausurado. En ese mismo año de 1912 irrumpió en el panorama literario y cultural de Venezuela, primero a través de algunos poemas que publicó en la revista Cultura (como el largo, farragoso y todavía irregular «Harmonía nocturnal») y, poco después, como miembro fundador de una de las instituciones más prestigiosas de Caracas, el Círculo de Bellas Artes.

En 1914, instalado en la ciudad de Los Teques (en el estado de Miranda), comenzó a impartir clases en el Colegio San José, de donde pasó a ejercer en el Instituto San Pablo (hacia 1931) y, posteriormente, en la Escuela Normal de Varones (más tarde conocida como Escuela Normal Miguel Antonio Caro). Pero su actividad profesional dio un vuelco importante cuando abandonó la docencia para introducirse en la carrera diplomática. En efecto, en 1936 fue nombrado cónsul de su país en Barcelona (España), cargo del que pasó a secretario de embajada en Francia, Argentina y Brasil, y, posteriormente, a consejero en Londres y México. La experiencia acumulada en todos estos destinos le llevó a ser nombrado Ministro en Bélgica (1945) y, años después, embajador cerca de Roma (Italia), Quito (Ecuador) y Ottawa (Canadá). Finalmente, volvió a encabezar la representación de Venezuela en Ecuador, donde, tras largos años de servicios a la administración de su país, se retiró de la carrera diplomática. De regreso a su país, ya convertido en un escritor de reconocido prestigio, fue nombrado Individuo de Número en la Academia Venezolana de la Lengua (1965) y galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1967).

Mientras desempeñaba estos cargos oficiales, Fernando Paz Castillo se entregó con fruición al cultivo de la literatura, particularmente de la vena poética, en la que sobresalió como uno de los miembros más fecundos de la ya mencionada «Generación del 18». Agrupados en el denominado «Círculo de Bellas Artes», los poetas de esta generación supieron liberarse de normas y formalismos canónicos para imbuirse de un espíritu ecléctico que les permitió insertar todos los temas relativos a la peripecia vital del ser humano en los contenidos de su quehacer poético. Muy pendientes, además, de las aportaciones de otras manifestaciones artísticas (como la pintura y la música), los miembros principales de esta generación caraqueña fueron, amén del mencionado Paz Castillo, Andrés Eloy Blanco (1896-1955), Luis Enrique Mármol (1897-1926), Enrique Planchart (1894-1953) y Jacinto Fombona Pachano (1901-1951); posteriormente, se sumaron al grupo otros poetas como Pedro Sotillo y Rodolfo Moleiro.

En palabras del propio Paz Castillo, la actitud esencial de esta generación pasaba por “nacionalizar el paisaje”, en una clara postura de raigambre idealista (bergsoniana) cuyos postulados estéticos buscaban hermanarse con los movimientos europeos e hispanoamericanos culturales y artísticos de la post-guerra. Ello llevó a los miembros de la «Generación del 18» a alejarse de la política activa, aunque no tanto como para no rechazar el régimen del dictador Juan Vicente Gómez. Al mismo tiempo que se desentendían de su entorno político, los poetas situados en la línea de Paz Castillo rechazaron de plano el legado de la generación anterior (conocida como la de «El Cojo ilustrado», por congregarse en torno a la revista de idéntico nombre, fundada en Caracas por J. M. Herrera Irigoyen). En palabras del propio Paz Castillo, «a los escritores de esa generación no les debemos nada. Ni siquiera un consejo. Es una generación egoísta, falta de ideales; pesimista en todo. Ellos pensaron, y los que sobreviven continúan pensándolo, que con El Cojo Ilustrado se acabó la literatura en Venezuela…«.

En 1931, cuando todavía enseñaba en el Instituto San Pablo, Fernando Paz Castillo dio a la imprenta su primer libro de versos, La voz de los cuatro vientos, caracterizado por un tono coloquial muy en la línea del habla popular caraqueña, tono con el que el poeta logra que el verso pueda «desceñirse de la puntuación eufónica a que lo constriñe la medida» (Eugenio Montejo). Seis años después volvió a los anaqueles de las librerías con otro poemario, Signo (1937), que fue saludado por el poeta Enrique Planchart como un «bello poema cosmogónico, bíblico si se quiere«. Tras su estancia en España, Fernando Paz Castillo se asomó a la tragedia de un país deshecho a través de los poemas recogidos en su libro Entre sombras y luces (1945), donde dejó el reflejo de una España «trágica, enlutada, / en plegarias y odios«. En esta última obra aparece una de las cimas poéticas del vate caraqueño, la composición titulada «Cuando mi hora sea llegada». Y en 1969 apareció una primera recopilación antológica de su producción en verso, titulada Antología poética (Caracas: Monte Ávila Ed,. 1969) y prologada por Eugenio Montejo.

Finalmente, en 1971 Fernando Paz Castillo publicó su último poemario, El otro lado del tiempo, obra en la que apareció inserto el célebre poema «El muro», que para el mencionado Eugenio Montejo constituye «uno de los más altos poemas metafísicos y un logro de la poesía castellana contemporánea«.