Muhammad al-Nasir (1181–1213): El Califa Almohade entre la Gloria Efímera y la Derrota Decisiva

Ascenso y Juventud del Último Gran Califa Almohade

Un Imperio en Transición: Contexto Histórico del Magreb y al-Andalus

A finales del siglo XII, el mundo islámico occidental vivía bajo la hegemonía de los almohades, una dinastía beréber que había logrado unificar el Magreb y al-Andalus tras desbancar a los almorávides. Fundado por Ibn Tumart y consolidado por Abd al-Mumin, el Imperio almohade se presentaba no solo como una potencia política y militar, sino como una expresión de renovación religiosa dentro del islam suní. La figura del califa, en este contexto, no era meramente administrativa, sino también espiritual, con la misión de preservar la ortodoxia y asegurar la expansión de la fe y el orden almohade.

Durante el reinado de Yusuf al-Mansur, padre de Muhammad al-Nasir, el imperio alcanzó su máxima extensión territorial. Con la victoria de Alarcos en 1195 frente a las tropas de Alfonso VIII de Castilla, el prestigio del califato parecía inquebrantable. Sin embargo, bajo la superficie del poder, se acumulaban tensiones étnicas, rivalidades internas y amenazas externas. Los territorios eran vastos, pero difíciles de gobernar, y las fronteras eran porosas tanto en el sur africano como en la frontera norte peninsular.

El legado de Yusuf al-Mansur fue, por tanto, ambiguo: por un lado, dejaba un imperio sólido y temido; por otro, un entramado complejo de conflictos latentes, especialmente en Ifriqiya, donde Yahya ibn Ganiya, descendiente de los almorávides, desafiaba la autoridad califal.

Orígenes Dinásticos y Formación del Heredero

Muhammad al-Nasir, cuyo nombre completo era Abú Muhammad ibn Yaqub ibn Yusuf ibn Abd al-Mumin, nació en la primavera de 1181. Desde joven estuvo destinado a ocupar el trono, aunque su personalidad no reflejaba el arquetipo de un líder enérgico. Las crónicas lo describen como un joven tímido y retraído, con una notoria tartamudez que dificultaba su oratoria pública, un defecto especialmente desafortunado para un califa cuya legitimidad religiosa requería elocuencia.

Su infancia transcurrió en la corte almohade, rodeado de los más altos dignatarios y juristas, en una atmósfera de austeridad moral y rigor teológico. Aunque recibió educación en las ciencias coránicas, jurisprudencia islámica y gestión administrativa, no destacó por una inclinación intelectual o artística, como sí lo había hecho su abuelo Yusuf I. Más bien, desde temprano demostró una obsesión por el control financiero, lo que marcaría una constante en su gobierno.

En 1190, cuando aún era un niño, fue proclamado príncipe heredero, en un gesto que buscaba garantizar una transición ordenada. Este nombramiento fue bien recibido por la cúpula almohade, especialmente por figuras como el visir Abd al-Rahmán ibn Musa, que jugó un papel determinante en la tutela política del joven príncipe.

Cuando su padre murió en 1198, Muhammad ascendió al trono con apenas 17 años, tomando el título de an-Nasir, “el Victorioso”. El apelativo era una evocación de la gloria reciente de su padre, aunque el destino de su gobierno se alejaría pronto de ese ideal triunfalista.

Los Primeros Años del Califato: Consolidación y Revueltas

El ascenso de an-Nasir no significó una ruptura inmediata con la estructura de poder heredada. Mantuvo en sus cargos a la mayoría de los altos funcionarios designados por su padre, especialmente al visir Abd al-Rahmán, lo cual aseguraba cierta continuidad institucional, aunque también evidenciaba la dependencia del joven califa respecto a sus asesores.

No obstante, su llegada al poder coincidió con una serie de rebeliones críticas en Ifriqiya, lideradas por el rebelde Yahya ibn Ganiya, un mallorquín de origen almorávide que había conseguido establecer un poder autónomo en gran parte del norte africano, excepto Túnez y algunas regiones costeras. El desafío de Ibn Ganiya no era solamente militar, sino también ideológico: representaba la resistencia al centralismo almohade y el rechazo a su interpretación del islam.

En el año 1200, un contingente enviado por los consejeros de an-Nasir fue derrotado en el intento de desbloquear la ciudad de Baya, marcando un primer revés importante para el califa. Al mismo tiempo, surgieron revueltas en el valle del Sus, lideradas por Abú Qasada Abd al-Rahmán, lo que obligó a an-Nasir a dividir su atención y sus recursos, debilitando su capacidad de respuesta ante la amenaza principal en Ifriqiya.

Entre 1201 y 1202, el joven califa organizó varias campañas menores contra Abú Qasada, pero las derrotas continuadas pusieron en duda su capacidad militar. Sin embargo, en verano de 1202, an-Nasir decidió tomar las riendas del conflicto directamente. Su presencia en el frente cambió la dinámica: Abú Qasada fue abandonado por sus aliados y finalmente vencido en Ragraga, donde murió en combate. Esta victoria permitió al califa recuperar el control del Sus y, de forma simbólica, restaurar la autoridad almohade en una región clave del Magreb.

En paralelo, ese mismo año los almohades reconquistaron Menorca a los almorávides, y en 1203 an-Nasir dirigió personalmente la campaña para la toma de Mallorca. En ella cayó Abd-Allah ibn Ganiya, hermano del rebelde Yahya, lo que supuso un golpe moral y estratégico a los insurrectos. Esta victoria marítima fue de enorme importancia: marcó el fin de la presencia almorávide en las islas Baleares y permitió a los almohades fortalecer su proyección naval en el Mediterráneo occidental.

Pero mientras las banderas almohades ondeaban sobre las Baleares, Yahya ibn Ganiya aprovechaba la ausencia del califa para ocupar Túnez en diciembre de 1203. De este modo, completaba su dominio sobre Ifriqiya y la Tripolitania, estableciendo un frente de desafío abierto al poder central. El conflicto con Ibn Ganiya, lejos de haber sido resuelto, entraba en una nueva y más peligrosa fase.

Esplendor Efímero y Expansión del Poder Almohade

La Campaña Naval y la Reconquista de las Baleares

El año 1205 marcó el inicio de una de las más ambiciosas campañas militares del califato de Muhammad al-Nasir: la recuperación de Ifriqiya, que había quedado prácticamente bajo control de Yahya ibn Ganiya tras su conquista de Túnez. Determinado a frenar el avance almorávide y consolidar la autoridad almohade, an-Nasir movilizó un importante contingente militar que partió desde Marruecos en febrero de ese año. Las tropas terrestres se reunieron en Rabat, mientras la armada fue desplegada desde Bugía con el objetivo de retomar Túnez.

Curiosamente, cuando las fuerzas almohades arribaron a la ciudad, esta había sido evacuada por orden de Ibn Ganiya, lo que permitió su ocupación sin resistencia. El califa procedió entonces a nombrar como gobernador a Dawud ibn Abí Dawud, iniciando una etapa de reorganización administrativa y militar en la región.

Sin embargo, la lucha estaba lejos de terminar. Yahya se atrincheró en al-Mahdiya, desde donde intentó reagrupar a sus tropas y asegurar apoyo de diversas tribus árabes. A pesar de sus esfuerzos, perdió ciudades clave como Torra y Trípoli, las cuales optaron por someterse a la autoridad de an-Nasir. El castigo por esta defección fue brutal: Ibn Ganiya arrasó Trípoli antes de marchar al rescate de al-Mahdiya, asediada por mar y tierra.

El desenlace fue decisivo: en la batalla de Ras Tagra (17 de octubre de 1205), el rebelde fue derrotado por las fuerzas almohades. En enero del año siguiente, la ciudad fue entregada por su gobernador, Alí ibn al-Gazí, completando así el cerco y la pacificación de la costa este del Magreb.

Con estos triunfos, an-Nasir logró consolidar su presencia en Ifriqiya. En febrero de 1206 se instaló temporalmente en Túnez, donde organizó la administración y licenció a las tropas locales, señalando el fin de la campaña. En septiembre del mismo año completó la reconquista de la Tripolitania, recuperando las principales ciudades del sur. Para garantizar que esta restauración no se desmoronara tras su regreso a Marruecos, creó un virreinato, confiado a su general victorioso Abd al-Wahid, que fue nombrado gobernador de Ifriqiya y la Tripolitania.

Esta fase de su reinado representó el apogeo militar de an-Nasir, quien parecía haber restituido la unidad territorial del imperio almohade, asegurando su hegemonía sobre el norte de África.

Reformas Internas y Fiscalización del Imperio

Tras el éxito militar en el este, an-Nasir regresó a Marruecos en mayo de 1207. Su atención se centró entonces en los asuntos internos, particularmente en la administración financiera del imperio. Dio órdenes a sus gobernadores en al-Andalus para que llevaran a cabo auditorías exhaustivas de la Hacienda. Él mismo se encargó de supervisar directamente a los gobernadores de Fez y Maquínez, a quienes destituyó por irregularidades.

Estos años fueron testigos de una profunda renovación de la administración. Muchos funcionarios fueron destituidos o encarcelados por corrupción o mala gestión, mientras que otros eran promovidos por su lealtad y eficiencia. Las fuentes de la época destacan el celo extremo del califa en la fiscalización, movido tanto por su carácter desconfiado como por una notoria avaricia personal. Esta actitud le permitió sanear en parte la Hacienda, aunque a costa de una atmósfera de desconfianza entre sus colaboradores.

En septiembre de 1207, an-Nasir cayó enfermo en Rabat, aunque logró recuperarse a tiempo para continuar su labor reformadora. Su retorno a la capital fue seguido por una política de amnistía general en 1209, liberando a muchos de los antiguos funcionarios encarcelados por motivos fiscales, tanto en Marruecos como en al-Andalus.

Este breve periodo de estabilidad permitió al califa disfrutar de la vida palaciega, algo inusual en su carácter más bien austero. Las treguas vigentes en al-Andalus y la paz provisional en Ifriqiya proporcionaron un respiro que no duraría demasiado. La aparente calma ocultaba las brasas de nuevos conflictos que muy pronto volverían a arder.

Nuevas Rebeliones y el Desgaste del Poder Almohade

La partida de an-Nasir de Ifriqiya reactivó las aspiraciones de Yahya ibn Ganiya, quien, lejos de haberse rendido, comenzó una nueva serie de levantamientos. Aunque inicialmente fueron sofocados por Abd al-Wahid, el rebelde logró reagrupar a sus partidarios y lanzarse nuevamente a la ofensiva. En octubre de 1207, Yahya fue derrotado cerca del río Sabrú, lo que lo obligó a esconderse en el desierto.

Pero su capacidad de resistencia era notable. En 1209, Yahya derrotó al gobernador de Tremecén, Abú Imrán, causando más de mil setecientas bajas entre las filas almohades y reduciendo Tahart a ruinas. Este nuevo revés puso en evidencia los límites del control del califa sobre el Magreb central.

Preocupado por la escalada de violencia, an-Nasir se alió con el gobernador de Fez, Abú Zakariya, y juntos lograron expulsar al rebelde de la región. Sin embargo, Yahya no desistió. Se internó en el desierto, donde reactivó antiguas redes almorávides y forjó alianzas con tribus árabes como los Riyah, los Nafat y los Awf, preparando una nueva ofensiva sobre Ifriqiya.

No se conoce la fecha exacta, pero probablemente hacia 1209, Abd al-Wahid infligió a Yahya una derrota definitiva en el Yabal Nafusa, lo que puso fin —al menos temporalmente— a sus aspiraciones. Hasta la muerte de Abd al-Wahid en 1224, el rebelde no volvió a lanzar campañas relevantes, lo que permitió a los almohades mantener cierto control en el centro del Magreb.

No obstante, el desgaste militar, los constantes levantamientos y la fragilidad del equilibrio tribal demostraban que la estructura almohade estaba empezando a resquebrajarse. Las victorias del califa, si bien importantes, no lograban consolidarse en el largo plazo. Las campañas constantes consumían recursos, debilitaban la autoridad y alimentaban resentimientos regionales. La llama de la rebelión ardía siempre latente, y pronto se avivaría desde el norte, donde los reinos cristianos peninsulares preparaban su ofensiva más contundente.

Las Navas de Tolosa y la Caída del Proyecto Almohade

El Conflicto con los Reinos Cristianos

Mientras el imperio almohade enfrentaba desafíos en el Magreb, los reinos cristianos del norte de la península ibérica intensificaban su expansión territorial. En 1209, el rey Alfonso VIII de Castilla, junto al Maestre de Calatrava Rui Díaz de Yanguas, emprendió una campaña agresiva contra los territorios almohades en al-Andalus. Las incursiones incluyeron ataques contra Jaén y Baeza, así como la destrucción de castillos como Montoro, Fesora y Pilpafont, y la captura del importante enclave de Vilches.

Ante esta escalada, an-Nasir envió embajadores para protestar ante la corte castellana, sin obtener resultados. La situación se deterioró rápidamente: en 1210, Pedro II de Aragón se sumó a las ofensivas cristianas, tomando castillos estratégicos como Ademuz, Castelfabib y Sertella. El califa respondió con una expedición naval contra la costa catalana, liderada por el almirante de las escuadras del Estrecho. Esta operación resultó ser un éxito para los almohades, causando graves daños a las poblaciones cristianas costeras y demostrando la pervivencia del poder naval islámico.

Ese mismo año, un devastador incendio en la capital marroquí destruyó gran parte de los zocos. An-Nasir, muy consciente de la importancia del comercio urbano, ordenó su inmediata reconstrucción, reafirmando así su rol como protector de la economía imperial.

Consciente de que la situación en al-Andalus era insostenible, an-Nasir decidió intervenir personalmente. En febrero de 1211, emprendió el camino hacia la península ibérica. Mientras tanto, el papa Inocencio III promulgaba una bula de cruzada que aseguraba apoyo espiritual y material a los reinos cristianos, incentivando la participación de nobles y caballeros de toda Europa en una empresa militar contra los musulmanes.

An-Nasir cruzó el Estrecho de Gibraltar en mayo y llegó a Sevilla a finales de mes, donde decretó la movilización general. A finales de junio, lanzó una ofensiva contra la fortaleza de Salvatierra, en respuesta al sitio previo de la torre de Guadalferza. La victoria fue rápida: Salvatierra se rindió en septiembre, ofreciendo al califa un primer éxito en la campaña.

El Desastre de las Navas de Tolosa (1212)

La primavera de 1212 fue testigo de la mayor movilización militar en la historia de al-Andalus. Un enorme ejército almohade, reforzado por contingentes africanos y andalusíes, se dirigió hacia el norte desde Jaén, donde an-Nasir había instalado su cuartel general. Al mismo tiempo, un imponente ejército cristiano, compuesto por tropas de Castilla, Aragón, Navarra y numerosos cruzados franceses e italianos, avanzaba hacia el sur, alentado por la predicación de la cruzada papal.

Los cristianos lograron tomar plazas clave como Malagón, Calatrava, Alarcos, Benavente, Caracuel y Piedrabuena. An-Nasir, conocedor del terreno y consciente del desgaste de sus enemigos, trazó una estrategia arriesgada pero lógica: permitir que los cristianos cruzaran Sierra Morena, con la intención de cortarles el paso y aniquilarlos cuando estuvieran fatigados y en territorio hostil.

El califa avanzó sus tropas hasta Baeza, ocupó los pasos de la sierra y se atrincheró frente al desfiladero de la Losa, posición estratégica que debía permitirle un combate en condiciones favorables. Sin embargo, un pastor local reveló a los cristianos un paso alternativo, el Puerto del Rey, que les permitió llegar hasta una explanada conocida como la Mesa del Rey, donde se prepararon para el combate.

La batalla de las Navas de Tolosa, librada el 16 de julio de 1212, marcó un punto de inflexión en la historia de la península ibérica. En las primeras escaramuzas, las tropas almohades lograron hacer retroceder a la vanguardia cristiana. No obstante, la situación cambió cuando Alfonso VIII, junto a Sancho el Fuerte de Navarra y Pedro II de Aragón, intervino personalmente con la retaguardia.

Los reinos cristianos avanzaron en formación de media luna, rodeando y debilitando los flancos almohades. Las tropas andalusíes cedieron terreno, y el núcleo de la guardia califal quedó expuesto. La batalla se tornó caótica: miles de soldados musulmanes cayeron en el combate, y la disciplina del ejército se desmoronó.

An-Nasir, comprendiendo la magnitud de la derrota, huyó al galope hasta Baeza, donde apenas se detuvo para cambiar de caballo. Esa misma noche llegó a Jaén, abandonando el campo de batalla y dejando atrás un ejército diezmado. Las crónicas hablan de más de setenta mil bajas almohades, una cifra que refleja tanto la brutalidad del combate como la magnitud de la catástrofe.

Muerte, Misterios y Sucesión

Tras su huida, an-Nasir regresó a Marruecos profundamente afectado. La derrota había destruido no solo la fuerza militar del califato en al-Andalus, sino también su prestigio político y espiritual. Mientras los cristianos proseguían su avance, conquistando plazas importantes, el califa se recluyó en la capital, sumido en el silencio y en un estado de salud cada vez más frágil.

Sobre su muerte, ocurrida el 25 de diciembre de 1213, existen varias versiones. La más aceptada, recogida por la fuente Mu’yib, sostiene que falleció a causa de una apoplejía provocada por un tumor cerebral, enfermedad que lo habría incapacitado durante sus últimos días. Otras versiones, como las ofrecidas por el Rawad al-mi’tar y al-Zarqasí, relatan que murió por la mordedura de un perro, mientras que el historiador Ibn Jallikán sugiere una historia más siniestra: habría sido asesinado accidentalmente por su propia guardia negra, tras entrar disfrazado en los jardines del palacio para poner a prueba su lealtad.

Más allá de las circunstancias de su muerte, el legado de Muhammad al-Nasir quedó marcado por sus limitaciones personales. Su tartamudez, timidez y avaricia fueron interpretadas por los cronistas como signos de debilidad. No mostró interés por el arte o la erudición, y aunque logró estabilizar la Hacienda, no promovió obras públicas ni culturales relevantes. Fue un gobernante reactivo, eficaz en ciertas campañas militares, pero incapaz de consolidar el proyecto imperial almohade.

Le sucedió su hijo Abú Yaqub Yusuf II al-Mustansir, un adolescente que no poseía ni la experiencia ni la legitimidad necesarias para contener la descomposición política. Bajo su reinado, la crisis del califato se profundizó, acelerando el colapso de la autoridad almohade en al-Andalus y en buena parte del Magreb.

Con Muhammad al-Nasir se cerró el ciclo de los grandes califas almohades. Su vida y reinado representan la tensión entre gloria militar y fracaso político, entre victorias pasajeras y derrotas permanentes. La batalla de las Navas de Tolosa no solo fue su mayor derrota, sino el inicio irreversible del declive de un imperio que, durante décadas, había sido el pilar del islam occidental.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Muhammad al-Nasir (1181–1213): El Califa Almohade entre la Gloria Efímera y la Derrota Decisiva". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/muhammad-al-nasir-emir-de-marruecos [consulta: 28 de septiembre de 2025].