Rafael Molina Sánchez (1841–1900): «Lagartijo», El Maestro que Transformó la Tauromaquia
Rafael Molina Sánchez (1841–1900): «Lagartijo», El Maestro que Transformó la Tauromaquia
Introducción a «Lagartijo»
En el siglo XIX, la tauromaquia vivió una era de esplendor en España, destacando en sus ruedos una serie de toreros que dejaron una huella indeleble en la historia del arte del toreo. Entre ellos, Rafael Molina Sánchez, más conocido como «Lagartijo», se erige como una de las figuras más emblemáticas de la época. Nacido en Córdoba, el 27 de noviembre de 1841, «Lagartijo» se convirtió en una leyenda del toreo gracias a su habilidad, valentía y estilo único, que cautivó tanto a la afición como a los expertos en la materia.
Hijo del banderillero Manuel Molina, conocido como «Niño de Dios», y sobrino de «El Poleo», otro reconocido matador de toros, Rafael Molina fue predestinado desde su infancia a seguir la tradición taurina de su familia. A lo largo de su carrera, «Lagartijo» no solo fue un innovador en su arte, sino que también vivió una feroz competencia con otras figuras de renombre, como «Frascuelo», cuyo enfrentamiento en los ruedos se convirtió en uno de los duelos más épicos de la historia del toreo.
Formación Temprana y Primeros Pasos en el Toreo
La afición de «Lagartijo» por los toros se manifestó a una edad temprana. Según las crónicas de la época, con apenas nueve años, ya se había atrevido a torear un becerro, algo que en aquellos tiempos era una muestra de valentía y dedicación. A pesar de su corta edad, «Lagartijo» comenzó a formarse en el arte del toreo bajo la tutela de su padre y su tío, quienes le enseñaron los primeros secretos del oficio. Este ambiente familiar, en el que se respiraba la pasión por el toreo, influyó de manera determinante en la carrera del joven Rafael, que pronto mostró una gran aptitud para las suertes más complejas y un estilo que, con el tiempo, lo distinguiría entre los grandes de la época.
En 1861, a los 20 años, «Lagartijo» debutó como banderillero en la plaza de toros de Córdoba, un paso inicial en su carrera que sería fundamental para su posterior ascenso. No fue hasta 1863, sin embargo, cuando «Lagartijo» debutó en Madrid, donde, acompañado de la cuadrilla de Antonio Carmona y «El Gordito», comenzó a consolidarse como un joven torero de gran proyección.
El Ascenso en las Cuadrillas
Los primeros años de «Lagartijo» en las plazas de toros estuvieron marcados por su habilidad y coraje. Formó parte de las cuadrillas de los hermanos Carmona (José, Manuel y Antonio), lo que le permitió no solo torear en varias plazas de España, sino también en Portugal, donde sus actuaciones fueron aclamadas por la afición. En 1864, un joven «Lagartijo» ya se destacaba por su destreza con las banderillas y su valentía en la arena, dos características que lo hicieron famoso en poco tiempo.
Su debut en Madrid, en 1863, fue un momento clave en su carrera. En esta ocasión, toreó como sobresaliente de espada, en una de las plazas más importantes del mundo taurino, lo que le permitió medirse con los toreros más importantes de la época. La ciudad le dio la bienvenida, y con ello comenzó su ascenso definitivo hacia la fama. Durante los años siguientes, sus actuaciones fueron mejorando, lo que le permitió establecerse como una de las figuras emergentes del toreo.
La Alternativa y la Confirmación
La carrera de «Lagartijo» dio un giro decisivo el 29 de septiembre de 1865, cuando Antonio Carmona, conocido como «El Gordito», le otorgó la alternativa en la plaza de toros de Úbeda, en un acto que marcaría el inicio de una nueva etapa para el joven torero. El toro que le cedió fue de la ganadería de la marquesa viuda de Ontiveros, y su actuación fue aclamada por la crítica y la afición. Sin embargo, fue el 15 de octubre de 1865 cuando «Lagartijo» ratificó su puesto en la elite del toreo, al confirmar su alternativa en la plaza de Madrid, con un toro llamado Barrigón, de la ganadería de doña Gala Ortiz.
El triunfo que alcanzó esa tarde en Madrid le permitió consolidarse como uno de los toreros más prometedores de la época. Además, su destreza con la espada, particularmente con la media lagartijera, comenzaba a visibilizarse como una de sus señas de identidad más características, aunque aún quedaba mucho por delante para que su estilo fuera plenamente reconocido y admirado por los aficionados.
El Triunfo en los Primeros Encuentros en Madrid
En 1866, «Lagartijo» ya era un nombre recurrente en los carteles de Madrid, y su rivalidad con otros toreros, especialmente con Antonio Sánchez «El Tato», comenzó a tomar forma. La afición madrileña, siempre exigente, comenzó a idolatrarlo, pues no había nadie como él para ejecutar los tercios de banderillas y los lances con el capote. Además, su forma de lidiar a los toros con gran elegancia y su capacidad para dominar la muleta de manera espectacular hizo que se ganara un fervoroso culto entre los aficionados.
Fue también en Madrid donde «Lagartijo» protagonizó uno de los primeros enfrentamientos de gran calado con Curro Cúchares, uno de los toreros más veteranos y célebres de la época. La victoria de «Lagartijo» sobre Curro Cúchares en 1866, cuando ambos se enfrentaron a los temibles toros de la ganadería de Miura, consolidó la fama de «Lagartijo» en la capital.
Hasta aquí la primera parte de la biografía de Rafael Molina Sánchez, «Lagartijo». ¿Procedo con la redacción de la segunda parte?
La Rivalidad con «Frascuelo»
A lo largo de su carrera, uno de los aspectos más fascinantes y emblemáticos de la vida de Rafael Molina «Lagartijo» fue su rivalidad con Salvador Sánchez Povedano, conocido como «Frascuelo», otro de los grandes de la tauromaquia. Ambos toreros representaron dos estilos complementarios y, a la vez, opuestos, lo que convirtió sus duelos en momentos de máxima expectación para los aficionados. La primera vez que se enfrentaron sobre la arena fue en 1868, en Granada, donde «Lagartijo», con su juventud y audacia, se mostró como un torero temerario que no dudaba en desafiar las normas tradicionales del toreo. En este primer enfrentamiento, ambos matadores llevaron al extremo las suertes de banderillas, buscando siempre deslumbrar a la afición con lances y gestos espectaculares.
Lo que comenzó como una rivalidad feroz entre dos grandes figuras, con ambos buscando demostrar quién era el más valiente y audaz, se transformó con el tiempo en una relación de camaradería fuera de los ruedos. «Lagartijo» y «Frascuelo» compartieron muchas tardes de triunfo, enfrentándose entre sí en las plazas más importantes del país, pero siempre con una admiración mutua que trascendía la competencia.
Su rivalidad tuvo su máxima expresión en los tercios de banderillas, en los cuales ambos toreros se desafiaban a sí mismos y a su contrincante, realizando acrobacias y lances extremos. Es común escuchar relatos de cómo, en ocasiones, «Lagartijo» y «Frascuelo» se citaban a los toros con una silla en la que se sentaban a esperar al animal, todo para ver quién era capaz de ejecutar el lance más audaz. Este tipo de actuaciones se convirtió en uno de los sellos distintivos de su rivalidad y uno de los mayores atractivos de sus enfrentamientos.
El Estilo de «Lagartijo»
El toreo de «Lagartijo» fue un arte único, caracterizado por una elegancia y una gracia inconfundibles que cautivaban a la afición. A lo largo de su carrera, «Lagartijo» desarrolló un estilo personal que lo diferenciaba de sus contemporáneos. Su destreza con las banderillas fue legendaria, y muchos de los aficionados le atribuían una capacidad sobrenatural para colocar los pares de banderillas en el toro de manera casi perfecta. Pero no solo era sobresaliente en este tercio; su dominio del capote y la muleta también le otorgaron una versatilidad que pocos toreros de la época poseían.
Una de las características más destacadas de su estilo fue su capacidad para dominar al toro en cada fase de la lidia, adaptándose a las exigencias de cada res. Sabía cuándo adornarse con la muleta y cuándo imponer su control sobre el toro, logrando una conexión especial con el animal que lo llevaba a realizar pases que combinaban la elegancia con la exigencia técnica. «Lagartijo» también era un torero con una gran capacidad para improvisar, lo que le otorgaba una frescura y una imprevisibilidad que lo hacían fascinante de ver.
En sus años de mayor esplendor, fue considerado un torero completo, que se enfrentaba tanto a reses de fácil lidia como a aquellas que suponían un reto mayúsculo. Sus seguidores adoraban su capacidad para adaptarse a cualquier situación en el ruedo, y su estilo siempre estaba envuelto en una aura de perfección que parecía inalcanzable para el resto de los matadores.
Reconocimientos y Dominio del Ruedo
«Lagartijo» no solo se convirtió en un ídolo en Madrid, sino que también logró conquistar al público de diversas ciudades del país. Durante la temporada de 1871, «Lagartijo» toreó en Madrid en un total de veintitrés ocasiones, un récord impresionante que demostraba tanto su capacidad de trabajo como su dominio del ruedo. En esa época, Madrid era considerada la plaza más importante del mundo taurino, y que «Lagartijo» fuera un habitual en sus carteles era un testamento a su éxito.
A lo largo de los años, la rivalidad con «Frascuelo» fue uno de los factores que cimentó su fama, pues ambos toreros no solo competían por los trofeos y la gloria, sino por el cariño y la devoción de los aficionados. En 1872, se organizó un acontecimiento que sería recordado por los aficionados más experimentados: ambos matadores, «Lagartijo» y «Frascuelo», se comprometieron a torear cada uno seis toros de la misma ganadería en la plaza de Madrid, un desafío que, sin duda, fue uno de los más exigentes y fascinantes de la época.
La Decadencia y la Competencia con «Frascuelo»
A pesar de su éxito rotundo, los últimos años de «Lagartijo» estuvieron marcados por una progresiva relajación de su estilo. Desde 1878, algunos aficionados comenzaron a notar una cierta falta de la intensidad y frescura que caracterizaban sus primeros años en los ruedos. El toreo de «Lagartijo» se volvió más calculado y menos arriesgado, lo que llevó a muchos de sus críticos a señalar que ya no era el mismo torero que había deslumbrado en su juventud.
Una de las críticas más recurrentes hacia «Lagartijo» en sus últimos años fue su forma de matar al toro, ya que se había vuelto habitual que, al realizar la suerte suprema, cometiera errores como la estocada corta o el pinchazo. Este estilo de matar fue bautizado como «media lagartijera», lo que alimentó las disputas con los seguidores de «Frascuelo», quienes consideraban que esta era una de las principales diferencias entre ambos toreros.
El Final de la Carrera y Retiro
En 1893, «Lagartijo» intentó despedirse del toreo en grande, protagonizando una serie de corridas en solitario para dejar una marca imborrable en la historia de la tauromaquia. Sin embargo, sus actuaciones en Bilbao y Madrid fueron un fracaso, lo que provocó la intervención de la Guardia Civil para calmar los ánimos entre sus seguidores y detractores. A pesar de este final agridulce, «Lagartijo» se retiró oficialmente el 1 de junio de 1893, dejando atrás una carrera llena de gloria.
Tras su retirada, «Lagartijo» regresó a su ciudad natal, Córdoba, donde vivió hasta su fallecimiento el 1 de agosto de 1900.
Legado y Apreciación Póstuma
A lo largo de su vida, «Lagartijo» fue adorado por sus seguidores, quienes lo consideraban no solo un maestro del toreo, sino casi una figura divina. El poeta Antonio Fernández Grilo plasmó en un soneto el fervor con el que la ciudad de Córdoba rendía culto a su hijo más ilustre, describiendo cómo «Lagartijo» era adorado como un verdadero dios en la arena.
Hoy en día, el legado de Rafael Molina Sánchez sigue vivo en la historia de la tauromaquia, siendo recordado como uno de los toreros más grandes de todos los tiempos, cuya habilidad y estilo transformaron el arte del toreo para siempre.
MCN Biografías, 2025. "Rafael Molina Sánchez (1841–1900): «Lagartijo», El Maestro que Transformó la Tauromaquia". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/molina-sanchez-rafael [consulta: 19 de octubre de 2025].