Jean-François Millet (1814–1875): El Pintor de la Vida Campesina que Conquistó el Mundo del Arte

Contexto histórico y social de la época

Jean-François Millet nació en Gruchy, un pequeño pueblo en la región de Normandía, Francia, el 4 de octubre de 1814, en un contexto rural y modesto. La Francia de principios del siglo XIX vivía bajo la sombra de los efectos de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas. El país, aunque en proceso de recuperación económica, estaba marcado por grandes desigualdades sociales y un campo rural empobrecido. Millet creció en una familia de labradores, y sus primeros años estuvieron profundamente influenciados por el trabajo agrícola, la vida campesina y la naturaleza que lo rodeaba. Esta temprana conexión con la tierra sería crucial para su obra, marcada por la representación de la vida rural y de los campesinos, a quienes representaría con una dignidad y humanidad excepcionales.

La vida en Gruchy era dura, pero Millet recibió una educación básica en la escuela local, y su familia valoraba la educación. Su madre y su abuela fueron sus principales fuentes de formación. A través de ellas, Millet aprendió latín y tuvo acceso a obras literarias de autores clásicos como Virgilio, cuyas obras marcarían su visión del mundo y su inclinación hacia lo rural, ya que la relación del hombre con la naturaleza era un tema constante en la obra de los antiguos poetas.

Los primeros años y la formación en Cherburgo

A pesar de su origen campesino, Millet tenía una gran pasión por el arte. Desde joven, mostró interés por el dibujo y la pintura, lo que lo llevó a abandonar su hogar para trasladarse a Cherburgo en 1832. En esta ciudad, Millet comenzó su formación formal en el taller del pintor local Dumouchel, quien lo introdujo en el mundo del retrato. Dumouchel, discípulo de Jacques-Louis David, tenía una sólida formación académica que permitió a Millet desarrollar una base técnica robusta.

El joven pintor no tardó en demostrar su talento, pero las dificultades económicas no le fueron ajenas. A los 18 años, su padre falleció, lo que obligó a Millet a regresar brevemente a su hogar en Gruchy para ayudar a su familia. Sin embargo, el deseo de seguir con su formación artística fue más fuerte, y pronto regresó a Cherburgo, donde se unió al taller del pintor Lucien Langlois, discípulo de François Gros. Langlois, quien también entendía las limitaciones económicas de Millet, gestionó una subvención de 1.000 francos anuales que permitió a Millet ingresar en la École des Beaux-Arts de París en 1837.

Formación en la École des Beaux-Arts y el encuentro con los clásicos

En la capital francesa, Millet tuvo la oportunidad de estudiar bajo la tutela del célebre pintor Paul Delaroche, quien era una figura destacada en la pintura académica de la época. El contacto con los grandes maestros de la pintura, como Delacroix y Watteau, así como con los artistas clásicos italianos y españoles, influyó profundamente en el joven Millet. La rigurosidad académica de la escuela, que centraba su enseñanza en la técnica y en la representación idealizada del ser humano, no convenció completamente a Millet, quien comenzaba a desarrollar una mirada propia sobre la pintura.

A pesar de la excelente formación que recibió, Millet se sintió insatisfecho con el enfoque académico. La rígida concepción académica de la pintura no encajaba con su deseo de representar el mundo de forma más directa, honesta y, sobre todo, en conexión con la naturaleza. Su carácter, además, comenzaba a diferir del de otros estudiantes, ya que no compartía el entusiasmo por las escenas mitológicas o históricas que dominaban la pintura de la época. A los dos años de su estancia en la escuela, Millet abandonó a Delaroche, y aunque conservó los conocimientos adquiridos, su búsqueda de una forma más personal de expresarse lo llevó a un camino distinto.

Primeros trabajos y dificultades en París

La vida en París no fue fácil para Millet. Tras abandonar la École des Beaux-Arts, el joven pintor intentó ganarse la vida pintando según las tendencias de la época: retratos de familia y escenas pastoriles o bíblicas. Sin embargo, sus obras no lograban captar la atención de la crítica ni del público. A menudo recurría a la venta de pequeños trabajos y retratos de personas de su entorno para sobrevivir.

En estos años difíciles, Millet también comenzó a experimentar con el paisaje y a tomar bocetos a lápiz de las escenas rurales que le eran familiares. En estos primeros cuadros, ya se intuyen sus futuros intereses artísticos: el hombre en su relación con la naturaleza, el trabajo rural, el hombre simple pero digno, alejado de los ideales del arte académico.

La situación económica se complicaba aún más, y a menudo Millet se veía obligado a regresar a Cherburgo para solicitar ayuda a su familia, lo que subraya las dificultades que atravesaba como artista. Sin embargo, a pesar de los desafíos, nunca dejó de trabajar y de perfeccionar su estilo. La conexión con su tierra natal nunca se rompió, y la naturaleza siempre fue su principal fuente de inspiración.

El desarrollo de la carrera y transición hacia un estilo propio

La lucha por el reconocimiento en París

A lo largo de sus primeros años en París, Millet se vio obligado a adaptarse a las circunstancias, enfrentando las dificultades de ser un artista joven en una ciudad donde la competencia era feroz. Su primer gran desafío fue lograr la aceptación en el prestigioso Salón de París, la principal plataforma para los artistas de la época. Los primeros trabajos que presentó fueron rechazados, lo que no hizo más que reforzar su determinación de encontrar su propio camino.

Durante estos años, Millet empezó a ganarse la vida realizando encargos para retratos de personajes locales, tales como armadores y capitanes en Le Havre, una ciudad portuaria en Normandía. Fue en Le Havre donde conoció a Pauline-Virginie Ono, a quien retrató y con quien contrajo matrimonio en 1841. Esta relación personal sería importante para Millet, no solo porque le brindó estabilidad emocional, sino también porque su esposa, de salud frágil, fallecería prematuramente en 1844, lo que marcaría un periodo de gran dolor para el pintor.

A pesar de la tragedia, Millet continuó trabajando con ahínco, y sus obras comenzaron a ser reconocidas por algunos críticos, como Théophile Thore, quien valoró positivamente sus retratos de figuras cotidianas. Sin embargo, los grandes reconocimientos seguían siendo esquivos, y su vida continuaba siendo de austeridad y esfuerzos constantes por encontrar su estilo y un lugar en el mundo del arte.

Encuentros clave y el traslado a Barbizon

En 1845, Millet se trasladó nuevamente a París, esta vez con la compañía de Catherine Lemaire, una antigua conocida con quien compartió la vida durante muchos años. Fue en la capital francesa donde tuvo un encuentro determinante con otros artistas que cambiarían el rumbo de su carrera. Entre ellos, destacó su relación con pintores como Charles Jacque, Théodore Rousseau y Narcisse Díaz de la Peña, quienes también buscarían apartarse de la pintura académica tradicional.

En este contexto, Millet comenzó a desarrollar una estética distinta, alejada de las tradiciones clásicas y académicas que habían dominado su formación. En lugar de pintar escenas mitológicas o históricas, su obra comenzó a reflejar de manera más honesta la vida del campesinado. La revolución de 1848, que trajo consigo un clima de liberalismo político, permitió que los artistas pudieran exponer sin tantas restricciones en el Salón de París, lo que permitió a Millet presentar sus primeras obras de temática rural. La obra «Le Vanneur» (El aventador), presentada en 1849, marcó un punto de inflexión en su carrera al recibir una positiva acogida.

Sin embargo, fue la epidemia de cólera que azotó París en 1849 lo que motivó a Millet a trasladarse a la tranquilidad de la campiña francesa. Junto a Charles Jacque, Millet se estableció en Barbizon, una pequeña aldea situada al borde del bosque de Fontainebleau, en la que viviría el resto de su vida. Este entorno natural, con su impresionante paisaje y tranquilidad, sería la fuente primordial de inspiración para su obra.

El impacto de Barbizon y el comienzo de un estilo único

El traslado a Barbizon marcó un hito en la vida de Millet y en la historia de la pintura. Mientras que otros pintores contemporáneos se dedicaban a la pintura de paisajes sin figuras humanas, Millet comenzó a integrar al hombre en su relación con la naturaleza. A partir de ese momento, sus pinturas no solo representaban el paisaje rural, sino también la vida cotidiana de los campesinos, quienes eran tratados con respeto y humanidad. En sus cuadros, los trabajadores rurales no son simples figuras de fondo, sino personajes centrales que llevan consigo la dignidad de la vida campesina.

El primer gran éxito de Millet en esta nueva etapa fue «Las espigadoras» (1857), una obra que reflejaba la vida de las mujeres que recogían las espigas en el campo tras la cosecha. Esta representación de la dura vida de las clases trabajadoras, tan diferente de los temas ideales de la pintura académica, atrajo la atención tanto de la crítica como del público. La obra fue presentada en el Salón de París de 1857 y generó una gran polémica, pues muchos consideraron que la representación de los campesinos era demasiado cruda y realista. Sin embargo, también fue elogiada por su tratamiento sensible de los temas de la vida rural.

Poco después, Millet continuó desarrollando su estilo con obras como «El Ángelus» (1859), considerada su obra maestra. En este cuadro, una pareja de campesinos se detiene en su labor para rezar la oración del Ángelus al atardecer. La escena evoca la conexión espiritual y terrenal de los campesinos con la naturaleza y su trabajo. Esta obra se convertiría en una de las más emblemáticas del siglo XIX, y se reconoce como un ejemplo perfecto de la fusión de la luz, la naturaleza y el hombre que definió la pintura de Millet.

Primeros éxitos y reconocimiento en el Salón de París

A medida que su estilo evolucionaba y se consolidaba, Millet comenzó a recibir el reconocimiento que tanto había buscado. En 1855, la Exposición Universal de París ofreció una plataforma internacional para sus trabajos, y obras como «Un campesino cortando un árbol» fueron muy bien recibidas. Estos éxitos abrieron las puertas para que el pintor firmara un contrato con el marchante de arte Durand-Ruel, lo que le permitió una mayor estabilidad económica.

En 1868, Millet recibió la Legión de Honor, un reconocimiento al alcance de muy pocos artistas en su época. Este honor consolidó su reputación y le permitió asegurar su lugar entre los grandes maestros del arte de la época. A partir de este momento, sus obras comenzaron a ser adquiridas por importantes coleccionistas, y su legado comenzó a tomar forma.

Últimos años y legado de Jean-François Millet

La guerra franco-prusiana y los últimos años en Normandía

En 1870, la guerra franco-prusiana sacudió a Francia, provocando una serie de consecuencias tanto políticas como sociales. Ante la inminencia del conflicto, Millet decidió abandonar su hogar en Barbizon y refugiarse con su familia en su tierra natal, Gruchy, en Normandía. Durante este tiempo, el pintor se dedicó principalmente a la creación de paisajes rurales, alejándose temporalmente de las escenas humanas para centrarse en la representación de la naturaleza en su forma más pura.

Este periodo de su vida estuvo marcado por una reflexión más introspectiva y por una intensificación del uso del color en sus obras. A pesar de las tensiones bélicas y la pérdida de la tranquilidad que había disfrutado en Barbizon, Millet aprovechó este tiempo en Normandía para producir cuadros de gran belleza y profundidad, como «La iglesia de Gréville», que evocaba la serenidad del paisaje normando en tiempos de guerra. Sin embargo, a medida que los meses pasaban, Millet se sentía cada vez más apartado del bullicio de la vida artística de París, y su salud comenzó a resentirse, sobre todo debido a la fatiga acumulada durante los años previos.

Regreso a Barbizon y la muerte de Millet

En 1871, tras el fin de la guerra, Millet regresó a Barbizon. Sin embargo, la vida en la pequeña aldea ya no era la misma para él. Su salud, ya debilitada, comenzó a deteriorarse progresivamente. A menudo sufría de dolores de cabeza intensos, lo que le impidió aceptar importantes encargos, como uno relacionado con el Panthéon de París. A pesar de los problemas de salud, el pintor siguió trabajando en algunos proyectos menores y mantuvo su dedicación al arte. Sus últimos años estuvieron marcados por una cierta soledad, pues se distanció de algunos de sus amigos cercanos y rechazó participar en actividades colectivas, como la Federación de Artistas del Concejo.

En 1874, Millet sufrió un empeoramiento en su salud. Finalmente, el 20 de enero de 1875, murió en su casa de Barbizon a los 60 años. Sus últimas palabras, pronunciadas en su lecho de muerte, fueron: «C’est dommage, j’aurais pu travailler encore!» («¡Es una lástima, aún podría haber trabajado más!»). Fue enterrado en el cementerio de Chailly, junto a su amigo y colega Théodore Rousseau, con quien compartió tantos años en Barbizon. Su muerte marcó el fin de una era en la pintura realista y rural, pero su legado perduraría mucho más allá de su tiempo.

El reconocimiento póstumo y la influencia de Millet

Tras su muerte, la apreciación por las obras de Millet creció considerablemente. Aunque en los últimos años del siglo XIX su estilo fue eclipsado por la irrupción del impresionismo y la revolución artística que trajo consigo, a comienzos del siglo XX se produjo una renovada admiración por su trabajo. Los impresionistas, en particular, encontraron en Millet una figura clave que había allanado el camino para su propio enfoque de la pintura de exteriores y la captura de la luz natural. Su relación con la naturaleza, el trabajo y el hombre simple fue una fuente de inspiración para artistas como Vincent van Gogh, quien no solo admiraba a Millet, sino que también copió algunas de sus obras más conocidas.

Además de su influencia en el impresionismo, Millet tuvo un impacto significativo en los movimientos realistas de Europa. Artistas como Mihály Munkácsy y Josef Israëls tomaron prestados sus temas y técnicas para representar de manera cruda y realista la vida de las clases trabajadoras. Su enfoque humanista sobre la vida campesina, donde las figuras del trabajo rural no eran simplemente objetos de representación, sino seres dignos de respeto, lo convirtió en uno de los pintores más influyentes de su época.

La Escuela de Barbizon y el legado de Millet

Jean-François Millet, junto con artistas como Charles François Daubigny, Narcisse Díaz de la Peña y Théodore Rousseau, se consolidó como uno de los pilares de lo que más tarde sería conocido como la Escuela de Barbizon. Este grupo de pintores fue precursor del impresionismo, pues adoptaron una técnica más libre y menos académica al pintar paisajes al aire libre, lo que les permitió capturar la luz natural y el dinamismo de la naturaleza. Millet fue el artista que, al mismo tiempo que pintaba la naturaleza, también representaba al ser humano en su contexto rural, haciendo de sus campesinos personajes de gran dignidad.

A pesar de que no se le puede considerar un impresionista en el sentido estricto, Millet fue fundamental para la evolución del arte moderno. Su capacidad para representar la vida cotidiana de los campesinos y su enfoque en los elementos naturales hizo de él una figura única. Su obra trascendió su tiempo y sigue siendo una de las más poderosas representaciones de la relación entre el hombre y la tierra en la historia del arte.

Legado contemporáneo y la nueva valoración de su obra

En el siglo XXI, Millet sigue siendo una figura de referencia para los estudios de arte, y su obra continúa siendo objeto de exposiciones en museos de todo el mundo. El Museo del Louvre, por ejemplo, adquirió «El Ángelus» en 1909, y la obra sigue siendo una de las más queridas por los visitantes. En los últimos años, su obra ha sido reevaluada y admirada tanto por su maestría técnica como por su mensaje profundo sobre la vida rural y la dignidad del trabajo.

Jean-François Millet no solo fue un pintor, sino un visionario que entendió el valor del hombre en su relación con la naturaleza. A través de su arte, logró dar voz a aquellos que durante siglos fueron ignorados en la pintura académica: los campesinos, los trabajadores de la tierra, y los hombres y mujeres que, con su esfuerzo diario, construyeron el mundo en el que vivían.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Jean-François Millet (1814–1875): El Pintor de la Vida Campesina que Conquistó el Mundo del Arte". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/millet-jean-francoise [consulta: 19 de octubre de 2025].