Metternich, Clemente Wenceslao Lotario. Príncipe de (1773-1859).
Político y diplomático alemán nacido el 15 de mayo del año 1773, en Collenza (Alemania), y muerto el 11 de junio del año 1859, en Viena (Austria). Canciller del Imperio Austro-húngaro (1809-1848). Miembro de una familia nobiliaria de Renania fue hijo del príncipe de Metternich, Franz Georg Karl, y de la condesa Beatriz Kagenegg. Realizó sus estudios en Estrasburgo y Maguncia. Su nombre completo fue el de Clemente Wenceslao Lotario, príncipe y conde de Metternich-Winneburg-Ochenhausen.
Defensor y paradigma de la Restauración en Europa tras la caída de Napoleón Bonaparte, fue uno de los hombres que más influyeron en la política europea del primer tercio del siglo XIX, luchando por instaurar un sistema política de equilibrio entre las potencias continentales aliadas (Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia), que posteriormente integrarían la Cuádruple Alianza. Metternich supo sacar provecho como nadie del temor que se apoderó de las antiguas clases dirigentes e imprimió a la alianza europea los principios antiliberales y reaccionarios que la caracterizarían. Partidario del principio de legitimidad monárquica, concibió el poder como un derecho divino otorgado a los reyes en herencia, al mismo tiempo que no toleró jamás en política el derecho de expresión, de autodeterminación y de participación en el poder. En el mejor momento de su carrera política, actuó como el verdadero árbitro en la política exterior de todo el continente europeo. Su pensamiento tradicionalista y reaccionario le llevó a ponerse, desde muy joven, al servicio de la casa de Habsburgo, a medida que crecía la amenaza expansionista de la Francia revolucionaria y ésta amenazaba directamente los intereses de su familia en la Alemania occidental.
Sus primeros años de vida los pasó en la región del Rin-Mosela, hasta que, en el año 1788, su padre, que había servido como diplomático con el emperador José II (1765-1790), le mandó a la Universidad de Estrasburgo para estudiar la carrera diplomática. Tras licenciarse en el año 1790, Metternich desempeñó en la coronación del emperador Leopoldo II (1790-1792) el papel de maestro de ceremonias en representación del colegio condal de Westfalia, acto por el que entró en el servicio diplomático austríaco, en el año 1793. Después de refugiarse la familia definitivamente en Viena huyendo de los ejércitos revolucionarios franceses, Metternich contrajo matrimonio de conveniencia con Eleonora von Kaunitz, nieta del gran canciller y conde del mismo nombre, Kaunitz, celebrado el 27 de septiembre del año 1795, en Austerlitz. El enlace posibilitó a Metternich el vincularse del todo con la alta nobleza imperial al mismo tiempo que le abrió las puertas de grandes misiones diplomáticas que asentarían su posterior fama de sagaz diplomático y hombre de estado fiel a la dinastía austríaca de los Habsburgo, para la cual trabajó toda su vida en aras de conservar su grandeza y prestigio.
Carrera política de Metternich
Bien preparado para las misiones diplomáticas para las que fue encomendado (sabía francés, inglés e italiano, además de defenderse bastante bien en diversas lenguas eslavas), y convenientemente posicionado en la aristocracia imperial, Metternich comenzó una meteórica carrera en la diplomacia y en la política que acabaría llevándolo, años más tarde, a alcanzar el puesto más alto tras el emperador: el de canciller.
En 1797 fue enviado como embajador austríaco Congreso de Rastadt; en 1801 representó a Austria en Dresde y en 1803 en Berlín, donde se fraguó la alianza entre Rusia y Austria contra Francia. Sus méritos diplomáticos le llevaron hasta el puesto de embajador en París en 1806, a petición del propio Napoleón, tras la paz de Presburgo que siguió a la derrota del ejército austro-húngaro ante Francia en la batalla de Austerlitz y que trajo consigo la disolución del Imperio Germánico (el emperador Francisco II de Alemania pasó a llamarse desde entonces Francisco I de Austria-Hungría). Con tan sólo treinta y cinco años de edad, Metternich había obtenido el puesto diplomático más delicado e importante para los intereses imperiales, ya que de éxito de su misión dependía en gran parte la paz en Europa.
Durante toda su estancia parisina, Metternich supo ganarse una merecida fama de libertino e imprimir un peculiar brillo mundano a todos sus actos, mientras en realidad se dedicaba a informarse cautelosamente y en profundidad sobre las intenciones francesas a través de sus relaciones con el incombustible ministro francés Tayllerand. Todos los informes que mandó puntualmente al canciller austríaco, Johann Philipp von Stadion, desaconsejaban la ruptura de las relaciones amistosas con Francia puesto que el ejército napoleónico, aún estando ocupado por serios asuntos en España y Rusia, todavía estaba sobradamente capacitado para derrotar a Austria-Hungría. El propósito de Metternich no era otro que ganar todo el tiempo posible para que el Imperio reforzase su posición económica y militar para así poder enfrentarse a Napoleón con garantías de éxito.
El certero análisis de Metternich sobre la capacidad militar de Francia se hizo realidad en la dolorosa derrota austríaca en la batalla de Wagram, el 6 de julio del año 1809. El canciller von Stadion reabrió, de forma totalmente imprudente, las hostilidades con Francia a principios del mismo año (véase Guerras de la Coalición). A pesar de algunas esporádicas victorias austríacas a cargo del archiduque Carlos en Aspern y Essling, Napoleón se tomó la revancha y masacró literalmente al ejército imperial. Austria no tuvo más remedio que firmar la humillante paz de Schönbrunn, el 14 de octubre, por la que Viena quedaba aislada diplomáticamente, perdía unos 100.000 kilómetros cuadrados de territorio y quedaba sometida políticamente a los dictados de París. Tras la paz de Viena, de 1809, el canciller von Stadion fue forzado a dimitir, y Metternich fue nombrado ministro de Negocios Extranjeros (ministro de Asuntos Exteriores). Hasta el año 1821, la cancillería quedó vacante hasta que la ocupó finalmente el propio Metternich, aunque, realmente, desde el mismo momento en que se hizo cargo del ministerio, actuó como si fuera el canciller oficial.
La actividad política de Metternich se centró en la adhesión al sistema napoleónico de tratados defensivos, no porque fuera un napoleónico convencido (nada más lejos de la realidad), sino que lo hizo forzado por el objetivo de asegurar la integridad territorial y política de Austria y economizar fuerzas esperando tiempos mejores. Para tal fin, Metternich concibió un fructífero sistema de alianzas matrimoniales y de entendimiento con Napoleón, con el que consiguió negociar, en el año 1810, el matrimonio de la archiduquesa María Luisa, hija del emperador, con el propio general francés. Con semejante jugada, Metternich se adelantó a los planes del zar Alejandro I (1801-1825) de casar a la zarina con el dueño de Europa, evitando así una alianza y unión dinástica entre ambos países que sería del todo punto nefasta para los intereses de Austria, embotellada entre ambos Estados. Nunca quiso la derrota total de Francia, tan sólo el regreso de la misma a las fronteras de 1792. Pero la aplastante superioridad militar de Francia forzó a Metternich a buscar una alianza, para lo que planeó el citado matrimonio. A partir de ese instante, Metternich se acostumbró a mediar en un complicado juego de intereses enfrentados entre Rusia y Francia que desembocó al final en la formación de la Cuádruple Alianza para enfrentarse al Imperio napoleónico.
Metternich aprobó la colaboración de Austria con Francia en la campaña rusa de 1812. Al tiempo, negociaba con el zar un pacto secreto. La hábil política de alianzas en todos los frentes de Austria iba encaminada a la obtención de seguridad para el Imperio Austríaco frente a Francia, Prusia y Rusia. De todas formas, tras la impresionante debacle que sufrió el ejército napoleónico en Rusia y España, Metternich se entrevistó con Napoleón en Dresde, el 26 de junio del año 1813, para hacerle renunciar a sus pretensiones de dominio sobre Austria a cambio de garantizar la estabilidad de las fronteras naturales de Francia. Metternich declaró a Austria como mediadora entre Francia y el resto de las potencias en las negociaciones de 1813; su idea consistía en dejar a María Luisa como regente de Francia. El rechazo de las propuestas austríacas por parte de Napoleón permitieron a Metternich, de una vez por todas, abandonar su política pactista y pasiva con Francia y unirse a la coalición de países aliados contra Napoleón, al que derrotaron por primera vez en campo abierto en la batalla de Leipzig, el 19 de octubre del año 1813, hazaña por la que Metternich recibió el título de príncipe con carácter hereditario, que hasta esa fecha tan sólo era un título condal.
El equilibrio europeo: el sistema político ideado por Metternich
Cuando se consumó la derrota definitiva de los ejércitos franceses y la entrada de las tropas aliadas en París, el príncipe Metternich firmó la paz, el 30 de mayo del año 1814, entre las cuatro potencias vencedoras, en la que el Imperio Austro-húngaro, gracias a la decidida intervención de Metternich, fue la gran vencedora al recuperar las provincias de Dalmacia y el Tirol, además de conseguir nuevos territorios como Lombardía y Venecia. Pero, sin lugar a dudas, fue en el Congreso de Viena, celebrado entre octubre de 1814 a marzo de 1815, donde la estrella de Metternich brilló con todo su esplendor y gloria. El congreso, reunido a instancias del propio Metternich, resolvió todos los problemas territoriales y políticos planteados por la derrota francesa y la abdicación de Napoleón Bonaparte, es decir, reorganizó todos los territorios que se habían reconquistado. En él se reordenó el mapa europeo sobre los principios que siempre había propugnado Metternich: legitimidad de los principios dinásticos y equilibrio internacional. Para frenar las ansias imperialistas de Prusia y de Rusia se apoyó en Gran Bretaña, representada por Castlereagh. Para limitar el poder de Francia, desarrolló una serie de Estados tapón a lo largo de las fronteras francesas. El Sacro Imperio Romano fue sustituido por una débil Confederación Germánica tutelada por Austria. A Italia la convirtió de hecho en un protectorado austríaco. Partidario como era a ultranza de restablecer el equilibrio europeo y el status quo anterior al estallido de la Revolución Francesa, Metternich hizo de esta tesis el fundamento de los tratados y de su propia política hasta su retirada.
Introdujo una serie de cambios fronterizos sustanciales en el nuevo mapa europeo diseñado en Viena con el fin de preservar su ideario político y también para evitar nuevas aventuras de corte revolucionario. En ese contexto, Metternich no opuso resistencia alguna a la partición de Polonia para frenar la expansión de Rusia hacia el oeste, abandonó los Países Bajos meridionales (actual Bélgica) a cambio de Venecia y Lombardía e impidió que Prusia aplastase a Francia, país que estaba llamado en su opinión a jugar un papel importante en la Europa de la Restauración. Por otro lado, en política interior, Metternich no hizo la menor concesión al espíritu nacionalista y liberal, al que siempre aplastó sin miramiento alguno. La débil Confederación Germánica, sobre la que Austria ejercería un papel preponderante sobre el resto de principados alemanes, propició a la larga un inevitable conflicto y enfrentamiento entre los dos estados alemanes más poderosos, Prusia y Austria, cuyo resultado se saldaría con la aplastante victoria prusiana.
Admitiendo el error de cálculo de Metternich por no darse cuenta de que algo estaba cambiando en la Europa continental, la gran originalidad de su sistema fue el mantener a toda costa, durante más de treinta años, el sistema elaborado en el año 1815, cuya finalidad era impedir el ascenso de la revolución burguesa y la difusión de los ideales de 1789, a los que juzgaba intrínsecamente perniciosos para la sociedad organizada que él soñaba con restablecer. El sistema de Metternich se basaba en el hecho de que todos los soberanos estaban amenazados por el espíritu revolucionario y que era necesaria una cooperación entre las monarquías legítimas para hacer frente a semejante amenaza. De ahí se desprende el principio de intervención, punta clave del sistema y piedra angular de la política europea hasta el año 1830. Los representantes de las grandes potencias europeas, incluyéndose a Francia que había sido admitida en la Cuádruple Alianza en el congreso de Aquisgrán del año 1818 por mediación de Metternich, debían reunirse periódicamente para examinar el panorama político y decidir en cada caso lo que convenía hacer.
Todas estas ideas se llevaron a la práctica en los congresos: Aquisgrán (1818), Karlsbad (1819), Troppau (1820), Laibach (1821) y Verona (1822). En Karlsbad, se creó una comisión para perseguir las sociedades secretas, especialmente la de los carbonarios italianos. En Troppau (actual Opava, en la República Checa), Metternich formuló el principio de intervención con el objeto de reprimir los movimientos revolucionarios. En Laibach (actual Ljubjena, en Eslovenia), aprobó la intervención armada austríaca contra los insurrectos de Nápoles y el Piamonte. Por último, en Verona se decidió la intervención francesa, con los Cien Mil Hijos de San Luis, para ayudar al rey de España Fernando VII (1808; 1814-1833) a consolidar su poder absolutista.
El ordenamiento europeo se vio amenazado en los años sucesivos por una serie de levantamientos revolucionarios liberales y nacionalistas que convulsionaron Europa entre 1820 y 1848. El empeño de Metternich de mantener el orden establecido le hizo aparecer como guardián del viejo orden absolutista, incapaz de aceptar los cambios que Europa reclamaba. Usó para sus fines a la Santa Alianza, a la que contrapuso a las revoluciones de Nápoles, España y Piamonte. Las posturas franco-británicas aceptando las iniciativas nacionalistas surgidas en Grecia desde el año 1820, apoyo al que posteriormente se sumaría el zar Nicolás I (1825-1855) en el año 1826, acabaron por sacar a la luz las graves fisuras que llevaba implícitas el sistema político que con tanto mimo y cuidado había construido Metternich en el Congreso de Viena. A todo esto se sumó la ruptura anunciada de la Santa Alianza formada entre Rusia, Prusia y Austria-Hungría, la cual acabó resquebrajándose definitivamente en el año 1832, y el estallido de la Revolución de 1830, por la que Grecia y Bélgica lograron su independencia, lo que coincidió cronológicamente con la destitución de los borbones en Francia. Lógicamente, también la Quíntuple Alianza se disolvió como un azucarillo, constituyéndose dos bloques de potencias: uno liberal, con Francia e Inglaterra, y el otro conservador, con Austria, Rusia y Prusia, pero con el agravante de que entre las tres monarquías autoritarias no dejó de crecer el recelo y de surgir varias crisis por cuestiones territoriales imperialistas. Por otro lado, Prusia comenzó a sentar las primeras bases en Alemania de su futura hegemonía con la creación de la Zollverein Deutscher (Unión Aduanera Alemana), en el año 1828, asociación que contó con la total reprobación de Metternich, temeroso de que Prusia desbancara a Austria en la dirección de la política en territorio alemán. Por último, Inglaterra comenzó a hacer ostensible su gran recelo y distanciamiento respecto de Austria y del propio Metternich por el control tan férreo que estaba desarrollando en el continente.
Para un hombre tradicionalista como Metternich, los ideales de libertad y los derechos de los pueblos eran algo totalmente inaceptable, tanto en cuanto suponían un atentado contra los valores del Antiguo Régimen que él siempre había defendido.
No obstante, en el año 1830 Metternich logró otro éxito al lograr sofocar las insurrecciones promovidas en la Romania italiana al calor de la Revolución de 1830, continuando siendo el jefe indiscutible del Imperio austríaco a pesar de que su ascendente político empezaba a dar las primeras muestras visibles de debilidad en la corte vienesa y en el resto de las cancillerías europeas.
Política interior
Cuando Metternich se hizo cargo de la cancillería austríaca, asumió la jefatura de un gabinete restringido, sin poder dirigir nunca un verdadero consejo de ministros al uso debido a las peculiares estructuras políticas del Imperio Austro-húngaro. El Gobierno central estaba integrado por una multitud de consejos heredados de la época barroca. Hasta la Revolución de 1848, el Imperio austríaco no se dotó de instituciones políticas modernas. Como canciller llevó a cabo una política de equilibrio entre las potencias europeas encaminada a impedir el surgimiento de un poder hegemónico. Para servir a sus fines, se propuso dividir el continente en esferas de influencia entre las distintas potencias.
Por otra parte, Metternich se mostró siempre muy respetuoso con las instituciones tradicionales, ya que éstas dejaban el poder a la nobleza nacional, en la que el canciller tenía depositada toda su confianza. Debido al hecho de que su sistema política descansaba sobre las espaldas de las fuerzas sociales tradicionales preponderantes en la Europa central (aristocracia terrateniente, corporaciones urbanas e Iglesia católica), Metternich no dejó de convocar las Dietas provinciales donde estas fuerzas vivas gobernaban sus «federaciones» sin obstáculo alguno por parte del poder central, siempre y cuando éstas no reivindicaran reformas profundas. Metternich creía además en el sistema federal y en el respeto al derecho de estado de los antiguos reinos, la mejor garantía contra las reivindicaciones de ciertas nacionalidades, en la medida en que podía manipular a los checos contra los húngaros, a los alemanes contra los italianos, etc, en virtud del principio romano de divide et impera, lema que desde el año 1650 inspiró la política de los Habsburgo respecto a las nacionalidades que conformaban el Imperio.
En cuanto al territorio alemán, Metternich no pretendió nunca unificar Alemania bajo la dirección austríaca, ya que delegó el poder en los nobles, que lo habían ejercido desde siempre, y en algunos casos a la burocracia desarrollada desde los tiempos del emperador José II. Metternich siempre hizo gala de un desprecio supino de las nacionalidades que conformaban el Imperio. Como ya hemos referido anteriormente, esta falta de visión le impidió percibir el ascenso de las nuevas fuerzas, cuya explosión iba a sacudir, precisamente, a Austria en el año 1848: el liberalismo burgués y el nacionalismo.
Nunca logró controlar los asuntos internos de Austria, lo que le impidió dotar a su país de una constitución federal propia de un Estado moderno.
Ocaso y caída de Metternich.
Al subir al trono imperial Fernando I (1835-1848), individuo disminuido tanto mental como físicamente, al que Metternich por fidelidad al principio hereditario quiso conservar, el poder interno del país pasó a manos de la Conferencia de Estado, por lo que la influencia del canciller decreció sensiblemente. A todo esto se sumaron un buen número de movimientos independentistas a lo largo y ancho del Imperio, a los que Metternich se tuvo que enfrentar con diversa suerte, la mayoría de los cuales fueron reprimidos violentamente, como ocurrió con la insurrección de Cracovia, en el año 1846, centro intelectual polaco por excelencia, que movió a Metternich a anexionar la ciudad y su entorno a la Galitzia polaca.
El estallido revolucionario en Italia de 1848 hizo tambalearse a todo el sistema de equilibrios europeos; este hecho, junto con una sublevación del pueblo en Viena en marzo de 1848 y la caída del monarca francés Luis Felipe de Orleans (1830-1848) provocaron la caída de Metternich, el 13 de marzo de 1848, ya que simultáneamente la Revolución de 1848 estalló en Viena, Budapest y París. Ante el cariz que tomaron los acontecimientos, con los amotinados vieneses pidiendo por las calles la partida de viejo canciller, Metternich escapó por los pelos camuflado en compañía de su tercera esposa, Melania de Zichy-Ferraris, con la que se había casado en el año 1831 (su segunda esposa había sido María Antonia de Leykam, condesa de Beilsteim).
Después de residir por algún tiempo en Inglaterra y Bélgica, Metternich regresó a su finca de Johannisberg, en el año 1851, donde pasó el resto de su vida como un particular más, sin desempeñar cargo político o diplomático alguno y sin conseguir que el nuevo emperador, Francisco José I (1848-1916), hiciera caso alguno de los múltiples consejos que el viejo canciller aún le daba desde su alejado retiro, al tiempo que contemplaba cómo la ascensión prusiana y la del Segundo Imperio en Francia acababan completamente con el sistema de equilibrios en los que había centrado todos sus esfuerzos. Cuando murió en Viena, en junio del año 1859, el odio que sus disposiciones contra la libertad de pensamiento y de religión habían levantado aún seguían vigente en la mentalidad colectiva de gran parte de la población del Imperio.
Bibliografía.
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DUROSELLE, Jean Baptiste: Europa: de 1815 a nuestros días, vida política y relaciones internacionales. (Barcelona: Ed. Labor. 1991).
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HOBSBAWM. E. J: La era de la revolución (1789-1848). (Barcelona: Ed. Labor. 1991).