Mazzantini y Eguía, Luis (1856-1926).


Matador de toros español, nacido en Elgóibar (Guipúzcoa) el 10 de octubre de 1856, y muerto en Madrid el 24 de abril de 1926. Hay críticos que sostienen que nació en Pistoia (Toscana), y que en Elgóibar sólo recibió el bautismo.

Hijo de padre italiano, vivió en Francia y en la Península andina durante algunos años de su infancia. En 1870 regresó a España, donde obtuvo el grado de bachiller en Artes. Empezó a trabajar como telegrafista en diversas compañías ferroviarias, hasta que llegó a ser jefe de estación en el pueblo toledano de Santa Olalla; pero su afición a los toros -una vez que hubo asumido su fracaso en el intento de convertirse en tenor de ópera- pudo con todos los empleos estables que quisieron ofrecerle. Enrolado en cuadrillas de espectáculos menores, debutó en Madrid en 1879, ciudad que volvería a abrirle las puertas de su plaza el 29 de febrero de 1880, para que diera muerte allí a un novillo. No lo hizo mal Mazzantini, y al año siguiente repitió y acrecentó este triunfo, enfrentándose a un complicado novillo que, de puro manso, había sido castigado con banderillas de fuego. Era el 18 de diciembre de 1881, fecha que hoy puede hacerse extraña a cualquier aficionado a los toros, pero que entonces no tenía nada de extraordinario, habida cuenta de que durante todo el siglo XIX se torearon novillos en los inviernos de la Corte.

Mazzantini emprendió a partir de esta data un exitosa carrera que le llevó, de triunfo en triunfo, por varios cosos españoles, franceses y americanos. Todavía sin ser matador de toros, el 31 de mayo de 1883 acabó con dos de ellos en la plaza de Madrid, en un festejo extraordinario en el que compartió cartel con figuras tan señaladas como «El Gordito», «Lagartijo» y «El Gallo». El 13 de abril de 1884, apadrinado por Salvador Sánchez Povedano, «Frascuelo», recibió el doctorado en la plaza de Sevilla, enfrentándose a toros del hierro de Adalid. Este título de doctor lo confirmó en Madrid el 29 de mayo de aquel mismo año, ante reses de la ganadería de Murube, apadrinado por Rafael Molina Sánchez, «Lagartijo». Avalada por su espléndida eficacia a la hora de acabar con las reses, su fama de torero valiente y excéntrico se fue propagando por toda la Península: se impuso la moda que él vestía (corbata y bastón), las ideas políticas que sin embozo alguno aventaba, e incluso una tendenciosa opinión que quería vincularle férreamente con la masonería: sus detractores murmuraban que aprovechaba sus numerosos y prolongados viajes -llegó a torear en la parisina plaza de Pergolesse, que albergó corridas entre 1889 y 1893- para relacionarse con los masones del extranjero. Este cosmopolitismo taurino le otorgó el privilegio de inaugurar, el 25 de mayo de 1890, la plaza de toros de Orán.

Aunque torpe con el capote y no muy garboso con la muleta, Mazzantini fue un estoqueador colosal y un severo y eficiente director de lidia. Se distinguió por defender la pureza de la Fiesta dentro y fuera de la plaza, como lo prueba el hecho de haber pasado a la historia de la Tauromaquia como el primer diestro que acabó con la arbitraria y caprichosa elección del orden de lidia de los toros, privilegio ostentado hasta entonces por los ganaderos. Mazzantini impuso que las reses se sorteasen entre los espadas que constituían el cartel, y exigió que este derecho quedase garantizado en los contratos. Fue, además, un maestro generoso con sus subalternos, entre los que llevó durante muchos años como peón de confianza a su hermano Tomás (Llodio, 1862), que fue uno de los mejores bregadores de su tiempo.

Durante el bienio constituido por 1895 y 1896, habiéndose apartado de los ruedos Rafael Guerra Bejarano, «Guerrita», Luis Mazzantini ganó fama de ser la primera figura del toreo en España; pero una vez reaparecido el genial cordobés en 1897, entró en franca decadencia y reanudó sus escapadas al exterior de la Península. Ello no le privó de obtener contratos cuando quiso regresar a la Corte: toreó en Madrid en 1900, en 1901 (ante el rey Alfonso XIII, a quien Mazzantini brindó el primer toro que viera lidiar el monarca), en 1902 (año en que apadrinó la alternativa de Vicente Pastor), y en la temporada de 1903 (en la que llegó a matar nueve corridas en la plaza madrileña). En 1905 marchó a México, donde se despidió de la afición azteca el 20 de septiembre de 1905. Allí mismo, poco tiempo después, se cortó la coleta, muy abatido por el reciente fallecimiento de su esposa.

De regreso a España, decidió dar un brusco giro a su vida y se dedicó de lleno a la política. Su notoriedad y su facundia le llevaron a ser, además de empresario del Teatro Real, concejal del Ayuntamiento de Madrid, teniente alcalde del distrito de Chamberí, diputado en Cortes y Gobernador Civil de Guadalajara y Ávila. Dicen los cronistas que Mazzantini, hombre culto, elegante y cosmopolita -hablaba varios idiomas-, toreó mil cien corridas en lugares tan diversos como España, Francia, México, Uruguay o Argelia. De él escribió don Natalio Rivas que «fue uno de los hombres de corazón más noble y caballeroso que he conocido«. El 24 de abril de 1926, un infarto fulminó este corazón generoso e inquieto.

Bibliografía.

  • -SÁNCHEZ VIGIL, Juan Miguel, y DURÁN BLÁZQUEZ, Manuel. Luis Mazzantini. El señorito loco. (Madrid: Librería Gaztambide, 1993).