Kom, Anton de (1898-1945).
Poeta, ensayista y activista político y sindical surinamés, nacido en Paramaribo (capital de la antigua Guayana Holandesa y de la actual República del Surinam) el 22 de febrero de 1898, y fallecido en Sandbostel (Neuengamme, Alemania) el 24 de abril de 1945. Aunque el registro quedó consignado con el nombre oficial de Cornelis Gerhard Anton de Kom, se hizo llamar siempre por el apelativo de Anton de Kom, e incluso firmó algunas de sus obras con diversos pseudónimos derivados de la contracción de este nombre (como Adek o Adekom). En Surinam se le recuerda y reverencia no sólo por su interesante producción literaria, sino también por su infatigable actividad política y social, que contribuyó de forma decisiva a la consolidación del pequeño país como república independiente. Su legado cívico e intelectual resulta tan valioso para sus compatriotas que, el 17 de octubre de 1983, la Universidad de Surinam -fundada en 1966- pasó a denominarse oficialmente Universidad Anton de Kom de Surinam.
Vino al mundo en el seno de una humilde familia de granjeros de raza negra, formada por Adolf de Kom -que había nacido siendo esclavo, aunque ya era un hombre libre cuando engendró al futuro escritor- y Judith Jacoba Dulder. Sus padres procuraron darle una formación elemental en la escuela pública; pero el pequeño Anton, tan pronto como hubo obtenido el diploma que acreditaba esta escolarización básica, abandonó los libros y se puso a trabajar, para contribuir al sostenimiento de la endeble economía doméstica.
Ya metido de lleno en la penosa vida laboral de los desheredados de su país, entre 1916 y 1920 el joven Anton de Kom trabajó duramente en una compañía dedicada a la explotación del caucho. La aspereza de este empleo le aconsejó procurarse mejores oportunidades laborales, aunque para ello tuviera que verse obligado a abandonar su tierra natal; y así, el 29 de julio de 1920 se embarcó rumbo a Haití, donde, por espacio de un año, trabajó para la una compañía naval Holandesa (la Societé Commerciale Hollandaise Transatlantique).
Pero su nueva situación laboral tampoco le satisfacía, por lo que, dispuesto a dar un paso decisivo en su peripecia vital, cruzó el Atlántico y desembarcó en Holanda, donde, tras varios intentos fallidos, consiguió empleo como representante de té, café y tabaco en una empresa de La Haya. Allí conoció a una bella joven holandesa, de raza blanca, que pronto habría de convertirse en su esposa; y allí, aleccionado por sus compañero de trabajo y por las primeras experiencias negativas que había tenido como trabajador en Holanda (v. gr., un despido que le había privado de su primer empleo en Europa por mor de un arbitrario reajuste empresarial), empezó a integrarse en los foros políticos y sindicales de la Izquierda.
Imbuido de una pujante conciencia política y sindical, Anton de Kom empezó a estudiar a fondo la historia colonial de su tierra (ligada, desde tanto tiempo atrás, a la Corona holandesa) y generó en su interior un profundo sentimiento anticolonialista que le impulsó a relacionarse con otros activistas de esta causa (fundamentalmente, con los nacionalistas indonesios que, asentados en Holanda, se sentían tan víctimas del colonialismo de los Países Bajos como el propio De Kom y sus compatriotas). Su progresión social y, sobre todo, intelectual fue tan sorprendente que, en el transcurso de los diez años que pasó en Europa, consiguió convertirse en uno de los grandes líderes internacionales del anticolonialismo, al que dedicó numerosos artículos, ensayos y discursos que pusieron de relieve el denso substrato cultural y reflexivo de sus planteamientos. Los rotativos y revistas de izquierdas de todo el mundo (y, especialmente, los de manifiesto ideario comunista) publicaron abundantes escritos de Anton de Kom, quien, además de este prestigio intelectual, adquirió reconocimiento mundial por su trabajo la frente de la Ayuda Roja Internacional y por haber fundado una de las ligas antiimperialistas más poderosas de todo el planeta.
Así las cosas, en 1932 el intelectual surinamés decidió que había llegado la hora de luchar, in situ, por la independencia política y económica de su tierra natal. El 20 de diciembre de 1932, acompañado por su familia, tomó un barco en Holanda que le dejó en Surinam el 4 de enero del año siguiente, y a partir de entonces abrió una especie de despacho político-sindical destinado a ayudar a los trabajadores explotados y, en general, a difundir la ideología anticolonialista hasta que prendiera la llama independentista en aquel remoto rincón del Cono Sur americano.
Su llegada resultó tan amenazadora para las Autoridades locales que, el día 1 de febrero de 1933, cuando no se había cumplido ni un mes desde su retorno a Surinam, fue arrestado por las fuerzas policiales y retenido durante algunos días en las oficinas del Procurador General. La masa obrera -que, en tan corto período de tiempo, ya había tenido ocasión de beneficiarse del apoyo, los consejos y las propuestas sindicales sugeridas por Anton de Kom- se congregó ante las puertas de las dependencias oficiales donde el líder permanecía retenido y exigió su inmediata puesta en libertad, pues corría el rumor de que las Autoridades holandesas había decretado su innegociable expulsión del territorio colonial. En lo más tenso del tumulto, la policía abrió fuego contra la multitud y cayeron muertos treinta partidarios de De Kom, quien acabó siendo responsabilizado de la masacre y, finalmente, conducido a una nave que, de forma ilegal, sin que hubiera mediado proceso judicial alguno, lo llevó de nuevo a Holanda. En la actualidad, el pueblo de Surinam recuerda a los caídos en aquella atroz jornada conmemorando, cada 7 de febrero, aquel episodio conocido como «Martes Negro».
Anton de Kom aprovechó su forzosa deportación a Holanda para enfrascarse en la redacción de la que habría de ser su obra más importante, publicada, a mediados de los años treinta, bajo el desgarrador título de Wij slaven van Surianame (Nosotros, esclavos de Surinam [Amsterdam: Contact, 1934]). En realidad, bajo la apariencia de una innovadora historia del Surinam escrita, por vez primera, desde la perspectiva anticolonialista, esta obra fue concebida realmente por De Kom -y así fue también entendida por la mayor parte de sus lectores- como el primer llamamiento explícito a la independencia del territorio colonial en el que había venido al mundo. Pero, además, el escritor de Paramaribo extendía sus reivindicaciones a la causa de todos los oprimidos por discriminaciones raciales e injusticias sociales, con lo que su obra puede inscribirse también en el ámbito de la Literatura de la negritud, en la medida en que ensalza los valores culturales, las tradiciones y las formas de vida de los pueblos de raza negra sometidos por el Imperialismo blanco europeo (sin olvidar, claro está, la condena explícita a esa misma explotación ejercida sobre otros grupos raciales, como los asentados en Asia e Indonesia).
En su repaso histórico al devenir concreto de su pueblo, Anton de Kom hace especial hincapié, en las páginas de Wij slaven van Surianame, en cualquier acontecimiento que refuerce su tesis de que la violencia dominante en los grupos sometidos y expoliados viene generada por la explotación colonial. O, dicho de otro modo, para el intelectual surinamés, cualquier episodio violento surgido entre las clases desfavorecidas -desde la insurrección de los esclavos cimarrones hasta las cruentas luchas de los trabajadores asiáticos en demanda de sus derechos, pasando por los gravísimos altercados a que dio lugar, en la frágil economía de las colonias, la crisis mundial de 1929-, tiene su origen en la depravación que, en su propia naturaleza y condición, llevan implícita el Imperialismo y el Colonialismo. En este sentido, la obra de De Kom va mucho más allá de la mera anécdota local surinamesa, pues, si bien constituye una de las piedras fundacionales sobre las que asentó la identidad nacional de sus compatriotas y la conciencia soberana que acabaría dando lugar a la moderna República del Surinam, es, la vez, una llamada de alcance universal contra la explotación del hombre por el hombre, y, en particular, contra de la violencia ejercida por la raza blanca con el resto de los grupos raciales que pueblan el planeta. No es de extrañar, pon ende, que la figura de De Kom se haya equiparado a la de otros líderes negros de su tiempo tan relevantes como el haitiano Jean Price-Mars o el jamaicano Marcus Garvey.
A raíz del éxito obtenido por su obra Wij slaven van Surianame en numerosos lugares del mundo, Anton de Kom recorrió diversos países dando cursos y conferencias, y defendiendo siempre su propuesta de erradicación inmediata del colonialismo, a la luz de la ideología marxista y, por encima de todo, la conservación y consolidación de los valores culturales de su raza (y de todas las razas sometidas desde tiempos inmemoriales por el hombre blanco europeo). Escritor vocacional, compuso por aquel tiempo abundantes poemas -algunos de los cuales se recogieron y editaron, con carácter póstumo, en un volumen titulado Strijden ga ik (1969)-, y redactó también, amén de numerosos artículos, otras obras en prosa y el guió cinematográfico Tjiboe (editado en Amsterdam en 1989). Pero la mayor parte de estos textos se perdieron trágicamente, como se perdió la voz y la presencia física del propio intelectual surinamés, por culpa -una vez más- de la barbarie, la crueldad y la sinrazón de la pretendidamente «superior» civilización blanca europea.
En efecto, el estallido de la II Guerra Mundial sorprendió a Anton de Kom en Europa y provocó su alistamiento en la resistencia holandesa. Capturado por las tropas nazis el día 7 de agosto de 1944, en la playa de Scheveningen (La Haya), fue trasladado a diferentes campos de concentración ubicados en territorio alemán, hasta que, víctima de tuberculosis, falleció en el de Neuengamme en la primavera de 1945.
J. R. Fernández de Cano